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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
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Papeles del Psicólogo, 1987. Vol. (31).




LA PSICOLOGIA COMUNITARIA: VARIACIONES SOBRE UN MISMO TEMA

AMALIO BLANCO ABARCA

Catedrático de Psicología Social en la Universidad Autónoma de Madrid

NO es mucho más lo que realmente podemos perseguir con estas páginas; no lo es porque ya lo dijo el poeta: alles Gescheite ist schon gedacht worden ("todo lo ingenioso, lo inteligente, lo lúcido ya ha sido pensado"). Al resto de los mortales, continúa Goethe, lo único que nos queda es volver sobre ello una vez más o repetirlo de la manera más hermosa posible. Y ahora volvemos sobre un asunto precedidos de no pocas publicaciones y afortunadamente libres de algunas ataduras y servidumbres formales; y lo hacemos en la convicción de que la Psicología de la intervención y de la salud comunitaria se implanta, teórica y prácticamente, como una seria alternativa a un quehacer profesional tradicional de corte más individualista. Es que casi no puede ser de otra manera, porque no está precisamente la Psicología para permitirse el lujo de apartarse del ritmo que marca la época actual; el individualismo, a pesar de estar cada vez más arraigado en el comportamiento de los hombres, ha perdido credibilidad y prestancia científica, la idea del hombre como su conducta y de esta como un juego mecánico de acción y reacción individual es ya casi una reliquia histórica. Nos encontramos en los inicios de una sociedad post-material en la que el bienestar individual empieza a desligarse de la mera acumulación de bienes y riquezas; se alza con fuerza la Política Social como alternativa a las teorías económicas tradicionales de corte liberal; en un mundo con 800 millones de pobres, unos 350 millones de desempleados y subempleados en el que perecen por inanición 100.000 personas diarias, la ética social, aquella que ahonda sus raíces en los economistas del bienestar y que tienen en el óptimo de Pareto su más llana formulación (ningún consumidor puede mejorar sin que otro empeore), aquella que habla de bienestar social y comunitario, que considera la salud como un bien social y no como un negocio personal, que persigue la calidad de vida de grupos o comunidades aún a costa de los intereses y beneficios de algún particular, comienza a exigir la consideración que se merece frente a la tradicional ética individual; nos encontramos en la época en que ya no es posible por más tiempo desconocer la presencia rotunda y directa del ambiente (sean las normas y convenciones sociales, el modelo de socialización política a que hemos estado sometidos o nuestra presencia o ausencia en la dinámica productiva, por mencionar tres simples ejemplos) en la posible explicación de la normalidad o anomalías del comportamiento individual. Y en esta época la labor profesional de unos y las preocupaciones teóricas de otros es más que lógico que vayan acusando los intereses, preocupaciones y las tragedias de nuestro tiempo.

I. LAS RAZONES SOCIALES

La Psicología Comunitaria, el interés por la intervención supraindividual es una buena muestra de ello; en su origen y posterior consolidación tuvieron una influencia más que decisiva algunas acciones de tipo legislativo. En efecto, mediada la década de los cincuenta, al tiempo que reputados pensadores en el campo de las ciencias sociales (John Kenneth Galbraith, Paul Goodman, Arthur Schlesinger, etc.) comienzan a poner en tela de juicio la pertinencia de una política económica centrada exclusivamente en la producción y el consumo, cuando el norteamericano medio descubre con estupefacción que en su país hay millones de pobres, se crea una Comisión Conjunta sobre Salud y Enfermedad Mental que tienen como objetivo central el llevar a cabo una serie de estudio a nivel nacional sobre la magnitud, distribución y adecuación de los recursos de salud mental, así como de los métodos y prácticas utilizadas en este campo a fin de poder llegar a algunas recomendaciones pertinentes y realistas que condujeran a una reducción de la incidencia o duración de la enfermedad mental y a una disminución de los problemas emocionales y financieros de los directamente afectados.

Bajo los auspicios de esta Comisión se materializaron varios estudios algunos de ellos especialmente valiosos por su carácter pionero, como el de Hollingshead y Redlich sobre clase social y enfermedad mental o el de Gurin, Veroff y Field sobre indicadores de eso que en la actualidad denominamos calidad de vida. Las conclusiones a que se llegaron a partir de estos estudios reflejan de manera harto evidente los correlatos sociales de la enfermedad mental.

- Los recursos de salud eran pocos (menos de un cuarto de los condados de todo el territorio USA poseían una clínica de salud mental).

- Además de escasos, estaban muy desigualmente distribuidos entre la población, siendo las clases bajas y las minorías (que con mucha frecuencia vienen a coincidir en las mismas personas) las más desfavorecidas.

- Estos grupos sociales tenían serios problemas a la hora de recibir servicios de salud y cuando los recibían eran fundamentalmente de hospitalización.

- Se observaba una nada despreciable relación entre clase social y enfermedad mental.

- Finalmente, los métodos de que se disponía para hacer frente a los desórdenes mentales eran métodos de larga duración y muy personalizados, se empleaba mucho tiempo en una sola persona.

Todos estos estudios y resultados quedaron integrados en un Informe Final de la Comisión en el que se formulan algunas recomendaciones para paliar la incidencia de los problemas de salud mental.

- Una primera medida para hacer frente con cierta eficacia a una situación nada optimista es convertir los hospitales psiquiátricos en algo institucionalmente manejable y humanamente digno; para ello se aconseja que ninguno de ellos sobrepase las mil camas.

- Habida cuenta de la injusta distribución de los recursos de salud mental se recomienda la implantación de un centro cada 50.000 habitaciones dotado de servicios para adultos y niños de corta y larga duración.

- Había sido un psiquiatra, Adolph Meyer, quien bien entrado ya el presente siglo había puesto el dedo en una de las muchas llagas que tenía abiertas la organización del sistema de salud mental: el altísimo índice de enfermos que volvían al hospital tras ser dados de alta. Para evitar este problema, Meyer propuso en su momento y la Comisión lo aceptó como suyo una especie de servicio de rehabilitación, de preparación para que el encuentro post-hospitalario esté ausente de perjuicios y de malentendidos mutuos, algo que facilite incluso una hospitalización parcial y que recibe la denominación de Aftercare.

- Introducción de un Servicio de Salud Mental en aquellos hospitales generales con más de 100 camas.

- Implantación de programas educativos dirigidos a la población en torno a la naturaleza de la enfermedad mental y el comportamiento de los propios enfermos mentales.

- En febrero de 1963 el entonces presidente Kennedy, sin duda muy sensibilizado ante el panorama que le ofrecían los datos de la Comisión y sabiamente aconsejado por aquellos colaboradores de la Nueva Frontera, proclama ante el Congreso, en un Mensaje sobre Salud y Enfermedad Mental, que la prevención y el tratamiento de la enfermedad mental es fundamentalmente una responsabilidad social y comunitaria y no un asunto individual, para proponer a continuación el establecimiento de Centros de Salud Mental Comunitaria cuya ley llegaría afirmar poco antes de caer asesinado en Dallas.

Los Comunity Mental Health Centers se asentaban sobre tres supuestos teóricos.

a) El supuesto de accesibilidad que evita al enfermo salir de su medio ambiente, procura involucrar a la familia en el proceso de su tratamiento y consigue mantener la red de relaciones personales, las redes de apoyo social diríamos hoy, lo más intactas posible.

b) El de amplitud de servicios. El CMHC debería disponer de servicios de prevención, diagnóstico, terapia y rehabilitación para poder ofrecer ayuda a lo largo de cada una de las fases de la enfermedad.

c) El supuesto de continuidad de tratamiento quiere hacer hincapié en la coordinación, unificación y acoplamiento de los distintos servicios de manera que el paciente no se encuentre perdido en ninguna de las fases de su tratamiento.

Merece la pena no despreciar la importancia de estas iniciativas legales tan escasamente mencionadas, no tanto por su naturaleza jurídica, sino porque son el reflejo de una actuación social suficientemente llamativa como para ser objeto de preocupación política. Y es la naturaleza socio-económica de esta situación (una situación estructural y, por consiguiente, supra-individual) donde encuentra sus cimientos la perspectiva comunitaria, la que realmente le concede su razón de ser diferencial frente a otros modelos más tradicionales. Pero aún siendo extraordinariamente importante no es desde luego la única; junto a ella se alzan razones que pertenecen a la intrahistoria de la propia Psicología, el desarrollo de sus modelos teóricos, a las interminables contiendas entre escuelas, al escabroso problema metodológico, a su capacidad de adecuación a los signos y necesidades de los tiempos. Son razones lo suficientemente complejas como para permitir un fácil acuerdo; ello no obstante nos arriesgaremos a mencionar simplemente tres, aquellas lógicamente que se nos antojan de mayor relevancia.

Las dos primeras van de crisis, la de la Psiquiatría clásica y la de los modelos terapéuticos tradicionales. En 1952 Eysenck, en un estudio sobre la eficacia y las limitaciones de la Psicoterapia viene a concluir, nada exageradamente quizás, que, tal y como se han venido conduciendo, está por demostrar la eficacia de las terapias individualizadas de larga duración; estas no han dado muestras de ser más eficaces que los tratamientos hospitalarios tradicionales a base de fármacos y ni siquiera está claro que actúen con más eficacia que la propia readmisión espontánea de la enfermedad; unas conclusiones a las que se uniría, unos pocos años más tarde, Levitt.

En el ámbito de la salud mental, la Psiquiatría iba camino de convertirse en un mastodonte burocrático contra el que chocaba cualquier movimiento renovado convirtiéndose así en una avanzadilla del inmovilismo y conservadurismo teórico, burocrático y de tratamiento. No tardarían mucho los más audaces de entre los teóricos del comportamiento en mostrar abiertamente su profunda desconfianza respecto al modelo médico como paradigma por excelencia de la enfermedad mental, respecto a aquellas teorías que hacían recaer sistemáticamente sobre el individuo, en su versión psíquica o biológica, la exclusiva responsabilidad de las disfunciones comportamentales, llegando a convertir al sujeto en paciente súbdito de una u otras fuerzas y cuyo cuidado debe recaer sobre el omnipotente y mágico poder del especialista. Junto a ello, se incrementaba la sospecha de que el hospital como toda institución cerrada sobre si misma y envuelta en una subcultura que tiene a justificarse y reproducirse a si misma (ver Internados, de Ervin Goffman), acentúa los problemas que supuestamente debería paliar.

La teoría psicológica, por su parte, no andaba tan remisa a la evolución y el cambio y ello sirvió de considerable ayuda para la cristalización de nuevas maneras de entender la salud y la enfermedad y nuevos estilos de encarar la labor profesional. A partir de ciertos momentos (pongamos desde finales de los años cincuenta) comenzaron a tomar cuerpo una serie de teorías dispuestas todas ellas cuando menos a tener muy en consideración la existencia de agentes externos en la configuración del comportamiento individual, a matizar las tradicionales hipótesis individualistas, psicologicistas e intrapsíquicas.

La Psicología Ecológica de Roger Barker, hija directa y legítima de la teoría topológica lewiniana, fue, sin duda, una de las pioneras; recordemos siquiera la idea central; el ambiente físico está con frecuencia muy presente en las manifestaciones comportamentales (concepto de conducta de Lewin como función de la persona más el ambiente); ocurre a veces, sin embargo, que es el propio ambiente el que impone y decide la conducta a seguir de acuerdo con el concepto de escenario de conducta del que Alan Wicker ha hablado, en una ya clásica definición, como un sistema limitado, autorregulado y ordenado, compuesto de elementos humanos y no humanos, reemplazables, que interactúan de modo sincronizado para ejecutar una secuencia ordenada de acontecimientos denominada programa del escenario. Desde entonces el ambiente se incorpora como un dato fundamental en la explicación del comportamiento humano y la Psicología Comunitaria lo recoge en lo que unos han denominado Paradigma Ecológico de la Psicología comunitaria (Rappaport, 1977), otros Ecología social o Ecología comunitaria (Holahan, 1977) y algún otro Ecología conductual (Jeger y Slotnick, 1983). El asunto de que el ambiente, tanto el físico-natural (ionización del aire, por ejemplo), como el construido (ruido, contaminación y deterioro del medio) y el social (hacinamiento, densidad de población, falta de privacía, etc.) ejerce una poderosa y muchas veces incontrolable influencia sobre el bienestar físico o psicológico de los ciudadanos, es algo respecto a lo que huelga cualquier comentario.

Muy ligadas a las preocupaciones por los factores ambientales van a hacer su aparición, mediada la década de los cincuenta, las teorías sobre el estrés. Con independencia del modelo en que nos instalemos a la hora de aproximarnos conceptualmente a él, la idea de que se nutren todos ellos es aquella que supone la existencia de una serie de acontecimientos externos al individuo (life events) que, convenientemente reincidentes, llegan a sobrecargar de tal manera al organismo, pueden llegar a originar tal tensión emocional hasta hacer saltar en añicos su salud física o mental. Dentro de la perspectiva comunitaria resultan de especial relevancia los denominados estresores ambientales, aquellos capaces de crear verdaderas preocupaciones y quebraderos grupales o comunitarios; de ellos hemos ofrecido recientemente una detallada información (Blanco, 1986).

Junto a las preocupaciones ambientales y las teorías del estrés habría que hacer referencia, a simple título indicativo, a las teorías sociales de la personalidad. Al Fromm del Psicoanálisis de la sociedad contemporánea que, dentro de la más pura tradición marxista, no duda en elevar el sistema económico, los modelos de producción y consumo a una elevada categoría dentro de la explicación psicológica, a ser concebidos como los más directos responsables del carácter social La opulencia y el consumo han dado como fruto, comentaba Fromm, un explorador de una tierra prometida que acaba adorando al ídolo, al golem que ha creado con sus propias manos y encumbrándolo como su dueño y señor. La Psicología de la abundancia, escribía por aquel entonces David Riesman en una divulgada obra, La muchedumbre solitaria, da lugar a personalidades poco independientes, a caracteres sometidos a las directrices que provienen del exterior, extraordinariamente preocupados por la galería y, por tanto, asiduos compañeros de un conformismo acrítico.

Tampoco es difícil vislumbrar la presencia de estos factores puramente económicos en la teoría del Lugar de Control; parece ya suficientemente probado que la internalidad y la externalidad, especialmente esta última, suele ser asidua y adaptativa compañera de la denominada cultura de la pobreza (la reconciliación con lo inevitable, se ha dicho, es una medida muy inteligente), de modelos económicos de subsistencia, de estructuras políticas autocráticas; pero también lo va siendo cada vez con mayor visibilidad, de la inflación, del paro, del alocado, irracional y extravagante orden político internacional. El conocido antropólogo Marvin Harris ha hablado prácticamente en los mismos términos que los teóricos de la Psicología: la sociedad norteamericana actual y por extensión y modelaje otras muchas, se encuentra transida de un hondo sentimiento de indefensión (y ello nos recuerda otra conocida teoría que podría venir muy a cuento también), de desamparo, de impotencia, de sometimiento a no se sabe qué fuerzas de oscura procedencia, de difícil control y de oscuras connotaciones. Todo este cúmulo de hechos de tan diversa naturaleza y procedencia, y algunos otros que sin duda se nos han podido escapar, van inseparablemente de la mano de ese movimiento de intervención comunitaria, porque sociales, estructurales y ambientales (ajenas al control y a la responsabilidad del propio individuo) resultan ser las más hirientes preocupaciones del hombre actual y basta para ello echar mano de las más burdas encuestas de opinión, y lo van a hacer hasta llegar a cristalizar un movimiento esencialmente profesional con algunos hitos históricos dignos de reseñar.

Del 4 al 8 de mayo de 1965 se dan cita en Swámpseott, un recoleto lugar de los alrededores de Boston, unos 30 psicólogos, la mayoría de ellos clínicos conversos, especialmente activos en el desarrollo de los programas de salud mental comunitaria que desde hacía un par de años se habían implantado en Estados Unidos. Se trataba de reflexionar sobre la educación de los psicólogos para la salud mental comunitaria (ese resultó ser precisamente el título de la reunión), sobre las nuevas concepciones en torno a este asunto, sobre la influencia de los factores ambientales sobre el comportamiento y la importancia de la participación comunitaria en los programas. Varias fueron las conclusiones, acuerdos y recomendaciones a que se llegó, unas conclusiones que, con la inestimable ayuda de Bennett, et. al. (1966) podríamos resumir:

1. Se acuña el término de Psicología Comunitaria sustituyendo al de salud mental comunitaria.

2. Siendo prematuro aventurar recomendaciones sobre programas de formación en Psicología comunitaria, se conviene en que el modelo médico debe ser sustituido, en la formación del psicólogo, por otros con una mayor carga de interdisciplinariedad y presencia de otras ciencias sociales; se pone especial énfasis en la contribución de la Antropología, Sociología y Ciencia Política.

3. El Psicólogo comunitario es caracterizado como un participante conceptualizador comprometido tanto en la generación de conocimientos como en la promoción de los programas.

4. Se concede especial relevancia a la contribución de la Psicología social, de la Dinámica de grupos y de la Psicología evolutiva.

5. De especial relevancia resulta la identificación de aquellas áreas específicas en que se hace especialmente relevante la investigación comunitaria:

- Estudio del individuo en la comunidad incluyendo los efectos que sobre su funcionamiento individual y como miembro de una organización social tiene el ambiente físico y el social.

- Evaluación de las reacciones del individuo al cambio.

- Investigaciones básicas sobre la relación entre las condiciones socio-culturales y el funcionamiento de la personalidad.

- Análisis de los efectos de las organizaciones sociales sobre el individuo, particularmente aquellas que dan lugar a poblaciones de alto riesgo y modelos sociales alternativos que sirven para reducir su creación.

- Facilitación del cambio socio-organizacional a través de la modificación de factores motivacionales y personales de los individuos.

- Investigación evaluativa sobre consulta y sobre otros procesos sociales de cambio.

En la primavera de 1967 tiene lugar en Austin un Simposio sobre Formación en Psicología comunitaria del que darían cumplida cuenta, unos años más tarde, Ira Iscoe y Charles Spielberger (1970). A partir de entonces, la Psicología de la intervención comunitaria, centrada en un primer momento en torno a los problemas de salud mental y ampliada paulatinamente a otros ámbitos de la salud, inicia una fase de consolidación académica y profesional que alcanza su máxima expresión en la ya histórica Conferencia de Vail (1973) sobre Niveles y modelos de enseñanza profesional en Psicología. De entre las aproximadamente 150 recomendaciones y resoluciones no menos de una docena eran especialmente pertinentes para una Psicología de la intervención comunitaria. He aquí algunas de ellas:

- Se recomienda que la División de Psicología Comunitaria, de acuerdo con los Comités nacionales y regionales de la APA, desarrollen líneas directrices para los diversos quehaceres dentro de esta especialidad.

- Se hace necesario desarrollar una estructura realista de formación en la Psicología comunitaria.

- La formación en este campo se debe llevar a cabo por medio de una activa y continua colaboración entre distintos escenarios (Departamentos de Psicología, escuelas profesionales, programas de entrenamiento interdisciplinario, etcétera).

- Dicha formación requiere asimismo una apropiada competencia en la evaluación crítica de los programas.

- Se debe desarrollar un sistema de diálogo entre los receptores de los servicios psicológicos y los profesionales implicados en la distribución y evaluación de esos servicios.

- La Psicología comunitaria debe consagrar especiales energías a enseñar e investigar tópicos relacionados con la competencia y la salud y no tanto con aquellos otros relacionados con la psicopatología y la incompetencia personales.

- La Psicología comunitaria debe asegurar los recursos de salud y los servicios comunitarios a aquellas personas que tradicionalmente han carecido de ellos.

II. LOS SUPUESTOS TEORICOS

Toda una serie de recomendaciones en estrecha correspondencia con algunos de los supuestos socio-históricos a los que hemos venido aludiendo a lo largo de estas páginas, unos supuestos y unas recomendaciones, por lo demás, que nos van a servir para apuntar y aventurar algunas consideraciones puramente teóricas en torno a lo que pueda ser una Psicología de la intervención comunitaria en el ámbito de la salud, ajenas al manido ejercicio académico de desgranar definiciones.

Después de lo que llevamos dicho no es de extrañar que el primer rasgo que destaquemos tenga que ver con la profunda e insoslayable convicción de que en el origen y en la exteriorización de las manifestaciones comportamentales existen siempre unos ingredientes socio-ambientales que muchas veces se alzan como los más directos responsables de la salud y la enfermedad, de la funcionalidad o disfuncionalidad de la conducta. Lo podemos decir de una manera un poco más acorde con algunos de los supuestos anteriormente enunciados: para una Psicología de la intervención comunitaria en el ámbito de la salud no es suficiente con acudir a razones puramente personales, sean estas de carácter psicológico o fisiológico, a la hora de abordar la compleja problemática que rodea la simple descripción o la más arriesgada explicación, el tratamiento, la programación o la prevención de asuntos relacionados con la salud.

La Psicología de la intervención comunitaria tiene una clara vocación interdisciplinar, intenta fundir, en una finta no exenta de riesgos, varias tradiciones (la psicológica, la sociológica, la antropológica, la biológica, la política) cada una de las cuales tiene a gala el haber podido llegar a una concepción prácticamente definitiva y muchas veces irreconciliable de la naturaleza y del comportamiento humano; para ello no hace falta sino que descendamos a las razones que han dado lugar al homo psychologicus del conductismo o del psicoanálisis, al homo sociológicus de Durkheim o Dahrendorf, al homo politicus de Aristóteles o al homo oeconomicos de Adam Smith. la Psicología de la intervención comunitaria no acepta, como punto de partida, la existencia de estos dominios ontológicos en los que transcurre la existencia del individuo como si de entidades independientes se tratara y sí, por el contrario, como algo interdependiente e intrínsecamente relacionado.

Fruto de ello se nos antoja una segunda coordenada de especial relevancia en el ámbito de la salud: el individuo no puede ser concebido ya como un ser sometido a la acción de los estímulos (tal y como defendía Watson), o a la existencia de motivos inconscientes ocultos e inconfesables como quería Freud, o a la acción coactiva de las normas, valores o convenciones sociales como proponía Durkheim, sino como un ser que activamente interactúa con el medio y es capaz de modificarlo para beneficio o menoscabo de su propio bienestar. La imagen del paciente en manos de unos endiosados especialistas que se valen de un lenguaje críptico choca frontalmente con modelos teóricos fuertemente implantados en este campo, con el modelo de competencia del que Miguel Costa y Ernesto López han dado excelente cuenta teórica y aplicada entre nosotros, con toda la corriente de la educación para la salud, todavía uno de los más entusiastas proyectos de la OMS e incluso con una buena parte de los modelos de prevención.

La intervención comunitaria tiene una nada disimulada vocación aplicada y esto significa, siguiendo la más simple distinción entre lo básico y lo aplicado, que:

- Tiene como objetivo primordial la solución de problemas que normalmente aquejan a un colectivo.

- Busca la efectividad, busca resultados socialmente relevantes y no tanto confirmación de teorías.

- Está preferentemente orientada al cliente a cuyo servicio pone la teoría y la metodología.

- Y discurre por unas coordenadas claramente interdisciplinarias.

Además de estas consideraciones teóricas más de fondo, las hay claramente políticas como no podía ser de otra manera si atendemos un poco a las razones históricas de este movimiento. Desde este punto de vista habría que advertir que la intervención comunitaria debe ser escrupulosamente sensible a las necesidades reales de la población, de los ciudadanos, y no a las de los propios psicólogos o a las de los políticos, ha de estar impregnada, pues, de una alta dosis de responsabilidad social.

Pero, además, la Psicología de la intervención comunitaria, como su mismo nombre indica, no es en principio una Psicología individual, es una Psicología social, grupal, comunitaria, su unidad básica de intervención, de tratamiento, de análisis, etc. no son tanto los individuos a título particular, sino como miembros de comunidades y grupos sociales; más aún, debido a su origen, la intervención comunitaria tiene especial preferencia por aquellos grupos y comunidades más desasistidas, más deprivadas, más carentes de recursos de salud, con más riesgos de enfermedad y ello conduce muchas veces a tener que abrazar posturas políticas claramente favorecedoras de los más desamparados y defensoras de una más justa distribución de los recursos y todo ello, en algunos casos, tal y como nos cuentan los colegas latinoamericanos, transforma el simple compromiso en claro riesgo político.

Existen, afortunadamente ya para terminar, unas consideraciones profesionales que, por decirlo pronto, hacen referencia a la intervención comunitaria como una nueva manera de entender el quehacer profesional del psicólogo; es decir, parece claro que la Psicología de la salud comunitaria es mucho más un terreno en el que toma asiento una nueva identidad profesional que un paradigma teórico claramente diferenciado' de los que tradicionalmente campean por las ciencias de la salud o el comportamiento. Así es como en los manuales y publicaciones al uso, se habla del psicólogo que se adentra en este terreno como de un consultor, de un transmisor de habilidades, de un educador, de un planificador, de alguien que busca recursos, que moviliza competencias, y no como un curandero al que se atribuyen conocimientos esotéricos y fuerzas mágicas; pero de dar adecuada cuenta de ello se encargará el profesor Fernando Chacón.

Bibliografía

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Zax, M., y Spector, G. Introducción a la psicología de la comunidad. México: El Manual Moderno, 1978.

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