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William Morris y la ideología de la arquitectura moderna

Imagen de portada del libro William Morris y la ideología de la arquitectura moderna

Información General

  • Autores: Mario Manieri-Elia
  • Editores: Barcelona : Editorial Gustavo Gili, S.L.
  • Año de publicación: 2001
  • País: España
  • Idioma: español
  • ISBN: 84-252-1853-5
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)

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Índice




  • Contenidos:


        Introducción


        I. Biografía

        II. El pensamiento y la acción

            De la eclesiología a la "revolución"

        III. William Morris en la Historia de la Arquitectura


        Notas


        Apéndice: Del News from Nowhere


        Índice onomástico
     


Descripción principal

  • En este libro, Mario Manieri Elia procede con rigor a una crítica de la Crítica, a una historia de la Historia, a un análisis de la operación mitificadora que toda "justificación" por los orígenes implica.


    Manieri Elia avanza a estratos, por capítulos. En el primer capítulo presenta una biografía no tergiversada de William Morris como personaje, ideólogo, artesano, artista, poeta, militante y crítico. En el segundo plantea de qué manera la tergiversación de la figura de Morris ha manipulado la conciencia del movimiento moderno. En el tercero y último capítulo se dedica de lleno a analizar el movimiento moderno desde la perspectiva planteada en los dos anteriores, en un estudio clarificador alejado de los juicios de valor establecidos, que convierten este trabajo en un paradigma de análisis histórico.

Extracto del libro

  • Introducción

    Un ingente cúmulo de estudios se opone a quienes niegan la unanimidad cultural.-A. Asor Rosa

    La afirmación de que, en realidad, el Movimiento Moderno no existe y de que se trata de un fenómeno únicamente constatable en la historiografía -y ello en distintas versiones- parece, más que nada, obvia. En cualquier caso, puede no estarse de acuerdo con tal afirmación, ya que los historiadores de la arquitectura, en la materialización de su trabajo de formalización teórica de los procesos reales que afectan a los arquitectos y a su actividad "cultural no han renunciado a tratar también un último capítulo de su "historia" en tanto que ciclo unitario y compacto, que preparase, en medio siglo, una nueva arquitectura.

    La fórmula "Movimiento Moderno" se ha usado con distintos significados, pero, de entre ellos, uno se ha llevado la parte del león: se trata de la teoría que considera el movimiento moderno como un arco de experiencias ligadas entre sí sin solución de continuidad -por definición-, que arrancaría con las figuras decimonónicas de Ruskin y Morris y concluiría con la Bauhaus y Walter Gropius.

    Cuando en 1963 me ocupé de la edición y del prólogo de una antología morrisiana para Editori Laterza (W. Morris, Architettura e socialismo), no parecía que hubiera dudas razonables entorno a la legitimidad de tal interpretación, considerada como prácticamente insustituible o, a1 menos, objetiva. Abordar de nuevo el tema, al cabo de doce años, responde a la exigencia, que ha venido madurando en el intervalo, de dar alguna luz sobre un fenómeno ideológico tan peculiar como pueda ser el éxito de una teoría tan arbitraria como la de la unidad histórica -en expresión de Pevsner, su principal defensor- del proceso evolutivo que va de William Morris a Walter Gropius.

    La "verdad" y la inteligencia de una interpretación semejante, vigente de cuarenta años a esta parte, ni se han discutido ni se discuten. De las que sí hay que dar razón es de sus auténticas relaciones con la realidad. Se trataba de comprender las razones para que prevaleciera una sola teoría frente a todas aquellas que podían haberse propuesto y aquellas otras propuestas de hecho, algunas de ellas formuladas con autoridad, pero mediatizadas siempre por la primera, que mantiene su hegemonía. Se trataba, también, de determinar su funcionalidad en orden a las ideologías dominantes. Tales eran los concretos intereses que han dado a mi estudio sobre Morris el cariz, probablemente nada ortodoxo, que los resultados que aquí presento manifiestan.

    Una larga y detallada aproximación al hombre y a su ambiente social (el material sobra, el problema está en seleccionarlo) me ha servido para configurar más apuradamente los rasgos de una figura que se manifiesta contradictoria hasta límites increíbles (pese al empeño de los historiadores de la arquitectura en hacer de ella un punto angular de sus tratados). Y evidentemente no bastaba con aceptar su carácter contradictorio, definirlo como típico de su tiempo y de su ambiente... y dejar sin resolver el problema de su arraigada influencia en la arquitectura moderna.v

    Ni las pinturas de Morris ni sus diseños convencen a nadie; su obra literaria es especialmente penosa; jamás hizo arquitectura; apenas tuvo qué decir de la ciudad, salvo para negarla; ¿y de política? Ciertamente no ha sido un personaje decisivo para el movimiento obrero. Y, sin embargo, desde hace ochenta años, con cierta periodicidad, se ha dado en considerarle como referencia ideológica, significativa y "actual" (insustituible, se diría). Esto es lo que aquí se trata de analizar.

    Para hacerlo, he tratado de profundizar en las vicisitudes menos conocidas (y menos codificadas por los historiadores) de su biografía. Tales vicisitudes empalidecían progresivamente su talante triunfal, le presentaban como más frágil, inseguro, incoherente; pero, al mismo tiempo, concretaban la posibilidad de ver en el personaje una unidad y significatividad diferentes.

    A dicho estudio biográfico dedico el primer capítulo, completado con e1 segundo, que selecciona los momentos esenciales de su vida en relación con su pensamiento y sus actividades de poeta, organizador, ideólogo y político. El tercer capítulo, tan amplio como los precedentes, recoge las distintas incidencias que la presencia cultural de Morris ha tenido en el debate arquitectónico, tanto mientras vivió como, sobre todo, después de su muerte. También en este caso, he tratado de seleccionar (entre 'las vicisitudes menos conocidas de la biografía de sus interlocutores y de los historiadores que han utilizado su figura) las motivaciones externas de sus respectivas teorías. Y no me ha sido difícil descubrir que, para la definición del papel histórico de Morris, constituye un momento decisivo el traslado a Inglaterra, desde la Alemania nazi, de dos alemanes en busca de una nueva patria. Se trata de Walter Gropius, autodesignado líder ideológico del Movimiento Moderno, y de Nikolaus Pevner, historiador que confirmaría tal designación. Decididos ambos a fundar una línea muy concreta y clara de la arquitectura moderna, que llegaría a ser muy apreciada y considerada como rica en perspectivas positivas en el marco conservador del mundo occidental de los años treinta; y ello, al precio de una rigurosa criba practicada sobre los procesos históricos reales.

    Se trataba, fundamentalmente, de negar la duplicidad de las posturas intelectuales ante el desarrollo industrial y la lucha de clases. Dos son, efectivamente, los sistemas ideológicos de recurrencia en la historia del arte y de la arquitectura moderna (dirigidos ambos, aunque por vías diversas, a la recuperación de la "subjetividad" enajenada por la división capitalista del trabajo): el sistema de la paradójica y provocadora negación de toda subjetividad -es decir: la vía de las vanguardias intelectuales, determinadas a someterlo todo a discusión (salvo la propia autonomía de juicio y oposición), hasta llegar a destruir los fundamentos mismos de las propias tradiciones culturales- y el sistema de la negación, tal como era antes del advenimiento del capitalismo -es decir: un "retorno al pasado", posible merced a la mediación iluminadora del intelectual, capaz, por sí mismo, de convertirse en garantizador y dispensador de aquella subjetividad originaria, de la que se considera el firme y predestinado guardián.

    Que el sector dominante de la historiografía del segundo tercio de este siglo únicamente haya aceptado el segundo sistema de recuperación de la subjetividad perdida responde a unas razones concretas. Obviamente se ha pretendido alejar de sí lo negativo: el gran filón del pensamiento que nutre a buena parte de las vanguardias e implica el rechazo de la sociedad burguesa, un rechazo ciertamente superestructural, pero que puede llegar a ponerse en relación con la oposición real; oposición que se materializa en la conflictividad obrera. Conjurados de este modo "pensamiento negativo" y lucha de clases, se hacía posible asumir sin sobresaltos el retorno a1 pasado de Ruskin y Morris, en tanto que recurrencia a los orígenes, para insistir, después, en una hipotética continuidad histórica eventualmente prolongable hasta nuestros días.

    Pero la negativa a considerar la realidad en sus procesos de transformación y en sus contradicciones traumatizantes, la decisión de "no traspasar la puerta de la metrópolis para no ver "la columna de fuego que la consume" es, en palabras el Nietzsche de Zarathustra, razonamiento de "mono" Y el retorno al pasado, afán digno de un "enano". La vía del conocimiento moderno, que Zarathustra nos indica, es muy otra.

    Ahora bien, el aparato historiográfico que resigue la continuidad "positiva" de la cultura arquitectónica, desde Morris hasta Gropius -teoría que ha contribuido sobremanera en el crédito de que goza la figura del arquitecto moderno-, ha de pagar un precio no pequeño. No se ha tenido, durante años, la posibilidad de calibrar la profunda ambigüedad del papel del intelectual; ha sido imposible la plena valoración de figuras tan brillantes como Le Corbusier y Mies van der Rohe; se ha mantenido en el olvido a los auténticos protagonistas de la arquitectura moderna en la Alemania prenazi.

    En cualquier caso, el mito de la continuidad histórica desde William Morris hasta Walter Gropius ha quedado al margen de la historia (casi toda ella, si no toda, aún por escribir) que se ocupa de la producción edificatoria en el uso capitalista de la ciudad y del territorio. Los dos nombres elegidos como vértices del arco del Movimiento Moderno eran los de un ideólogo -el primero- del rechazo del capitalismo entendido en tanto que "realidad de capa caída" (en expresión de Lucio Colletti) y "el de una excepcional figura -el segundo- de técnico y de hombre de cultura que, tras un lúcido comienzo, acabaría por moverse a niveles muy distintos de los de la producción edificatoria, tanto en Alemania -durante la segunda década del siglo- como en Inglaterra -durante la tercera- como en EE. UU., finalmente, donde habría de encontrar un éxito profesional perfectamente integrado en el sistema.

    Pero si abandonamos los hábitos metodológicos de la "historia de las formas", por un lado, y de la "crítica operativa", por otro lado, en una historia del trabajo -en el caso que nos ocupa, fundamentalmente trabajo intelectual, aunque no de forma exclusiva-, la figura de Morris, en mi opinión, puede mostrarnos algo muy distinto.

    Considerada como paradigma de intelectual de su tiempo, nos muestra los aspectos decimonónicos de los intelectuales de nuestros días. Contrastada con las funciones historiográficas que se le han atribuido, nos permite estudiar la intencionalidad cultural, y la correspondiente ordenación a las ideologías dominantes, de tales funciones. Estudiada en relación con el movimiento obrero y con la historia de la producción capitalista, puede darnos noticia sobre las deformaciones a que, en la praxis política, puede producir una lectura de Marx estrictamente dirigida a la teoría de la alineación y del fetichismo -con el consiguiente expreso olvido del aspecto científico de la economía política- y un concepto de "revolución" fundamentado en el proyecto de una subjetividad utópica.

    Si se le analiza, por último, en tanto que productor y utilizo el término desde el mismo, fundamental, planteamiento que articuló Walter Benjamin- el lugar de Morris en la historia es claramente el de un productor de objetos de alta artesanía y el de un grafista, con una notable importancia en lo que respecta a las relaciones sociales y políticas del sector, pero moviéndose en el marco de una recuperación de la calidad y del lujo para una clientela de la alta burguesía o eclesiástica. En definitiva, su figura apenas ofrece interés, al menos para quien pretenda ocuparse de los procesos que han incidido realmente en el ambiente de la vida humana.

    El largo fragmento del News from Nowhere, con que se concluye el libro, sirve cumplidamente para dar a conocer -haciendo accesible, a la vez, un texto poco difundido- el nivel y los límites de la conciencia política que tenía Morris a finales de los años ochenta.

    A1 término de esta introducción, no quiero dejar de mostrar mi agradecimiento a los amigos del Instituto de Historia de la Arquitectura de Venecia, con los que tan provechosamente he discutido el manuscrito y, en particular, a Manfredo Tafuri, Giorgio Ciucci, Francesco Dal Co y George Teyssot.
    Roma, abril de 1975.

    MARIO MANIERI ELIA


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