En este texto se analiza el enfrentamiento directo en el contexto de una guerra irregular entre un ejército ordinario, el estadounidense, y los guerreros de las tribus nativas. A partir de esta cuestión se sostiene como hipótesis que los sucesivos gobiernos de la Casa Blanca durante buena parte del siglo XIX llevaron a cabo un sometimiento de los pueblos originarios de Norteamérica apoyándose en el colonialismo, el genocidio y la reeducación de estos, sin admitir dichos conceptos y maquillando el escenario de una pugna entre el progreso y la barbarie.
La historia de los Estados Unidos de Norteamérica se ha planteado sobre episodios traumáticos como la conquista del Oeste, una idea que arroja una serie de cuestionamientos de legitimidad y derecho, que ha evadido a Washington de responder sobre conceptos como el colonialismo y el genocidio. La percepción de millones de personas, gracias al elemento de masas que supone la televisión y al género cinematográfico del western, se ha anclado en una conquista dulcificada, en la que los colonos americanos forjaron su destino con tenacidad y trabajo. Pero antes de que existiera tan común electrodoméstico, el Ejecutivo de la Casa Blanca ya había dispuesto un plan para presentar un episodio claro de colonialismo y sometimiento como una necesidad vinculada al progreso y al desarrollo de la sociedad moderna. Estados Unidos se encontraba enredado en una grave contradicción, pues su posicionamiento frente a las grandes potencias había comenzado con su propia independencia y durante los años venideros se mostrarían como adalides de la libertad y la democracia. De ese modo, los sucesivos gobiernos de turno y sus presidentes se esforzaron por demostrar que el expansionismo hacia el Oeste no obedecía a un colonialismo al uso, como el que se suponía en las metrópolis europeas y que los efectos de este no podían considerarse un genocidio. Para ello, exaltaron la idea del destino manifiesto y envolvieron su causa de un componente divino a la par que en la defensa de la modernidad. En otro sentido, en virtud de aquellos conceptos tan oportunamente utilizados o negados por el gabinete del Despacho Oval, lo que aconteció en el norte del continente fue una guerra irregular entre el ejército de una potencia en ciernes y las naciones americanas nativas, desprovistas de elementos tecnológicos o del uso de tácticas modernas de guerra.
La historia de los Estados Unidos de Norteamérica se ha planteado sobre episodios traumáticos como la conquista del Oeste, una idea que arroja una serie de cuestionamientos de legitimidad y derecho, que ha evadido a Washington de responder sobre conceptos como el colonialismo y el genocidio. La percepción de millones de personas, gracias al elemento de masas que supone la televisión y al género cinematográfico del western, se ha anclado en una conquista dulcificada, en la que los colonos americanos forjaron su destino con tenacidad y trabajo. Pero antes de que existiera tan común electrodoméstico, el ejecutivo de la Casa Blanca ya había pergeñado un plan para presentar un episodio claro de colonialismo y sometimiento como una necesidad vinculada al progreso y al desarrollo de la sociedad moderna. Estados Unidos se encontraba enredado en una grave contradicción pues su posicionamiento frente a las grandes potencias había comenzado con su propia independencia y durante los años venideros se mostrarían como adalides de la libertad y la democracia. De ese modo, los sucesivos gobiernos de turno y sus presidentes se esforzaron por demostrar que el expansionismo hacia el Oeste no obedecía a un colonialismo al uso, como el que se suponía en las metrópolis europeas y que los efectos de este no podían considerarse un genocidio. Para ello, exaltaron la idea del destino manifiesto y envolvieron su causa de un componente divino a la par que en defensa de la modernidad. En otro sentido, en virtud de aquellos conceptos tan oportunamente utilizados o negados por el gabinete del Despacho Oval, lo que aconteció en el norte del continente fue una guerra irregular entre el ejército de una potencia en ciernes y las naciones americanas nativas, desprovistas de elementos tecnológicos o del uso de tácticas modernas de guerra.
This text analyses the direct confrontation between an ordinary US army and native tribal warriors in the context of irregular warfare. On this basis, it is hypothesized that the successive White House governments during much of the 19th century carried out a subjugation of the native peoples of North America by resorting to colonialism, genocide and re-education programs, concepts that would later be embellished by presenting a scenario of struggle between progress and barbarism.
The history of the United States of America has been built on traumatic episodes such as the conquest of the West, a notion that raises a series of questions about legitimacy and rights, which has exempted Washington from responding to concerns regarding concepts such as colonialism and genocide. The perception of millions of people, thanks to mass media elements such as television and Western films, has been anchored to a sugar-coated vision of this conquest, according to which American settlers forged their destiny through tenacity and hard work. But before such a mainstream household appliance existed, the American Government had already laid out a plan to present a clear episode of colonialism and subjugation as a mere necessity derived from the progress and development of modern society. The US found itself entangled in a serious contradiction, since its position vis-à-vis other great powers had begun with its own independence and in the years to come it would present itself as the champion of freedom and democracy. Thus, successive governments and their presidents strove to demonstrate that expansionism towards the West was not the result of colonialism as it was attributed to European metropolises and that its consequences could not be labelled as genocide. To this end, they exalted the idea of manifest destiny and enveloped their cause in a divine component as well as in the defence of modernity. In another sense, by virtue of those concepts so opportunely used or denied by the Oval Office cabinet, what took place in the north of the continent was an irregular war between the army of a budding world power and the native American nations, devoid of technological elements or the use of modern warfare tactics.
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