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Intersticios sociales

versión On-line ISSN 2007-4964

Intersticios sociales  no.19 Zapopan mar. 2020  Epub 25-Feb-2020

 

Sección General

Perro muerto de Boris Quercia y Entre lutos y desiertos de Gonzalo Hernández: narcoliteratura chilena como denuncia de los crímenes del neoliberalismo

Perro muerto by Boris Quercia and Entre lutos y desiertos by Gonzalo Hernández: Chilean Narcoliterature as a Denouncement of the Crimes of Neoliberalism

Ainhoa Montserrat Vásquez Mejías1 
http://orcid.org/0000-0002-7747-8606

1 Profesora e investigadora del Colegio de Letras Hispánicas, Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, SNI I, México. ainhoavasquezm@gmail.com


Resumen

El formato de narcoliteratura, tan común en países como México y Colombia, ha sido adoptado por ciertas narrativas chilenas de los últimos cinco años, con la finalidad de denunciar los crímenes del sistema neoliberal. Perro muerto (2016) de Boris Quercia -que relata la lucha del detective Quiñones por desmantelar una red de prostitución y pedofilia- y Entre lutos y desiertos (2016) de Gonzalo Hernández -que revela la explotación, despojo y asesinatos cometidos por mineras transnacionales- son novelas que se valen de la narcoliteratura no solo para referir al problema del narcotráfico en Chile sino, principalmente, para reflexionar y cuestionar un neoliberalismo despiadado que ha traído, como consecuencia, precarización y muerte.

Palabras clave: narcoliteratura; neopolicial; neoliberalismo; violencia; literatura chilena

Abstract

The format known as ‘narcoliterature’, now common in countries like Mexico and Colombia, has been adopted by some Chilean narratives in the last five years with the goal of denouncing the crimes of the neoliberal system. Perro muerto (2016) by Boris Quercia -which narrates Detective Quiñones’s fight to dismantle a network of prostitution and pedophilia- and Entre lutos y desiertos (2016) by Gonzalo Hernández -which uncovers the exploitation, dispossession and assassinations committed by transnational mining companies- are novels of the narcoliterature genre that address not only the problem of drug-trafficking in Chile but, more importantly, reflect on and question a ruthless neoliberalism that has brought consequences in the form of precarization and death.

Keywords: narcoliterature; neo-detective genre; neoliberalism; violence; Chilean literature

Introducción

De novela policial, novela negra, neopolicial, novela de anomia, narcoliteratura o narconarrativa se han escrito innumerables libros, artículos académicos, ensayos y textos de difusión, tanto que, así como resulta difícil consensuar en denominaciones, mayormente imposible parece abarcar toda la bibliografía que se sigue publicando casi a diario respecto al tema. No obstante, algunas líneas espacio-temporales parecen más o menos claras: la novela policial europea antecede a la novela negra o hard-boiled estadounidense, para encallar con sus particularidades en el neopolicial latinoamericano de los años ochenta y noventa. Desde el siglo XXI el asunto reviste nuevas complicaciones etimológicas: novela de anomia en Colombia,1 narrativas del crimen para especialistas como Héctor Domínguez Ruvalcaba2 y las académicas Brigitte Adriaensen y Valeria Grinberg Pla3 o narconarrativas para el historiador mexicano Arturo García Niño,4 como si cada autor y cada país latinoamericano tuviera su propio concepto para denominar aquella literatura policial que va de acuerdo con sus propios delitos.

En Chile, la narconarrativa ha ido tomando bastante fuerza en los últimos años, con la aparición de novelas policiales vinculadas estrechamente al fenómeno del narcotráfico, tales como Hijo de traficante,5Toño en la dura6 o Matadero Franklin7 solo por nombrar algunas. Novelas cuyo eje temático inicial gira en torno a crímenes ligados al narco pero que, pronto develan una intención más allá de la preocupación por este fenómeno, convirtiendo el argumento en un medio de denuncia social a las prácticas neoliberales imperantes en esta sociedad y en este tiempo. Junto a las novelas ya mencionada, autores como Boris Quercia y Gonzalo Hernández, adoptarían también la temática del narcotráfico (narcoliteratura), a través de relatos policiales desencantados (neopolicial), no solo para analizar como punto central la venta, distribución y consumo de drogas, sino, principalmente, como una excusa para reflexionar y cuestionar un capitalismo despiadado que ha traído, como consecuencia, precarización y muerte en Chile.

Comenzaremos por definir algunos conceptos fundamentales para el análisis, como neopolicial y narcoliteratura para intentar desentrañar los rasgos que estas narrativas chilenas comparten con estos subgéneros. Si bien, como se ha sugerido anteriormente, hay varias novelas que hoy indagan y problematizan el fenómeno del narco en el país sudamericano, se ha elegido trabajar con Perro muerto de Boris Quercia8 y Entre lutos y desiertos de Gonzalo Hernández,9 puesto que son las que mayormente visibilizan y denuncian las prácticas neoliberales de las que hablaremos. No obstante, resulta interesante, al menos mencionar que las primeras novelas de estos autores: Santiago Quiñones, tira10 (en que hace su aparición este detective creado por Boris Quercia) y Colonia de perros de Gonzalo Hernández11 (novela en que conocemos al detective Gustavo Huerta), también pueden analizarse bajo este prisma, aunque en menor medida que las que componen nuestro corpus.

Resulta interesante para la elección de estas dos novelas, la coincidencia en los años de sus publicaciones, pero también la dispar recepción que ambas novelas han tenido, ya que las de Hernández fueron publicadas por Tajamar, una editorial chilena independiente y, hasta ahora, cuenta con muy pocas reseñas académicas o críticas sobre su obra; mientras las de Boris Quercia (destacado actor, guionista y director de cine y televisión) son publicadas por Random House Mondadori, Perro muerto ganó el Grand Prix de Littérature Policière en Francia el 2016 y ya se prepara una serie de televisión sobre su detective. Otros puntos de divergencias: Boris Quercia sitúa su acción en la capital, Santiago, y Gonzalo Hernández en Copiapó, al norte de Chile; Santiago Quiñones es policía de investigaciones, Gustavo Huerta un narquillo con ínfulas de detective independiente. Dos protagonistas, locaciones y realidades disímiles que terminan por confluir en una misma forma de relatar los crímenes del neoliberalismo y que, por ello, resultan representativas de un tipo de narconarrativa que hoy se abre paso en la literatura chilena.

De la novela policial a la narconarrativa

Desde que Edgar Allan Poe escribiera los primeros cuentos protagonizados por el detective Auguste Dupin y, con ello, abriera paso a la creación de una narrativa policial o de enigma, han pasado muchos conceptos, muchas reinterpretaciones, muchos autores y muchos países; se han agregado o eliminado características al género, hasta el punto de que ya ni siquiera podemos asegurar que quede un detective como protagonista y un crimen como motor. La inteligencia, astucia y honradez del encargado de resolver el misterio, aquella exaltación de su racionalidad y el optimismo en la resolución de los enigmas en los relatos del siglo XIX -rasgos propios del periodo de la Ilustración en que nacen-12 dieron paso en la novela negra estadounidense a un mundo mayormente degradado. La Ley seca propició un cambio en el formato, por lo que la corrupción, el crimen violento y las debilidades humanas se apoderaron de la trama.13

En hispanoamérica, Paco Ignacio Taibo II lo rebautizó como neopolicial, proponiendo que cada país tuvo que aprender a contar su historia y su trauma de una manera nacional, pero sin abandonar por completo los atributos de un género ya plenamente identificado. En España, el neopoliciaco sirvió para hablar del franquismo y la época de la transición; en México surgió después de la matanza de Tlatelolco, en que fueron asesinados cientos de estudiantes en el año 68;14 mientras en Chile comenzó a explorarse como género en los últimos años de la dictadura militar de Augusto Pinochet con el detective Heredia, protagonista de la saga de Ramón Díaz Eterovic (que, hasta hoy, sigue vigente) y al que le siguieron importantes exponentes como Luis Sepúlveda, Gonzalo Contreras, Hernán Rivera Letelier y Mario Valdivia, entre otros.

Para el escritor argentino, especialista en el género policial, Mempo Giardinelli, el neopolicial diverge de sus antecedentes europeos y estadounidenses, principalmente, por tres características: si en sus orígenes la resolución del enigma se vinculaba a lo individual y la exaltación de los heroísmos personales en el marco de la confianza en el Estado, en el relato latino prima el componente social del crimen, de lo que se desprende las siguientes diferencias:

El género negro norteamericano, y en cierto modo también el europeo, se basan política y filosóficamente en la confianza en el Estado y la capacidad regenerativa de sus instituciones (el detective funciona como auxiliar de la policía y de la justicia, y entre todos restauran el orden roto por el delito). Lo cual en América Latina es impensable, porque aquí esas instituciones del Estado son vistas como enemigas ganadas por la corrupción o el negocio de la política, y no suele haber ninguna confianza en ellas. Y hay una tercera diferencia, para mí es esencial: y es que para los escritores norteamericanos, y muchos europeos, éste es un género de entretenimiento con el que se puede ganar dinero, mientras que para nosotros es un género literario capaz de denunciar vigorosamente la injusticia.15

En el neopolicial ya no existen los detectives o policías intachables, por el contrario, muchas veces son corruptos o ineficientes, obedecen a sus propios intereses y los crímenes quedan impunes, puesto que, a menudo, son respaldados por el mismo Estado. En el caso chileno de Díaz Eterovic, el neopolicial es utilizado para retratar una sociedad en crisis, producto del trauma de la dictadura y una transición política vigilada y coaptada por poderes económicos ocultos. Dictadura y transición son un referente en cada nueva entrega y el detective Heredia debe cargar con un país herido por la represión. Algo similar ocurre en las novelas de Quercia y Hernández, en que las cicatrices dictatoriales quedan al descubierto, junto con las consecuencias en la imposición de un sistema neoliberal despiadado, impulsado por Pinochet.

Retomamos, en ese sentido, el concepto de violencia epistémica, propuesto por Slavoj Žižek en Sobre la violencia, por cuanto, el neopolicial chileno, contribuiría al reconocimiento de que el capitalismo es un sistema violento, pero que oculta la coerción que ejerce, de manera constante, contra sus ciudadanos. Una violencia que no se percibe como tal, en la medida de que no es ejecutada por una sola persona sino por el sistema político y económico completo. En palabras de Žižek:

Es ahí donde reside la violencia sistémica fundamental del capitalismo, mucho más extraña que cualquier violencia directa socioideológica precapitalista: esta violencia ya no es atribuible a los individuos concretos y a sus ‘malvadas’ intenciones, sino que es puramente ‘objetiva’, sistémica, anónima.16

Así, al contrario de las novelas policiales clásicas, las actuales novelas policiales chilenas contribuirían a la denuncia de la violencia inherente al sistema, en el cual ya no hay una sola persona culpable de un crimen, sino una institución neoliberal que desecha a los ciudadanos que se interponen a las demandas del capital.

Es entonces que, mientras el neopolicial denuncia el crimen como hecho social y visibiliza la desconfianza hacia el Estado, derivamos en un nuevo subgénero que ha hecho su entrada triunfal en la literatura mexicana: la narconarrativa. Definida por Arturo García Niño como parte de la narrativa noire, serían textos que asumen el fenómeno del narcotráfico como tema central, incorporando al neopolicial particularidades específicas: 1) al contrario de los espacios urbanos o rurales acotados de la novela negra, la narconarrativa se ambientaría en una amplia región que incluye ciudades y alrededores, pero establecidos en la franja fronteriza entre México y Estados Unidos; 2) el detective ya no es el personaje central, sino parte de una galería de personajes que pasan permanentemente de un primer a un segundo a un tercer plano hasta desparecer y volver “quizás sea éste uno de sus logros narrativos mayores: el descentramiento del rol protagónico”,17 y 3) una imaginación que raya en la patología para detallar situaciones violentas: dolor, tortura, sangre y agresiones, que parecemos ver como posibles.

A estos rasgos vertebradores, tendríamos que agregar otras características que lo complementan y que ya hemos enunciado anteriormente, junto a Danilo Santos e Ingrid Urgelles, en el artículo “Lo narco como modelo cultural. Una apropiación transcontinental”.18 Por ejemplo, como hoy la narconarrativa no es exclusiva del norte de México, desplazamos esta franja binacional hacia fronteras territoriales y simbólicas que se definen por articular las asimetrías sociales y donde la vida se vuelve precaria (sea las poblaciones de Santiago o las de Copiapó). Asimismo, lo que García Niño denomina una patología en el detalle de las situaciones violentas, sería una cierta estilística gore incorporada como sello a estas narraciones y el detective, no solo ha sido desplazado del rol protagónico, como indica el historiador, sino que se constituye como un sujeto marginal, víctima de la acción de los poderosos.19 Agregamos, finalmente, cierta atemporalidad circular (círculo interminable de precariedad y violencia); la deslegitimidad del Estado como causa del narcotráfico20 y un pacto de lectura en que el lector, acostumbrado a la crónica roja y los noticieros sensacionalistas, cree posible lo que está leyendo.

En lo sucesivo, detallaremos las características que estos relatos chilenos comparten con sus antecedentes latinoamericanos, tanto en el género neopolicial como en la narcoliteratura, para apuntalar la apropiación de estos rasgos y aventurar una respuesta al por qué la actual narrativa policial de Chile está abordando los crímenes desde ambas vertientes, como estrategia de denuncia hacia una sociedad excluyente. Aunque resulta difícil encontrar respuestas, buscaremos, al menos, trazar algunas líneas.

Perro muerto y Entre lutos y desiertos: entre el neopolicial y la narconarrativa

Perro muerto y Entre lutos y desiertos exhiben, en sus primeras páginas, la anécdota tradicional, de cualquier narconarrativa. Santiago Quiñones, en su rol policial, lucha contra un cártel que se esconde en las calles de Quilicura. Subametralladoras y perros rabiosos, hacen que su vida peligre. Su compañero Heraldo Jiménez muere en el enfrentamiento. Gustavo Huerta, alejado de su trabajo como investigador privado, compra marihuana en Ovalle para revenderla en Copiapó, donde ahora reside junto a Francisca, su pareja. La paranoia de ser detenido por tráfico lo hace tener pesadillas.

Con estas introducciones -y ya con ojos entrenados para reconocer a la narcoliteratura-21 intuimos un desarrollo vinculado al narcotráfico: Quiñones podría ser el ejemplo de policía que combate a los cárteles con entereza, sin perder su ética intachable, como ocurre en algunas novelas mexicanas como Los minutos negros de Martín Solares,22La frontera huele a sangre de Ricardo Guzmán23 o Chinola Kid de Hilario Peña.24 O un policía que, poco a poco se va infiltrando en los cárteles hasta dudar de su propia moral, como sucede en las narraciones de Élmer Mendoza. Y el detective Gustavo Huerta, siendo un narquillo de poca monta y consumidor asiduo, fácilmente podría caer en las redes de los cárteles y convertirse en uno de sus distribuidores burócratas, o armar su propio grupo criminal o verse plenamente consumido por los efectos de la droga.

Pero nada de esto ocurre: ni Quiñones es un policía antinarcóticos ni Huerta un consumidor con alma de narco. En estas novelas chilenas los personajes se ven envueltos en el narcotráfico, más bien, por simple casualidad. Quiñones no tendría que haber sido partícipe del enfrentamiento:

la verdad es que no teníamos por qué estar ahí. Nos mandaron de refuerzo a Jiménez, al Nuevo y a mí para apoyar los allanamientos de la Zona Sur. El Plan Cero Tolerancia al Tráfico hasta el momento era un fracaso total y después de dos meses de allanamientos todo seguía igual y lo único que había aumentado eran los muertos de ambos bandos.25

Y Huerta, ni siquiera logra controlar su microemprendimiento de narco porque tiende constantemente a regalar la marihuana a cambio de favores: información, un soplo, un arma. La droga no es el móvil de la historia, pero sí un método del detective para recoger datos que ayudarán a entender la desaparición de Francisca, su pareja y activista de una ONG ambientalista.

Inicialmente engañados, debemos reconocer, sin embargo, que, aunque la trama no corresponde plenamente a las clásicas narconarrativas mexicanas, encontramos ciertos rasgos de este formato, mezclado con el género neopolicial:

1) Ambientes marginales

Leonardo Padura, en una entrevista con Juan Armando Epple,26 asegura que el neopolicial latinoamericano se caracteriza, entre otras cosas, por la preferencia por ambientes marginales, que contribuyen a la significación dramática. Con Danilo Santos e Ingrid Urgelles, concordamos en que este rasgo se traslada también a la narconarrativa y lo hemos denominado “territorios del narco”,27 en que los espacios elegidos son el desierto, la frontera o las poblaciones de la periferia y, en algunos casos, su acción se sitúa en los barrios más problemáticos de las grandes ciudades. Este foco en las zonas conflictivas, permite visibilizar la violencia, testimoniar el deterioro de ciertas comunidades, así como escuchar la voz de los miembros de las clases más bajas28 que han sido víctimas de políticas públicas que los han excluido.

Entre lutos y desiertos transcurre en Copiapó, una ciudad en pleno desierto de Atacama, frontera con Argentina. Aunque fue, por muchos años, una ciudad minera desde donde se extraía plata, actualmente es reconocida por tener uno de los primeros lugares en la exportación de uvas. No obstante, Gustavo Huerta, deambula por poblaciones marginales, alejadas de los beneficios económicos de la capital de la provincia: “llegamos al parque por una entrada lateral, tras cruzar el lecho fluvial de piedras. Aridez, hedor a químicos. La seudo área verde de la ciudad: un terreno amarillo”.29 Desiertos, tierras amarillas, parques sin verde, ya que la poca vegetación que va quedando ha sido apropiada por transnacionales que contaminan aguas y suelos, a la vez que siguen desplazando a los habitantes de sus comunidades.

Santiago Quiñones, por su parte, recorre las calles de Santiago, la capital, convirtiéndose en los ojos de la ciudad, registrando el deterioro, el paso del tiempo y la violencia que asola a las poblaciones de la periferia. El relato del fracaso de un sueño de progreso que alcanza solo a algunos sectores sociales, mientras deja a otros en la más grande precariedad:

Me cuenta que el barrio está cada vez peor, que los drogadictos aparecen en la mañana tirados por la calle, que no sirvió de nada llamar a los tiras (ella no sabe que soy tira) porque no hacen nada y están coludidos con los traficantes.30

En las calles del centro de Santiago, Quiñones y muchos otros se abastecen de la droga que van a ir a consumir en los suburbios, donde la policía no ingresa o no se involucra.

Este punto, que concuerda en ambas novelas, es la primera referencia clara a las políticas neoliberales del Estado chileno, que ha favorecido a las industrias, en contra, del bienestar ciudadano, un indicio certero de que, como sentencia Sayak Valencia en su libro Capitalismo gore “El concepto de Estado-nación ha sido desestructurado y desbancado por el de Mercado-nación”.31 El Estado-nación, que debiera proteger a sus ciudadanos, privilegia, actualmente, prácticas mercantiles. El dinero de las empresas transnacionales resulta mucho más importante que la preocupación por el abandono y precarización de los habitantes de Chile. Así, tanto Santiago como Copiapó se retratan como territorios sin ley, abandonados por el Estado. Tomado por narcotraficantes y consumidores, en el caso de las periferias de la capital; y el norte, apropiado por poderes económicos de empresas multinacionales que continuarán con el despojo de las tierras, con el consentimiento y la contribución de los gobiernos.

2) Sujetos subalternos

Vinculado a esos ambientes marginales, los sujetos que los habitan son también precarios, subalternos de un sistema que los enajena. Esta característica develada en la ficción, tiene su correlato específico en la denuncia a la violencia sistémica del neoliberalismo, puesto que, tal como indica Žižek, este modelo capitalista “implica la creación ‘automática’ de individuos desechables y excluidos, desde los sin techo a los desempleados”.32 Así, como característica visible en estos relatos, los personajes portan el estigma de la carencia: el Gordo es un hacker que vive encerrado en su casa; Verónica y Francisca pertenecen a una ONG ambientalista, por lo que no reciben dinero; a la par, Francisca debe un costoso crédito al Estado por sus estudios universitarios;33 el Gato es un ex militante de izquierda que ahora maneja un local del barrio; Freddy acepta secuestrar a Francisca porque su madre tiene una enfermedad que los programas de salud pública no cubren, por lo que necesita con urgencia el dinero para pagarlo; la Condesa vivió el alcoholismo y la drogadicción de sus padres, el feminicidio de su madre y, desde muy pequeña, cayó en hogares de acogida donde fue abusada. Los amigos de la población en la que vive Gustavo, ni siquiera tienen un hogar, sino que deben conformarse con dormir debajo de un puente o en un lugar miserable con techo de plástico, conocido como El Refugio.

El mismo Gustavo Huerta es un sujeto que vive en la ilegalidad al haberse convertido en un microtraficante y consumidor. A lo largo de la narración, lejos de tomar el rol protagónico por la desaparición de Francisca, se va dejando envolver por la droga, cayendo en sustancias más dañinas. De la marihuana pasa a la cocaína y finalmente a la heroína. El resultado es que en la tercera parte de la novela está tan drogado durmiendo en El Refugio que decide abandonar la primera persona del relato para dar paso a las voces de los otros, los que logran rescatar a Francisca:

lejos estuve de presenciar -y menos protagonizar- los importantes sucesos que definieron esta historia. Lo que seguramente contribuyó a su éxito […]. De algún modo, mi ausencia determinó el desenlace de nuestras investigaciones. Y eso me fuerza a abandonar la primera persona del relato.34

Tal como indica Padura en la entrevista con Epple, en el paso del policial europeo al latinoamericano, asistimos a la renuncia a creer en grandes héroes. El detective infalible se convierte en un ser con un comportamiento ético dudoso y que, además, no siempre resuelve el misterio.35 O, en palabras de García Niño, habría un descentramiento del rol protagónico en las narconarrativas, permitiendo la voz a múltiples subjetividades.36

En el caso de Perro muerto, la galería de personajes marginales también es amplia. Heraldo Jiménez, el compañero de Quiñones, asesinado por los narcos, es acusado de robar parte de un decomiso de drogas (aunque esto sea una trampa por su investigación respecto a los vínculos de políticos y empresarios en una red de trata de blancas). Marcelo fue un niño abandonado, criado por mapuches y, luego por una pareja de militares. Yesenia ha tenido que soportar el abuso de su padrastro desde que era una niña y las niñas huérfanas son recogidas del Servicio Nacional de Menores (SENAME) para incorporarlas a una mafia de prostitución. Marina se dedica a inyectar morfina a enfermos terminales, por lo que convive a diario con la muerte. Santiago Quiñones, aunque es policía, nada tiene de heroico. A pesar de prometerle a Yesenia que asesinará a su padrastro, siempre falla, convirtiéndose él en víctima. Cae fácilmente en las trampas de quienes buscan inculparlo en el robo de la droga y se deja seducir por la cocaína:

Calculo que son tres gramos de coca. Da por sobreentendido que jalo. No sabe que hace cinco meses que no pruebo ni una pizca. Tampoco tengo que contarle. Total un poco no le hace mal a nadie, me digo, sabiendo que cuando parto con esto no paro en una semana.37

Su adicción lo convierte en cómplice de la sobredosis que tiene Angélica, su amante.

Héroes no heroicos, protagonistas descentrados de su rol, detectives drogadictos, infieles e ineficientes. Tan marginales que pasan a ser subalternos del propio relato que cuentan, ya que mientras Huerta abandona la investigación sobre el secuestro de Francisca, producto de su adicción a la heroína, Quiñones se salva de la muerte porque una de las menores logra escapar de sus captores y le avisa que el camino está despejado. Ante estos héroes fracasados resuenan las palabras de Quiñones, como una especie de manifiesto. El capital es prioritario a la justicia:

Un tira no está para hacer cumplir la ley. Un tira está, como casi todo el mundo, para cumplir órdenes, mandatos. Detengan a tal tipo. Investiguen a este otro […]. Si uno estuviera preocupado por las injusticias del mundo no podría prender el televisor y ver las noticias. Uno de lo que se preocupa es de llegar a final de mes, vivo por un lado, y con algo de dinero en el bolsillo por el otro. Porque estar vivo y sin plata no es estar vivo.38

3) Atemporalidad circular

Otra de las características importantes de la narconarrativa es la que hemos denominado “atemporalidad circular”, para explicar que la violencia actual no se ha generado de manera espontánea sino que responde a una historia continua de agresiones.39 Por ejemplo, en los discursos oficiales del gobierno mexicano, se insiste en explicar la violencia actual como una lucha entre buenos y malos, entre narcotraficantes y policías, donde la población indefensa siempre queda en medio. No obstante, la violencia que hoy se vive no se inauguró con el narco, así como no toda la violencia actual es producida por una lucha entre cárteles, tal como lo demuestra el académico Héctor Domínguez Ruvalcaba.40 Atemporalidad circular por cuanto la violencia retratada en las novelas no parece tener un inicio tan claro como el que difunde el Estado ni una solución tan simple como el exterminio del narcotráfico. Los personajes parecen atrapados en un mundo de agresiones sin salida. Agredidos por el narco sí, pero sufriendo también el abandono de las instituciones que debieran protegerlos.

Esta violencia atemporal y circular, en el caso chileno, no solo es evidenciada por el conflicto con el narcotráfico. El narco es un elemento más dentro de una historia de terror, cuyo principal agravio fue la dictadura militar. Ramón Díaz Eterovic, desde sus primeros neopoliciales, ha abordado esta temática con el detective Heredia investigando las torturas cometidas en este periodo, las desapariciones y, actualmente, denunciando un continuum de violencia en un régimen neoliberal que solapa los crímenes de los poderosos, en pos de un supuesto bienestar económico. Las novelas escogidas responden a este mismo ánimo: denunciar la continuidad de las políticas neoliberales impulsadas por el régimen militar, entre cuyas consecuencias se encuentra el arribo del narcotráfico.

En Perro muerto, a pesar de que la dictadura no es un tema recurrente, se incluye una breve mención para referir a la violencia de esa época y visibilizar que aún hoy, la violencia del Estado contra el pueblo mapuche sigue siendo una constante. Marcelo, el amigo policía de Quiñones, le cuenta que de niño fue abandonado por sus padres y adoptado por una comunidad mapuche hasta que fueron víctimas de las agresiones estatales:

Un día cualquiera, un miércoles, de un mes cualquiera, en primavera, se llenó el lugar de milicos. Nos metieron a todos en camiones, los niños a un lado, las mujeres para otro, a los hombres pienso ahora que los mataron, no sé. Era el tiempo del golpe de Estado.41

Esta breve intervención de Marcelo permite vislumbrar que el conflicto del Estado chileno con el pueblo mapuche, sumamente vigente en estos días, no es algo nuevo, sino un episodio más dentro de un enfrentamiento recurrente y que, tanto en la dictadura como hoy, se actualiza y refleja en las políticas gubernamentales de expropiación de sus tierras, así como en el asesinato de los comuneros.

Más evidente resulta la permanencia de la violencia dictatorial en Entre lutos y desierto, incluso por el lugar donde es secuestrada Francisca, afuera de una casa abandonada que

se rumoreaba que había sido empleada en dictadura, recibiendo a las delegaciones de la Caravana de la Muerte que se detenían en Copiapó. Incluso el perro de Manuel Contreras, y hasta el verdugo mayor, Pinochet, habrían compartido ahí sus noches de parrilla. Según el mito.42

O la importancia del personaje de El Gato, quien genera la similitud entre el secuestro de Francisca y la desaparición de personas durante la dictadura, contando acerca de la desaparición de su padre en 1975 y cuyo cuerpo nunca fue encontrado. O en ciertos procedimientos, como la quema de periódicos, cuando un medio opositor se atreve a denunciar los crímenes ambientales de la empresa Pascual Gold, porque el fascismo tiene ciclos, asegura Verónica. Y en ese ciclo indefinido y acaso infinito, también vendrán nuevos crímenes. Arrepentimiento breve que dé paso a nuevas formas de barbarie:

¿Qué vendrá después? Ni idea. ¿Una nueva reinvención del capitalismo? ¿Una barbarie tecnológica? ¿Un mea culpa colectivo? Imagino a los sobrevivientes, avergonzados. Ya no se miran. Prefieren comunicarse por teléfono. Se prometen que nunca más, y los filósofos se preguntan cómo el hombre civilizado pudo llegar a eso. Igual que para Auschwitz, pero por Twitter.43

4) Deslegitimidad del Estado

Frente a esta marginalidad, subalternidad y violencia circular atemporal, podemos rastrear a un culpable. Es el Estado chileno el que no ha logrado garantizar los derechos constitucionales básicos de sus ciudadanos, propiciando esta violencia producto de miserables condiciones económicas y políticas privativas injustas. Así, tal como ocurre en el neopolicial latinoamericano, el enigma como elemento dramático fundamental se desplaza ante la importancia de la denuncia.44 El enigma -o crimen inicial- funciona como pretexto para conducir al lector hacia la visibilización de un mundo degradado.

En la novela de Boris Quercia, desde la historia de Yesenia nos entrometemos en un mundo en que las instituciones fallan. Abusada desde pequeña por su padrastro, en vez de ser protegida por el Estado, es revictimizada por las autoridades de salud que la examinan vejatoriamente.45 El abogado que lleva su caso tiene una erección mientras ella relata los abusos sufridos. El padrastro solo recibe una condena de seis meses de cárcel por las violaciones reiteradas. Las autoridades se muestran indolentes frente al secuestro de su hermana porque coincide con el fin de semana:

uno va perdiendo la fe en la justicia y se va dando cuenta de que todo son arreglines, pedidas de favor, coimas. Uno sabe cuánto delincuente fino anda suelto y cuánto mugroso paga el pato […]. Y mientras nosotros jugamos a los policías y ladrones, las balas locas matan a inocentes sin dar nunca en el blanco del verdadero delincuente.46

El falso robo de los decomisos de la droga en el Puerto, sirve como coartada para ensuciar el nombre de quienes amenazan con denunciar los crímenes de los poderosos. Jiménez -el primer policía que descubre la red de tráfico y prostitución de menores en que están coludidos los hogares del Estado, los sostenedores de casas de acogida, policías, jueces, políticos y empresarios- es víctima del secuestro de su hija para persuadirlo de entregar la información que los inculpa. Cuando esto no resulta del todo, el narcotráfico sirve como excusa para neutralizar a los denunciantes: involucran a Jiménez en los robos de los decomisos e intentan hacer caer a Quiñones regalándole cocaína y, posteriormente, acusándolo del asesinato de Yesenia.

Quiñones se convierte en víctima de esta mafia poderosa, es perseguido por sus mismos compañeros policías y abandonado por sus amigos periodistas. Nadie se atreve a hacer frente a los poderes fácticos:

Por si no lo sabes, entre los que nombraste está la gente que me paga el sueldo cada mes y, como tú lo sabes bien, mi perro, nunca se muerde la mano que te da de comer. Se sabe que el viejo anda en cosas raras, que le gustan las lolitas, pero quiénes somos nosotros para juzgar,47

le argumenta su amigo periodista cuando se niega a ayudarlo. Solo contra la corrupción, en un golpe de suerte más que de astucia o efectividad, Quiñones logra asesinar a los de Asuntos Internos sabiendo que es la única manera de que haya justicia, porque el Estado intentará ocultar la red de prostitución y pedofilia, bajo el argumento del narcotráfico: “va a parecer un ajuste entre narcos”.48

Y en la novela de Gonzalo Hernández no solo deambulan personajes corruptos como el subprefecto regional Augusto Quiñones, sino que el Estado es cómplice de los crímenes de las multinacionales. El enigma, es decir, el secuestro de Francisca, permite ir desentrañando y denunciando los malos manejos de Pascual Gold, una transnacional canadiense instalada en Chile, cuyo proyecto Barricama es un asesinato ecológico y social. Verónica, la directora de la ONG en que trabaja Francisca, le explica a Gustavo, que Pascual ha protagonizado crímenes en cada lugar en que se ha instalado y en Chile puede destruir por completo el valle del Huasco: “Es un atropello a nuestra soberanía, y la de nuestros vecinos. La Pascual se adueñó de ese territorio como si nada. O sea: pagando campañas políticas, que es lo mismo”.49

Crímenes contra la soberanía, la ecología y la población rural que son solapados por los gobiernos en turno, porque la misma multinacional es quien financia las campañas presidenciales, de parlamentarios, alcaldes y concejales. El secuestro de Francisca se enmarca en este contexto. Como colaboradora de una ONG ambientalista, descubre que el diputado Giorgio Caldera, socio de Pascual Gold y Gregorio Mackenna, diputado y gerente ejecutivo de recursos humanos en Operaciones Atacama (compañía que importa maquinarias complejas y las venden a empresas del rubro), recibieron ochenta millones de pesos para eximir a Pascual Gold de responsabilidad por la contaminación del río El Tránsito. Francisca, sin embargo, descubre que los terrenos en los que se emplaza la multinacional es de un extranjero que puede reclamar su territorio: “Para el derecho chileno, tras los intentos de reforma agraria llevados por Frei Montalva y Salvador Allende, lo más importante, antes que la vida humana, es la protección a la propiedad privada”.50

No obstante, sin ser suficiente el secuestro de Francisca, con el fin de ensuciar su nombre y justificar su desaparición, la policía, en una operación orquestada por Héctor Jofré (un expolicía involucrado en los crímenes de la multinacional), allana la casa de Gustavo para decomisar 100 gramos de marihuana:

Vamos a ocuparnos del trafica. Es un cuesco chico, pero podría volverse una molestia. Conozco a un mayor de Carabineros que puede organizar algo con la gente de Copiapó. Ese hueón debe tener su pocilga hasta el techo con marihuana. También vamos a dejar constancia de que su mina es cómplice. Por si se le ha ocurrido interponer una pérdida.51

Así, el secuestro de Francisca puede interpretarse como fuga de una traficante.

Tanto Quiñones y Jiménez en Perro muerto, como Gustavo y Francisca en Entre lutos y desiertos son sindicados como narcotraficantes con el fin de detener las investigaciones en curso, que podrían perjudicar a los empresarios y políticos, que se valen del neoliberalismo económico chileno para ocultar sus crímenes. En ese sentido, recupero la noción de poder de Achille Mbembe, como aquel que ficcionaliza una enemistad para obtener el derecho sobre la vida del otro:

El poder (que no es necesariamente un poder estatal) hace referencia continua e invoca la excepción, la urgencia y una noción ‘ficcionalizada’ del enemigo. Trabaja también para producir esta misma excepción, urgencia y enemigos ficcionalizados.52

Al ser señalados como narcotraficantes se convierten en enemigos, a los que, fácilmente, puede perseguirse e, incluso, dar muerte. Y el Estado, lejos de defender a sus ciudadanos, se convierte en un aparato corrupto que protege y usufructúa de los poderes económicos. En estas novelas, la droga y el narcotráfico no son el móvil central de la intriga, como sí ocurre en la narcoliteratura, sino el medio para denunciar las políticas neoliberales que precarizan a los ciudadanos chilenos, incluso propiciando su muerte.

Convertidos en enemigos, a través de la simulación del narcotráfico, los personajes de nuestras novelas se transforman aún más en sujetos vulnerables. Al contrario, los hombres poderosos -políticos y empresarios- son amparados por un Estado que protege los intereses económicos de sus influyentes, aceptando la impunidad de sus crímenes (sean estos ambientales, de pedofilia, de trata de blancas o de sangre). Ante el poder del dinero, los ciudadanos son piezas prescindibles, hay vidas que valen más que otras y el sistema neoliberal es el encargado de dirimirlo. En nuestra narcoliteratura chilena no es solo el narcotráfico el que conduce a la estética gore, el derramamiento de sangre es producto de prácticas neoliberales, entre ellas el necrocapitalismo.

Y la sangre se derrama. En Entre lutos y desiertos, Pascual Gold contrata a Sergio Sánchez, un informático que contribuye a ocultar el secuestro de Francisca. A los pocos días es encontrado muerto al borde de un barranco. Aunque Gustavo y Angélica intuyen que su muerte no fue circunstancial, sino que fue asesinado por órdenes de la multinacional o los políticos que operan para ella, en la investigación el caso se cierra como accidente. Lo mismo ocurre con el asesinato de El Gordo, quien intenta sobornar a los empresarios:

El Gordo decidió negociar por su cuenta y trasladar el lugar del intercambio a otra parte, seguramente con la idea de timar al lobista. Una pésima ocurrencia. Su cadáver apareció en un tramo de la carretera que une Copiapó y Caldera […]. La policía no supo cómo calificar su muerte. La prensa ni lo pescó.53

La extracción de recursos naturales valiosos por parte de la transnacional, convierte al norte de Chile en un espacio idóneo para causar la muerte sin consecuencias judiciales.54

Y en Perro muerto también se cometen asesinatos sin penalidades. Obligadas a participar en esta red de prostitución y pedofilia, muchas niñas quedan embarazadas de sus abusadores poderosos. Para no interrumpir el negocio son forzadas a realizarse abortos en lugares poco higiénicos, resultando muertas. Muchas otras son asesinadas durante las violaciones. Los crímenes cometidos por esta red, y amparados por un sistema legal que no investiga, se suceden con frecuencia. A la muerte de estas niñas se suma el asesinato de Ricardo Arenas, simulando un suicidio por ahorcamiento y a Yesenia la decapitan, con el fin de inculpar a Quiñones (procedimientos asesinos bastante similares a los utilizados por la estética gore del narco). Frente a la posibilidad de develar esta red, los sujetos poderosos se cubren y amparan en el asesinato sabiendo que quedarán impunes.

Conclusiones. La narcoliteratura chilena como denuncia de los crímenes del neoliberalismo

Perro muerto y Entre lutos y desiertos se apropian de características del neopolicial latinoamericano, así como de la narcoliteratura mexicana, para desplegar en sus páginas una larga lista de crímenes del sistema neoliberal chileno: despojo de tierras y asesinato de los pueblos originarios; explotación y extracción irregular de recursos naturales, por parte de transnacionales, apoyadas por el Estado; tortura y secuestro de los defensores del medio ambiente; precarización y abandono de las zonas de la periferia; redes de prostitución infantil en pos de la mercantilización del cuerpo de niñas vulnerables y, la necropolítica como punto culminante de dichos crímenes. Según Sayak Valencia, el uso, abuso y exterminio de los cuerpos sería la práctica extrema del Estado neoliberal:

La vida ya no es importante en sí misma sino por su valor en el mercado como objeto de intercambio monetario. Transvalorización que lleva a que lo valioso sea el poder de hacerse con la decisión de otorgar la muerte a los otros. El necropoder aplicado desde esferas inesperadas para los mismos detentadores oficiales del poder.55

Al contrario de lo que ocurre en la narcoliteratura mexicana, no son los narcotraficantes los que acaban con la vida de los ciudadanos, sino los empresarios y políticos chilenos que ostentan el poder de elegir qué vidas deben conservarse y cuáles deben ser exterminadas. No obstante, es necesario recalcar que todos los personajes son víctimas, de una u otra manera, de los crímenes del Estado neoliberal, incluso aquellos que deben asesinar por órdenes de otros. Freddy, el secuestrador de Francisca, es un peón vulnerable por sus carencias económicas. La madre de Freddy necesita capital para poder costear su tratamiento, puesto que su enfermedad no es cubierta por el plan AUGE (Plan de Acceso Universal de Garantías Explícitas). Su tío Héctor Jofré, es quien lo involucra en el espionaje de la ONG de Verónica y en las tareas legales que está emprendiendo Francisca en contra de Pascual Gold. Freddy, en este sentido, también sufre la violencia sistémica de un Estado que no provee seguridad, beneficios y necesidades básicas para el bienestar de sus individuos.

Coherente con esta imagen de país que presentan estos relatos, pensar que la justicia existe, resulta ingenuo. De todos los involucrados en el secuestro de Francisca y los asesinatos de Sergio y de El Gordo, solo Héctor Jofré obtiene un castigo no legal, al ser asesinado por Gustavo. En cambio, Freddy escapa a Argentina, Giorgio Caldera gana con amplio margen las elecciones de su partido prometiendo “luchar por un medioambiente más descontaminado”56 y el diputado Mackenna, sin ser juzgado, es trasladado de región a “un escenario con gente nueva para embaucar. Seguía en el rubro del lobby, aunque ahora con otro objetivo: la ley de pesca. Ahí estaban las lucas”.57 Gustavo, al contrario, es detenido. Quienes tienen influencia y dinero pueden decidir sobre la vida de otros sin consecuencias. Pero este no es el caso de Huerta.58

Al igual que en la novela de Hernández, en la de Quercia no termina con el triunfo de la verdad y la justicia:

El prefecto fue dado de baja por cargos de corrupción, lo mismo que fueron multados y despedidos el director de las casas de acogidas juveniles y algunos empleados. Todo el peso de la culpa cayó sobre los muertos en el enfrentamiento que aún no tiene culpables. Nadie del poder judicial fue preso.59

La cárcel es para los criminales sin recursos económicos, no para los sujetos poderosos que, amparados por el Estado, juegan con la vida de los otros. Así, quedamos en la ausencia total de héroes, pues esa posibilidad sobrehumana se ve sobrepasada por los poderosos desde las primeras páginas de las novelas.60 Hasta parece un milagro que estos detectives sobrevivan al final de sus aventuras.

Tal como indica Soto en el blog “Lo que leímos” respecto a Perro muerto pero que, perfectamente, podría aplicar para Entre lutos y desiertos:

Sus puntos bajos van por sus propias imposibilidades respecto al lugar donde ocurre, en que en un sistema punitivo como el chileno resulte inverosímil que la trama se resuelva con una victoria de los buenos, con la cárcel para los malos, con nuestra justicia que ocurre -así como nuestra democracia- en la medida de lo posible, y, por lo mismo, la novela pareciera rehuir, hacia un final más bien sumario, aquello adonde ha apuntado desde el comienzo: el hecho de ponerle rostro a los culpables, convirtiéndolos en un genérico de ‘los poderosos’ que al final siempre libran a su manera.61

El punto fuerte de ambas novelas, concordamos entonces, es la capacidad de revelar el sistema neoliberal en el que estamos habitando, criticar el estado de las cosas, hacer una “fotocopia de lo social”, como dice Boris Quercia a Ximena Torres.62 Estos relatos permiten visibilizar la sociedad que habitamos y que hemos permitido, reflexionar acerca de nuestras fallas. La narcoliteratura policial chilena, adopta así características del neopolicial y de la narconarrativa para realizar un producto que supera a ambos en sus alcances. No es el narcotráfico y sus redes la esencia de la trama, el origen de toda corrupción y el culpable de la violencia imparable -como nos ha hecho pensar el discurso oficial del gobierno mexicano y del que los noticiarios chilenos se están apropiando con bastante facilidad- sino el sistema neoliberal que permite el asesinato impune de los ciudadanos que se oponen a ella. Este policial chileno se apropia de los rasgos de la narcoliteratura, justamente, para desmentir que sea el narcotráfico la fuente de todos nuestros males, y demostrar que este fenómeno, no es sino una consecuencia más de la violencia sistémica del capitalismo.

La narcoliteratura chilena, así, resulta no solo pertinente sino necesaria como medio de denuncia, en tanto las prácticas neoliberales del Estado trascienden a diario la ficción. Por poner unos pocos ejemplos: el pasado 14 de noviembre fue asesinado por el comando jungla (Grupo de Operaciones Policiales Especiales) el comunero mapuche Camilo Catrillanca, bajo el argumento de un ataque a la policía, versión que pronto fue desmentida y considerada un montaje para encubrir un crimen a sangre fría. En octubre, Alejandro Castro, dirigente de los pescadores de Quinteros y líder en contra de la contaminación de Quintero y Puchuncaví, fue encontrado muerto, colgando de una reja de su estatura. A pesar de las denuncias interpuestas por él y su familia -en que reconocían las amenazas de muerte de que había sido objeto los días previos, por parte de funcionarios de las empresas sindicadas como contaminantes- la Policía de Investigaciones decretó que Alejandro se suicidó. Un suicidio similar al de Macarena Valdés en el año 2016, la dirigente mapuche que encabezaba la lucha contra el proyecto hidroeléctrico que la compañía austriaca RP Global y la empresa chilena Saesa pretendían instalar y, al casual accidente que le costó la vida a la dirigente pehuenche Nicolasa Quintreman en el 2013, cuyo cuerpo fue encontrado flotando en las aguas del lago artificial Ralco, el mismo lago al que se opuso cuando comenzó la construcción de la central hidroeléctrica en las tierras de Alto Bío Bío. Por otra parte, a fines del 2016 se destapó cuatro redes de prostitución integradas por menores de distintos centros del SENAME. Los nombres de los culpables se han mantenido en el anonimato y, muy probablemente, nunca lleguemos a saberlos.

Boris Quercia a Ricardo Basáez en Radio La Clave, le dice:63

La labor social que uno tiene como artista es que tiene que estar mirando la realidad y tener las antenas bien perceptivas para estar absorbiendo la realidad y lo que pasa en el entorno y eso transformarlo en algo que pueda ser una obra en que la gente pueda verse en ella como un espejo,

Y así como los cárteles han sido y son aquel telón de fondo ineludible para retratar y denunciar la realidad del México contemporáneo, en Chile el narcotráfico es punto de partida, una consecuencia de los múltiples crímenes del neoliberalismo y un formato propicio para visibilizar la violencia sistémica. Después de todo, la complicidad de los gobiernos en turno con las transnacionales, el despojo de tierras a los pueblos originarios, la falta de políticas públicas que garanticen bienes básicos como salud y educación, las redes de pedofilia y trata de blancas, el asesinato de los defensores del medio ambiente y líderes sindicales, son abusos que hoy ocurren más allá de la ficción.

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1Gustavo Forero Quintero, La anomia en la novela de crímenes en Colombia (Bogotá: Siglo del Hombre Editores/Universidad de Antioquia, 2012).

2Héctor Domínguez Ruvalcaba, Nación criminal: narrativas del crimen organizado y el Estado mexicano (Ciudad de México: Ariel, 2015).

3Brigitte Adriaensen y Valeria Grinberg Pla (eds.), Narrativas del crimen en América Latina. Transformaciones y transculturaciones del policial (Berlín: LIT Verlag, 2012).

4Arturo E. García Niño, “La narconarrativa un subgénero literario fronterizo y binacional”, Razón y palabra 84 (septiembre-noviembre de 2013), disponible en http://www.razonypalabra.org.mx/N/N84/V84/14_Garcia_V84.pdf (fecha de acceso: 11 de noviembre de 2018)

5Carlos Leiva, Hijo de traficante (Valparaíso: Ediciones Caronte, 2015).

6Mario Silva Mera, Toño en la dura (Santiago de Chile: Ítaca, 2016).

7Simón Soto, Matadero Franklin (Santiago de Chile: Planeta, 2018).

8Boris Quercia, Perro muerto (Santiago de Chile: Penguin Random House, 2016).

9Gonzalo Hernández, Entre lutos y desiertos (Santiago de Chile: Tajamar Editores, 2016).

10Boris Quercia, Santiago Quiñones, tira (Santiago de Chile: Penguin Random House, 2010).

11Gonzalo Hernández, Colonia de perros (Santiago de Chile: Tajamar Editores, 2010).

12Guillermo García-Corales y Miriam Pino, Poder y Crimen en la narrativa chilena contemporánea (Las novelas de Heredia) (Santiago de Chile: Mosquito Editores, 2002).

13Clemens Franken, Crimen y verdad en la novela policial chilena actual (Santiago de Chile: Universidad de Santiago de Chile, 2003).

14Eduardo Corrales, “Es imposible desligar los factores políticos y sociales de la criminalidad. Entrevista a Paco Ignacio Taibo II”, Letralia Tierra de Letras 13.198 (3 de noviembre de 2008), disponible en http://www.letralia.com/198/entrevistas01.htm (fecha de acceso: 11 de noviembre de 2018).

15Goran Tocilovac, “Entrevista a Mempo Giardinelli”, Diario El Comercio de Lima, 31 de octubre de 2004, disponible en http://www.mempogiardinelli.com/ent6.html (fecha de acceso: 11 de noviembre de 2018).

16Slavoj Žižek, Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales (Buenos Aires: Paidós, 2009), 23.

17García Niño, “La narconarrativa…”, 9.

18Danilo Santos, Ainhoa Montserrat Vásquez Mejías e Ingrid Urgelles, “Introducción: lo narco como modelo cultural. Una apropiación transcontinental”, Mitologías Hoy 14 (2016).

19En la narcoliteratura mexicana el detective puede ser corrupto o justiciero, sin embargo, siempre termina siendo víctima del poder gubernamental o de los mismos narcos. Es el caso del Zurdo Mendieta, detective de la saga de Élmer Mendoza quien, a pesar de buscar mantenerse al margen del cártel termina siendo acusado de pertenecer a la banda de Samantha Valdés y torturado, extorsionado y engañado por la policía. Élmer Mendoza, Besar al detective (Ciudad de México: Penguin Random House, 2015).

20Para Gustavo Forero esta es la característica principal de la literatura policial latinoamericana actual, por ello propone una denominación diferente: literatura de anomia “entendiendo anomia en la literatura como aquella situación narrativa en virtud de la cual la novela da cuenta de cierta confusión ideológica en la organización social, donde resulta imposible que el individuo se reconozca en el contenido de una norma, o en la que la ausencia de norma social para un caso dado le impide adecuar su conducta a ella”. Gustavo Forero Quintero, “La novela de crímenes en América Latina: hacia una nueva caracterización del género” Lingüística y Literatura 57 (junio de 2010): 51.

21Cierto pacto de lectura entre autor y lector. Santos, Vásquez y Urgelles, “Introducción…”, 17.

22Martín Solares, Los minutos negros (México: Random House Mondadori, 2006).

23Ricardo Guzmán, La frontera huele a sangre (México: Lectorum, 2001).

24Hilario Peña, Chinola Kid (México: Random House Mondadori, 2012).

25Quercia, Perro muerto, 48.

26Juan Armando Epple, “Entrevista a Leonardo Padura Fuentes”, Hispamérica 24.71 (1995): 49-66.

27Santos, Vásquez y Urgelles, “Introducción…”, 11.

28Epple, “Entrevista…”.

29Hernández, Entre lutos, 136.

30Quercia, Perro muerto, 129-130.

31Sayak Valencia, Capitalismo gore (Barcelona: Melusina, 2010), 33.

32Žižek, Sobre la violencia, 25.

33Esto es lo que mueve a Francisca a involucrarse en la ONG y luchar contra los grandes poderes empresariales y estatales. Gustavo se identifica con ella, puesto que ambos actúan en la ilegalidad: “su tesón a la hora de combatir el neoliberalismo era una estrategia frente a una ley injusta, desde su perspectiva. De alguna manera los dos éramos clandestinos. Con distintos métodos y objetivos, por supuesto”. Hernández, Entre lutos, 192.

34Hernández, Entre lutos, 211.

35Epple, “Entrevista…”.

36García Niño, “La narconarrativa…”.

37Quercia, Perro muerto, 105.

38Quercia, Perro muerto, 165.

39Santos, Vásquez y Urgelles, “Introducción…”, 14.

40Domínguez Ruvalcaba, Nación criminal.

41Quercia, Perro muerto, 73.

42Hernández, Entre lutos, 61.

43Hernández, Entre lutos, 191.

44Epple, “Entrevista…”.

45Lo mismo ocurre con el personaje de La Condesa en Entre lutos y desiertos. Una niña con padre alcohólico que asesina a su madre. Ella es internada en el Servicio Nacional de Menores (SENAME), su tutor intenta abusar de ella, a sus diecisiete años sigue siendo semianalfabeta. Escapa porque prefiere vivir en la calle que en centros del Estado. Hernández, Entre lutos y desiertos.

46Quercia, Perro muerto, 44.

47Quercia, Perro muerto, 215.

48Quercia, Perro muerto, 237.

49Hernández, Entre lutos, 55.

50Hernández, Entre lutos, 180.

51Hernández, Entre lutos, 249.

52Achille Mbembe, Necropolítica. Seguido de Sobre el gobierno privado indirecto (Santa Cruz de Tenerife: Melusina, 2006), 21.

53Hernández, Entre lutos, 273.

54Mbembe, Necropolítica.

55Valencia, Capitalismo gore, 21.

56Hernández, Entre lutos, 276.

57Hernández, Entre lutos, 274.

58El escritor Gonzalo Hernández, reflexiona sobre el sistema neoliberal: “Es indiscutible que este modelo social opera desde esa estadística que tú mencionas: produciendo marginales, delincuentes, perdedores, flaites, potenciales presos. Los viejos, cuando ya no sirven, se quedan tirados, estafados en sus previsiones y bajo la guillotina de Fonasa. Los niños pobres son exiliados en los vertederos del Sename. La brutal crueldad de esta lógica sólo admite un tipo de éxito, el monetario, relegando lo demás al basurero”. Bartolomé Leal, “Conversación con Gonzalo Hernández”, Liberos.cl, 2 de marzo de 2017, disponible en https://www.libreros.cl/2017/03/02/conversacion-con-gonzalo-hernandez/ (fecha de acceso: 11 de noviembre de 2018).

59Quercia, Perro muerto, 239-240.

60“Tampoco los personajes se las dan de héroes intentando echar abajo a la gran empresa, saben que la sola idea es desproporcionada y ridícula, que ese tipo de compañías está tan enquistada en el mecanismo político que no sólo es inútil intentarlo, sino que perjudicial para sí mismos” G. Soto A., “Perro muerto (Boris Quercia)”, LoQueLeímos, 23 de diciembre de 2016, disponible en http://www.loqueleimos.com/2016/12/perro-muerto-boris-quercia/ (fecha de acceso: 11 de noviembre de 2018).

61Soto, “Perro muerto (Boris Quercia)”.

62Ximena Torres Cautivo, “Entrevista a Boris Quercia: En Francia, mi libro cayó en tierra fértil. Acá, al mes se había olvidado”, La Segunda, 9 de diciembre de 2016, disponible en http://impresa.lasegunda.com/2016/12/09/A/JP32BHUA/all (fecha de acceso: 11 de noviembre de 2018).

63Radio La Clave, “#CombinaciónClave Ricardo Basáez y Boris Quercia hablan sobre ‘Perro muerto’”, Youtube, 10 de febrero de 2017, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=fKZbM4LS8Gw (fecha de acceso: 11 de noviembre de 2018).

Recibido: 08 de Enero de 2018; Aprobado: 03 de Abril de 2019

Ainhoa Montserrat Vásquez Mejías. Doctora en Literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile.

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