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Revista INVI

versión On-line ISSN 0718-8358

Revista INVI vol.37 no.104 Santiago mayo 2022  Epub 01-Mayo-2022

http://dx.doi.org/10.5354/0718-8358.2022.65620 

Dossier

Mediterráneo(s) Queer. Una lectura interseccional del litoral de Alicante

Mediterranean Queer. An Intersectional Reading of Alicante’s Coastline

José Parra-Martínez1 
http://orcid.org/0000-0003-0142-0608

Carlos Pastor-García2 
http://orcid.org/0000-0003-0967-1292

Ana Gilsanz-Díaz3 
http://orcid.org/0000-0002-5043-665X

María-Elia Gutiérrez-Mozo4 
http://orcid.org/0000-0002-5368-7593

1 Universidad de Alicante, España, jose.parra@ua.es

2 Universidad de Alicante, España, cpastor94@outlook.com

3 Universidad de Alicante, España, ana.gilsanz@ua.es

4 Universidad de Alicante, España, eliagmozo@gcloud.ua.es

Resumen:

Este artículo examina siete lugares turísticos de la provincia española de Alicante donde se reconoce una mayor presencia o agencia de comunidades LGBTQ+. Se trata, además, de enclaves costeros muy apreciados por la sociedad heteronormada y, por ende, atravesados por conflictos espaciales y políticas de exclusión que permiten abordar su realidad desde una perspectiva interseccional. Su estudio revela que, junto a los gradientes de desposesión y discriminación que sus habitantes no normativos sufren de forma transversal en la sociedad, se suma el entrecruzamiento cotidiano de la condición queer con el factor clase, lo que provoca experiencias diferenciadas en términos de segregación, acoso y violencia homofóbica. En cada emplazamiento, la idiosincrasia de su geografía física y cultural ha sugerido distintas metodologías de análisis, fundamentalmente cualitativas, las cuales, unidas a un esfuerzo de pedagogía queer, invitan a reflexionar sobre otras formas de producir y compartir conocimiento.

Palabras clave: clase; identidad sexo-genérica; pedagogías queer; políticas espaciales capitalistas; Alicante (España)

Abstract:

This paper examines seven tourist places in the Spanish province of Alicante, where it is possible to identify a greater presence or agency of LGBTQ+ communities. They are also coastal enclaves highly appreciated by heteronormative society and thus crossed by spatial conflicts and exclusion policies that allow their reality to be approached from an intersectional perspective. Our study reveals that, in addition to the gradients of dispossession and discrimination that non-normative inhabitants suffer transversally in society, the queer condition, upon intersecting with the class factor, causes differentiated experiences in terms of segregation, harassment and homophobic violence. In each location, the idiosyncrasy of the physical and cultural geography suggests specific analytical methodologies, mostly qualitative, which, together with an effort of queer pedagogy, invite us to reflect on other ways of producing and sharing knowledge.

Keywords: capitalist spatial policies; class; queer pedagogies; sex-gender identity; Alicante (Spain)

Introducción

“El odio homófobo -ese ‘maricón’ que cayó primero y anticipó todos los golpes que recibió Samuel Luiz- era preexistente. A ese primer fogonazo de odio lo sujetaba la costumbre, el estado de las cosas, toda una cultura” (Elorduy, 2021).

En la madrugada del 3 de julio de 2021, en pleno paseo marítimo frente a la playa coruñesa de Riazor, el joven gallego de origen brasilero Samuel Luiz fue linchado por un grupo de individuos de su misma edad. La infamia de este crimen de odio conmocionó al país, que salió a la calle para clamar contra el brutal asesinato de Samuel. Ocurrido durante la semana del orgullo LGBTQ+, aquel episodio extremo de homofobia, como un “Stonewall a la española” (Martínez, 2021), no solo suscitó un torrente de indignación y repulsa, sino que también dio visibilidad a la opresión que soportan las personas que no encajan en los marcos de normatividad que otros, quienes los construyen y refuerzan, habitan confortablemente (Ahmed, 2004). Asimismo, evidenció lo exiguo de las reflexiones académicas que, frente a la escalada de intolerancia que corroboran las estadísticas oficiales, advierten sobre las consecuencias de admitir bajo cualquier pretexto -como la libertad de expresión-, ceder y, finalmente, acostumbrarse a los discursos que legitiman el atropello y la barbarie.

En el actual clima de convulsión socioeconómica que ha propiciado la expansión y el rearme ideológico y mediático de la extrema derecha, de grupos xenófobos, machistas y LGBTQ-fóbicos ha sido clave el malestar de las clases trabajadoras ante el desmoronamiento de su contrato social blanco. Frente a las servidumbres impuestas por la devastadora deriva líquida del proyecto moderno, no parecen prevalecer formas de crítica que desenmascaren modos progresivamente más difusos de articular nuevos sistemas de sujeción política; más bien, al contrario, proliferan subproductos neoliberales, como este white noise, que se sirven de estrategias desinformativas para extraer rédito de desigualdades estructurales. No por casualidad, como insiste Slavoj Žižek (2016), las utopías nostálgicas que tratan de lesionar derechos conquistados comparten mercados e intereses espurios con un capitalismo autoritario que apuntala impunemente discursos envenenados.

Los canales por los cuales discurre este resentimiento están adheridos a mecanismos de dominación que operan tanto mediante la construcción binaria de identidad (hombre/mujer, heterosexual/homosexual, blanco/negro, local/extraño…) y normatividad (propio/impropio, aceptable/inaceptable) como de vectores de clase que impiden cualquier relación de lateralidad u horizontalidad. Cuanto mejor definidas y estancas sean estas categorías, más eficaces serán los ejercicios de poder que trasladan hacia abajo cualquier responsabilidad en forma de culpabilidad y subalternidad.

Estos ejes de subordinación se (re)producen en la ciudad a través de procesos de uniformización, higienización y gentrificación: todo aquello que no se puede acomodar a las dicotomías público-privado, exterior-interior, formal-informal, central-periférico, lo que no está claramente determinado, tiende a ser hostigado, subsumido o suprimido por una diversidad de agentes que, desde posiciones de privilegio, planifican, gestionan y disfrutan de la ciudad como un buffet de servicios privativos. La normatividad domina, no solo sobre aspectos materiales del diseño espacial, sino también sobre regulaciones institucionales, códigos simbólicos y prácticas sociales que, erosionando el sentimiento de pertenencia (Pérez Sanz y Gregorio Gil, 2020) de las minorías, tratan de poner a cada persona en su lugar. Esta concepción polarizada de lo urbano perpetúa los gradientes de legitimidad con la que ciertos sujetos pueden acceder al derecho a la ciudad. Así, este derecho queda restringido de acuerdo con una serie de criterios (género, orientación sexoafectiva, edad, etnia, capacidades y, especialmente, clase social) pegajosamente enmarañados en su intersección (Anzaldúa, 2004; Brah, 2011; Davis, 2016; Fraser, 2009).

Objetivos y ámbito de la investigación

Desde un conocimiento situado de nuestro entorno próximo, Alicante, y tomando esta ciudad como epicentro, este artículo presenta los primeros resultados de un proyecto de investigación sobre arquitectura con perspectiva de género que, iniciado en 2018 en la Universidad de Alicante y financiado públicamente desde 2021, analiza su litoral desde una causa transversal de discriminación en la sociedad: la orientación-identidad sexo-genérica. A partir de dicho parámetro, la condición queer, nuestro trabajo aspira a visibilizar algunas de las desigualdades interseccionales que construyen la idiosincrasia de esta costa mediterránea.

Para ello, en primer lugar, aportamos un marco teórico que refiera nuestro análisis a otras propuestas críticas procedentes de los estudios queer en arquitectura y urbanismo. A continuación, abordamos la construcción de una metodología, cuantitativa y cualitativa, para aproximarnos y observar una selección de enclaves -desde cascos históricos y frentes marítimos a playas, calas y acantilados urbanizados- donde, además de una mayor presencia de comunidades LGBTQ+, sea reconocible la producción de espacios queer. Como se verá más adelante, son siete localizaciones que comparten vínculos indisolubles con el reclamo de sol y playa que, desde mediados del pasado siglo, han fabricado la identidad turística y la condición subalterna del sureste español.

Nuestro objetivo es identificar y describir los modos en que, en este contexto, la discriminación de los grupos queer se superpone a otras formas de opresión y cómo la clase constituye una condición determinante entre estas. Sobre todo, porque ambos factores son amplificados a través de su entrelazamiento con los sistemas de patriarcado y capitalismo que se refuerzan continua y mutuamente en sus aparatos e ideologías.

En efecto, a pesar de los avances contra el heterosexismo, el capitalismo ha conseguido absorber las luchas feministas y queer, corroyendo los cauces democráticos que permitieron tanto el activismo de género como la participación de la clase trabajadora en los procesos de producción y crítica cultural. Así lo argumentaba lúcidamente Mark Fisher quien, como Anselm Jappe (2019), denunció que la principal fortaleza del capitalismo reside en su capacidad para atomizar y apropiarse reivindicaciones:

“la desarticulación entre la clase, por un lado, y la raza, el género y la sexualidad, por el otro, ha sido de hecho central para el éxito del proyecto neoliberal, que grotescamente instaló la idea de que el mismo neoliberalismo es una precondición para los logros obtenidos en las luchas antirracistas, antisexistas y antiheterosexistas”. (Fisher, 2019, p. 54).

Consecuentemente, consideramos que la investigación en arquitectura, por la propia dimensión social de la disciplina, debe propiciar conversaciones y experiencias académicas que reaccionen ante el avance de esta guerra cultural en curso “contra las identidades y contra la diversidad que tiene como enemigo cualquier esfuerzo de pedagogía” (Elorduy, 2021). Por ello, este artículo también da cuenta de un proceso de retroalimentación de los resultados de nuestro estudio que ha involucrado a un grupo de estudiantes de Máster de Arquitectura de la Universidad de Alicante, a quienes se invitó a repensar las cartografías que ilustran este documento. Esta compilación gráfica, que adopta subversivamente instrumentos disciplinares propios de la hegemonía masculina, pretende, además, otorgar legibilidad a un esfuerzo compartido.

Ello implica entender la arquitectura como una manera de intervenir en los significados y en los símbolos y, por ende, su ejercicio como una actividad relacionada más “con la construcción de conceptos y de posiciones subjetivas que con la producción de cosas” (Hays, 2010, p. 1). En este sentido, el análisis queer permite contestar la influencia que los constructos socioculturales tienen en la planificación, ejecución y percepción de lo urbano, poniendo de manifiesto cómo su normatividad condiciona la vida de las personas LGBTQ+. Así, como parte de un irrenunciable proyecto de pedagogía queer (Vallerand, 2021), este artículo también pretende contribuir al debate sobre cómo desde la arquitectura y el urbanismo, con nuestras herramientas disciplinares y transdisciplinares, podemos asumir mayores responsabilidades frente a ejercicios cotidianos de desposesión, segregación y violencia LGBTQ-fóbica en un espacio supuestamente común.

Marco teórico: ¿nunca fuimos queer?

Conviene precisar que empleamos el adjetivo “queer” como un término inclusivo y, a la vez, revestido de intención política. Más allá de la orientación sexual e identidad de quienes usan un espacio de manera queer, conformándolo como tal (Chauncey, 1996), este remite a formas de articulación y expresión que escapan de su propia categorización pues, como apunta la elocuente y elusiva disquisición de David Halperin: “queer es, por definición, todo lo que está en desacuerdo con lo normativo, lo legítimo, lo dominante” (1995, p. 62).

En arquitectura, con evidente retraso respecto de otros campos culturales, las aportaciones de la teoría y del activismo queer al entendimiento del espacio y su representación como marcos que intersecan el género y la identidad comenzaron a ser articuladas en los años noventa (Vallerand, 2020). En los estudios disciplinares de planeamiento, esta asimilación ha sido aún más reciente y limitada y, por ello, aunque, en lo que va de siglo, la mayor visibilidad de personas LGBTQ+ en el espacio urbano ha sido paulatinamente aceptada por la sociedad heteronormada, su presencia apenas se tiene en cuenta en los procesos de planificación actuales (Doan, 2015). Ya sea por la falta de compromiso de administraciones y profesionales; ya sea por la naturaleza diversa (OECD, 2019) y ubicación dispersa de estos grupos en la ciudad; o bien porque su condición no normativa todavía está demasiado estereotipada y vinculada a prácticas espaciales, principalmente asociadas al sexo (Hubbard, 2014), que muchos municipios aún se empeñan en erradicar.

Al abordar la agencia de personas, colectivos y comunidades LGBTQ+ en el espacio público desde la arquitectura y el urbanismo, la literatura especializada despliega principalmente cuatro aproximaciones que, con frecuencia, inevitable y fructíferamente, se superponen.

En primer lugar, hay estudios sobre las diferentes políticas de planificación que han obstaculizado o permitido el establecimiento de enclaves LGBTQ+ en la ciudad, los denominados “barrios gais” -la territorialidad y prevalencia de la sigla G son expresivas de la preeminencia de los hombres cisgénero en cualquier cuerpo social-. Conocidos distritos como el Village neoyorquino, Castro, en San Francisco, o Chueca, en Madrid, propiciaron la aparición de espacios seguros de experimentación y afirmación frente a la desorientación provocada por una heterosexualidad impuesta (Ahmed, 2006). En ellos se autoorganizaron redes de activismo y apoyo, cuyos procesos de conformación y resistencia ante presiones políticas, culturales o económicas durante el siglo XX han sido objeto de examen, más por parte de geógrafos (Valentine, 2000), sociólogos (Castells, 1983) e historiadores (D’Emilio, 1983) que de urbanistas. A esta línea de investigación puede adscribirse la preocupación por las necesidades específicas del colectivo (Doan, 2015): viviendas asequibles para jóvenes que huyen de la incomprensión de sus hogares de origen; servicios sociales que garanticen acceso a información laboral y atención sanitaria -crucial en las décadas más trágicas del VIH/Sida-; asistencia a personas mayores sin vínculos familiares; en suma, un entramado de cuidados que aseguren protección contra múltiples formas de discriminación y violencia. Análogamente, la interseccionalidad de la que tampoco escapan estos espacios queer ha alimentado sus propios conflictos. Por ejemplo, los exclusivos vecindarios habitados por hombres gais de clase alta, más proclives a la asimilación cultural, no suelen ser hospitalarios con las lesbianas, quienes tampoco lo son con las personas transgénero (Bell y Valentine, 1995), haciendo patente que, en general, factores como el estatus social y la etnia han redundado en la marginación de los grupos LGBTQ+ más vulnerables: migrantes y mujeres trans racializadas con bajos ingresos (Doan, 2015).

En segundo lugar, otros estudios describen cómo los continuos procesos de reconfiguración capitalista de la ciudad (Harvey, 2008) han transformado estos barrios, contribuyendo a disolver la cultura queer que los originó (Doan y Higgins, 2011). A la expulsión de sus antiguos residentes, incapaces de afrontar las exigencias del mercado, se une el desinterés de las generaciones más jóvenes por estos enclaves. A veces por razones económicas, otras por cambios culturales, como la irrupción de aplicaciones de citas que han producido un “transurbanismo” (Mesa del Castillo y Jaque, 2020) de espacios digitales donde negociar nuevas relaciones sexoafectivas. Mientras, en todo el mundo cierran espacios LGBTQ+ -muchos demolidos para construir lujosas viviendas o centros comerciales- y desaparecen lugares históricos donde antaño pudieron ser performadas algunas utopías queer (Muñoz, 2020), estos dan paso a heterotopías turísticas al servicio de una nueva normatividad. El espacio urbano queer se ha convertido no solo en el territorio de viejas aspiraciones purificadoras (Sennett, 2001) -ahora actualizadas bajo el subterfugio neoliberal de la diversidad-, sino también en el escenario mediático donde se publicita “una oferta de mercancías que diseñan de antemano los modos personales de ser y los mecanismos públicos de estar en la ciudad” (Perán, 2008, p. 177). El debate académico sobre la necesidad de conocer y preservar estos lugares (Campkin y Marshall, 2016) muestra que la clausura, sustitución y gentrificación de espacios queer constituyen una nueva forma de desposesión (Butler y Athanasiou, 2013). El tejido de subjetividad queer -recordémoslo, una identidad sin esencia (Halperin, 1995)- está íntimamente ligado a la gestión de la pérdida y al apego que crean las relaciones con quienes se aprende a resistir al rechazo y la humillación. Confrontar la desposesión, pues, “nos involucra en un proceso psicológico y social de construcción colectiva” para llegar a ser con, lo cual requiere “una protección activa del lugar propio ante el acecho continuo de las realidades políticas, económicas y sociales del desalojo” (Campkin y Hunt, 2018, p. 247).

En tercer lugar, deben referirse investigaciones que se han aproximado a lo queer desde modos informales de oponerse al desalojo del espacio urbano, que es físico, pero también cultural y simbólico (Ingram et al., 1997). Frente a la exclusión y el miedo que tratan de neutralizar la subjetividad individual, negar determinados cuerpos o aniquilar el placer, el deseo y los afectos disidentes en la ciudad formal, la resistencia queer ha desplegado micropolíticas subversivas con las lógicas del espacio planificado. La apropiación de territorios liminares (parques, baños públicos, muelles y otras áreas al margen de la sociedad normada), la recodificación de las gramáticas y los mitos que exigen obediencia social a través de la arquitectura y del urbanismo mayores (Stoner, 2018), o la desestabilización de sus convenciones mediante usos “ambivalentes, abiertos, permeables, autocríticos o irónicos y efímeros” (Betsky, 1997, p. 18), han sido formas persistentes de emergencia -en todos los sentidos de la palabra- del espacio queer. Ello ha forjado un corpus literario integrado por propuestas, de nuevo, casi siempre más próximas a la geografía, la antropología o la exploración artística y los archivos menores que al urbanismo. Por ejemplo, en el contexto español (Pérez, 2010), las investigaciones procedentes de la historia del arte o los estudios culturales (Aliaga y Cortés, 2000; Cortés, 2006) fueron pioneras en su búsqueda de prácticas que perturbasen las estructuras y sentidos espaciales de la modernidad. No obstante, en este espacio diseñado verticalmente para la vigilancia constante de todo aquello que suscite conflicto y comprometa la integridad y homogeneidad de su función -bien sea esta una urbanización de alto standing o un barrio gay-, es decir, en este espacio aseado donde el capital exige seguridad y previsibilidad, sería ingenuo apelar solo a la expresión de la diferencia para camuflar una cuestión que, en realidad, es pura ideología de clase. En efecto, el espacio urbano legible y disciplinado “no es tanto el proscenio de la puesta en escena de las diferencias como el de la puesta en escena de las desigualdades” (Delgado, 2015, p. 67).

Finalmente, otras propuestas contemporáneas abogan por ir más allá de lo queer y desbordar los límites de la epistemología política del cuerpo de la que derivan “los distintos tipos de jaulas en las que los humanos se encierran a sí mismos” (Preciado, 2020, p. 57). Esto supone desmontar el régimen de la diferencia desde posiciones discursivas orientadas hacia un campo ontológico sin demarcaciones claras entre lo humano y lo no humano (Giráldez e Ibáñez, 2018). Próximos a un ambientalismo queer que abraza la ecología política (Bennett, 2010) y también a la especulación ecofeminista -que, lejos de reivindicar supuestas excepcionalidades, muestra en positivo toda la efectividad y afectividad de operar creativamente desde la simbiosis (Margulis, 2002)-, estos nuevos estudios (Mortimer-Sandilands y Erickson, 2010) buscan ampliar la crítica del binarismo (que ha estructurado las categorías de la sexualidad y el género) a la distinción entre los mundos natural y no natural. En esta línea, los análisis como el de Seymour (2013) exponen, igualmente en clave interseccional, cómo el sexismo, la LGBTQ-fobia, el racismo, la xenofobia, el clasismo y el especismo se retroalimentan con visiones dominantes de la naturaleza que justifican su explotación. Tales propuestas abogan por una nueva ética queer que abrace las urgencias ecológicas actuales y una renovada responsabilidad ambiental en sintonía con sensibilidades caleidoscópicas. Así, frente a cualquier delirio identitario, comprender que toda agencia es resultado de configuraciones de fuerzas humanas y no humanas mediadas por prácticas tentaculares y, en definitiva, asumir que somos compost (Haraway, 2020), podría estimular el cultivo de subjetividades, ensamblajes y políticas queer ecológicamente más consistentes.

Propuesta y controversias metodológicas

Dado que nuestro objetivo es evidenciar desde el análisis interseccional las desigualdades y ejes de opresión sobre las personas queer en el litoral alicantino, primeramente, trataremos de desvelar cuáles son las políticas de exclusión/inclusión que atraviesan tres de sus comarcas costeras: Marina Baja, Alacantí y Bajo Segura (Figura 1). La metodología empleada para alcanzar este propósito parte de determinar qué lugares reúnen concentraciones notorias de personas LGBTQ+ y/o dónde estos grupos cobran verdadera agencia. Tal examen se sustenta, a su vez, en dos premisas: el vínculo con actividades turísticas -motor económico de la región- y la conformación de una muestra significativa de distintos niveles de renta para abordar su estudio desde el vector clase. Ello ha dado como resultado una selección de siete localizaciones repartidas en cinco municipios: Altea, Benidorm, Alicante, Guardamar del Segura y Torrevieja. Una vez determinados los parámetros cuantitativos del análisis, así como las principales condiciones de la geografía física y cultural de cada enclave (detallados en las fichas-resumen que ilustran cada caso) se discute cómo estudiar cualitativamente estos espacios queer a través de una necesaria fricción discente, docente e investigadora.

Así, desde el compromiso con pedagogías críticas que neutralicen el avance de discursos excluyentes, la metodología misma y no únicamente los resultados obtenidos son el objeto de esta investigación. Es decir, qué mirar, pero, sobre todo, cómo hacerlo.

Fuente: elaboración propia.

Figura 1 Mapa de la costa alicantina con los siete enclaves estudiados. 

Por una parte, porque abordar este examen en compañía de estudiantes de posgrado no solo implica plantear un nuevo enfoque hacia el entorno próximo, sino también reflexionar sobre otras formas de enseñar, aprender, producir y compartir conocimiento en arquitectura y urbanismo. Por ejemplo, la operación de dar visibilidad a la precariedad que subyace tras determinados usos del espacio queer puede tornarse problemática cuando se trata de ocupaciones cuya delicada subsistencia depende de su clandestinidad. Entre las primeras cartografías de disidencia sexoafectiva elaboradas en España, Post-it City ya señalaba la obligación de analizar las subjetividades rebeldes y sus prácticas instituyentes de imaginarios alternativos al espacio instituido como expresión de vulnerabilidad, advirtiendo sobre la peligrosa identificación entre libertad y marginalidad (Perán, 2008).

Por otra parte, porque más allá de recopilar datos, rastrear y armar estadísticas, incorporar información procedente de medios diversos, desde GIS a redes sociales (Foursquare, Instagram), aplicaciones de citas (Grindr) o webs que geolocalizan lugares para tener sexo (mispicaderos.com), se pretende estimular abordajes cualitativos (Bogdan y Taylor, 1994), basados en historias de vida y aproximaciones sensibles, registrar conversaciones y fomentar el intercambio sin generar relaciones de otredad, sino de alteridad y empatía. Para ello ha sido fundamental indagar en el método biográfico, salir al encuentro de colectivos y asociaciones vecinales, establecer complicidades y poner a su disposición nuestro trabajo.

No todos los casos aportados son igualmente exitosos en términos de lograr descripciones precisas de la realidad propias de un legado moderno de autonomía disciplinar, pero justamente de eso trata esta experiencia. Se proponen investigaciones dinámicas que tensionen tanto fronteras metodológicas como conceptos, herramientas y procedimientos y, por supuesto, la objetividad misma del análisis (Geertz, 2003). Todas estas estrategias remiten a una pedagogía queer del espacio que parte de la aceptación del fracaso (Halberstam, 2011) y de los límites del diseño de cualquier estudio, pero, sobre todo, de aproximaciones basadas en un sentido ecológico, es decir, en prescindir de funciones y roles fijos (Stengers, 2005) -por ejemplo, observador, observado-, para abrirse a posibles inestabilidades.

Y, por supuesto, más que los a priori metodológicos, nuestra principal preocupación han sido los prejuicios sociales, culturales y, especialmente, los estigmas que pesan sobre el colectivo LGBTQ+. Por ello, en el siguiente apartado, el estudio de los territorios del cruising, de larga tradición autoetnográfica (Guasch, 1991), reviste un inusitado interés, pues moviliza todas estas condiciones. Por un lado, permite debatir sobre los prejuicios del sexo en público. Como argumentan Berlant y Warner (2013), la heteronormatividad dominante ha vinculado el sexo a la intimidad, hasta el punto de imponer como civilizados una serie de protocolos legales, políticas y discursos morales que supeditan su práctica al control del deseo y la secreción. La (contra)cultura queer también nos enseña que es posible subvertir el modelo hegemónico capitalista a través de prácticas sexuales que ocurren de manera disruptiva en el espacio público para cuestionar estructuras e instituciones sancionadas socialmente como la propiedad, la domesticidad o la familia. Por otro, porque sus habituales geografías, entornos postnaturales atravesados por múltiples agencias humanas y no humanas, abren ámbitos de posibilidad ecológica donde convergen cuerpos, animalidades, servidores informáticos, climas, paisajes, estéticas y tecnologías del yo.

Por tanto, comenzar a entender el espacio urbano y sus rituales como elementos de validación epistemológica de categorías como el género, la procedencia o la identidad va más allá de constituir un archivo de lugares o de mapear espacios queer, tiene que ver con adquirir un discurso propio, representarlo y comunicarlo para comprender los modos a través de los cuales una descripción en apariencia objetiva fabrica subjetividad. Así, más allá de sexografías (Caters y Ferré, 2016), las cartografías queer (Preciado, 2008) están definidas por vínculos tan políticos como sensibles entre paisaje y tiempo, topografía y emoción, conocimiento y comportamiento. Son, asimismo, resultado de un trabajo de campo que acorta las distancias entre el territorio y el cuerpo, la especulación y el deseo.

Resultados y discusión

Este apartado no pretende aportar un análisis pormenorizado de los enclaves seleccionados, sino marcos de interpretación donde inscribir la superposición de desigualdades que atenazan a sus colectivos LGBTQ+. Como trataremos de demostrar, en el siguiente recorrido por el litoral alicantino de norte a sur, desde Altea a Torrevieja, dos ciudades separadas apenas por 100 km, las distancias son mucho más insalvables en términos de acceso a oportunidades, recursos y lugares. En la primera, desde el paisaje, que se modela con las identidades, pasando por las arquitecturas que lo construyen a la carta, son commodities para sus habitantes; en la última, en cambio, devienen prisiones que someten la subjetividad y condenan al ostracismo y la desesperanza.

Altea Queer Sprawl

Entre las poblaciones de Altea y Calpe se extiende la sierra de Bernia, una formación caliza de singular belleza paisajística. Desde los años setenta, sus laderas han sufrido una gran presión urbanizadora, espoleada por la ambición de apropiarse de las impresionantes panorámicas de la bahía de Altea. La benignidad del clima sedujo a familias procedentes tanto de países europeos como de sus antiguas colonias africanas. Los nuevos terratenientes no solo trajeron sus modos de vida ensimismados e impermeables a la cultura local, sino también divisas y un afán de lucro que convirtió a muchos en promotores inmobiliarios. Estos edificaron diversos complejos residenciales que apostaron por modelos importados de baja densidad como el sprawl y el resort town de inspiración californiana.

Entre ellos destaca Altea Hills, una exclusiva urbanización habitada por expatriados de nacionalidades rusa, alemana, belga o británica. A esta última pertenece la mayoría de sus propietarios gais. Su perfil responde tanto a un elevado nivel de renta como a una condición de homogeneidad sociocultural que vincula familias normativas y no normativas a través de una voluntad compartida de anonimato.

El complejo toma posesión del espacio público a través de un perímetro y un acceso vigilados que dificultan su uso por parte de cualquier persona que se considere ajena al lugar. A ello contribuyen decisiones de planeamiento, como la falta de aceras o la imposibilidad de estacionar vehículos en la calle. También son recurrentes los elementos arquitectónicos, como muros y filtros de vegetación, que segregan el espacio (Figura 2).

Los pueblos colindantes mantienen con esta urbanización una reconocible relación de dependencia. Transformados en pintorescas escenografías mediterráneas, aseguran el ocio a los moradores de las colinas, al tiempo que les proporcionan el personal de seguridad, mantenimiento y entretenimiento privados que sostienen la economía local.

Altea Hills es un epítome de prerrogativas individuales. Sus lujosas viviendas se articulan desde la premisa de ver sin ser visto. Impenetrables a cualquier escrutinio, no son meras tribunas que acomodan la visión del espectador, sino plataformas donde la identidad oculta de sus habitantes se espacializa a través de la mirada mediante un régimen psicológico-espacial de control visual legible en términos de poder (Parra-Martínez et al., 2020). Históricamente, la arquitectura ha contribuido tanto a invisibilizar y reprimir modos de vida no convencionales como, por el contrario, a representar y empoderar a individuos queer. Ello ha dependido del estatus socioeconómico que ha permitido a una elite servirse de ella como tecnología de narración, mediación y passing. En Altea, el diseño de las viviendas como aparatos de disimulación o estimulación escópica, corrobora cómo la clase unifica subjetividades a través de costosos dispositivos arquitectónicos que protegen y proporcionan a sus usuarios puntos de vista tan privilegiados como ellos.

Fuente: elaboración propia.

Figura 2 Ficha-resumen: territorio y territorialidad en Altea Hills. 

Benidorm Suites

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2019 Benidorm recibió 16,2 millones de turistas, siendo el cuarto municipio español en número de pernoctaciones y el primer destino vacacional de la Península Ibérica (“Benidorm se mantiene”, 2020). El secreto del éxito de esta antigua población agrícola y pesquera, devenido en un auténtico Manhattan mediterráneo, es conocido: la suavidad y estabilidad de su microclima y una oferta para todos los gustos, rangos de edad y procedencia geográfica: jóvenes, familias y jubilados que alternan su presencia estacionalmente. Denostado y admirado a partes iguales por acoger un turismo que responde a los estereotipos de sol, playa y borrachera, ha sido también elogiado por su voluntad democratizadora y rapidez de adaptación a la demanda de visitantes de menor capacidad adquisitiva.

Durante los años del desarrollismo franquista, la rentabilidad guio las principales decisiones urbanísticas que definieron la fisonomía y el carácter de esta ciudad pionera en turismo de masas: desde la libertad para construir en altura a la prevalencia de la economía sobre la moral católica de la dictadura, que autorizó el bikini y miró para otro lado ante la llegada de veraneantes gais desde las islas británicas. Estos acomodaron su ocio nocturno no normativo en el casco histórico de Benidorm, que mutó hasta convertirse en un bullicioso gayborhood.

Desde la apertura del primer local de ambiente, en 1962, han proliferado decenas de bares, hoteles, tiendas, saunas y otros negocios, en su mayoría regentados por empresarios ingleses, orientados a un público queer extranjero, de mediana edad y alto nivel de renta. Llamativamente, el crecimiento exponencial de aplicaciones de contactos LGBTQ+ basadas en geolocalización apenas ha afectado a este barrio gay, que casi no ha sufrido transformaciones significativas en los últimos veinte años. Si bien, la masculinización y los elevados precios de estos establecimientos no integran a otros miembros del colectivo, como tampoco a los residentes LGBTQ+ de Benidorm que, como lamenta su principal asociación, ALGBT, ya no frecuentan la zona (Figura 3).

Con una estancia media de 5,3 días, lo transitorio de la experiencia física de la ciudad para sus usuarios motiva que este espacio urbano opere como una interfaz destinada a estimular a su población flotante. El análisis del barrio detalla cómo los establecimientos aprovechan la morfología urbana de este antiguo asentamiento de pescadores y las estrechas crujías de sus tipologías tradicionales de vivienda para permitir una de las dinámicas sociales más habituales en este tipo de lugares: suscitar deseo. Calles angostas y rasantes irregulares favorecen la opacidad de locales pequeños y acogedores que invitan a acceder reservadamente a su interior mientras ofrecen estudiadas oportunidades para el deleite voyeur. La discreción exigida antaño a las personas queer y los cambios legislativos que han traído derechos y libertades al colectivo explican el constante rediseño de sus fachadas como dispositivos de mediación, evolucionando desde la ocultación y el disimulo a, más recientemente, el reclamo explícito.

Fuente: elaboración propia.

Figura 3 Ficha-resumen: bazares del deseo gay, Benidorm. 

Trash Tardeo

Desde 2008, el fenómeno del tardeo ha tomado los alrededores del Mercado Central de Alicante. Allí abrieron pubs y discotecas que replican la experiencia del ocio nocturno en horario vespertino. El interés del Ayuntamiento por asegurar la liquidez de sus arcas motivó la desregularización del entorno peatonal de la calle Castaños, donde ha proliferado un nuevo ecosistema urbano de terrazas y veladores.

La cartografía de usos temporales en el tramo central de dicha calle revela que, con casi 50 carpas pertenecientes a los locales de restauración y copas existentes, cada sábado por la tarde la zona se transforma en un hervidero de individuos jóvenes y de mediana edad, en pareja o en grupos de amigos, mayoritariamente heteronormativos de economías desahogadas, que toman la vía pública para festejar o ligar, generalmente a costa de impedir el disfrute del lugar a personas de otros rangos de edad y capacidades, como la infancia y la senectud.

Los diez metros de sección de calle están salpicados de dispositivos móviles que facilitan la contemplación de esta nueva escenografía urbana desde un espacio confortable. Amplias sombrillas, mesas y sillas, además de estufas portátiles durante el invierno, son los elementos constitutivos de estos veladores que, como si reprodujesen las políticas de un centro comercial, aíslan al tardeante en un espacio cuya función es triple: acondicionar térmicamente un exterior, camuflar mientras se observa a otros sujetos y, finalmente, evitar la relación con los habitantes del barrio.

Son numerosos los conflictos que esta ocupación transitoria del espacio público ocasiona: el ruido que impide el descanso vecinal, la expulsión de las personas que no consumen ese tipo de ocio, o el cierre de otros bares tradicionalmente LGBTQ+ ante la presión de negocios más rentables y atractivos a esta nueva clientela. A ello se añade la generación de un área de afección en el entorno de las calles contiguas, perturbadas por los residuos de la fiesta, que quedan fuera de la vista de quienes se exhiben en el escaparate de normatividad en el que, cada fin de semana, se metamorfosea la calle Castaños.

Fuente: elaboración propia.

Figura 4 Ficha-resumen: anatomía del tardeo, Alicante. 

Además del análisis de impacto económico, estudios de capilaridad del uso de calles adyacentes, diagramas de actividad en redes sociales, encuestas y entrevistas a trabajadores del sector, conviene mencionar algunas acciones artísticas concebidas por estudiantes de Arquitectura en colaboración con un colectivo multidisciplinar vinculado a las artes escénicas y al centro cultural Las Cigarreras. Por ejemplo, en su performance Si los peces hablaran del tardeo (2018), una decena de personas vestidas de colores llamativos irrumpía en la calle Castaños simulando un banco de peces para llamar la atención sobre lo incómodo de su presencia entre la uniformidad imperante. Al mismo tiempo, reivindicaban la conversión de un acuario próximo, tras su polémico desmantelamiento, en un “centro de reinterpretación del tardeo” donde debatir sobre cómo la vida pública se (de)construye a golpe de intereses privados (Figura 4).

Topografías disidentes

El centro de Alicante está organizado alrededor de dos elevaciones montañosas: el Benacantil, en cuya cima se sitúa el castillo de Santa Bárbara, y el Tossal, coronado por la fortaleza de San Fernando. Este último, con 87 metros de altura, permite disfrutar de excelentes vistas de la ciudad. El éxito de su reforestación de principios del siglo XX lo convirtió en una zona de esparcimiento ciudadano. Diversos equipamientos más recientes han redundado en el carácter de este monte como espacio popular de convivencia. En sus faldas se entrelazan plazas de juegos infantiles, áreas de picnic, pistas deportivas, un skatepark y canchas de bailes urbanos que, en un sutil diálogo entre lo formal y lo informal, propician el encuentro entre grupos de diversas edades, procedencia e identidad para reafirmarse en el ejercicio de sus libertades públicas.

Por su condición periurbana y dificultad de acceso, es objeto de menor control y vigilancia institucional, permitiendo así la aparición de usos disidentes a las jerarquías materiales e inmateriales del espacio planificado. Su estudio se ha acometido desde el registro etnográfico de diversas prácticas que revelan la coexistencia del cruising gay -en el pinar próximo al estadio- con picaderos heterosexuales. A pesar de que, objetivamente, el Tossal no sea escenario de más conflictos, robos o sucesos violentos que otros barrios de Alicante y, a pesar de la sensación de seguridad que tienen sus usuarios, lo apartado del lugar, su escasa iluminación y comprometida accesibilidad -incompatibles con cualquiera de las relamidas checklists de los manuales de diseño urbano con perspectiva de género españoles- hacen que este parque sea percibido como un espacio inseguro por el resto de la ciudadanía (Figura 5).

Fuente: elaboración propia.

Figura 5 Ficha-resumen: estratos y pliegues del monte Tossal, Alicante. 

Sin embargo, es un hecho que el aumento de la intolerancia en los últimos años ha perturbado el equilibrio de este tercer paisaje (Clément, 2004) con agresiones y batidas homófobas, incitadas y coordinadas desde redes sociales (Burgos, 2021).

“Logísticas” Drag

Tener “pluma”, es decir, “afeminamiento en el habla o los gestos de un varón”, según define el Diccionario de la Lengua Española, recogiendo el prejuicio social hacia la feminidad inherente al paradigma cisheteropatriarcal, es una causa visible de discriminación. Constituye otra forma de subordinación a la masculinidad como factor formativo de desigualdades sociales (Connell, 2005). Ello conlleva, por ejemplo, que, en el ámbito laboral, todavía se acepte que los hombres con pluma tengan mayores dificultades para acceder a puestos de responsabilidad, una preocupación asumida muchas veces por la propia comunidad LGBTQ+ en forma de homofobia interiorizada.

Frente a esta construcción performativa de identidades que se reafirman en una masculinidad hegemónica (Baker y Balirano, 2019), la cultura drag ha actuado siempre como un elemento desestabilizador de los modos más tóxicos de producción de subjetividad y de “tiranía de género” (Doan, 2010).

A través de la sátira y la exageración paródica de códigos asociados al género heredadas del teatro burlesque (o travesti), desde la extravaganza victoriana al cabaret berlinés, lo drag ha escapado históricamente de la rigidez impuesta por la dicotomía hombre-mujer. Por ello, en la era pre-Stonewall, los shows drag se popularizaron en bares gais de capitales como Londres, San Francisco, Nueva York e, incluso, clandestinamente, en el Madrid o la Barcelona franquistas. Aunque, más allá del entretenimiento, el drag es arte y, sobre todo, política. En sus performances, travestis y artistas drag interpelan al público desde el humor y la crítica; trasgreden los imperativos de la normatividad con conductas erotizadas y deseos espectacularizados que no distinguen entre lo gay y lo hetero, lo masculino y lo femenino. No obstante, ello exige invertir denodados esfuerzos profesionales y personales en una práctica que, abusándose de su vocación, habitualmente está mal retribuida. Asimismo, deben afrontar desafíos como la incomprensión familiar, la marginación por parte del colectivo LGBTQ+ e, incluso, múltiples formas de laceración homófoba y tránsfoba. Pero las drag queens, como los personajes que crean, son seres resilientes, forjadas a sí mismas con grandes dosis de empatía y superación.

A pesar de la proliferación de concursos televisivos, como RuPaul’s Drag Race, que han tratado de convertir esta subcultura en un fenómeno de masas, sus actuaciones en vivo todavía permanecen relegadas a los márgenes de la sociedad heteronormada. Este sería el caso de la escena drag alicantina que, asociada a la noche LGBTQ+, se concentra en cuatro establecimientos: La Cúpula Azul, La Casa delle Follie, Canibal Lounge Pub y Exit Club, todos ellos en el borde portuario de la ciudad como marco de su ocio nocturno (Figura 6).

En Alicante, las drags conviven con la comunidad transgénero, dos colectivos sumamente vulnerables y discriminados laboralmente, condenados a simultanear trabajos precarios. Por esta razón, la propuesta de una cartografía drag fue objeto de controversia y negociación con nuestro alumnado. La misma palabra “logísticas”, escogida para designar el modo de aproximarnos a realidades que se construyen desde lo fluido y lo no reglado, fue cuestionada vehementemente en el aula, de ahí su entrecomillado. Pero la implementación de una pedagogía queer permite repensar las herramientas conceptuales y metodológicas con las cuales entablar una conversación académica con identidades que se han construido desde la pérdida, el fracaso y el olvido. Dado que las formas de aproximarnos importan, la representación de la disidencia, por tanto, no podía ser entendida como un dispositivo de narración de cuerpos, espacios y dinámicas desde una posición de privilegio como la que ocupamos nosotros desde la institución universitaria. En consecuencia, no conformándonos con entrevistar y entender a las personas que hacen drag en Alicante, este estudio se puso a su disposición y, dado que lo que reclamaban era visibilidad para que se valore su trabajo, ofreciéndoles la confección de un directorio que, a su vez, volviese relevantes herramientas disciplinares como la cartografía y el diseño gráfico.

Fuente: elaboración propia.

Figura 6 Ficha-resumen: espacios de la escena drag alicantina. 

Postnatural Cruising

A finales del siglo XIX, las dunas de la playa de Guardamar amenazaban viviendas y cultivos hasta que un prometeico esfuerzo de reforestación, inspirado en métodos franceses, detuvo el avance de la arena. La plantación de más de 650.000 pinos, eucaliptos, palmeras y arbustos produjo un paisaje inventado de dunas fijas, sendas y reservorios vegetales que, pese a su condición postnatural, parece haber estado siempre allí. El diseño de este frente marítimo conforma un lugar idóneo para el encuentro de especies migratorias y, también, de hombres cisgénero gais, de entre 30 y 60 años, que practican el cruising aprovechando las condiciones de privacidad o de exposición que permiten el pinar y el nuevo relieve dunar. En este caso, la investigación desplegó diversos formatos y escalas de análisis.

Primeramente, se creó un diagrama cronológico de agencias, eventos y protocolos que han definido o condicionado el entorno actual como la interrelación de cuatro ecologías: los humedales donde anidan colonias de aves; las actividades turísticas, como el camping de la playa; el ecosistema fluvial tensionado por el desarrollo agrícola en la desembocadura del río Segura; y, finalmente, las topografías artificiales y pactos no escritos que sostienen el cruising como práctica autorregulada.

En segundo lugar, se elaboraron tres cartografías. Una, denominada L, relaciona los principales sistemas postnaturales, como las lagunas o la huerta, con el impacto de las infraestructuras y actividades humanas sobre la biología del territorio. Otra, llamada M (Figura 7), explica el lugar desde sus condiciones de accesibilidad, vegetación o visibilidad en el entorno del cruising. Por último, S es una cartografía sensible, un registro fotográfico y audiovisual, a modo de documental, que se nutre de las anteriores, al tiempo que moviliza las interacciones online del urbanismo “transmaterial” (Jaque, 2017): sitios webs, blogs, foros y aplicaciones de citas que localizan, dan cuenta o facilitan el cruising en Guardamar. Estos canales han posibilitado el diálogo con diferentes perfiles de usuarios cuyo anonimato se hubiera visto comprometido in situ.

Fuente: elaboración propia.

Figura 7 Ficha-resumen: ecosistemas postnaturales, Guardamar. 

Simultáneamente, el trabajo de campo ensayó herramientas alternativas y aproximaciones cualitativas con objeto de comprender a otros individuos en su marco de referencia. El aprendizaje de códigos analógicos presentes en el lugar, como marcas en los árboles o la disposición de las toallas, arrojó datos con los que no habría sido posible contar sin adentrarse en el laberinto sensorial de las dunas. Ello permitió contrastar relatos con experiencias personales y no pocas controversias. Entre ellas las que levantan quienes disienten del uso de tecnologías digitales como mediación en el encuentro de cuerpos y subjetividades. En efecto, el cruising suscita más preguntas que respuestas sobre su realidad política: ¿es una práctica inclusiva o excluyente con otros sujetos, como las mujeres lesbianas, y otras formas de desobediencia sexoafectiva o de género? ¿necesita ser realmente intervenido o protegido, al menos desde el esfuerzo de no legislar en su contra?

Torrevieja Chavs

La industria salinera de Torrevieja ha conformado un singular paisaje donde destacan dos lagunas artificiales: la de la Mata, al norte, que permite calentar el agua y salvar la producción de la escorrentía de lluvias torrenciales; y, por el sur, la de Torrevieja, una hipnótica laguna rosa donde se extrae la sal. A mediados del siglo XX, el turismo modeló también este humedal costero, que mantuvo un relativo equilibrio con otras actividades, como la agricultura y la pesca, hasta los años ochenta. Entonces, un exitoso concurso televisivo, Un, dos, tres, cuyo premio más codiciado era un apartamento en ese paraje torrevejense, puso al municipio en el mapa y en el imaginario colectivo de las clases populares. Sin embargo, cuarenta años y varias crisis económicas, ambientales y sanitarias después, aquel postmoderno objeto de deseo es un Salton Sea a la mediterránea, un epítome del kitsch y la decadencia que encabeza desde hace tiempo el ranking de los municipios más pobres e inseguros de España.

A diferencia de Benidorm, enfocado al turismo hotelero, Torrevieja apostó por visitantes de larga estancia y el establecimiento permanente de residentes extranjeros. La mayoría son trabajadores británicos de rentas bajas, chavs, que capitalizaron su pensión para adquirir una vivienda y ahora subsisten sin apenas medios en el entorno de las salinas (Figura 8). El planeamiento disperso del barrio de Torreta y la ausencia de equipamientos, unido al deterioro físico e institucional del espacio público, dificultan su interacción social. Para muchos habitantes, personas mayores, y especialmente para individuos LGBTQ+ sin descendencia o con lazos familiares rotos en su país, la arquitectura y el diseño urbano no solo obstaculizan la construcción y el sostenimiento de redes de cuidados, sino que recrudecen el aislamiento, por lo que muchos de ellos acaban falleciendo en una soledad no deseada.

Fuente: elaboración propia.

Figura 8 Ficha-resumen: deterioro de la laguna rosa, Torrevieja. 

Conclusiones

La comparativa de los casos de estudio que abren y cierran esta muestra evidencia cómo el vector clase atraviesa todos los enclaves examinados. El hecho diferencial que determina sus ejes y políticas de exclusión/inclusión no es tanto una función de la orientación sexoafectiva como de la acumulación de distintos estados de capital (económico, cultural, social y simbólico) (Bourdieu, 2011). Ello ha favorecido que, históricamente, los hombres gais blancos y acomodados hayan podido servirse del colchón que ofrecen el dinero, la educación, el apellido y las relaciones sociales para habitar e influir en los distintos mundos donde han podido desplegar varias vidas simultáneamente.

Reconocer esta circunstancia ayuda a repensar y priorizar esfuerzos en la lucha contra la matriz sexista, racista y colonialista que se anuda en la nostalgia del autoritarismo político que está permeando en todas las capas de la sociedad: bien se trate de discursos que atacan la diferencia y el derecho a la ciudad, como de alegatos que cuestionan el bienestar de las personas LGBTQ+ y comprometen su salud emocional, algunos tratando de anular infancias queer a golpe de pin parental, y otros, que yendo más allá, arremeten contra la integridad de los cuerpos o arrebatan vidas como la de Samuel.

Diana Granados y Nuria Alabao han desentrañado este acoplamiento entre fuerzas neoliberales y actores neoconservadores que, en todo el mundo, busca socavar la democracia y los avances sociales que puedan afectar su statu quo. Como alertan ambas investigadoras, esta agenda regresiva está logrando imponer perversamente “sus estrategias a través de la ‘exacerbación de pánicos morales’ y la construcción de enemigos: las personas migrantes, las feministas, las luchas LGTBQ+” (Granados y Alabao, 2021, pp. 14-15). En este sentido, como la pretensión de este régimen necropolítico de formas capitalistas y patriarcales es aislar las luchas de quienes son aceleradamente empobrecidos y avasallados, es urgente rebatir a una facción del feminismo que, apoyada incluso por ciertos sectores de la izquierda, niega derechos a las mujeres trans y a personas con identidades de género y orientaciones sexoafectivas diversas (Granados y Alabao, 2021). Así, mientras se recrudecen posiciones, a uno y otro lado del espectro político, conviene recordar a este “feminismo amnésico”, atrapado en la tiranía de la identidad, quiénes son las nuevas sufragistas del siglo XXI (Preciado, 2019) y forjar con estas otras “vidas desperdiciadas” (Bauman, 2013) alianzas desde las que resistir al fortalecimiento de la normalización y la desposesión.

En esta apuesta por la solidaridad entre causas pueden mencionarse las aportaciones procedentes del “feminismo queer” (Marinucci, 2016). Este aúna las conexiones implícitas entre la cuarta ola del feminismo y el pensamiento queer que, lejos de ser un caballo de Troya para el anterior, permite actualizar propuestas teóricas y prácticas con las que combatir movimientos e ideologías involutivas. Al igual que los ejes de opresión no se superponen linealmente, sino que, en su interseccionalidad, amplifican formas inexorables y, a veces, insoportables, de sumisión, todos los modos de resistencia que hemos inventado están llamados a sumar: no pueden ser exclusivos ni excluyentes. Así lo reclamaba la recientemente desaparecida bell hooks (2017) cuando argumentaba apasionadamente que los saberes y los logros del feminismo están ahí para ser compartidos y apropiados.

Lo mismo ocurre con las pedagogías queer, que también pueden ser una herramienta de emancipación para todo el mundo: porque desvelan capas de la experiencia, porque su potencial estriba en tejer relaciones y redes de afectos y, sobre todo, porque se esfuerzan en no perder la oportunidad de ver y ofrecer oportunidades. Enseñar a investigar y a proyectar nuestros entornos con una lente queer implica multiplicar y cambiar puntos de vista, abrir la disciplina a realidades poliédricas y pensar cómo nuestras propias vidas pueden informar y transformar cualquier propuesta (Vallerand, 2021). Y aunque, a pesar de la importancia de lo que está en juego, no haya garantía de éxito -mucho menos de un final social o ecológicamente feliz, como nos recuerda Donna Haraway (2020)-, si, por pura supervivencia, queremos alcanzar unos consensos básicos con los que aprender a convivir, es imprescindible que entendamos que la cultura es lo dado y la naturaleza (Jarman, 2019), todas las naturalezas, lo que, con esfuerzo, debemos cultivar.

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Este estudio forma parte del proyecto de investigación “Miradas Situadas: Arquitectura de Mujer en España desde Perspectivas Periféricas, 1978-2008” (AICO/2021/163), financiado por la Generalitat Valenciana (2021-2023). Asimismo, se ha beneficiado de una beca de colaboración a la investigación del Ministerio de Educación del Gobierno de España (21CO1/013545), concedida al estudiante de postgrado de la Universidad de Alicante Sixto Nieto-Fuentes, responsable de la edición gráfica de las cartografías que ilustran el artículo.

Recibido: 12 de Diciembre de 2021; Aprobado: 06 de Abril de 2022

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