Virginia Diz, Hector J. Fasoli, Olga Tarzi
La pandemia originada por el virus SARS-CoV2 (COVID-19) que se inició entre fines de 2019 y comienzos de 2020 puso a prueba a los sistemas educativos del mundo; en el caso de la Argentina, el inicio del aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) coincidió prácticamente con el comienzo del ciclo lectivo. Probablemente por primera vez la pedagogía práctica enfrentaba un desafío tan grande. La educación argentina en general y los docentes en particular se adaptaron rápida y eficientemente al uso de plataformas ya existentes, pero empleadas hasta entonces de manera focalizada y poco dinámica, por lo general con mínima interacción entre estudiantes y profesores. La tecnología pareció ser el eje central y se apuró a dar un nombre equivocado a esta diferente manera de enseñar. Pocos autores (entre ellos nosotros), sostuvieron desde el principio el error de llamarla enseñanza virtual y utilizó el de Enseñanza Remota Sincrónica y Asincrónica para diferenciarla tanto de la enseñanza presencial convencional como de la enseñanza a distancia. De hecho, actualmente se ha aceptado la denominación de Enseñanza Remota de Emergencia. En esta confusión entre los extremos, se ha acertado bastante y también se ha errado mucho. En este trabajo presentamos una lista de instrucciones de lo que hemos observado que no debe realizarse para que el proceso de enseñanza-aprendizaje por esta metodología no esté condenado al fracaso (el éxito, por ahora, sigue garantizado mayoritariamente por la habilidad y el esfuerzo de cada profesor y de cada estudiante).
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