Hubo una cantante portuguesa, nacida en Viseu en 1869, llamada Augusta Cruz que dio cuenta de su talento entre finales del siglo diecinueve e inicios del veinte, cantando un rico repertorio distribuido entre heroínas de corte lírico y dramático, pasando de unas a otras con "musical concepto, buen método de canto, fraseo con arte, segura de sí, con actuaciones inteligentes, con sentimientos artísticos profundos, muy compenetrada con sus compañeros", según crónicas contemporáneas. Un siglo después, otra cantante de origen luso repite la hazaña, con mejores medios -la voz de la Cruz parecía que era pequeña- y mayor profusión: Elisabete Matos.
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