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Comunicar el conocimiento especializado: perspectivas de la economía desde el punto de vista del traductor*

Natividad Gallardo. Departamento de Traducción, Universidad de Granada

Ha sido, y sigue siendo, objeto de múltiples discusiones y comentarios la cuestión de quién está más capacitado para transmitir un conocimiento especializado, si un especialista, con el conocimiento del campo temático, pero sin la formación lingüística y el dominio de las técnicas y procedimientos de traducción que posee el traductor, o un traductor sin el conocimiento del campo temático, pero con las adecuadas técnicas de documentación para alcanzar un grado de especialización y el conocimiento de la terminología específica de dicho campo de especialidad. La opción del traductor no experto en el tema nos lleva al planteamiento del grado de especialización que debe alcanzar este, es decir, qué debe saber un traductor para entender un texto especializado, y a la cuestión de si hay distintas formas de leer un texto entre un traductor y un lector normal. Es evidente que la situación ideal sería la que en la misma persona coincidiera la formación de especialista y la de traductor, aunque no vamos a ahondar en situaciones que en contadas ocasiones se corresponden con la realidad.

Siempre me he planteado que realmente no sabemos cómo el traductor asimila el contenido de los textos sin llegar a ser un especialista en el campo y el grado de especialización que adquiere y que le permite trabajar con textos especializados, escritos por especialistas, algunos de los cuales ha pasado gran parte de su vida adquiriendo esos conocimientos.

La capacidad de comprensión o de conocimiento de un campo es distinta desde el prisma del traductor y del especialista ya que el traductor no llega a dominar totalmente el tema en el sentido de que sería incapaz de escribir un texto de este tipo, pero sí es capaz de comprenderlo y de traducirlo. Con lo cual la explicación más lógica es la de que posee un conocimiento pasivo que le permite comprender el texto y transmitirlo a otra lengua, pero carece del conocimiento activo para poder crear textos en campos temáticos determinados, competencia propia del especialista. (Gallardo 1996: 145). Ahora bien, no con todas las traducciones ni en todos los contextos se puede alcanzar un grado de especialización óptimo para proceder a la transmisión del conocimiento especializado; por diversas razones, una de ellas por la premura del encargo de traducción. Se puede comprobar con las traducciones de determinados campos como las patentes en las que ni siquiera se trabaja con versiones originales sino con traducciones al inglés (cuando se trata de textos de partida redactados en lenguas minoritarias). En estos casos, y en algunos trabajos realizados con estudiantes, se ha comprobado que se puede llegar a elaborar una buena traducción simplemente transfiriendo unidades del discurso, a nivel sintáctico, con ayuda de un diccionario y sin que hubieran llegado a entender el texto en cuestión. Obviamente, este no es el método más recomendable ni el modelo de procedimiento de traducción al que debamos aspirar. Aunque algunos autores confirmen que es posible, no deja de resultar paradójico o incluso difícil de asimilar para algunos (especialmente para los que consideran que el traductor no especialista sólo puede hacer un buen trabajo en casos de traducción general o literaria). Por experiencia propia sí puedo confirmar que los alumnos y los traductores noveles han sido incapaces de transferir un texto que previamente no hubieran entendido en la lengua de partida. No así en el caso de traductores experimentados que sí han resuelto traducciones sin haber comprendido una parte del texto de partida; es decir, han logrado el objetivo prioritario del traductor que no es otro que el de la comunicación. Mayoral (2005: 169), corroborando esta afirmación, expone:

Si la «comprensión perfecta» de un texto es una meta inalcanzable, imposible, esto es especialmente cierto en el caso del traductor especializado que no reúne al mismo tiempo la condición de experto: es moneda común en el ejercicio profesional de la traducción que una parte del texto no se haya comprendido de forma suficiente o incluso que el traductor «puentee» el significado dando directamente un equivalente que le merezca suficiente confianza, incluso sin comprender el significado de las palabras implicadas.

No obstante, desde mi propia posición personal, pienso que es muy difícil, por no decir imposible, transmitir un mensaje a un receptor si el mediador lingüístico no ha entendido dicho mensaje; no bastaría con transferir palabras o unidades sintácticas, hay que transferir una situación comunicativa. Por supuesto que nos estamos refiriendo siempre a transmisión de un conocimiento especializado a nivel profesional, tal como lo harían dos receptores especialistas entre sí.

Por otro lado, también habría que evaluar el grado de conocimiento que el traductor debe alcanzar para poder afrontar su encargo de traducción. Está claro que no puede ser muy específico ni exhaustivo, tampoco es necesario, porque implicaría un tiempo del que normalmente no dispone el traductor.

Después de varios años formando a traductores sí pienso que se pueden traducir textos muy especializados de campos temáticos de los que el traductor no posee conocimientos exhaustivos, creo que pueden llegar a alcanzar una comprensión del texto casi total, que no perfecta, apoyándose en el conocimiento de la lengua, en el conocimiento extralingüístico y en el análisis del texto y, por lo tanto, pueden ser capaces de realizar la traslación del mensaje independientemente del grado de especialidad del texto. Aunque también es cierto que se necesitan unos conocimientos mínimos para que no fracase la comunicación, y el traductor, para la adquisición de dichos conocimientos, utiliza las técnicas de documentación; su trabajo de documentación será sistemático si trabaja con los mismos campos temáticos de forma asidua, o puntual para aquellos casos en los que no. Muchos traductores llegan a especializarse en los campos específicos en los que trabajan, llevando incluso su papel de imitadores del especialista hasta el extremo de que se les llegue a consultar como expertos en el tema, como comenta Robinson (1997: 149):

Most of us have to pretend with little or no on-the-job experience on which to base the pretense. Some solve this problem by specializing in a given field —medical translations, legal translations, etc., some even in such narrow fields as patents, or insurance claims— and either taking coursework in that field or reading in it widely, in both languages. (…) Gradually, over the years, these translator become so expert at pretending to be practitioners of a profession they’ve never practiced that third parties ask them for medical o legal (or whatever) advice.

Sin llegar a tales extremos, sí es cierto que, en ocasiones, el traductor se arroga un papel que no le pertenece directamente, pero que debe realizar en el desempeño de un trabajo profesional. Ahora bien, el papel del especialista o experto sigue siendo primordial y va a ser a ellos a quienes se dirija para comprobar la calidad de su traducción y si esta cumple los requisitos de un buen producto según las convenciones de esa comunicación especializada. Tampoco cabe duda de que muchas veces dejamos para el especialista demasiado trabajo de corroboración y consulta, pudiendo llegar a cansar a nuestro colaborador. Está claro que cuanto menos trabajo tenga que desarrollar el experto más estará dispuesto a colaborar con nosotros; en ese sentido deberíamos equilibrar nuestras posibilidades de consulta y ayuda para no matar a nuestra gallina de los huevos de oro.

Por ello podemos concluir que no todo queda reducido al uso del lenguaje especializado y de la terminología propia del campo temático en cuestión, sino que se necesitan unos conocimientos mínimos de dicho campo de especialidad para proceder a la comunicación de un conocimiento especializado. Pretendo describir cómo es fundamental el papel del experto en la verificación de los conceptos específicos, cómo es necesario adquirir unos conocimientos básicos sobre los conceptos que figuran en el texto objeto de la traducción para llegar a entender, y cómo en la mayoría de los casos el diccionario no nos sirve de mucha ayuda sino que puede incluso contribuir a despistar al traductor no experto en la elección del término correcto y en la traslación del mensaje porque en nuestra labor de documentación nos encontramos con distintos términos para designar un único concepto, algunos utilizados de forma incorrecta, dado que se presentan como sinónimos términos que designan unidades diferentes y que sólo un experto es capaz de observar y reconocer.

Hoy en día no hay ninguna duda de que la traducción especializada y la terminología están abocadas a seguir un camino paralelo y conjunto, cruzándose cuantas veces se considere necesario. Este artículo es una pequeña aportación desde la perspectiva de un usuario forzoso de la terminología; una reflexión de cómo la Terminología ha ido incorporándose a la vida profesional de un traductor, de cómo ha pasado de ser una desconocida a una compañera inseparable, a veces difícilmente soportable, hasta haber alcanzado un grado de fusión tal que casi es imposible distinguir dónde termina la fase de la terminología y comienza la de traducción.

Aristóteles decía que la habilidad de exponer una idea es tan importante como la idea misma, aunque también es cierto que pocas veces sabemos de qué somos capaces hasta que nos ponemos a ello. Espero demostrar esa habilidad y saber comunicar cómo en el ejercicio de la traducción especializada la terminología es uno de los pilares básicos —sin dejar a un lado, por supuesto, el conocimiento especializado— por medio de la exposición de las dificultades y las barreras que debe superar un traductor en la resolución de los problemas para entender un texto especializado y en la búsqueda de la terminología adecuada para cada tipo de texto.

Creo que está ampliamente demostrado que el traductor tiene problemas terminológicos para resolver una traducción, los traductores lo reconocemos abiertamente. Cabré (2004: 118-121) especifica cuáles son los problemas que se le plantean, analiza lo que el traductor debe tener en cuenta para solucionarlos y tomar las decisiones correctas, y el método de trabajo que debe seguir. Y lo que para los traductores es más importante, reconoce que los glosarios elaborados por terminógrafos no suelen satisfacer las necesidades de los traductores porque no parten del análisis de las necesidades reales que plantea la traducción. Por ello clama para que el colectivo de la profesión traductora entre con mayor profusión en la elaboración de recursos terminológicos que respondan más coherente y adecuadamente a las necesidades reales de la traducción. Comparto todo lo que expone Cabré, lo que habrá que ver es cómo llevar a buen puerto esta relación de trabajo y para ello tendríamos que comenzar desde las primeras etapas; es decir, desde la formación de los futuros profesionales de la traducción y la interpretación.

El título de este artículo más bien debería ser «Incursión en la economía desde el prisma de un traductor no especialista» o más bien «Visión parcial de un traductor sobre la economía», centrándonos en qué problemas se encuentra en un texto económico y cómo los resuelve utilizando los recursos que tiene a su alcance para así poder transmitir un conocimiento especializado que no domina, y del que sólo tiene un conocimiento pasivo del mismo. Cómo va adquiriendo dichos conocimientos y hasta dónde debe llegar en la adquisición de los mismos para cumplir su objetivo.

Debo reconocer que como traductor versátil, he tocado prácticamente todos los palos, si bien la Economía no ha sido mi campo de especialidad más trabajado. Aunque también es cierto que en el mercado de la traducción no se puede permitir uno el lujo de especializarse en un solo campo temático o dominio. ¿Por qué centrarme en la Economía si reconozco que no es la traducción que más he practicado? Precisamente por ello, porque al haber trabajado de forma esporádica en este campo, tengo menos conocimientos específicos del mismo que en el ámbito jurídico o algunos campos científicos en los que sí llevo trabajando muchos años y ello me aporta una visión más general y objetiva de las dificultades con las que se encuentra un traductor no experto y elementos de juicio más coherentes respecto de los mínimos conocimientos especializados que debemos adquirir para poder realizar una traducción.

La primera vez que nos enfrentamos a un texto especializado somos conscientes de que debemos entender el texto y de que la terminología es imprescindible y totalmente necesaria para reconocer, identificar y expresar las unidades de conocimiento de la forma adecuada y precisa. Primero en la fase de comprensión del texto de partida, más adelante en la fase de reexpresión del texto de llegada. Si analizamos la traducción especializada tanto desde el punto de vista del proceso como del producto, observamos que la terminología participa en el proceso mismo de la traducción, tanto a nivel de la comprensión del texto de partida y de la identificación de las unidades de conocimiento, como en la traducción como producto final; en este caso en la parte que corresponde a la búsqueda de equivalentes en la lengua de llegada para los conceptos y unidades expresadas en la de partida y en la verificación de las mismas (Véase el cuadro 1).

Es también obvio que la terminología y la traducción especializada son dos disciplinas diferentes en cuanto a su objeto, su finalidad y metodología, pero asimismo son totalmente complementarias. La una no puede pasar sin la otra, si lo que pretendemos es producir un texto de comunicación especializada con las mismas características que el texto de lengua de partida y dirigido a un receptor con el mismo grado de especialización (Gallardo 2003: 73).

Tampoco debemos olvidar que la traducción surge de la necesidad de transmitir un mensaje a un receptor que no tiene conocimiento de la lengua de partida. Asimismo, la terminología surge de la necesidad de transmitir un acto de comunicación especializada a un receptor especialista que no tiene conocimiento de la lengua de partida.

Hasta ahora me he centrado en la etapa de comunicar conocimiento especializado, otra faceta es, naturalmente, enseñar a comunicar ese conocimiento especializado. Y de eso se encargan los centros de formación de traductores o intérpretes. Todos los que hemos tenido la suerte de compartir las dos facetas (la de comunicar y la de enseñar a comunicar), somos conscientes de las ventajas que aporta, porque te ofrece una visión distinta de cómo enfocar esa tarea, ya que en la formación de profesionales se transmiten mejor las experiencias si previamente has pasado por la tarea de cómo comunicar un conocimiento especializado desde el punto de vista profesional. Siempre es más fácil enseñar algo que se ha experimentado con anterioridad. La primera gran barrera con la que se encuentran los aspirantes a traductor es la del desconocimiento del conocimiento especializado y, por tanto, la dificultad en la comprensión del texto, debido en parte a que la mayoría provienen de una formación de letras y eso dificulta enormemente el contacto con temas científicos y técnicos. Para la mayoría es la primera vez que toman contacto con temas tan especializados e incluso les cuesta mucho trabajo entenderlos y comprenderlos en su propia lengua materna, luego ya no estamos hablando de falta de fluidez o conocimiento de la lengua extranjera para poder transmitir un mensaje a un receptor de distinta lengua, sino de comunicación especializada independientemente de que participe una sola lengua o dos, como es el caso de la traducción. Y todo ello nos lleva de nuevo a la cuestión por la que pasamos de puntillas al comienzo: ¿hay que saber para poder entender? y ¿qué hay que saber para poder entender?

El Diccionario de la Real Academia Española define saber como «conocer algo o tener noticia o conocimiento de ello», y entender como «tener idea clara de las cosas», con lo cual y tras una deducción lógica, corroborada por la experiencia, llegamos a la conclusión de que para tener una idea clara de las cosas (entender) hay que conocer algo de ellas (saber), o lo que es lo mismo: para poder entender un texto especializado hay que saber algo de ese conocimiento especializado (hay que saber para poder entender).

Si prestamos atención a las fases que sigue un traductor en el ejercicio de su trabajo y simplificándolas hasta el máximo con el riesgo de incurrir en imprecisiones, podemos reducirlas a las siguientes actividades: leer > saber > entender y comprender > transmitir o comunicar > reexpresar. Las tres primeras estarían directamente relacionadas con el texto de partida y las dos siguientes con el texto de llegada.

Volviendo a la pregunta que antes nos hemos planteado sobre si la lectura de un texto es distinta para un traductor y un lector normal, es evidente que la respuesta es negativa porque en el caso de este último, cuando lee se limita a la realización de una mera actividad, sin plantearse el grado de comprensión que ha alcanzado ya que no tiene que transmitir el mensaje; es decir, es intrínseca a la acción de «pasar la vista por lo escrito comprendiendo la significación de los caracteres empleados» y no necesita, como el traductor, penetrar en el texto para llegar a percibir el sentido o el significado del mensaje objeto de la situación comunicativa que debe transferir o transmitir mediante un código común al emisor y al receptor.

Erróneamente, muchos creen que alcanzar el conocimiento especializado preciso para poder abordar una traducción es más fácil en el caso de los textos económicos y los jurídicos que en el caso de los científicos y los técnicos. No voy a entrar en este debate, porque todos los que se dediquen a estos campos del conocimiento especializado saben perfectamente que no es así. Y ¿por qué se llega a esta conclusión? Se llega a este error porque, generalmente, en el día a día, en nuestras relaciones personales, sociales, profesionales, etcétera, se han incorporado muchos más términos económicos y jurídicos y por ello identificamos frecuencia en el uso con conocimiento del mismo. Pero, en realidad, se han incorporado a nuestra vida disfrazados (algunos ya se han introducido en nuestro entorno y se han aceptado en su denominación original: el índice Dow Jones, el índice Nikei, el Ibex 35, el Euribor, otros no tanto como es el caso de small caps, phishing o pharming). Creemos que nos encontramos más familiarizados con estos términos porque forman parte de nuestra vida (Fondos de inversión, FIM, FIAMM, Letras del Tesoro, Valores del Tesoro, Bonos, Depósitos, SICAV, Fondos de pensiones, Planes de pensiones, Planes de jubilación, TAE, periodo de carencia, base imponible, renta fija, renta variable, derivados, etc.), incluso los utilizamos, a veces de forma muy osada, sin llegar a tener un conocimiento pleno de los mismos; por supuesto, nunca en una comunicación especializada porque para ello deberíamos tener muy claro qué unidad de conocimiento le corresponde a cada término que ha pasado a engrosar el léxico de nuestro día a día. Un no experto puede llegar a saber que se trata de vehículos de inversión pero de ahí a entender qué los diferencia entre sí es donde estaría la frontera entre un especialista y un no especialista.

Intentaré ilustrar con un ejemplo práctico esta situación y el contexto en el que trabaja ya no sólo un traductor —que es importante— sino una persona no experta en el tema con situaciones que se le presentan a diario. En los primeros días del mes de octubre de 2004 el Gobierno dedicó 1000 millones de los Presupuestos Generales al Fondo de Pensiones, noticia que suscitó mucho interés en los medios de comunicación que la difundieron en las primeras páginas de todos los diarios, pero que para la mayoría de los trabajadores no deja de ser un granito de arena en la inmensidad del océano y que tal como aconsejan todos los sectores económicos o suscribimos fondos de inversión, o planes de pensión privados o invertimos de alguna forma nuestros ahorros, o nos encontraremos con dificultades a la hora de la jubilación. ¿Quién en algún momento, al ir a solicitar información, no ha tenido una conversación con un empleado de su sucursal bancaria o caja de ahorros en la que éste le ha intentado explicar cuál sería la mejor o la nueva forma de invertir que seguro que le interesará? y ha empezado a introducirte términos del tipo: FIM, FIAMM, Letras del Tesoro, Valores del Tesoro, Bonos, Depósitos, Plan de pensiones, Plan de jubilación, TAE, periodo de carencia, base imponible, etcétera, para, una vez que te ha impartido su charla, acabar diciendo que es la mejor forma de disfrutar tranquilamente de tu inversión cada año, pero que, si te lees la letra pequeña del contrato, se convierte en lo que aparece en el cuadro 2.

Sin prestar atención a un renglón que aparece al final del folleto explicativo que te ha enseñado y sobre el que pasa de puntillas en el que dice: Antes del vencimiento el resultado neto podrá ser inferior al importe depositado cancelado, cuando previamente y hasta la saciedad te ha intentado convencer de que al vencimiento podrás disfrutar de toda tu inversión más las subidas de la Bolsa y de que si en algún momento lo necesitas, podrás disponer de esta parte de tu dinero. Es decir, cuenta con liquidez cuando quieras.

Con esto sólo he pretendido utilizar un caso práctico de los que no les resultará nada desconocido a muchos. Se trata de comunicar un conocimiento especializado, pero una comunicación que no llega en su totalidad, ni limpia, ni clara, ni precisa, al receptor. ¿Es intencionado que el mensaje no sea claro ni legible? O, por el contrario, es una característica intrínseca y propia del lenguaje de la Economía. No hablemos cuando se trata de transmitir este mismo mensaje entre dos lenguas y culturas diferentes, es decir, un ejemplo práctico de traducción. En este caso, todo se complica porque nos podemos encontrar con que los conceptos o unidades de conocimiento no existan en las dos lenguas y, en caso de existir, ¿cómo podemos localizar los términos que definen dichos conceptos? Respuesta: los diccionarios y los glosarios, en ellos confiamos plenamente y los utilizamos como la panacea y el recurso que nos va a proporcionar la ayuda necesaria para poder entregar la traducción que se nos ha encargado y que tiene como destinatario el jubilado extranjero que reside temporalmente en España para beneficiarse de un clima más benigno y de las condiciones y calidad de vida de nuestro país. Potencial cliente de los bancos y cajas y al que, cada vez más, están intentando atraer las entidades bancarias ofreciéndoles para sus ahorros mejores ventajas fiscales que en sus países de origen, lo cual ha generado un volumen de traducción considerable en este campo. De hecho, la agencia tributaria en el Reino Unido (Inland Revenue) ya tiene un modelo de impreso (el FD9) redactado en versión bilingüe inglés-español para la doble tributación entre el Reino Unido y España (SI 1976 Número 1919) «destinado a ser usado por un particular residente en España para la solicitud de desgravación en origen del impuesto a los réditos del Reino Unido y solicitud de devolución del impuesto a los réditos del Reino Unido» [sic]. Realmente se trata de un impreso de solicitud de devolución del impuesto sobre la renta, aunque en la traducción lo expresa como «solicitud de devolución del impuesto a los réditos del Reino Unido». En el Diccionario de términos bancarios de Gil (1994), renta es el rendimiento anual producido por un capital y rédito es el beneficio que rinde un capital. Es cierto que ambos términos pueden considerarse sinónimos si comprobamos las definiciones de ambos, pero también es cierto que impuesto a los réditos es una expresión que se utiliza en Argentina y no en España, y que en otros diccionarios consultados no coinciden las definiciones, lo cual llevaría a plantearnos que se trata de dos conceptos diferentes. En esta situación sólo nos quedaría la consulta con un experto en el tema para que nos sacara de dudas respecto del término que se deba utilizar en nuestra traducción. Este documento es sumamente práctico para realizar una revisión y evaluación de la calidad de la traducción y, en su caso, valorar si se produce la transmisión del conocimiento especializado de forma precisa, y para comprobar si el traductor ha tenido en cuenta la cultura del receptor de su traducción o del país en el que se va a utilizar, aunque sería objeto de estudio de otro artículo.

Antes de aceptar el supuesto encargo de traducción, hemos echado un vistazo al documento original a grandes rasgos, y hemos pensado que sí podemos aceptarlo; sí, de hecho, sabemos de lo que va y es un tema que no nos resulta extraño, ajeno, ni complicado. Posiblemente, se pueda considerar un exceso de confianza del traductor o, incluso para algunos, una cierta irresponsabilidad por su parte porque cuando comienza a realizar la traducción se encuentra con varios problemas. El primero de ellos es que aunque los términos le resultan familiares, no sabe exactamente qué unidad de conocimiento designa cada uno de ellos; el segundo, la terminología utilizada en la lengua de llegada; el tercero, hasta qué punto se puede fiar del diccionario que al buscar una entrada, le ofrece diversos equivalentes pero sin ninguna definición del concepto al que se refieren. De hecho, incluso observa que se utilizan términos diferentes y que no coinciden en las distintas fuentes bibliográficas consultadas. También se va a encontrar con términos utilizados, erróneamente, como sinónimos (Plan de pensiones y Fondo de pensiones), cuando en realidad se refieren a dos conceptos totalmente distintos (Véase el cuadro 3).

Sin mencionar que en el caso del inglés, existen términos distintos si se trata de inglés americano o inglés británico y que la mayoría de los diccionarios no especifican esta particularidad (Véase el cuadro 4).

Por todo ello no hay duda de que para realizar su encargo de traducción tendrá que adquirir unos conocimientos básicos sobre el tema de los fondos de inversión para alcanzar una comprensión suficiente que le permita abordar su tarea. De esa manera, no sólo recibirá la información suficiente para entender el texto, sino que también le servirá para obtener la fraseología y la terminología propia del campo temático y, por supuesto, el estilo propio de expresión del experto (Véase el cuadro 5).

Es cierto que los ejemplos y la casuística que hemos descrito es más propia de campos, como la «Nueva Economía», en los que se están creando nuevos conceptos constantemente, aunque en defensa y apoyo de la labor del traductor podamos argumentar que, en lo que respecta a los fondos de inversión, son conceptos ya establecidos para los que todavía no encontramos una homogeneidad en los términos utilizados. No obstante, como ejemplo de conceptos recientemente creados para los que todavía no existe un término en español y se utiliza el inglés, podemos mencionar los datos del cuadro 6.

Como comenta Cabré (1993: 213) sobre las relaciones entre denominación y concepto: «En teoría, los términos, a diferencia de las palabras del léxico común, son unidades unívocas (la relación entre forma y concepto es única) y monorreferenciales (un término sólo designa un objeto). Teoría y realidad, sin embargo, no siempre corren parejas, y la terminología no es una excepción a este principio».

Las relaciones de polisemia (una forma puede ser portadora de varios significados) y sinonimia (un concepto puede ser denominado por varias formas) existen en terminología con más frecuencia de lo que se cree. Aunque la teoría terminológica parte del principio de que una denominación corresponde a un único concepto, en la realidad no se cumple, independientemente de que para lo que la lexicografía es un término polisémico, para la terminología pase a ser un conjunto de diferentes términos en relación de homonimia.

Una verdad como un templo, sin eufemismos, pero ¿qué se espera del traductor en estas situaciones? Si tiene tiempo, comprobar en distintos textos paralelos cuál es la terminología utilizada dependiendo del tipo de texto. La tarea se facilitaría si contáramos con bancos de textos y corpus especializados, pero estos recursos tampoco están al alcance del traductor porque no existen y en la mayoría de los casos como tampoco puede consultar con un especialista, la decisión la deberá tomar aplicando grandes dosis de sentido común y lógica que, unidas a la experiencia y madurez del traductor, suele dar buenos resultados, aunque no en todas las situaciones ni contextos.

No obstante, no podemos perder la esperanza porque, si la traducción y la interpretación eran actividades «de moda» hace años, ahora podríamos añadir que la terminología está de moda en nuestro país y ya no en círculos reducidos, sino que en la actualidad la terminología y la fraseología son objeto de estudio y reflexión obligada en cualquier tesis o trabajo de investigación aplicado que estudie la traducción especializada. Se ha avanzado en el sentido de que la terminología ya tiene su campo de definición bien establecido y no tiene que luchar por su propio espacio con la lexicología y la lexicografía como ocurría en sus comienzos. Todo ello ha redundado en que, si bien es cierto que sigue habiendo una falta de terminología y diccionarios, no es menos cierto que el ámbito de estudio de la terminología: el concepto, las unidades terminológicas, la definición, la competencia en el estudio de las unidades, la diversidad de los usuarios, etcétera, está muy delimitado. Asimismo, cada vez contamos con más trabajos y reflexiones sobre los diccionarios especializados y las lenguas de especialidad, y sobre el papel del traductor en la creación de términos y como usuario de la terminología. Se han quedado en el camino las tendencias erróneas que contribuyeron a crear la confusión entre la búsqueda de un término que englobara el concepto objeto de estudio con la traducción de dicho término, la búsqueda del término equivalente no tiene nada que ver con traducir el término (Gallardo 2003: 70).

Bibliografía

  1. Cabré, M. T. (1993). La terminología. Teoría, metodología, aplicaciones, Barcelona: Editorial Antártida/Empuries.
  2. Cabré, M. T. (2004). «La terminología en la traducción especializada». En Gonzalo García, C., García Yebra, V. (eds.). Documentación y Terminología para la Traducción especializada, Madrid: Arco Libros.
  3. Castilla, A. (2004). Vehículos de inversión. Banca Privada. Caja Rural. Granada (uso interno).
  4. Gallardo, N. (1996). «Aspectos metodológicos de la traducción científica». En Hurtado, A., La enseñanza de la traducción, Castellón: Publicacions de la Universitat Jaume I.
  5. Gallardo, N. (2003). «Terminología y Traducción especializada: la evolución de la terminología como disciplina en los últimos doce años». En Gallardo, N. (dir.) Terminología y Traducción: Un bosquejo de su evolución, Granada: Atrio.
  6. Gil, R. (1994). Diccionario de términos bancarios, Madrid: Editorial Paraninfo.
  7. Mayoral, R. (2005). «El polifacetismo del traductor (jurídico y jurado)» en García, C., GARCIA, I. (eds.). Experiencias de traducción. Reflexiones desde la práctica traductora, Castellón: Publicacions de la Universitat Jaume I.
  8. Real Academia Española (2001). Diccionario de la lengua española, Madrid: Espasa-Calpe.
  9. Robinson, D. (1997). Becoming a Translator. An Accelerated Course. Londres: Routledge
  10. Seco, M., Andrés, O., Ramos, G. (1999). Diccionario del español actual, Madrid: Aguilar.
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Notas

  • (*) Este trabajo ha sido realizado con la financiación concedida por el Ministerio de Ciencia y Tecnología (Proyecto ESLEE) ref. BFF2001-1506. volver
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