N.º 58El autor teatral en las Comunidades autónomas II

Autoría teatral en Navarra: Ver venir

 

Víctor Iriarte
Dramaturgo, periodista, crítico teatral y gestor cultural

 

Los dos edificios teatrales centenarios existentes en Navarra llevan nombres de músicos: el Gayarre de Pamplona y el Gaztambide de Tudela. Y no es gratuito. Esta pequeña Comunidad Foral, de apenas 661.000 habitantes excesivamente repartidos en 250 municipios y un centenar más de entidades locales menores es una potencia musical de ámbito nacional y diría que internacional. La música clásica española más escuchada en el mundo la compuso el pamplonés Pablo Sarasate (1844-1908), la cumbre de la lírica nacional de todos los tiempos es el roncalés Julián Gayarre (1844-1890), la escasa música dieciochesca que recordamos es gracias a las tonadillas escénicas de Blas de la Serna (Corella, 1751-1816), la única ópera genuinamente española del XIX que resiste en el repertorio es Marina, de Emilio Arrieta (Puente la Reina, 1821-1894); Joaquín Gaztambide (Tudela, 1822-1870) es junto a Barbieri el zarzuelista más renombrado del XIX; el más brillante compositor de la Generación del 27 es el tudelano Fernando Remacha (1898-1984), único que ha obtenido por tres veces el premio nacional de música; el pionero en la creación de bandas sonoras para el cine autóctono es el olitense Jesús García Leoz (1904-1953) y con seguridad la mejor compositora española de todos los tiempos es Emiliana de Zubeldía (Salinas de Oro, 1888-1987), puesto al que sin duda aspira Teresa Catalán (Pamplona, 1951), premio nacional de Música 2017. Por terminar de apabullar, se puede añadir que durante siglo y medio todos los españoles hemos aprendido a solfear con el Método que el burladés Hilarión Eslava (1807-1878) dio a la imprenta en 1846 y los sevillanos, además, escuchan todas las Pascuas su Miserere en la catedral.

Navarra abrió el segundo conservatorio de enseñanza musical de España, en  1858, justo después del inaugurado en Madrid; presume de la orquesta sinfónica más antigua (Santa Cecilia, luego “Pablo Sarasate” y hoy OSN) y de un coro más que centenario, el Orfeón Pamplonés, activo desde 1865. Para semejante abundancia y colorido se ofrecen explicaciones plausibles. No solo que a los navarros nos gusta cantar (y en la ducha, dúos, que dijo un propio), sino que el históricamente prolífico seminario de Pamplona escupió durante décadas promociones inagotables de sacerdotes muy bien formados musicalmente que alcanzaron hasta el último rincón de la tan pregonadamente católica provincia. Ellos atendieron en cada pueblo coros parroquiales, extendieron el gusto por el canto, enseñaron música a los niños, detectaron tempranamente cualidades innatas en los mejores alumnos y, finalmente, las canalizaron hacia mayores ambiciones. Y ya se sabe, la cantidad (y la paciencia) suele ser el paso previo para alcanzar la calidad.

Ahora bien, cuando hablamos de teatro, y en concreto de escritura dramática, el panorama es radicalmente contrario. Un observador que comparase la situación de la música con la literatura dramática navarras, pongamos que el año de la muerte del dictador Franco, sin duda que se llevaría una desalentadora impresión. Porque tentado estoy de escribir que los dramaturgos navarros, hasta entrado el siglo XXI, se han podido contar con los dedos de una oreja.

 

¿Exagero?

De acuerdo, exagero. Siempre y en todo lugar han existido proyectos de dramaturgos con ambición de llevar sus diálogos a las tablas, pero vistos con perspectiva son autores muy menores en el contexto nacional y nadie recuerda, ni mucho menos ha leído, a los dieciochescos Cristóbal Cortes y Vitas o Vicente Rodríguez de Arellano. Nada ha quedado “vivo” del prolífico sainetero Pedro de Górriz Moreda (1846-1887) ni del libretista del “género chico” Fyacro Iráizoz (1860-1929), y eso que trabajó para los más grandes: Chapí, Chueca, Vives, Lleó o Fernández Caballero. La contribución a la literatura española del lodosano Federico Lafuente López-Elías no radica en su actividad periodística, que desarrolló en Toledo, ni por los tres dramas que se le conocen, sino por ser el padre de Marcial Lafuente Estefanía. Al pamplonés Mariano Ansó Zunzarren (1899-1989), mano derecha de Azaña y ministro de Justicia en plena Guerra Civil (37-38), no se le recuerda por los tres dramas que hiló, sino por su activismo político. La derrota republicana y el exilio lo sepultaron a él con su obra, al igual que a la del periodista tudelano Ezequiel Endériz Olaverri (1889-1951), autor de 30 dramas desconocidos en su tierra que sin embargo estrenó en Madrid y Barcelona antes del conflicto y en París o Buenos Aires después, y a su colega en afanes libertarios Víctor Gabirondo Sarabia (1884-1939). Pero, justicia poética, tampoco nos llegan siquiera los ecos de los autores que ganaron la contienda, como las piezas bienhumoradas (varias de ellas originales para títeres) del jocoso propagandista tradicionalista Ignacio Baleztena “Premín de Iruña” (1887-1972) o los dramas que escribió y estrenó en las décadas de 1920 y 1930, en euskera y castellano, el periodista Eladio Esparza (Lesaka, 1888-1961), del que sí se recuerdan aquellos deplorables artículos suyos en la prensa de postguerra que le granjearon el bien ganado sobrenombre de “El Odio Esparce”.

Tan poco lustroso es el panorama que para esta reseña estiramos el chicle y anotamos como autor al excelente actor secundario del teatro y cine español del siglo XX Joaquín Roa (Pamplona, 1890-1981), quien dio a las tablas de las compañías de repertorio para las que trabajó algunos dramitas folletinescos escritos casi siempre en colaboración, o al escaso, pero delicioso, teatro que dialogó el novelista Pío Baroja (1872-1956), quien vivió de niño en Pamplona y gran parte de su vida adulta en Bera. Recuerdo incluso que en una ocasión anoté como la cumbre del teatro navarro de todos los tiempos al dos veces premio Pulitzer Tennessee Williams (1911-1983), más que nada porque en sus memorias presume no solo de ascendencia navarra sino de parentesco directo con el santo foral, San Francisco Javier. Los patricios americanos, ya se sabe, siempre a la caza de pedigrí. Pero me temo que no cuela.

 

Patxi Larrainzar y El Lebrel Blanco

Este año de gracia de 2022, Pamplona y Navarra han recordado el acontecimiento más señero de su historia teatral, el 50 aniversario del debut en los escenarios del grupo de teatro El Lebrel Blanco, que reunió desde 1972 a 1988 a lo más granado del teatro local bajo el mando de un director carismático, Valentín Redín, que también escribirá teatro al final de su vida. En menos de dos décadas, el grupo estrenó 46 montajes, generó continuadas promociones de nuevos espectadores con sus títulos para público familiar, intentó en tres ocasiones crear un centro de formación actoral, promovió tres ediciones de un premio nacional de literatura dramática, contó con su propia sala alternativa, actuó repetidamente por el País Vasco, Cataluña y Madrid, fue invitado a varias ediciones del Festival de Sitges, llevó a las salas a decenas de miles de espectadores y uno de sus montajes fue recibido con bombas por la ultraderecha… No le faltó de nada, vamos. Su impacto en la escena navarra y en el debate político de la Transición fue sencillamente espectacular. En lo artístico, el elenco tuvo varios momentos gloriosos y alguno sublime, como el estreno, recién muerto el dictador, de 1789. La ciudad revolucionaria es de este mundo, réplica del montaje estrenado seis años antes en París por el Théâtre du Soleil. El crítico teatral de El País, Enrique Llovet, calificó el trabajo de los navarros de “mejor espectáculo global estrenado en España” en 1976. Siendo un grupo aficionado, y de provincias, ni tan mal.

Programa de mano 1

Programa de mano 1 1

Los franceses analizaron en 1789 su propia historia. El Lebrel Blanco se apropió del concepto y en esos conflictivos primeros años de la Transición apostó por analizar  la realidad navarra desde el escenario. Y ahí aparece el primer Autor, con mayúsculas, que da nuestra tierra. Un tipo desde luego singular Francisco Javier “Patxi” Larrainzar Andueza (Riezu, 1934-Pamplona, 1991). Era un sacerdote diocesano, típico “cura rojo” de la época, novelista y poeta con acendrado sentido del humor, que destacó sobre todo en el articulismo periodístico y el dietarismo, se rindió pasada la cuarentena ante el trabajo de El Lebrel Blanco y se convirtió en su autor de cabecera. Carecía de formación autoral y no conoció, porque no existían en el territorio, maestros ni escuela, pero se atrevió. Y se convertirá en uno de los pioneros del teatro documental en España, aspecto que no se le ha reconocido porque en este país, en lo teatral, lo que no pasa en Madrid y Barcelona, como que no ha existido. Así de paletos somos y así nos luce.

El Lebrel Blanco

Patxi Larrainzar estrenó con el grupo, sucesivamente, Carlismo y música celestial (1977), sobre el movimiento político de masas que conformó la Navarra del XIX y XX; Navarra sola o con leche (1978), debate teatral que llevó a las tablas la discusión eterna sobre si la provincia debe o no formar parte de la Comunidad Autónoma Vasca, que con casi un centenar de funciones es el texto teatral navarro más representado del siglo XX; Utrimque roditur (1980) sobre el carácter guerracivilista de los navarros a lo largo de su historia; Pampilonia Circus (1984), cabaré que analiza la Transición y el desencanto consiguiente de la izquierda; y Pamplona detrás del telón (1988), cuyo subtexto bucea en los oscuros e interesados manejos de la Iglesia sobre las instituciones locales. El grupo ensaya, pero no llega a estrenar en 1979, como estaba acordado, La conquista del cotarro. Sátira inmisericorde sobre el Opus Dei. Son todos títulos polémicos centrados en su entorno inmediato que arrastraron ingentes cantidades de público al teatro, generaron debate ciudadano y son recordados décadas después de su estreno. Visto a día de hoy, el paraíso autoral. Patxi Larrainzar es, como dramaturgo, limitado, pero no impide que en la década de 1980 escriba y estrene otra docena larga de textos para otros grupos navarros y del País Vasco. Era el único autor conocido en la región y recibió continuados encargos. Destacan, para la cooperativa alavesa Denok, Iparaguirre, un viaje hacia la libertad (1981) y La llanada solitaria (1981), un recorrido por la historia de Álava siguiendo el esquema de Utrimque roditur, estrenado un año antes en Pamplona.

 

El Lebrel Blanco en 1789, la ciudad revolucionaria es de este mundo

El Lebrel Blanco en 1789, la ciudad revolucionaria es de este mundo 2

En la capital funciona desde la década de 1950 la Universidad de Navarra, privada, obra educativa del Opus Dei, y en su seno se practica teatro con tesón en las décadas de 1960 y 1970, pero de ahí no surgirá, como en otras provincias, un “teatro independiente” que enriquezca el panorama cultural por razones que van desde el relativo aislamiento en que se mueve la vida universitaria respecto de la ciudad durante décadas, al estrecho control ideológico que ejerce y a que, al tratarse de un centro de estudios superiores de vocación elitista, acoge a un 50% de estudiantes foráneos que, aunque practican aquí el teatro, no arraigan y dejan Navarra al concluir sus estudios. Una oportunidad perdida.

 

Una década iniciática

De El Lebrel Blanco se desgaja en 1981 el primer grupo teatral profesional de la provincia, el Teatro Estable Navarro (TEN), con formación en el Método, que está activo menos de una década. Con ambos elencos desaparecidos, en la década de 1990 empiezan a pasar cosas. En el 91, prematuramente, fallece Patxi Larrainzar, que deja buen recuerdo pero poca escuela en ese momento. Eclosionan distintos grupos, aficionados y profesionales, el primer sistema regular de ayudas y numerosos talleres en centros cívicos y educativos, así como en numerosas localidades, en su mayoría animados por los más resistentes del TEN y el Lebrel. Estos, que son en esencia directores y actores, se ven necesitados de textos escritos ad hoc para sus repartos, con lo que, subsidiariamente y un poco por obligación, se ponen a escribir teatro. Surge ahí una primera generación de voces autorales con Ángel Sagüés, el más prolífico, especializado en adaptar relatos a la escena; Miguel Munárriz, Javier Ibáñez, Carlos Salaberri, Pablo Valdés o Valentín Redín, entre otros. Pero los textos ni se publican ni tienen recorrido más allá del montaje para el que han sido concebidos y mueren con él sin dejar apenas huella.

También se consolidan dos iniciativas que generan público e intérpretes. Por un lado, el Taller de Teatro del Instituto Navarro Villoslada, estable desde 1978, que durante cuatro décadas inicia en el hecho teatral a centenares de sus estudiantes (como actores) y a miles de espectadores de los centros educativos navarros que pasan por su sala, convirtiéndose en la función teatral más vista en el año en Navarra por número de funciones y espectadores. Será fuente de numerosas vocaciones para la escena, entre ellas, la de Alfredo Sanzol. Por otro, la Escuela Navarra de Teatro (ENT), iniciativa privada de un grupo de actores del antiguo TEN que ofrece desde 1985 estudios no oficiales de interpretación siempre financiados por el Gobierno de Navarra. Se adscribe a la Red de Teatros Alternativos pero durante décadas apenas programa nada que no se derive de su actividad formativa salvo un ciclo de teatro otoñal discretamente “alternativo” que le financia el Ejecutivo foral. Apenas atiende la formación dramatúrgica (salvo algún cursillo específico, como el impartido para sus alumnos en 1994 por Fermín Cabal) aunque sí crea un premio de teatro para público familiar, con financiación del Ayuntamiento de Pamplona, que tiene un gran aliciente: el texto premiado se sube a escena con los alumnos del último curso durante las Navidades, reparte chocolate en taza en el descanso, se convierte en una tradición local más de las fechas festivas y el montaje es visto por cerca de 3.000 espectadores cada año.

El concurso de la ENT ha conocido 31 ediciones desde 1992, ha quedado desierto en tres ocasiones y ha premiado obras de 60 autores, en euskera y castellano, de los cuales una veintena son navarros, muchos de ellos exalumnos del centro. Destacan entre los premiados en euskera Xabier Díaz Esarte, profesor de ikastola en Primaria pionero en la escritura para público familiar en Navarra en ese idioma, que lo ganó en tres ocasiones, y en dos Aitor Txarterina, Maialen Díaz, Xabier López Askasibar (que también fue premiado una tercera vez con un texto en castellano) y Juantxo Urdíroz. En  la modalidad en español, lo ha ganado dos veces Javier Izcue-Argandoña y han sido premiados en alguna edición Ramón Vidal, profesor de la ENT, y varios exalumnos que trabajan hoy como actores o directores, como Xabier Artieda, Beatriz Cornago, Álvaro Lizarrondo, Mikel Mikeo, Beatriz Miró, Adriana Olmedo, Maitane Pérez, Maite Redín o Mónica Torre, entre otros.

 

Un teatro público, por fin

En 1998 se produce el segundo gran acontecimiento en la historia teatral navarra. Ese año, el Ayuntamiento de Pamplona recupera el Teatro Gayarre para su gestión directa desde una Fundación Municipal. De 1999 a 2011 lo dirigirá Ana Zabalegui, quien estructura una programación continuada que es respondida masivamente por la ciudadanía. Navarra será pequeña, pero económicamente mejor que acomodada y, en el contexto nacional, su ciudadanía suele encabezar los rankings de consumo cultural. Los ingresos por venta de entradas, sumados a la subvención municipal, elevan la calidad de las artes escénicas exhibidas, permiten a la Fundación promover producciones propias que dignifican el sector profesional local y numerosas iniciativas formativas destinadas a paliar los déficits de calidad que se perciben en las producciones locales. Así, además de talleres de generación de públicos, alienta otros de iluminación escénica, de proyectos de escenografía (para atraer al teatro a estudiantes de artes y oficios), de producción de artes escénicas, de utilería y, a lo que estamos, talleres de escritura dramática.

Lo hace en los años 2004, 2005 y 2006, impartidos por el comediógrafo escocés Chris Dolan, conocido porque uno de sus textos, Sabina, premiado en el Fringe del Festival de Edimburgo, lo produjo una productora navarra la década anterior. Excelente pedagogo, su esquema de clase mensuales durante el curso para ir puliendo un proceso de escritura que finaliza con la exhibición de piezas breves es determinante en la escritura teatral local. Curiosamente, en el primer taller se esperaba a quienes ya estaban escribiendo y montando sus propias obras de teatro, técnicamente deficientes por lo general, pero no fue así, no se dieron por aludidos. Las dos primeras ediciones atrajeron a menos teatreros que escritores de disciplinas como la poesía y el relato, por lo que hubo que invitar expresamente en la tercera edición a actores-directores que también eran autores.

El proyecto lo complementó el Gayarre en esa primera década del XXI con ciclos de obras por encargo, Pequeñas Obras de Nuevos Autores, donde Dolan mantiene un enriquecedor tutelaje; la convocatoria de un concurso de textos breves con el premio de la puesta en escena y una novedosa iniciativa: un concurso de textos cuyo tema es la fiesta de San Fermín. El evento por el que Pamplona es más conocido en el mundo había dado lugar a varias novelas y películas, pero no a obras de teatro. Ahora, la ciudad ya cuenta con una decena larga de textos, casi todos en clave de comedia, alusivos a su fiesta.

Los talleres resultan fructíferos y surgen o se consolidan autores como Jesús Arana, Pedro Charro (novelista y articulista), Estela Chocarro (conocida por su novela histórica), Miguel Goikoetxandia (prolífico autor en prosa y verso de las producciones que dirige e interpreta, que en varios montajes replica el espíritu satírico del teatro de cercanía de Patxi Larrainzar, convirtiéndose en su mejor epígono, y bate todos los récords de funciones y espectadores de lo que vamos de siglo), Víctor Iriarte, Javier Izcue-Argandoña (único autor local que, además en dos ocasiones, estrena el Taller del Navarro Villoslada en sus primeros 35 años de existencia), Laura Laiglesia (que dirige su propia escuela de interpretación en Pamplona, Butaca 78, para quien escribe y adapta infinidad de textos), Nieves Oteiza, Maite Pérez Larumbe (sin duda la mejor poeta navarra), Maite Redín (autora de una veintena de textos que dirige e interpreta con su propia productora), Ventura Ruiz (actriz, dramaturga y cuentacuentos), Luis Tarrafeta, Mariano Velasco y Pedro Zabalza, entre otros.

En la siguiente década, desde 2012, bajo la dirección de Grego Navarro, el Teatro Gayarre impulsa una segunda iniciativa autoral, el proyecto Leer para Crear, que ofrece el escenario a creadores para que exhiban ante un público reducido sus piezas a medio elaborar para que, del diálogo con los espectadores, vayan afinando la propuesta. Participa alguno de los autores antes citados y otros como Estitxu Arroyo, Miguel Ángel Calvo Buttini (que procede del cine, donde ha dirigido media docena de largometrajes), Xabier López-Askasibar (entre los más prolíficos autores teatrales navarros en euskera), Ana Maestrojuán (que escribe los textos que dirige con su propia productora) y Carol Verano, entre otros.

 

Y algunos bombazos que estallan lejos

Mientras este magma se va cociendo a fuego medio en Pamplona, un par de bombazos protagonizados por navarros estallan en territorios más alejados. En primer lugar, la eclosión de Alfredo Sanzol (Madrid, 1972), asentado en Pamplona desde los cuatro años, donde se licencia en Derecho. Pagado el peaje familiar de estudiar “una carrera de provecho”, sin apenas participación en el movimiento teatral local, se desplaza a Madrid y se licencia en dirección de escena en la RESAD. Tras acabar sus estudios, en la capital empieza a montar sus propios textos -desde 2006 con Risas y destrucción-, con un grupo de amigos que resulta ser un excepcional elenco actoral, y que le llevan a colocarse en menos de diez años en el grupo cabecero de la creación autoral en España, aunando éxitos de público y crítica continuados centrándose en el género de la comedia. No me extiendo mucho. A Sanzol todos lo conocemos.

Otro creador de relevancia nacional y proyección internacional es el tudelano Jomi Oligor (1973), quien epata al mundo teatral desde el sótano de un taller fallero de Valencia en 2002 con la delicada, sorprendente, sugestiva y deliciosa creación de teatro de objetos y proximidad Las tribulaciones de Virginia, junto a su hermano Senén como Hermanos Oligor; y desde 2013 con la mexicana Shaday Larios (Oligor-Microscopía) en La máquina de la soledad (2014) y La melancolía del turista (2019).

Es, por tanto, entrado en el siglo XXI, cuando la creación dramatúrgica navarra despega con pasos firmes y logra pequeños y grandes hitos. Listo someramente aquellos que reciben un refrendo externo y foráneo, por orden cronológico:

  1. Maite Pérez Larumbe y Víctor Iriarte, cursillistas del primer taller de Chris Dolan, estrenan traducidos al inglés y con producción profesional Pequeños movimientos y ¡Chssssss! en el Teatro Òran Mór de Glasgow (Escocia) con los títulos Short spin y Wheesth!
  1. Víctor Iriarte se convierte en el primer navarro en ganar un premio nacional de teatro, el Calderón de la Barca 2006, por La chica junto al flexo, presentada como lectura dramatizada en 2007 en los Encuentros en Magalia de la creación contemporánea. (Para evitar despistes a los que hayan llegado hasta estas líneas, se trata del mismo Víctor Iriarte que firma este artículo, disculpen la inmodestia).
  1. – Alfredo Sanzol estrena Si, pero no lo soy, primera producción de un autor navarro del Centro Dramático Nacional.

       – Maite Pérez Larumbe y Víctor Iriarte repiten experiencia y son programados por el Teatro Òran Mór de Glasgow (Escocia) para ofrecer la versión inglesa de Una oportunidad para Zarraberri y Cuota líquida con los títulos de Zarraberri y Limbo.

  1. Alfredo Sanzol estrena para la compañía T de Teatre Delicades. Premio Max a mejor autor teatral en catalán en 2011.
  1. – Alfredo Sanzol estrena Días estupendos. Premio Max a mejor autor teatral en castellano en 2012.

      – Jesús Arana Palacios, cursillista del Gayarre, gana el premio de textos teatrales Alejandro Casona, convocado por el Principado de Asturias, por Twice.

      – Xabier López Askasibar en euskera por Piztu gabeko zigarroa y Víctor Iriarte en castellano por La esquela ganan el premio Café Bilbao de teatro breve. (Certamen circunscrito a autores del ámbito vasconavarro).

  1. – Alfredo Sanzol estrena En la luna. Premio Ceres al mejor autor teatral 2012 y premio Max a mejor autor teatral en castellano en 2013.

      – Pedro Zabalza, cursillista del Gayarre, gana el premio Café Bilbao de teatro breve por Ocho mil. 

  1. Mikel Mikeo gana el premio Café Bilbao de teatro breve por La oferta Hutford. 
  1. Alfredo Sanzol estrena La respiración. Premio Nacional de Literatura Dramática 2017. Es el primer y único navarro que ha obtenido ese galardón.
  1. Alfredo Sanzol estrena La ternura. Premio Valle-Inclán de Teatro 2018.
  1. – Maialen Díaz Urriza gana el premio literario Kutxa Ciudad de San Sebastián de teatro en euskera con Herri hura.

         – Víctor Iriarte obtiene el Premio Lope de Vega de Teatro por Budapest, un silencio atronador. Es el primer y único navarro que ha ganado el premio más veterano de los convocados en España.

 

La respiración de Alfredo Sanzol

La respiración de Alfredo Sanzol. 3

Un panorama actual prometedor

Hecho el repaso y visto con perspectiva, el panorama de la escritura teatral en Navarra es hoy esperanzador. Ahí van otros datos objetivos. En estos momentos, hay al menos tres autores navarros vivos con voz en la Wikipedia: Maialen Díaz, Víctor Iriarte y Alfredo Sanzol; dos dramaturgos socios de AAT: Asier Andueza Elía y Víctor Iriarte; tres en Contexto Teatral con fragmentos de su obra a disposición de los lectores: Arturo Echavarren (actor, filólogo e investigador además de dramaturgo), Alfredo Sanzol y Víctor Iriarte; y siete fondos documentales legados (para su conservación y consulta) al Archivo de la Música y de las Artes Escénicas de Navarra: los entregados por los herederos de Mariano Ansó Zunzarren y Francisco Erdavide Odiozola; los de Alfredo Sanzol, que están acompañados de todo el proceso creativo y sucesivos borradores de cada una de sus obras; los de la compañía de títeres Retablo de Figurillas, que impulsaron en Navarra durante cuatro décadas Juan Faro y Ana Bueno, con todos los libretos y muñecos elaborados para sus espectáculos; y los de actores-activistas vinculados al tercer sector Nieves Oteiza Goñi, Ventura Ruiz Gómez y Francisco Javier Salvo Zaratiegui.

La variedad de géneros, estilos y modalidades que se cultivan en Navarra es hoy notable (pequeño y gran formato, microteatro, stand up comedy, impro, musicales…). Los memorables montajes de Jomi Oligor han sembrado escuela y hay ahora mismo en cartel dos espectáculos de teatro de proximidad con objetos como el de la navarra afincada en Logroño Izaskun Fernández Creando memoria y La reina del Arga, de Tefi de Paz. Ion Iraizoz cultiva la autoficción en Beautiful Stranger. Las nuevas dramaturgias de Laida Azcona (performer que procede de la danza) y el chileno Txalo Toloza les llevaron a distintos países con la trilogía de denuncia política Tierras del Sud, Extraños mares arden y Teatro Amazonas. También cruzaron varios océanos la exalumna de la ENT Edurne Rankin y el chileno Álvaro Morales con su teatro de máscara de cuerpo entero, que sembró escuela en Pamplona. Se han incorporado a la escritura teatral y han estrenado sus obras creadores procedentes del guion de cine (Miguel Ángel Calvo Butini) o de las series de televisión, muchos de ellos trabajando en el sector tras haberse formado en Comunicación Audiovisual, como es el caso de Asier Andueza Elía o Txemi Pejenaute. Cada vez hay más navarros egresados de las escuelas oficiales de teatro, y con estudios específicos en escritura teatral, lo que promete elevar el nivel autoral. Ahí están Álvaro Lizarrondo o Ana Artajo, que estudió dramaturgia con Juan Mayorga en el master de la Carlos III y junto a Ion Martikorena dirige el Taller de Teatro del Instituto Navarro Villoslada desde hace cuatro años, para el que escriben a cuatro manos los textos, sin cortapisas en número de personajes ni elección de temas, lo que les permite subir a escena sugestivas propuestas, premiadas en el certamen nacional de Coca-Cola. Kiko Alba adapta cualquier tipo de relato o película para el Taller del Instituto Plaza de la Cruz. La Ikastola Jaso lleva una década ofreciendo espectaculares montajes de teatro musical en euskera con libreto colectivo escrito por sus propios alumnos de ESO. En Pamplona funcionan ahora mismo tres escuelas de interpretación y una cuarta centrada en el musical y no les falta alumnado. Podemos hasta presumir de alguna excentricidad, como un autor, Carlos Ansó Pinto (Pamplona, 1953) profesor en las universidades de Venecia y Pisa que escribió… ¡en italiano! Don Quijote, el sueño de Cervantes, estrenado en 1995 en el Festival de Castigliocello. Con el siglo nació Ópera de Cámara de Navarra, que presume de una veintena de producciones líricas propias, en su mayoría para público familiar, y la mitad de ellas con libreto y música originales de autores navarros, lo que no está nada mal. La guía de compañías escénicas 2022 editada por el Gobierno de Navarra, tras el tsunami pandémico, ofrece 13 propuestas de teatro (10 con autores locales), 7 de danza (6 de coreógrafos navarros), 3 espectáculos musicales, 1 de circo y 1 de magia. No están todos los que son, pero son todos los que están.

 

¿Hablamos mal del Gobierno?

Claro que podemos hablar mal de quienes nos administran. Pero no creo que merezca la pena. Tras 25 años de gobiernos de la derecha, seguidos en el periodo 2015-2019 de un decepcionante (para las artes) ejecutivo nacionalista y los últimos 3 de coalición de socialistas y nacionalistas, la cosa para las artes escénicas no hay ido a mejor, pero tampoco a peor. Siguen las mismas inercias y la falta de propuestas creativas, puesto que sacar al gestor del costreñido cauce administrativo es claramente un esfuerzo inútil. En Navarra sabemos que las cosas, si algo cambian, no son en función de la ideología de quienes nos gobiernan sino de la presencia en puestos clave de gestores atentos y conocedores del paño, que haberlos haylos, como afortunadamente ha sucedido con la Fundación Municipal Teatro Gayarre.

Así que aquí podría hacer un corta y pega con todas y cada una de las críticas a la falta de acciones específicas en favor de la autoría teatral expuestas en el anterior número de Las Puertas del Drama desde otras regiones (y las que sin duda vamos a poder leer en el número 58). Porque, con ligeras variantes, en todas las autonomías  bailamos la misma melodía. Es decir, no hay ayudas específicas a la creación ni dramaturgos profesionales a tiempo completo en Navarra. Ni están ni se les espera. Quienes escriben tienen que buscarse otro oficio, dentro o fuera de las artes escénicas, para pagarse el carro mensual en el Eroski o Mercadona. Los que tienen compañía propia estrenan más y más regularmente, aunque eso no signifique necesariamente más calidad. La autoría local está poco o nada conectada con las compañías profesionales y de aficionados, de ahí que algunos prometedores dramaturgos ahora mismo se dan por dimitidos. Por no hacerte, no te hacen caso ni los libreros. Pero siempre hay esperanza. El taller de teatro de la Universidad Pública de Navarra ha solicitado este curso textos breves a 14 autores, 11 de ellos navarros, y ha representado a lo largo de su existencia varios “sanzoles”, amén de los textos que premió en un certamen cerrado a su propia comunidad educativa.

Así que me permito una única crítica al Gobierno de Navarra, para dar cuenta pública de su incuria y por aportar algo autóctono al debate. En las convocatorias de subvenciones al cine, barema con 22 puntos sobre 100 el guion. Un porcentaje elevado, lo que se traduce en que sin un guion extraordinariamente afinado es imposible recibir ningún dinero para rodar. Pero en las ayudas a la producción teatral no hay un baremo específico para puntuar la  calidad del libreto. Vagamente el condicionado apunta a que “se premiará” la “idea original” (es decir, Shakespeare no tendría acceso a las ayudas. Con razón el bardo inglés predijo en Trabajos de amor perdidos que Navarra sería el asombro de Occidente). Así que, sin un examen del texto teatral por un jurado competente, se lleva tiempo subvencionando la puesta en escena de primeros borradores que necesitarían de profundas revisiones en estructura y personajes para ser mínimamente competitivos en un mercado nacional saturado y cainita. Y con una agravante: el administrador no se corta en orientar el contenido de lo que financia porque tiene los santos cojones de ofrecer en el baremo 10 ricos puntos sobre 100 a aquellas obras que “fomenten” aspectos como la igualdad de género, la inclusión y otras palurdeces pseudobuenistas y “bienquedas” (disculpen el navarrismo) a las que los autores-productores se acogen, lo que acaba lastrando enojosamente muchos de los textos navarros que se estrenan hoy día.

Así que dejemos de hablar del Gobierno y de lloriquear por la falta de ayudas, becas o residencias, y centrémonos en lo que pueden hacer los creadores por sí mismos. En Navarra y en cualquier territorio. Porque la calidad literaria y dramática a la que se debe aspirar depende fundamentalmente del esfuerzo de cada autor observando el mundo primero y frente al ordenador después, del trabajo continuado de escritura y papelera -sobre todo de papelera-, de una mayor autoexigencia, de no conformarse con las primeras ocurrencias, de recordar a diario a Jardiel cuando decía que una cosa es escribir teatro y otra mecanografiar “chorizos dialogados”, de leer mucho, de aprovechar todas las oportunidades de formación continuada que se ofrecen, de confrontar borradores con los lectores más exigentes y críticos, de no dejarse obnubilar por un público que aplaude en exceso las buenas intenciones y, lo que me parece esencial, terminar de una vez por todas con la tan intolerable como extendida actitud en el sector que denomino de “enólogos abstemios” (¿Se puede ser profesional del vino catando solo tus propios caldos?). Hablo de ese desprecio de los teatreros por el propio arte que cultivan pero no visitan, esos a los que no se les ve de espectadores en un patio de butacas ni por casualidad, que viven autistas a la potente agenda cultural navarra que disfrutamos y se dicen profesionales pero desconocen la palabra benchmarking. Porque la mejor escuela de escritura está en el escenario, se renueva prácticamente a diario en la cartelera y al que no se matricula ahí se le acaban notando mucho los costurones.

En Navarra, a poco que bucees en la historia de su teatro, tienes que colegir que vivimos días de gloria para la autoría teatral. Estamos a un paso de alcanzar la masa crítica que, como se decía al inicio de este artículo, cimenta un solvente campo base para ir escalando cimas más altas. Con la ventaja de que en las dos últimas décadas sanzoles y oligores han dejado puestas cordadas para un ascenso más despejado. ¿El futuro inmediato? Respondo con otro navarrismo, el que usamos con un punto estoico para elucidar el futuro sin actitudes derrotistas ni con exceso de entusiasmo: ver venir. Porque está en nuestras manos.

 

BIBLIOGRAFÍA

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