Desde siempre se ha considerado a la adolescencia como una de las etapas más complejas en el desarrollo del ser humano. Abrumado por constantes contradicciones, el adolescente pone a prueba la paciencia del adulto. Por un lado, reclama de éste una atención incondicional y por otro la rechaza; a veces se inhibe del mundo exterior y otras se rebela; en ocasiones, se muestra conciliador y en otras, intransigente. Se trata, en definitiva, de un periodo de profundos desencuentros con uno mismo y con los demás, cuya resolución, con mayor o menor éxito, determinará la naturaleza de su experiencia en la edad adulta.
Etapa oscura y temida por padres y educadores, las típicas crisis adolescentes se sobrellevan con estoicismo, como un mal que hay que pasar, como algo que llega sin remedio y que sólo el tiempo cura. Son clásicas las charlas de corrillo en las que los padres hallan consuelo mutuo narrando las hazañas de algún hijo o hija adolescente, sus malos humores, sus excentricidades o su mutismo. Las escuelas organizan conferencias de orientación dirigidas a los padres desmoralizados y los psicólogos aconsejan flexibilidad y comprensión. Pero, ¿en qué consiste hoy en día la lucha generacional?, ¿existe en la actualidad un abismo real entre los intereses del adulto y los del adolescente, o entre las pautas de conducta de uno y otro? La adolescencia está de moda El adolescente está de moda porque nunca como ahora los límites entre la adolescencia y la adultez han sido tan difusos. El camino que separa al niño del adulto ya no es unidireccional. El adulto de la sociedad de siglo XXI ha trazado la vía de retorno que le permitirá instalarse y permanecer en el paraíso del capricho y la impostura. El adolescente está de moda porque el adulto de la era del espacio, de la información y del terror ha dado marcha atrás. Nuestros adolescentes lo saben y juegan con ventaja frente a unos adultos que no esconden su frenesí por parecerse a ellos: desde su vestuario hasta su cuerpo, desde su jerga hasta su pose, desde los anuncios publicitarios, a los programas de TV de entretenimiento o a las series B de abogados pueriles y de risas enlatadas, desde la complicidad tácita de sus padres a la fragilidad desesperada de sus educadores.
Los adolescentes de hoy viven momentos de gloria en un modelo de sociedad construido a su imagen y semejanza. Nacidos frente al televisor y creciendo ante el ordenador y el videojuego, los intríngulis de la sociedad de la información y de la comunicación de los adultos no suponen ningún secreto para ellos; el mundo de los mayores ha estado siempre a su alcance, incluso antes de poder cruzar solos la calle. Para el adolescente, la realidad del adulto y la fantasía del niño se hermanan bajo un mismo formato y se configuran sin conflicto ni discordia.
Ante este panorama, muchos de los preceptos de la psicología evolutiva canónica que asientan la madurez sobre las bases del sometimiento a la realidad y la contención de la fantasía, quedan totalmente obsoletos. Todo es importante y banal al mismo tiempo, puesto que la realidad en sí misma carece de entidad.
Seducido por la tentación de vivir la vida con este desenfado, aliviado del compromiso y la responsabilidad, el adulto encuentra, en ese ámbito melindroso e individualista de la adolescencia, el paraíso de la impostura descafeinada. Lo saben los diseñadores de moda que no tienen reparos en crear prendas para los ricos al estilo pobre, los tours operators que ofrecen aventuras organizadas, los directores de cine que revelan el diario amoroso de una adolescente de 35 años, y los responsables políticos que sin pudor reducen su discurso a un cuento de buenos y malos. (...)
© 2001-2025 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados