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Resumen de Los verdaderos enemigos del gobierno virreinal. ¿Las élites locales o las circunstancias históricas?

Arnulfo Herrera

  • español

    En medio de aparatosas y deslumbrantes ceremonias, de arquitectura efímera y pinturas alegóricas colocadas en las plazas, de una literatura rebusca[1]da y oficialista, la sociedad novohispana juraba fidelidad extrema a los gobernantes enviados desde España pero, en el fondo, esa fidelidad sobreactuada se condicionaba al compromiso de los virreyes para respetar las costumbres y mantener el orden establecido. Ese statu quo beneficiaba a un grupo privilegiado de criollos y españoles establecidos, quienes hacían toda clase de negocios al amparo de ordenanzas y reglamentos que no acataban o interpretaban a su modo para enriquecerse a sí mismos y a sus familias. Por eso, cuando el virrey marqués de Gelves intentó en 1622 poner orden en la Nueva España presionando a los jueces para que hicieran efectiva y desinteresada la justicia, combatiendo el nepotismo y la corrupción, así como el enriquecimiento desmesurado de la alta burocracia, regulando los precios de los bastimentos, limpiando los caminos de ladrones, dictando medidas para que los religiosos regulares y seculares atendieran sus jurisdicciones correctamente, se le echó encima todo el reino. Disfrazado de un tumulto popular cuyos hilos manejaban de modo encubierto los religiosos encabezados por el arzobispo Juan Pérez de la Serna, el motín de indios y negros incendió el palacio de gobierno y depuso al virrey que debió refugiarse en el convento de San Francisco para salvar su vida. Este artículo propone que la literatura oficialista de la Nueva España era hipócrita y podía ser tan venenosa en sus zalamerías como el más escandaloso de los pasquines que se pegaron en los muros del palacio virreinal.

  • English

    Amid spectacular and dazzling ceremonies, of ephemeral architecture and allegorical paintings placed in squares, of wordy and official literature, New Spain’s society swore boundless fidelity to the new rulers sent from Spain. Yet, deep down, that staged allegiance to the viceroy was contingent on a commitment to uphold the customs and maintain the established order. This status quo benefited a privileged group of criollos and well-established Spaniards, who carried out all kinds of businesses protected by ordinances and regulations that they did not comply with or interpret in their way to enrich themselves and their families. For this reason, when, in 1622, the viceroy Marquis of Gelves tried to impose order upon New Spain by pressuring judges to do justice effectively and selflessly, fighting nepotism and corruption (as well as the disproportionate enrichment of the high-level bureaucracy), regulating the prices of victuals, keeping the roads clear of thieves, dictating measures so that the clergy and religious duly attended to their jurisdictions, the whole kingdom pounced on him. A riot masked as a popular tumult, whose threads were covertly managed by the clergy (headed by Archbishop Juan Pérez de la Serna), set fire to the government palace and deposed the viceroy, who had to seek refuge in the convent of San Francisco to save his life. This work aims to show that New Spain’s official literature was as hypocritical and poisonous as any pasquinade posted on the walls of the viceregal palace


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