El indicador más visible del aporte de la mujer al desarrollo económico es su participación en la fuerza de trabajo (Dixon-Muller y Anker, 1989). Se esperaría que, como efecto del desarrollo, las mujeres mejoraran sus condiciones de trabajo en las actividades económicas remuneradas y no remuneradas. No obstante, en su carácter de participantes y beneficiarías, las mujeres en general no han logrado mejorar sus condiciones laborales, sobre todo mantienen una relación desigual respecto a los hombres en cuanto al acceso a oportunidades de empleo y los niveles de ingreso.
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