Álvaro Pombo
Santander, 1936
Anagrama
328 páginas
POR CRISTINA GUTIÉRREZ VALENCIA

Al ver el título de la nueva novela de Álvaro Pombo, Santander, 1936, y observar en la contracubierta que el protagonista es Álvaro Pombo Caller, tío carnal del novelista, nos preguntamos si con ese cronotopo y esas piezas en el tablero, entre la realidad y el realismo, la novela se acercará más, dentro de los dos grandes polos que vienen marcando la narrativa española en las últimas décadas, a la -bendita… o maldita- novela sobre la Guerra Civil, o a la autoficción sobre la memoria familiar. Lo cierto es que tras su lectura es difícil dirimir la cuestión, por un lado porque temporalmente la obra se centra en los años y meses previos a la guerra, en esa época prebélica de escalada de tensión, aunque se interne finalmente casi sin darnos cuenta en el periodo de confrontación directa; por otro, porque Álvaro Pombo sabe ir por libre y se aleja de las aproximaciones al pasado familiar desde el yo, centrándose en la indagación psicológica y las relaciones establecidas entre sus personajes, que bien podrían ser, si no conociéramos su parentesco, ficcionales, y no recreaciones de su familia.

Álvaro Pombo Caller es en la novela, pese a las reticencias del joven y a su vigor físico, Alvarín o Alvarito; esto provoca algunas rimas discutibles, como en «Al final le pareció a Alvarín que el llanto sin llanto de su amigo tenía principio pero no tenía fin. Como un tornillo sin fin». Tras volver de estudiar un tiempo en Francia, donde era aún apolítico y solo se interesaba por el boxeo y otros deportes, se inscribe en Falange Española, que le proporciona el sentido de pertenencia que su familia, con la separación de sus padres y el distanciamiento con su hermano, no le puede dar, y colma el idealismo y las aspiraciones espirituales, aunque laicas, del carácter melancólico del chico. Con su madre, Ana Caller Donesteve, o Ana de Pombo, tratando de triunfar en la moda parisina, caracterizada en sus cartas por un afán de notoriedad que torna la figura materna en caricatura, el joven falangista establece una relación especial con su padre enfermo, Cayo Pombo Ybarra, hombre de la alta burguesía santanderina algo venida a menos pero republicano de izquierdas, y especialmente azañista. Las ideas políticas contrapuestas de padre e hijo, lejos de separarlos, conducen a una dialéctica que es la central en la novela: las conversaciones y cartas paternofiliales son el eje sentimental y político de la obra, muestran la lucidez de un narrador con clase (y de clase), pero a la vez resultan poco verosímiles, por un intimismo que raya lo cursi, siempre a corazón abierto, como si cada conversación fuera la última, nunca cotidianos ni intrascendentes. Pasa lo mismo en la parte final en las conversaciones entre Álvaro y Wences, un ex seminarista que está detenido con él y con el que vive el bombardeo franquista desde el barco prisión como si fueran testigos -con ese mismo aturdimiento- de aquella otra explosión en el mismo puerto medio siglo antes, la del buque Cabo Machichaco. A veces surge esa inverosimilitud porque sus conversaciones filosóficas parecen más diálogos platónicos que charlas juveniles, otras porque Wences, que ni siquiera es falangista, se presenta tan memorioso que llega a citarle textualmente a Alvarín más de veinte líneas de un artículo de José Antonio Primo de Rivera.

La sensatez y la preocupación de Cayo Pombo, que sabía, por ejemplo, que el enfrentamiento no era solo entre izquierdas y derechas políticas, sino que era también una lucha de clases, y que «la dinámica de toda esa representación acabará siendo la confrontación armada», choca con la ingenuidad extrema de Alvarín, que no ve contradicción en militar en un grupo católico de extrema derecha o morir por Dios y por la patria siendo agnóstico, o que se enfada cuando un amigo de la infancia los llama señoritos y privilegiados, mientras él vive en una casa donde ni él ni su padre trabajan pero hay tres personas en el servicio, y sus familiares crearon el Ateneo santanderino, el Racing de Santander, el Casino, el club de Tenis, la plaza Pombo, etc.

La dialéctica familiar se establece en un plano más amplio a nivel narrativo como una dicotomía continua entre interior y exterior. En este sentido Santander se presenta también como la síntesis de ambas cosas: lo familiar (Gándara 6) y lo político (Falange), lo local y lo universal. La Santander provinciana del 36 se muestra como sinécdoque de España, y es, para alguien como yo que ha vivido unos años en la ciudad, totalmente reconocible. Intuyo que por eso, más allá de sus virtudes, esta novela puede gustar a mucha gente, igual que les gusta a los adolescentes STV (que dirían ellos -de Santander de Toda la Vida-) esa novela juvenil de fantasmas ambientada en Santander, por el gusto conformista por lo reconocible. Ahora que lo pienso, también Santander, 1936 es una novela juvenil de aprendizaje y de fantasmas, de los fantasmas del pasado y de la historia de España que continúan persiguiendo nuestra política y nuestra narrativa.