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Idiomas de base española

La jaquetía, el español y las relaciones comerciales hispano-marroquíes

Jacobo Israel Garzón

Se denomina jaquetía al dialecto propio de los judíos de origen peninsular establecidos en Marruecos desde el destierro de España y Portugal, suficientemente distinto del español, del ladino y del judeo-español vernáculo de los sefardíes de Oriente. Está compuesto de castellano, evolucionado de modo diferente al español peninsular, con importantes incrustaciones de árabe y de hebreo y algunas, bastante más escasas, de otras lenguas. Este dialecto hispánico fue el lenguaje propio de la población judía de las ciudades del norte de Marruecos, de Ceuta y de Melilla, y de las comunidades del exterior que con la emigración de esa población se crearon, como es el caso de Gibraltar y Orán.

La palabra jaquetía probablemente se formó, como muchas otras del dialecto, de raíz árabe y terminación castellana. Es lo más factible que derive del verbo árabe haka (conversar, hablar, decir, narrar). Y la raíz es bastante acertada, ya que sirve para designar al judeo-español conversacional de los sefardíes de la zona norte de Marruecos.

No cabe la menor duda de que los judíos medievales hablantes del español tuvieron especificidades léxicas derivadas de dos necesidades:

  1. La primera, la traducción de sus libros sagrados ―la Torá, los libros proféticos y los escritos bíblicos― al castellano medieval. Esta traducción debía hacerse, por exigencia propia, palabra por palabra, es decir, como una lengua calco del idioma hebreo. Esta traducción palabra por palabra es la que dio lugar a las traducciones romanceadas medievales de la Biblia.
  2. La segunda, la incorporación de palabras hebreas para designar elementos que no existían en español: fiestas judías, ritos de paso propios, objetos litúrgicos del judaísmo, oraciones, meses del año, comidas festivas, formulaciones ritualizadas, etc.

Tras el destierro de los judíos de la Península Ibérica (entre 1492 y 1498), las poblaciones que se asentaron tanto en Marruecos como en el Imperio Otomano se encontraron, al llegar a sus lugares de acogida, con comunidades judías que hablaban otros idiomas (los judíos romaniotas en el levante mediterráneo, los judíos del reinonazarí en el norte de Marruecos y los judíos autóctonos, toshabim, en el resto del reino), y con las que llegaron en algunos casos a fusionarse. Esto explica parte de la incorporación de otras lenguas a los dialectos sefardíes (turco y griego en el judeoespañol oriental y árabe en el judeo-español de Marruecos).

El hecho de que los desterrados mantuvieran un lenguaje propio y no adoptaran el de las comunidades de acogida se debe en primer lugar a una cuestión elitista, al considerarse más adelantados que los judíos autóctonos, así como a diferencias entre ambas comunidades; por ejemplo: los judíos hispanos habían aceptado desde el siglo xiii la regla monogámica de Rab Guershon, mientras que los judíos autóctonos de Marruecos, que vivían en un medio islámico, mantenían las prácticas poligámicas; como otro ejemplo, los judíos hispanos mantenían normas de herencia de las mujeres más favorables que los judíos autóctonos.

  1. El ladino litúrgico, utilizado por los judíos hispano-marroquíes para lectura «española» de los textos sagrados, contribuyó por su parte a la conservación de numerosos arcaísmos hispanos.
  2. Sin embargo, son el árabe y el hebreo los dos caladeros más importantes donde la jaquetía fue a recoger los términos que se iban olvidando de la lengua castellana y aquellos otros que se iban necesitando como sinónimos o para mostrar especificidades étnico-culturales. Esta importación se realizó conservando los sonidos naturales de estos idiomas, a diferencia del modo de incorporación del léxico árabe en el español, que fue despojado de su fisonomía original. Así, mientras que el español pronuncia alhelí, en la jaquetía es alhailí; mientras que el castellano pronuncia albahaca, en la jaquetía es alhabaka.

Los términos de origen árabe designaban en general objetos o acciones de la vida cotidiana, mientras que los términos hebraicos designaban nociones u objetos rituales, ceremonias o formulaciones de cortesía. El uso de los primeros se excluía casi con carácter general en registros escritos o verbalmente formales, tanto comunitarios como religiosos (derushim o discursos ceremoniales de bar mitzva o fallecimientos), que presentan una lengua hispana más prístina, aunque ―eso sí― trufada de hebraísmos.

Se hispanizaron los términos semíticos en sus terminaciones verbales, siempre en -ar y -ear, que actuaron como verdaderos hispanizadores verbales, en los plurales

en -s, y en los géneros en -o y -a, y también sufrieron otros cambios fonéticos, como la sustitución de sh por s, por ejemplo en kiddush, transformado en kiddús, y en shabbat, transformado en sabbat (y otras veces en sabbá).

Por otra parte, una cierta tendencia a la regularidad de los verbos se consiguió cambiando las terminaciones de los verbos irregulares de la tercera conjugación por verbos regulares de la segunda. Así, pedir se transformó en pider, medir en mider y un largo etcétera.

La fonética de la jaquetía incorporó, además de los sonidos elementales del español medieval (algunos perdidos en el español actual), otros procedentes de los lenguajes semíticos que no se encontraban en el primero, principalmente los de la hé, la vav, la zain, la het, la shin y la ayin hebreas y los de la qof y la gain árabes, así como los de consonantes reforzadas semíticas.

también todos los sonidos del español actual (con el seseo al estilo andaluz para las c y las z y algunas x) se incorporaron a la fonética de la jaquetía durante los siglos xix y xx, hasta que el dialecto propio fue abandonado por las actuales generaciones hispano-marroquíes.

Y, para terminar este brevísimo análisis de la lengua,1 diremos que hasta bien entrado el siglo xx los judíos hispano-marroquíes utilizaron el dialecto para sus relaciones internas, y también en su contacto con los españoles, además de poseer todo un acervo cultural en ese dialecto: fórmulas de cortesía, refranes, cuentos o consejas, poemas litúrgicos y seculares y numerosos romances. Mucha parte de ese acervo aún se conserva en las familias de ese origen, además de que el idioma sigue parcialmente utilizándose en el lenguaje familiar.

Impacto de la jaquetía en las relaciones hispano-judías e hispano-marroquíes

Los españoles, desde la apertura de relaciones con Marruecos a finales del siglo xviii, comprendieron muy pronto el interés de tener en la población judía del país un grupo al que, por su cercanía lingüística y por su carácter comercial y emprendedor, se podía utilizar de traductor en sus relaciones con los árabes y también de agente comercial e incluso de agente consular de segundo grado. Pronto, muchos judíos fueron los traductores de las legaciones, y algunos de sus más prominentes miembros, sus agentes comerciales en los principales puertos que llevaban el peso de los intercambios comerciales, como era el caso de Mogador (Esauira).

A medida que las relaciones entre España y Marruecos se intensificaban, algunos judíos pasaron a ser vicecónsules españoles. El Gobierno español había empleado a judíos de Marruecos, principalmente de origen hispano, como agentes consulares desde por lo menos 1837. Ese año España nombró vicecónsul en Tánger al sefardí Jacobo Colombano, quien sirvió como tal ininterrumpidamente hasta 1841. En 1843-1844, en Mogador, España volvió a confiar responsabilidades consulares a un judío, Víctor Darmon. También era judío el vicecónsul en Larache en 1859.2 Durante catorce años, Joseph Benatar, que lo era en 1859 y fue rescatado con motivo de la Guerra de África,3 sirvió como vicecónsul de España en Rabat-Casablanca. Abraham Hassan fue agente consular en Tetuán durante bastantes años. Y Fernando Azancot también fue vicecónsul de España en Casablanca hasta su fallecimiento en 1876.

El 3 de noviembre de 1877, en plena Restauración borbónica, y con la política conservadora de Cánovas del Castillo, se puso fin ―por una Real Orden del Ministro de Estado al Ministro Plenipotenciario en Tánger— al nombramiento de cónsules y vicecónsules que no fuesen españoles, como venía sucediendo en Marruecos hasta la fecha, estableciéndose taxativamente que «en lo sucesivo no se nombrarán vicecónsules, ni agentes consulares á los que no sean verdaderos súbditos españoles».4

Además, conforme se fue extendiendo el sistema de protecciones de las naciones europeas en el país, se alcanzó un número relativamente elevado de judíos hispanomarroquíes protegidos por España. Y no fue el personal al servicio de consulados y viceconsulados, bien traductores o vicecónsules, el más numeroso en lo relativo a las protecciones españolas, sino los agentes comerciales (semsares) y los asociados agrícolas (mojalatas); si los segundos eran fundamentalmente musulmanes, los primeros eran mayoritariamente judíos.

La situación se consolidó tras la Guerra de África (1859-1860) y la ocupación de Tetuán por las tropas españolas hasta 1862. El contacto con los judíos se intensificó, y pronto estos tuvieron un papel de apoyo al ejército español, como lo muestran los comentaristas de la prensa española que acompañaron al ejército.

Como han mostrado algunos historiadores, como Isabelle Rohr y Maite Ojeda Mata, esta política española, además de ser útil para los intercambios hispano-marroquíes, contrarrestó la ascendencia francesa sobre la población judía, redirigiéndola hacia España, aunque esto se consiguió principalmente en el norte del país, donde residía la inmensa mayoría de los judíos hispano-marroquíes en el siglo xix.

Esta política española hizo avanzar la política de protecciones, pasando en numerosos casos a la naturalización española. La naturalización solía ir dirigida a las élites judías mercantiles y también a los judíos de clase media instruidos, que eran reclutados para ejercer funciones consulares.

Además de los nombres indicados, Ojeda Mata5 nos ha dado a conocer los nombres y apellidos de judíos hispano-marroquíes naturalizados por Carta de Naturaleza, principalmente entre la Gloriosa (1869) y 1880 (con la Conferencia de Madrid de 1880):6

  • 1869 David Cohen;
  • 1871 Abraham Bendrao, Juda Ovadia Benzuyan, Aharon Ovadia Edery, Menohen Ovadia Edery, Josef Ovadia Edery, Mordojay Ovadia Edery, Semtob Benchinol Levi, Abraham Aserad Mengualid, Josef Salama Rofé, Jacob Salama Rofé, Ruben Bentlina, Abraham Benmiara, José Moial, Moisés Hernas, Samuel Barchiloa, Samuel Benmiara;
  • 1873 Abraham Benasaya;
  • 1875 Sadia de Abraham Cohen;
  • 1876 Lillaó Bensaquen y Bensaquen;
  • 1878 Judah Benliza Benshetrit, Moisés Toby Serfaty;
  • 1879 Jacob y Salomon Bendahan.

Posteriormente a la Conferencia de Madrid de 1880 y hasta el inicio del reinado efectivo de Alfonso XIII, solo se encuentran cuatro nacionalizaciones por Carta de Naturaleza: 1891, David de Abraham Benón; 1892, David Melvi Lugmany; 1899, Alberto Bandelac Bentata, y 1900, Samuel Mobily y Leon de Guitta.

Estas concesiones de nacionalidad por Carta de Naturaleza no tienen que ver con otras que se otorgaban por vecindad, lo que en general obligaba a una residencia bien en la España peninsular o bien en las islas Canarias o Plazas de Soberanía como Ceuta y Melilla,7 ni con otras nacionalizaciones conseguidas por el valor que tenía en sí el solicitante.8

Tras la Conferencia de Madrid de 1880, en 1884, veinte años antes de que Pulido «descubriese» a los sefardíes levantinos, Joaquín Costa, en la Revista de Geografía Comercial, se hacía eco del interés comercial de los judíos hispanos de Marruecos para España, y también del de los sefardíes del levante mediterráneo para el comercio con el Imperio Otomano.

No hay que olvidar que el papel de España en Marruecos al final del siglo xix estuvo apoyado por la prensa judía tangerina. Con la colaboración de dos judíos tangerinos, Isaac Toledano e Isaac Laredo, y del gibraltareño Agustín Lugaro, apareció en 1886 la segunda imprenta de Tánger y el quinto periódico de la ciudad, El Eco Mauritano, que se imprimía miércoles y sábados y estaba redactado en español. En el periódico escribían, además de Isaac Laredo, Menahem Attías y Mesod Benitah. En 1889 apareció el Diario de Tánger, que perduró hasta 1894, en el que escribía Pinhas Assayag9 con el seudónimo Veritas, que fue corresponsal de varios diarios de Madrid. En 1893, David Shriqui, Isaac Laredo y Leopoldo Onetto fundaron otro diario, llamado La Crónica, que se subtitulaba «Órgano defensor de los intereses internacionales y locales del Imperio de Marruecos»; en el periódico escribían Shriqui, Laredo y también Moses Marrache. La defensa de los intereses españoles en la región fue continuada directamente por España, que subvencionó un nuevo diario, El Porvenir (continuado a partir de 1938 por el diario España), en el que también escribieron algunos judíos tangerinos, como Abergel y Mesod Benitah.

Pero, ciertamente, no existió un discurso de «identidad compartida» entre españoles y sefardíes hasta la campaña de Pulido, iniciada en 1904, que afectó en buena medida a los judíos hispano-marroquíes. Esta «identidad compartida» tenía sus raíces en la lengua y no en la etnia.

La restricción iniciada en 1880 con respecto a las protecciones y a las nacionalizaciones fue sustituida por un nuevo repunte que tuvo lugar con el inicio del reinado de Alfonso XIII y la preparación del establecimiento del Protectorado. Si bien las protecciones disminuyeron, las nacionalizaciones se incrementaron hasta 1912, fecha del establecimiento del Protectorado, superándose la cifra de cuarenta entre 1903 y 1912.

A partir de esa fecha, si bien un número elevado de españoles peninsulares se establecieron en el territorio del Protectorado y en la zona de Tánger, el papel de los judíos, tanto en las relaciones comerciales con España como en el desarrollo de los ensanches que planificaron los españoles en las principales ciudades (Tetuán, Melilla, Larache, Alcazarquivir y Arcila), fue esencial para el comercio y los intereses hispanos, y ello pese al descenso en el número de naturalizaciones ―una veintena entre 1912 y 1931―. Sin tener datos exactos, es lícito pensar que este número se incrementó durante el periodo republicano y decreció bastante durante la etapa franquista (entre 1936 y 1956).

Al término del Protectorado en 1956, la comunidad judía hispano-marroquí, que seguía utilizando la jaquetía como lenguaje familiar y el español como lengua social, inició una diáspora que, en un periodo de unos veinticinco años, provocó que se trasladase a España entre un 30 y un 35% de aquella, mientras que un 25-30% lo hizo a países hispanoamericanos (principalmente Venezuela) y el resto se dirigió a Israel y en mucha menor medida a Canadá y Francia.

Se cerraba así un ciclo en las relaciones hispano-judías que había beneficiado extraordinariamente a ambas partes, tanto a España como a los judíos hispanomarroquíes.

Sin embargo, se abría otro que España no ha aprovechado totalmente, el de la nueva diáspora judía hispano-marroquí fuera de nuestras fronteras, principalmente a Israel y Canadá.

Notas

  • (1) Si alguien desea más información sobre el dialecto, puede analizar la obra de Jacobo Israel Garzón Lengua y literatura oral del judeo-español de Marruecos o jaquetía, Madrid, Hebraica Ediciones, 2017. Volver
  • (2) Véase La Corona, 24/09/1859, p. 6. Volver
  • (3) Véase El Mallorquín, Palma de Mallorca, 12/11/1859,p. 1, y la carta de Menahem Nahón de 10 de noviembre de 1859 en L’Univers Israélite, diciembre de 1859. Volver
  • (4) Real Orden del Ministerio de Estado al Ministro Plenipotenciario de S. M. en Tánger, Protecciones, 3 de noviembre de 1877 (Caja 81/48, Fondo 15, AGA). Tomado de Ojeda Mata. Volver
  • (5) Maite Ojeda Mata, «Protección y naturalización española de judíos en el marruecos colonial», en Los judíos en Ceuta, el norte de África y el estrecho de Gibraltar. XVI Jornadas de Historia de Ceuta. Ceuta, IEC, 2014, pp. 277-301. Volver
  • (6) Existen incorrecciones lingüísticas de las transcripciones de los apellidos judíos hispano-marroquíes, pero así se registraron en la Gazeta de Madrid. Volver
  • (7) Que no se recogen en este artículo, por estar unidos a una residencia española. Volver
  • (8) Tal es el caso del intérprete y protegido español de la Legación de España en Larache desde 1890, Mesod Ben Avram Amselem, «uno de los mejores hebreos de la plaza» y «comerciante al por mayor en lanas, pieles, y cereales» (según el Ministro Plenipotenciario de España en Tánger, a quien se le concede la nacionalidad española en 1900.Volver
  • (9) Pinhas Assayag fue corresponsal de varios diarios de Madrid, como El Imparcial, Patria, El Liberal y El Heraldo de Madrid. Volver
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