Malick ha intentado algo inédito: retratar la santidad. Se basa, naturalmente, en el epistolario del matrimonio Jägerstätter, pero su película puede y debe ser apreciada por sí misma y en referencia a esa finalidad elevadísima, más allá del relato histórico, con la que cumple realmente. Lo consigue a través de un extraordinario esfuerzo estético original, donde solo algunos elementos del cine clásico en la misma línea espiritual, como Ordet, y el espíritu de la George Eliot de Middlemarch se citan con claridad.
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