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El español, lengua global. La economía

Capítulo 1: Valor económico del español: una síntesis

José Luis García Delgado, José Antonio Alonso y Juan Carlos Jiménez

Si «el despertar cultural de España», al comienzo del novecientos, con la superposición de los logros de varias hornadas generacionales —98, 14, 27—, ha llamado justificadamente la atención de los historiadores de la literatura y de las ideas, destacándolo como uno de los acontecimientos con marcado relieve, cuando menos a escala europea, el fuerte auge de la lengua española en el mundo puede ser distinguido como uno de los sucesos sobresalientes en el arranque del siglo xxi. Gracias al rápido crecimiento del número de los que tienen el español como lengua materna y, sobre todo, gracias al crecimiento del número de los que lo adquieren como segunda o tercera lengua, el español ahora no solo se hace fuerte dentro del grupo de las cuatro lenguas «mundiales» o «mayores» —junto al chino, hindi e inglés—, sino que también se afirma como segunda lengua de comunicación internacional o de intercambio, después del inglés. A muchos efectos, «la otra» lengua internacional de Occidente, con posibilidades reales de alcanzar el rango de segunda lengua franca a lo largo del nuevo siglo.

¿Qué trascendencia económica tiene este fenómeno? ¿Cuál es su alcance para la economía española? He aquí el punto de partida de un vasto proyecto de investigación promovido desde finales de 2005 por Fundación Telefónica, bajo el expresivo rótulo de El valor económico del español. Estudio pluridisciplinar y extenso aún en curso, esta obra constituye en buena medida un compendio del trabajo ya realizado.1

Bastarán unas páginas introductorias —las que suma este capítulo— para, primero, justificar la oportunidad de una línea de investigación como la que aquí se presenta; luego, dibujar su estructura analítica; más tarde, extractar las principales conclusiones hasta ahora obtenidas; añadiendo después unas reflexiones sobre las implicaciones que el conjunto de todo ello tiene para las políticas públicas.

1.1. Un tema de nuestro tiempo

Varios y de distinta naturaleza son los factores que explican la creciente importancia económica del español en nuestro tiempo. Algunos de ellos los comparte el español con otras lenguas de comunicación internacional (el inglés en lugar prominente, esto es indiscutible); otros, en cambio, tienen particular notoriedad en el caso de la lengua española.

Entre los que son comunes, dos, a su vez, son compendio de complejos hechos de amplia trascendencia:

  • Primero, el avance del proceso de globalización económica, política y cultural, con una amplitud que en nuestra época va mucho más allá de lo alcanzado en cualquier otro momento histórico. Globalización económica: de procesos productivos y de mercados de bienes y servicios, con eliminación de fronteras y trabas administrativas para el desplazamiento de productos y personas, cuando también se asiste a una nueva e intensa fase de grandes movimientos migratorios internacionales. Globalización política, como consecuencia de la creciente interdependencia entre los procesos de decisión y la dinámica de intereses de los países por encima de las fronteras. Globalización cultural, mientras crece la demanda de productos de alto contenido idiomático —de las industrias audiovisuales, editoriales, discográficas, etc.—, en un mundo más interrelacionado informativamente y con más acentuados y extendidos procesos de ósmosis cultural, que reproducen en muy distantes latitudes similares pautas y preferencias de consumidores y usuarios.
  • Un segundo hecho que concurre para realzar, en general, la dimensión económica de las lenguas de comunicación internacional, en parte facilitando todo lo anterior y en parte complementándolo, es el despliegue de la sociedad del conocimiento, cuyo principal soporte —de lo que se sabe y de cómo se transmite lo que se sabe— es la lengua. La hegemonía de la red de redes lo ilustra inequívocamente; no en vano, la semilla, la clave fundacional de Internet es la idea del intercambio de información y de conocimiento.

En síntesis, a escala mundial y a un ritmo cada vez más vivo, se están creando nuevas y mayores posibilidades para la movilización de mercancías y recursos reales y financieros, para los desplazamientos de personas, por razón de ocio o de trabajo, y para íficos y culturales de muy variado contenido. Un mundo más plano que necesariamente revaloriza las lenguas de comunicación internacional. El español, entre ellas.

En el caso de este coinciden, además, factores con cierta especificidad que contribuyen a potenciar su entidad económica. Están, por un lado, desde luego, los habitualmente esgrimidos: el gran universo cultural con esta lengua creado y las vastas proporciones de la demografía del español en tanto que lengua materna: más de cuatrocientos millones de personas en una veintena de países y doce millones de kilómetros cuadrados. Pero a esos ingredientes, bien conocidos, se añaden ahora otros con perfiles hasta cierto punto novedosos. Tres pueden señalarse, cuando menos.

• El primero apunta, precisamente, a la particular intensidad que está conociendo en nuestros días el proceso de ensanchamiento del territorio físico y humano de la lengua española, con una triple proyección distintiva: el auge en Europa del español como segunda o tercera lengua; la explícita apuesta hispánica de Brasil en el terreno lingüístico y, sobre todo, la ascensión del español al puesto de segunda lengua de Estados Unidos.

Todo ello revela, en definitiva, un auténtico episodio internacionalizador del español, un episodio que tiene, a su vez, un doble apoyo: por un lado, la creciente apertura de las economías iberoamericanas, acompañada de una pujante internacionalización empresarial en los casos de España, de México, de Chile, de Argentina, de Colombia; por otro lado, la demostrada capacidad de irradiación de los patrones culturales —vale decir latinos— asociados a la lengua española, bien en y desde Estados Unidos, bien desde los principales núcleos de las industrias culturales de España y de Iberoamérica.

• Una contribución excepcionalmente valiosa a favor de la dimensión internacional —y, por ende, económica— del español, es el trabajo en pro de la unidad idiomática que desarrollan las veintidós Academias de la Lengua Española nacionales, haciéndose eco de aquel sabio mandato proclamado por Dámaso Alonso hace más de medio siglo, en lo tocante a la lengua, es preferible aspirar a la unidad antes que a la pureza. Trabajo mancomunado de dichas corporaciones, con la Real Academia Española asumiendo el liderazgo, y centrado en la elaboración de los tres grandes códigos que sustentan la unidad del español: el código léxico del diccionario, el código gramatical y el código ortográfico. El grado de cohesión interna que así consigue el español, al disponer de diccionario, gramática y ortografía comunes, sólo ventajas puede generar para su difusión, para los desplazamientos de personas y para los intercambios de bienes y servicios, ampliando la dimensión del mercado de productos de las industrias culturales en español. No se exagera, desde luego, si se considera esa política lingüística panhispánica un factor de primer orden para el desarrollo de las potencialidades económicas que el español tiene, en tanto que lengua de comunicación internacional. Su cohesión interna —mayor que la del inglés, por cierto— es una magnífica baza para ampliar las posibilidades de economías crecientemente abiertas e internacionalizadas. Su consensuada unidad le proporciona al español, por decirlo con palabras equivalentes, una considerable ventaja comparativa en el mercado mundializado.

• El tercer componente específico favorable al español guarda estrecha relación con lo que acaba de exponerse. Esa reforzada cohesión idiomática de la comunidad hispanohablante que propicia el compartido trabajo de las Academias de la Lengua Española, aporta un atractivo adicional para el aprendizaje de esta, pues evita rupturas comunicativas entre sus hablantes de distintos países y latitudes geográficas, contribuyendo eficazmente a elevar el número de quienes escogen el español como segunda o tercera lengua, con lo que ello supone también en el plano de los réditos económicos. Se trata de un aumento —ya se señaló antes— que resiste pocas comparaciones: en Europa, donde el español gana sin cesar posiciones como lengua extranjera; en Estados Unidos, donde el español se afianza como segunda lengua y donde el bilingüismo en inglés y español pasa a tener reflejo en mejores salarios y en mayores oportunidades de empleo; en Brasil, a partir de las disposiciones legales para incorporar la oferta del español como segunda lengua de estudio, y, dentro del gran universo asiático, en Filipinas, donde también se ha tomado la iniciativa de introducir la lengua española en los planes de estudio de enseñanza secundaria, y en China, donde se están multiplicando con rapidez los requerimientos de su enseñanza, al tiempo que se incrementan los intercambios mercantiles y las relaciones económicas de todo tipo entre las dos orillas del Pacífico, tanto al norte como al sur del Canal de Panamá.

La suma final de unos y otros factores es fácilmente enunciable: una lengua que se extiende con rapidez en el marco de unas condiciones históricas que potencian su internacionalización. Las oportunidades que ello abre en diversos planos de la actividad social, desde los que conciernen a la creación cultural hasta los que atienden a las relaciones diplomáticas, son importantes y suscitan cuestiones bien dignas de consideración. Pero no son menos importantes ni demandan menor interés las oportunidades que brinda en el plano económico. Es esta última perspectiva del tema, poco atendida hasta hace apenas un decenio,2 la elegida por la investigación del proyecto de Fundación Telefónica, fuente a su vez de este volumen.

1.2. Estructura analítica de la investigación

Un triple objetivo se propone el estudio de la economía del español como lengua de comunicación internacional, que hoy resiste bien la calificación de global: conceptualización, cuantificación y propuesta de acciones públicas para la promoción del español en tanto que recurso económico. Triple objetivo vertebrador del conjunto de piezas que contienen los resultados de la investigación de la que aquí se da cuenta.

La delimitación conceptual de la lengua como bien económico es, en todo caso, el primer paso obligado: de sus características y cualidades, de lo que le hace objeto de valor y le confiere el carácter de bien público de club. Bien público de consumo no rival —el coste marginal de la incorporación de un nuevo hablante a una lengua es virtualmente cero para quienes ya la hablan—, pero con costes de acceso para quienes no la tienen como lengua materna. Cinco rúbricas sintetizan las características esenciales de la lengua desde un punto de vista económico:

  • Es un bien que no se agota con su uso: el valor de una lengua no queda en modo alguno disminuido por el número de los que la usen, al menos desde el punto de vista de su función comunicativa. Ni tampoco puede hablarse, como sucede con otros bienes, como los de inversión, de depreciación.
  • Una lengua vale más cuanto más se consume, esto es, cuanto mayor sea el número de sus usuarios, y de un modo multiplicativo: en una comunidad lingüística de n individuos, las posibilidades de interacción binaria, es decir, entre cada dos de ellos, son de n(n – 1); y un individuo nuevo añadiría 2n potenciales interacciones. Esta cualidad se deriva directamente de la capacidad de la lengua para generar externalidades de red: una situación en que la utilidad que un usuario dado obtiene de un bien depende, y de forma creciente, del número de otros usuarios que están en la misma malla. O, dicho en otros términos, que el valor de pertenecer a un grupo lingüístico —al «club» que forma— aumenta con el tamaño del grupo, y sin problemas de congestión.
  • Es un bien, además, que no se apropia, esto es, que no puede ser objeto de adquisición o apropiación por parte de ningún agente individual en detrimento del resto: la lengua no es «excluible» en su consumo.
  • No tiene coste alguno de producción: como sucede con algunos recursos naturales, la oferta del bien está ya generada; lo que se requiere es asumir lo que cuesta acceder a su uso o consumo.
  • El coste de acceso es único: una vez conocido un idioma, puede usarse cuantas veces se quiera sin necesidad de incurrir en nuevos costes.

Pero la lengua no se materializa —ni materializa su valor— en un único tipo o clase de bienes o de servicios. La lengua, en unas ocasiones, es la materia prima o insumo esencial de bienes que se producen o servicios que se prestan; en otras, aunque no sea su soporte esencial, constituye un recurso básico para la actividad de que se trate y se erige en una fuente de ventaja competitiva, facilitando la comercialización e intercambio de sus productos; en fin, la lengua también conforma actividades cuya razón de ser descansa en la provisión de la infraestructura necesaria para la comunicación humana.

Y no terminan aquí los conductos por los que una lengua aporta valor económico: en todas las actividades económicas, sin excepción, el recurrir a un idioma compartido por parte de los agentes implicados reduce los costes de transacción; esto es, los costes asociados a la fijación de las condiciones de todo contrato y a las garantías de su cumplimiento. La posesión de una lengua común y de cuanto esta incorpora de pautas culturales, esto es, de cuanto transmite en términos de comprensión, confianza y reducción de la distancia psicológica entre los agentes, ayuda a reducir los costes de los flujos comerciales y financieros en el ámbito internacional, así como los asociados a la emigración; dimensión esta última que habrá de ser de la máxima importancia para una lengua, como el español, que abarca un gran condominio lingüístico.

Por todas estas razones, tan sumariamente expuestas, la lengua constituye un activo económico capaz de añadir valor. Sin embargo, debe quedar claro, igualmente, su específica complejidad: porque la lengua es, al tiempo, input y output, materia prima y bien final, activo tangible e intangible, objeto de intercambio y hasta seña de identidad. Por eso admite varias vías de aproximación la medición de su valor económico. Cuatro resultan especialmente útiles para perfilar el valor económico del español como gran lengua de comunicación internacional; son las contempladas en los subepígrafes que siguen.

1.2.1. El «mapa de contorno» demolingüístico

Aceptada la importancia que tiene en el valor de toda lengua, como bien de club, el número de sus «socios», y su efecto multiplicativo, gracias a las externalidades de red, una primera línea de estudio ha de dirigirse a dibujar el «mapa de contorno» —o atlas— del español en el mundo. De los resultados esperanzadores alcanzados con el trazado minucioso de esta cartografía del español se ofrecen detalles más adelante.

Con todo, en el caso del español, no solo debe subrayarse la amplitud del «club», sino también esa otra cualidad ya mencionada, su preservada cohesión. El español disfruta de una relativa homogeneidad, con muy altos grados de posibilidad de entendimiento mutuo —comunicatividad—, y muy bajos de diversidad a lo largo de todo el condominio hispánico.

Por supuesto, no todo es demografía en la importancia del español en el mundo. Que hoy sea el español la lengua común y de relación de más de cuatrocientos millones de personas y oficial en más de una veintena de Estados no es más que un punto de partida: el punto de partida sobre el que habrá de crecer una comunidad de gran vitalidad demográfica y geográficamente concentrada en un área del mundo que es bisagra y gozne fundamental de dos hemisferios. Y, sobre todo, de un área del mundo que aspira a elevar los niveles de renta y, con ello, la capacidad de compra de sus habitantes: la potencia del español dependerá también, y más decisivamente, de la capacidad económica que los hispanohablantes sean capaces de desplegar.

Anótese, en fin, que hay otra cartografía no menos importante que la «demográfica» en el mundo actual: la cartografía «virtual» del español, la de su presencia en la Red. Un aspecto directamente dependiente del número de los hablantes de español pero, aún más, de los niveles económicos y formativos de estos, así como del desarrollo de la sociedad de la información en los países de habla hispana.

1.2.2. El español en los flujos económicos

Es preciso estudiar, asimismo, los impactos que la lengua tiene sobre la actividad económica. En buena medida, esos impactos aparecen relacionados con dos factores que están estrechamente ligados, ya señalados antes: por un lado, la posesión de una misma lengua reduce los costes de transacción con que operan los agentes económicos, lo cual es de especial relevancia en el caso de aquellas actividades con alto contenido informativo o de conocimiento; por otro, los menores costes de transacción alientan la relación entre los agentes —reducen la distancia psicológica—, facilitando la creación de capital social y el asentamiento de lazos sólidos de confianza entre ellos. Como fácilmente se deduce, es un ámbito mucho más difícil de definir y precisar, aunque configura una parte decisiva de la «renta diferencial» que proporciona una lengua de amplio uso internacional. Dada la dificultad de abordar dicho aspecto en todas sus dimensiones, la atención se ha centrado en algunas de sus vertientes más relevantes.

Se ha estudiado, por un lado, el papel que la lengua común tiene en los procesos de internacionalización de la economía, tanto a través del comercio como de la inversión: en qué medida disponer de una lengua común y, sobre todo, si esta es el español, potencia los flujos de intercambio internacional. Y, por otro, su relación con el funcionamiento de los mercados de trabajo y con los procesos de emigración, en los que la posesión de una lengua común facilita el acceso al empleo de las personas que están disponibles. Estos tres campos —comercio, inversión, migraciones— no agotan el análisis, pero constituyen, en todo caso, ámbitos muy centrales para la determinación de los impactos indirectos de la lengua.

1.2.3. Industrias y mercados del español

El valor del español se manifiesta no solo en términos globales y macroeconómicos, sino en actividades concretas que emplean esta lengua como materia prima fundamental. Por supuesto, casi ninguna de las actividades que componen cualquier clasificación económica escapa al uso de la lengua, beneficiándose de una o de varias de las dimensiones positivas ya apuntadas. Por eso se requiere un análisis más pormenorizado de los mercados que se desenvuelven en español y de las industrias, dentro de ellos, en las que la lengua es un bien económico esencial y específicamente cuantificable.

Tres de estas actividades han sido objeto de específica atención en el proyecto de Fundación Telefónica. Por un lado, las empresas encuadradas en las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones: en estas actividades —con los teléfonos móviles e Internet como grandes símbolos de una redoblada comunicación oral y escrita—, la cualidad de la lengua como gran «tecnología social» se despliega en toda su amplitud, y se manifiestan con más claridad sus virtudes como bien público y como generador de capital social, difundiendo externalidades positivas y reduciendo de un modo crucial los costes de información y de transacción. Por otro lado, la industria que se ocupa de la enseñanza del español como lengua; un sector que no deja de crecer y con muy halagüeñas expectativas a la luz de la progresiva implantación del español como segunda lengua, tras el inglés, en los sistemas educativos no anglosajones, por no hablar de su propuesta cooficialidad tanto en Brasil como, de facto, en buena parte de Estados Unidos. Por último, el amplio conjunto de industrias enmarcadas bajo el rótulo de «culturales», comenzando por el sector de la edición en español, pero abarcando también los que tienen que ver con las artes escénicas y con la difusión a través de los medios audiovisuales.

1.2.4. Cartografía contable del español

La lengua, ya se ha dicho, entra, directa o indirectamente, en la composición de los bienes y servicios que componen el producto interior bruto de un país. No es la única medida del valor de la lengua, pero sí conviene conocer —con los instrumentos del análisis contable macroeconómico— su peso e impacto en cuanto tal sobre la actividad económica. Así se hizo en el estudio antes citado que dirigió Ángel Martín Municio, concluyendo, en sus proyecciones para 2004, que el español aporta el 15 % del PIB. Por supuesto, es un resultado que depende decisivamente de lo que de forma previa —con hipótesis que encierran un amplio margen de discrecionalidad— se haya considerado que son actividades y productos «directamente ligados a la lengua», y de cómo se pondera su valor dentro de la producción nacional.

En el proyecto de Fundación Telefónica, como más adelante se pormenoriza, se actualizan, depuran y complementan metodológica y analíticamente esos primeros cálculos. En particular, se incorpora un procedimiento complementario al de la selección de productos/actividades con contenido en lengua española para medir la relevancia de esta en la economía: se trata de la metodología basada en las ocupaciones profesionales. El procedimiento consiste en utilizar una variable, el empleo, y una dimensión de este, la ocupación (o el tipo de tareas desarrolladas por los trabajadores en el puesto de trabajo, identificadas a través de las clasificaciones de ocupaciones), como indicativos de la dependencia o vinculación de los procesos productivos respecto del idioma. Se acepta, en definitiva, que la lengua es un activo productivo inmaterial cuya relevancia económica es difícil de captar bajo el prisma exclusivo de los productos que «incluyen lengua» o de las correspondientes ramas de actividad: dentro de estas, y con independencia de los productos que constituyan su objeto principal, hay ocupaciones que requieren de la lengua de modo esencial.

Trazar estos contornos cuantitativos del español —a modo de cartografía «contable» complementaria— permite apreciar una dimensión de su importancia fácil de visualizar, aunque no convenga sacralizar el número resultante. Su significado —sea el 15 %, o los cálculos actualizados del proyecto de Fundación Telefónica— no debe proyectarse más allá de lo que se deduce de las hipótesis de esta metodología de análisis: es la proporción del PIB que suponen los bienes y servicios relacionados directamente con la lengua (y previamente definidos), o en los que esta entra como parte de sus insumos (en este caso, de acuerdo con unos «coeficientes de lengua» con importantes márgenes de discrecionalidad en su determinación).

1.3. Un panel conclusivo

Expuesto el planteamiento analítico del estudio, conviene ofrecer a continuación una síntesis de los resultados obtenidos, con la misma sistemática que ordena los sucesivos capítulos de esta obra.

1.3.1. Cartografía del español en el mundo

El peso demográfico del español y su creciente difusión internacional han puesto de relieve las implicaciones políticas y económicas de pertenecer a una gran comunidad lingüística. De las tendencias futuras de la demolingüística se derivan consecuencias que van más allá de los sectores de actividad directamente relacionados con el idioma, como la educación, las industrias culturales o los medios de comunicación, y que tienen que ver con las posibilidades de interacción —política, económica, cultural— que ofrece a sus hablantes el hecho de compartir una misma lengua. Si la base demográfica del español y su difusión internacional son factores primarios de su valor económico, el estudio de la dimensión económica de la lengua española, como la de otras lenguas internacionales, ha de partir necesariamente de una geografía humana del español.

El español es, a principios del siglo xxi, el tercer idioma del mundo, con casi cuatro centenares y medio de millones de hablantes repartidos principalmente por una veintena de países. El detalle de la demografía del español distingue entre los hablantes como grupo de dominio nativo, formado por 402 millones de personas, y los que emplean el español con competencia limitada, en torno a los 25 millones. Si se añade a estas cifras la estimación —muy aproximada— de los aprendices del idioma, los hablantes de español en uno u otro grado alcanzarían los 439 millones.

El análisis del español como lengua internacional ofrece un retrato complejo, con un vasto catálogo de variaciones regionales, situaciones de plurilingüismo y escenarios de contacto con otras lenguas, pero también un conjunto geográficamente compacto (cerca de nueve de cada diez hispanohablantes, ya se ha dicho, habita en países de América con amplias mayorías nativas) y un alto índice de comunicatividad entre sus hablantes.

La comparación de las tendencias del español con las de otras lenguas internacionales muestra que el español goza de buena salud demográfica relativa. Aunque el crecimiento de la comunidad lingüística, que alcanzó su mayor ritmo durante el siglo xx, se ha ralentizado considerablemente y tiende a estabilizarse al paso de la transición demográfica, es aún la lengua de origen europeo con mayor vitalidad vegetativa. El grupo de dominio nativo pronto alcanzará al del inglés y crece más rápido que el chino, de lejos la lengua con el mayor grupo nativo del mundo; sólo el árabe crece significativamente más que el español. Hay que introducir, sin embargo, un factor importante, que altera de algún modo la evolución natural de la población: es el de las migraciones internacionales, que mueven hablantes de un lugar a otro, producen situaciones de multilingüismo y, al menos a corto plazo, pueden modificar los equilibrios sociolingüísticos en los países de acogida. El caso más notorio en las últimas décadas es el de la inmigración de origen hispano en Estados Unidos, donde los hispanohablantes constituyen desde hace pocos años la primera minoría cultural, con tendencia mayor que otros grupos de inmigración precedentes a mantener el bilingüismo con el inglés. La geografía humana del español ha de tener en cuenta estos desplazamientos por cuanto el impacto económico de una lengua está en función de la capacidad productiva de sus hablantes.

De otro lado, los estudios comparados revelan también que si se considera, además del grupo de lengua nativa, el grupo de competencia limitada o de hablantes como segunda lengua, el inglés toma enormes distancias sobre el español y el resto de las lenguas del mundo. Es precisamente en el amplio conocimiento y uso del inglés como segunda lengua internacional donde radica su condición de lengua franca de la globalización. El español es una gran lengua internacional, o hablada en distintas naciones, y tiene el futuro, por así decirlo, asegurado, gracias a su fuerte arraigo regional en América. Pero como muestra el caso del inglés y el de otras lenguas internacionales, el peso demográfico es una condición necesaria pero no suficiente para convertirse en una lengua franca internacional. Si el español ha de desempeñar algún papel en el mundo del futuro, será por su capacidad de atracción como segunda lengua, que brota no solo de las dimensiones del grupo de sus hablantes, sino además de su utilidad económica y su prestigio cultural.

1.3.2. El español en las migraciones internacionales

Lo que se persigue es conocer el papel que la lengua tiene en los procesos de decisión de los emigrantes y en los resultados de su experiencia migratoria, tomando como referencia el caso español. Para ello, se parte de identificar la lengua como factor que incide en los costes que el emigrante asume para acceder al nuevo país y para instalarse en su mercado de trabajo, como un activo que se incorpora al capital humano del emigrante y como un canal de integración en el nuevo entorno social. Cuatro aspectos son, por consiguiente, relevantes: el papel de la comunidad de lengua en la selección de los mercados de destino de la emigración; los procesos de adquisición de competencias lingüísticas por parte de los emigrantes; las ventajas laborales —empleo y salario— que se derivan del dominio del idioma propio del país de acogida; finalmente, el papel de la lengua en los procesos de integración social. En cada uno de estos ámbitos se han obtenido conclusiones de interés.

En primer lugar, una aproximación sencilla a la decisión migratoria sugiere que esta es el resultado de un balance entre los beneficios netos —presentes y futuros— asociados al desplazamiento y los costes que este puede suponer para el emigrante y su familia. La emigración será tanto más probable cuanto mayores sean los rendimientos esperados de la emigración y cuanto menores sean los costes —no solo económicos— que aquella comporta. El dominio de la lengua del país de destino constituye un factor que limita los riesgos y reduce los costes asociados a la instalación e integración del emigrante en el mercado de destino. Por este motivo, cabe suponer que la posesión en el país de origen de una lengua que es oficial en el país de destino facilita la decisión migratoria. Los estudios internacionales tienden a confirmar este supuesto. El caso español no se distancia de este patrón de comportamiento internacional. La investigación realizada confirma que el dominio del español constituye uno de los determinantes que con mayor peso ha condicionado la composición de los flujos migratorios hacia España. Gracias, pues, a la pertenencia a una comunidad lingüística internacional, un mayor número de emigrantes procedentes de países de habla hispana eligen España como país de destino. El efecto asociado a la lengua es, además, en el caso del español superior al asignado al inglés en la inmigración norteamericana. El fundamento de la relación propuesta tiene consecuencias en el ámbito de la política migratoria. Si la comunidad de lengua incrementa la tasa migratoria es porque el conocimiento del idioma del país de destino reduce los costes a los que se enfrenta el emigrante en su instalación y acogida en el nuevo entorno. De similar manera cabe suponer que serán también menores los costes que para el país de acogida tiene la integración de esos emigrantes que conocen y hablan la lengua oficial del país (con todo lo que la lengua porta de usos y significados).

En segundo lugar, por lo que se refiere al aprendizaje del español, se constata que el proceso de adquisición de un nivel suficiente de conocimiento del español es rápido y exitoso para los muchos inmigrantes que tienen como lengua materna o conocen una lengua romance, pero no tanto para los que no conocen una lengua de ese tipo, entre los que una tercera parte aún tienen un conocimiento muy deficiente diez años después de su llegada. Los resultados analíticos indican que el nivel educativo, la proximidad lingüística y la duración de la residencia son los determinantes principales de un buen nivel de español. Por ello, las expectativas sobre la evolución de este proceso de logro de habilidades lingüísticas de los inmigrantes son relativamente optimistas, ya que es una población joven y con un elevado porcentaje de procedentes de países de lengua romance. Las expectativas pueden ser preocupantes para grupos de asiáticos o africanos, con menor nivel educativo y elevada lejanía lingüística, con riesgos de carencias lingüísticas serias. El carácter también determinante del nivel educativo y de la escolarización de la segunda generación apunta a la importancia de las políticas educativas de amplio espectro, y no solo de las políticas lingüísticas, como medio de reducir los riesgos de penalización económica y social por esas carencias.

En tercer lugar, las comparaciones de los ingresos mensuales medios de los inmigrantes han mostrado que las diferencias pueden alcanzar hasta un nivel un 30 % más favorable para quienes hablan muy bien el español, siendo los premios salariales vinculados a competencias lingüísticas más reducidos, aunque alcanzan valores cercanos al 10 %, a favor de los inmigrantes que dominan la lectura y la escritura en español. En conjunto, los resultados obtenidos permiten concluir que el dominio de la lengua española constituye un recurso significativo y cooperativo con otros componentes del capital humano en la consecución de los logros laborales de los inmigrantes en España. Y si bien la influencia de la lengua podría parecer de una entidad moderada, cabe subrayar el sentido positivo de esta influencia y la consistencia de las estimaciones, más aún cuando el colectivo de referencia de esta investigación está limitado a los inmigrantes económicos.

Por último, los resultados del efecto del idioma sobre la integración social apuntan también a una influencia positiva aunque débil. La influencia es más clara para los inmigrantes que no son de lengua materna española pero que la han aprendido hasta hablarla con buen dominio. Cabe decir, por consiguiente, que la influencia del español es más positiva sobre los logros laborales —empleo y salario— que para los de integración social, lo que es congruente con el carácter dominante de la inserción laboral de los inmigrantes en su fase inicial, caracterizada por niveles altos de segregación ocupacional y de escasa movilidad laboral ascendente. Dicho de otra forma, la influencia del capital lingüístico común se refleja más en la integración laboral que otras dimensiones de la integración social, desvelando en conjunto el predominio de un patrón de asimilación segmentada.

1.3.3. El español como instrumento de internacionalización empresarial

La lengua es un poderoso facilitador de los flujos económicos internacionales y, desde el punto de vista de las empresas, un gran factor —no el único, pero que sí puede llegar a ser decisivo— de su internacionalización. La magnitud de los intercambios comerciales y de las inversiones exteriores depende, en gran medida, de la potencia económica de los países y de la distancia que los separa. Distancia no solo física (o geodésica), importante en el comercio, sino también psicológica, y de un modo más perceptible en el caso de los flujos de capital. Una lengua común, en efecto, reduce, por un lado, unos costes de transacción —los de comprensión idiomática— fundamentales para los intercambios, al tiempo que, por otro, acorta la distancia psicológica con que los empresarios examinan unos y otros mercados y deciden a cuál de ellos comenzar a exportar, o en cuál establecerse primero.

El español, lengua hablada por 440 millones de personas en todo el mundo, y cuyo poder de compra —atribuyéndoles la renta media de sus países— puede cifrarse en torno del 9 % del PIB mundial, se convierte en un poderoso argumento de interrelación económica para el conjunto de países de habla hispana. El caso de España, una vez alcanzada la madurez de su tejido empresarial, que precisa una proyección activa hacia el exterior, es muy revelador del aprovechamiento de esa ventaja.

Desde el punto de vista del comercio, la lengua común se erige —dentro de los modelos de gravedad que permiten una aproximación cuantitativa a este fenómeno— en una variable determinante, de gran importancia y significación estadística, dentro de los flujos actuales de mercancías. Según las estimaciones realizadas, la lengua común, genéricamente considerada, supone un factor de multiplicación cercano a tres. Que el español lo sea sustancialmente por encima de esa proporción e, incluso, tan pronto como entran en juego los factores institucionales en el modelo, por encima de lo que la propia lengua inglesa —más allá de su otro papel como lengua franca de los negocios internacionales— representa para los países anglosajones, está reflejando su importancia como elemento aglutinador para los intercambios comerciales dentro del condominio hispánico.

Desde el punto de vista de las inversiones directas en el exterior, este efecto es aún más intenso. En el caso del español y, sobre todo, al observarlo desde España, la comunidad de lengua —y de lazos culturales que esta procura— ha sido un factor decisivo, sin el cual es imposible explicar el abultado montante de flujos de inversión orientados hacia América Latina desde el decenio de 1990. Los países de habla hispana han sido, además, escuela de aprendizaje y banco de pruebas de la internacionalización empresarial de España en pocos años. Países en los que el español es, en cierto sentido, un intangible que suple otras carencias, aproximando lo que estas distancian.

1.3.4. El español y la sociedad de la información

El análisis del vínculo entre tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) y lengua admite diversos planteamientos. Se ha elegido el que se fija en el grado de desarrollo de la sociedad de la información a partir de los productos, servicios e infraestructuras correspondientes, dado que es el nivel ahí alcanzado lo que condiciona principalmente —más, desde luego, que el número de hablantes— la presencia de un idioma en los nuevos medios, con Internet a la cabeza.

El análisis se ha realizado a través de un ejercicio comparativo de tres áreas lingüísticas: el español, el inglés y el francés. La elección de estas dos últimas para acompañar a la hispanohablante se debe a sus similitudes como lenguas multinacionales y a la disponibilidad de información estadística para los países que las conforman.

Algunos indicadores permiten reflejar la situación en la que se encuentra la sociedad de la información en las tres áreas lingüísticas. Uno de los más comúnmente utilizados es el porcentaje de abonados a la telefonía fija, que, inicialmente ligada a los servicios de voz, se vincula también a otras prestaciones, como el acceso a Internet. En el área hispanohablante, el número de líneas principales por cada cien habitantes era en 2004 de dieciocho, sólo un 30 % del nivel alcanzado en las otras dos áreas de referencia. Por otro lado, el espectacular crecimiento de la telefonía móvil ha permitido aumentar notablemente la cobertura de la población que proporcionaba la telefonía fija. En el área hispanohablante este crecimiento se ha producido a un ritmo muy elevado, superior al que se ha dado en las otras dos áreas, lo que ha facilitado un acercamiento, aunque solo parcial, hasta situarse en el 50 % de los valores promedio de las otras dos áreas lingüísticas. El porcentaje de usuarios de Internet respecto al total de la población refleja de nuevo una situación de fuerte retraso del área hispanohablante; respecto al área francófona se situaría en un 30 %, y respecto a la anglófona, en un 21 %.

A pesar de los problemas que plantea su cálculo, el indicador que mejor puede medir la presencia de los idiomas en Internet es el porcentaje de páginas web por idioma. Los datos referidos a los últimos veinte años confirman el indudable dominio adquirido por el inglés en Internet. El español gana peso relativo en el periodo considerado, pero situándose, junto al francés, muy por detrás de los niveles que en principio cabría esperar por el peso poblacional de la comunidad lingüística hispanohablante. Si se analiza la composición de esta se observa, de nuevo, que no existe una relación directa entre el peso poblacional de los países y la presencia en Internet. En concreto, España aporta casi la mitad de las páginas web escritas en castellano, seguida de Argentina, México y Chile, dentro de los países iberoamericanos. Resulta interesante la presencia de Estados Unidos como el segundo emisor de webs en castellano, lo que está en relación con la importante presencia de la comunidad hispana en este país, pero también con su mayor capacidad de acceso a las redes de información. De hecho, Estados Unidos es el principal emisor de webs en la mayoría de lenguas del mundo, tras los países en donde estas son oficiales, incluso por delante de muchos de ellos, como en el caso del español.

Todo parece sugerir, por tanto, que la presencia de los idiomas en Internet está condicionada por el desarrollo de la sociedad de la información experimentado en los países donde esas lenguas se hablan. Aunque no se trate del único factor influyente, la relación parece confirmarse a partir de la información disponible. Dicho de otro modo: parte del retraso en la presencia de la lengua española en las páginas web deriva de un fenómeno económico y tecnológico asociado al grado de desarrollo de la sociedad de la información en los países de habla hispana. Baste con señalar que si en el área hispana se dispusiese de similar nivel de líneas telefónicas que en los países anglófonos, la presencia del castellano en Internet se incrementaría en un 170 %, triplicando casi su presencia en la Red. En el segundo caso, considerando un área anglófona constituida solo por países de la OCDE, este porcentaje se elevaría hasta un 320 %. A pesar del fuerte crecimiento que experimentaría el castellano en los dos casos, y sobre todo en el segundo, su presencia en Internet se situaría entre el 14 % y el 21 %. Quiere esto decir que, aun así, seguiría estando por detrás de la presencia dominante que se reserva al inglés. Esto no hace sino confirmar que existen otros factores adicionales a los considerados que determinan la presencia de los idiomas en Internet. Por ejemplo, la vitalidad social, cultural o económica de los países —más allá de la que pueden aproximar las cifras de renta por habitante— probablemente constituye un factor relevante en la explicación del nivel de proyección internacional de una lengua. Piénsese en las actividades de investigación en la mayoría de los campos científicos, donde el inglés es lengua franca.

Respecto al futuro de la presencia del español en Internet, algunos elementos invitan a cierto optimismo. En primer lugar, dados los niveles de partida, el efecto positivo que sobre la presencia idiomática tiene el desarrollo de las infraestructuras de comunicación ofrece una posibilidad de más largo recorrido en el caso del área hispanohablante que en el de otras áreas idiomáticas como el inglés. En segundo lugar, vinculado a su condición multinacional, el español tiene una fuerte proyección en otros países, como Brasil o Estados Unidos, y se impone como segundo idioma, tras el inglés. Esta tendencia, sin duda, favorecerá la presencia más intensa del español en los sistemas de comunicación internacional. Ampliar, en todo caso, la sociedad de la información en los países hispanohablantes es una vía segura para lograr una mayor presencia de nuestra lengua en Internet.

1.3.5. La economía de la enseñanza del Español como Lengua Extranjera (ELE)

El sector público tiene un papel relevante tanto en el diseño como en el desarrollo de las políticas de promoción y calidad que son necesarias para el desarrollo de ELE. Y, un primer reto inmediato para las políticas públicas reside en conseguir que esté disponible información fiable sobre el sector; sin una cuantificación adecuada es muy difícil el diseño de las políticas, e imposible la medida del impacto de las mismas o el análisis de su eficiencia. El análisis efectuado deja en evidencia las importantes carencias existentes y la conveniencia de crear un Observatorio de ELE para garantizar un cierto nivel de información cuantitativa.

El Programa Erasmus debe ser considerado dentro del ámbito de ELE, ya que supone una cifra muy importante de potenciales y reales estudiantes de español (más de 25.000 alumnos anuales con una estancia media de 6,5 meses por alumno que gastan en España 135 millones de euros), que se sitúan en el escalón más alto de toda la enseñanza de ELE.

Recomendable es también prestar atención al análisis de las condiciones profesionales de los profesores de ELE para saber si esta actividad está generando puestos de trabajo de alto valor añadido. La capacidad del sector para generar empleo, valor añadido y, en definitiva, bienestar, va a depender de manera crucial de su capacidad para crear puestos de trabajo adecuadamente remunerados para los profesionales formados específicamente en ELE, y existe un amplio campo para el desarrollo de políticas públicas dirigidas al empleo de profesores de ELE.

Además de políticas de promoción internacional, donde existen claras economías de escala y evidentes fallos del mercado (ya que los agentes individuales no pueden apropiarse de todos los beneficios que genera la promoción exterior, por lo que tienden a hacer menos difusión de la que sería óptima), existe un amplio margen para actuaciones con vistas a potenciar el Español como Lengua Extranjera por parte de España y por parte de todos los países que comparten el condominio lingüístico. En este sentido, la armonización a escala iberoamericana de los certificados de conocimiento de ELE —al modo de los exámenes de Cambridge, el TOEFL o los del Instituto Francés—, ahora impulsada por el Instituto Cervantes y un amplio número de instituciones de enseñanza superior de habla hispana, y ya en curso de cumplimentarse por el denominado Sistema Internacional de Certificación del Español como Lengua Extranjera (SICELE), señala un camino por el que avanzar resueltamente.

1.3.6. Las industrias culturales en español

La cultura tiene un valor estético y simbólico más importante que su contenido material; pero necesita de un soporte empresarial y forma parte de la actividad económica de un país. Cuando se habla de «industrias culturales», se hace referencia a ese soporte económico y empresarial de la cultura. La lengua española tiene un papel central en la creación y difusión de los bienes culturales, y por tanto en el valor de las industrias culturales.

Se puede delimitar un mapa de las industrias culturales en que el español tiene un peso importante: artes escénicas, música, cine, televisión y radio, libros, prensa y revistas, archivos y bibliotecas, juegos, juguetes y videojuegos, turismo idiomático, publicidad, y parte de la industria informática. A partir de ahí cabe analizar en cada sector el peso del idioma, reflejado en una «ponderación de lengua española».

Las industrias culturales en español representan en la economía española un valor de 31.737 millones de euros, con datos referidos a 2007, un 3,3 % del PIB. Con estimaciones todavía provisionales, se ha calculado un valor de 32.816 millones de euros en 2008 y de 31.635 en 2009, años marcados por la crisis económica. Huelga señalar que es una contribución importante, pero además de esta contribución directa del idioma al valor de las industrias culturales, la difusión internacional del idioma español amplía las fronteras para la oferta de talento creativo y facilita la difusión de los bienes culturales producidos. Podemos decir que el español, en las industrias culturales, no solo crea valor económico sino que contribuye a que ese valor económico «rinda más» en términos culturales.

Cada una de las industrias culturales posee características propias. En las artes escénicas destaca, junto al teatro convencional, la fuerza de los espectáculos musicales en español. En el sector propiamente musical, lo «latino» gana presencia en los países hispanohablantes, pero sobre todo en Estados Unidos. El cine español solo poco a poco se abre paso en el mercado internacional, pero el cine «en español», a través del doblaje, es rey absoluto de las pantallas en España. Los libros son una industria cultural clásica y sólidamente asentada. La edición de diarios y revistas en español se hace global gracias a las ediciones en Internet. Y junto a esos sectores cabe apuntar la relevancia del turismo relacionado con el aprendizaje de la lengua y cultura españolas; de los juegos, juguetes y videojuegos, ya que una parte de ellos tienen que ver con la cultura y la lengua; de la publicidad, que transmite valores y contenidos simbólicos en castellano, y de la parte de la informática que los usuarios utilizan para acceder a los contenidos culturales.

1.3.7. El español en las cuentas nacionales

Como ya se ha hecho constar, el resultado más llamativo de la obra dirigida por Martín Municio era su proyección para 2004 del peso del español en el PIB: un 15 %. Pues bien, en la investigación ahora realizada se desvelan cálculos referidos a 2007 —con proyecciones hasta 2010— que confirman, con importantes matices y ampliaciones, lo entonces aportado.

Se han utilizado dos técnicas complementarias: la primera, basada en la selección de productos y la posterior determinación de su valor de mercado; la segunda, que supone una novedad metodológica, sustentada en la selección de colectivos de trabajadores que, dentro de las empresas, realizan tareas para las cuales el idioma es materia prima o insumo productivo esencial. El resultado combinado de ambas técnicas revela de un modo más preciso y fundamentado la importancia que tiene el idioma español para el crecimiento económico, en términos de renta y empleo.

En síntesis, entre 2000 y 2007, el valor económico del español en el PIB aumentó en un punto porcentual, del 14,6 % al 15,6 %, lo que ha significado un salto en términos monetarios desde los 92.000 millones de euros (92 millardos) contabilizados para 2000 a 164 millardos en 2007.

En términos de empleo, las cifras son más elocuentes: se habría pasado en esos años de casi 2,6 millones de puestos de trabajo relacionados con el español en 2000 (el 15 % de la ocupación) a cerca de 3,5 millones en 2007 (el 16,2 %); esto es, unos 900.000 puestos de trabajo más en solo siete años.

Desde el punto de vista sectorial, cinco grupos de actividades —las industrias especializadas en los productos más relacionados con la lengua— concentran las cifras más altas: educación (1), comunicaciones (2), servicios culturales (3) e industria editorial (4) —encuadradas estas dos últimas dentro del conjunto más amplio de «industrias culturales»— y lo que se denominan otras actividades empresariales (5), que incluyen sectores como la publicidad, las «industrias de la lengua» y servicios empresariales del tipo de los «centros de llamadas» y los «servicios de información».

Por último, dos importantes observaciones complementan los principales resultados aquí esbozados. Por un lado, y contemplando las cifras para el conjunto del periodo, destaca cómo la valoración económica del español ha crecido de modo sostenido; y lo ha hecho, además, con mayores tasas de crecimiento que las variables macroeconómicas de referencia. Por otro lado, al proyectar los datos hasta 2010, las previsiones apuntan a que este peso relativo del español, tanto en términos de producto como de ocupación, se mantendrá sustancialmente en muy parecidas proporciones.

1.4. Implicaciones para el diseño de la política lingüística

De acuerdo con lo anticipado al comienzo de estas páginas, no deben cerrarse sin algunos apuntes sobre las implicaciones —consecuencias, compromisos, exigencias— que la dimensión económica del español plantea en el terreno de la política lingüística. Es el cometido que se atiende a continuación, delimitando primero retos prioritarios hoy planteados, para formular después algunos componentes de las políticas que deberían afrontarlos.

1.4.1. Algunos desafíos

El recorrido realizado en los epígrafes anteriores es suficiente para confirmar que la posesión de una lengua de alcance internacional importa, y mucho, en la vida económica de un país. Por supuesto, los beneficios trascienden los estrechos límites de lo estrictamente económico, pero también en ese ámbito se vislumbran los beneficios que se derivan de pertenecer a una comunidad lingüística amplia, que se extiende más allá de las fronteras nacionales. En primer lugar, porque de este modo se estimulan aquellas industrias que tienen en la lengua un componente básico de su función productiva (industrias culturales, de enseñanza del español o de las comunicaciones, por ejemplo). En segundo lugar, porque la posesión de un idioma común puede reducir los costes de transacción de todas aquellas operaciones que se realizan entre países pertenecientes a la misma comunidad idiomática, potenciando de este modo la internacionalización de sus economías (a través del comercio, la inversión o la emigración, por ejemplo).

Si los hallazgos empíricos presentados —que resumen lo que el lector encontrará en los siguientes capítulos de esta obra— se consideran debidamente probados, habrá que admitir que es importante la ventaja que para España supone pertenecer a una comunidad lingüística tan dilatada, homogénea y viva como la que representa el español. La lengua no solo contribuye a ampliar el flujo de rentas generadas por la economía española —el PIB agregado—, sino que también facilita la captación de recursos humanos externos (inmigrantes) o la realización de transacciones internacionales (comercio e inversión) que de otro modo o no se hubiesen realizado o lo hubieran hecho a costes superiores. Este tipo de ventajas asociadas a la lengua tienen el carácter de un bien público, ya que están disponibles, sin rivalidad ni exclusión alguna, para cuantos operadores pertenecen a la comunidad lingüística que conforma ese idioma. Dado el signo positivo de la aportación reseñada y la naturaleza colectiva del beneficio obtenido, es legítimo preguntarse si los poderes públicos podrían poner en marcha políticas orientadas a consolidar el alcance y vigor del idioma propio —en este caso, el español— como lengua internacional, como modo de ampliar los efectos positivos derivados de la pertenencia a esa comunidad lingüística. Traduciendo el problema a términos económicos, se trataría de maximizar el beneficio colectivo que se deriva de la posesión de un idioma internacionalmente compartido.

La pregunta es tanto más pertinente si se tiene en cuenta que existen circunstancias, de muy diversa entidad, que conspiran contra el estatus del español como lengua multinacional. No es el caso hacer aquí un recuento completo de todas ellas, pero sí cabe señalar aquellas cuatro que de forma más notable condicionan el futuro del español como lengua internacional. A saber:

  • En primer lugar, el creciente uso del inglés como lengua franca en los negocios internacionales. Sin duda, la tendencia enunciada encuentra su justificación en el liderazgo que Estados Unidos ha tenido sobre la economía internacional a lo largo de las últimas cinco décadas, por no hablar del que Inglaterra mantuvo durante buena parte de los siglos xix y xx. La intensificación del proceso de globalización económica bajo esa hegemonía ha terminado por hacer que el inglés se convierta en la lengua en que se materializa una amplia gama de operaciones económicas, convirtiendo de paso esa lengua en el idioma de trabajo de numerosas instituciones y un alto porcentaje de operadores económicos. Como consecuencia, los ejecutivos de empresas internacionalizadas se ven obligados a tener un fluido conocimiento del inglés para preservar unos mínimos niveles exigibles de eficiencia en su tarea. En la medida en que esa tendencia se extienda y enraíce, menor será el valor que tendrá el recurso a otra lengua materna común —el español, por ejemplo— como vía de negociación entre operadores pertenecientes a la misma comunidad lingüística: se dispone de una lengua alternativa —el inglés— que, hasta cierto punto, es igualmente compartida y de mayor capacidad comunicativa global.
  • En segundo lugar, la pérdida de vigencia del español como lengua operativa en los foros internacionales. Dos son los que deben reclamar nuestra atención prioritaria: la Unión Europea, por un lado, y las Naciones Unidas, por el otro. En esos dos marcos institucionales el español figura como una de las lenguas oficiales. No obstante, en ambos casos, un cierto criterio de agilidad y eficiencia en los procesos decisorios ha promovido a las instituciones implicadas a una reducción efectiva de los idiomas utilizados en las sesiones de trabajo y en los procesos decisorios. En esas condiciones, el inglés se alza de modo progresivo con el carácter (no declarado) de lengua franca, en perjuicio del resto de los idiomas reconocidos como oficiales. Este proceso es especialmente dañino para el francés, que ocupaba en el pasado posiciones dominantes en ambas instituciones, pero también dificulta que el español pueda tener la presencia que sería deseable.
  • En tercer lugar, la muy limitada presencia que el español tiene en los ámbitos científico y tecnológico. De nuevo, se trata de campos en los que el inglés se ha impuesto, con muy limitada competencia, como la lengua dominante. Las principales revistas científicas, los más relevantes congresos internacionales o los esfuerzos compartidos de equipos técnicos a escala internacional se realizan en inglés. Como consecuencia, los investigadores y científicos españoles o latinoamericanos se ven obligados a recurrir al inglés como lengua vehicular para la presentación y difusión de sus hallazgos. Habida cuenta del papel crucial que el progreso científico y la innovación tecnológica tienen en las sociedades contemporáneas, la limitada presencia del español en esos campos resta capacidad de proyección a la lengua.
  • Por último, la relativa incertidumbre con que se contempla el futuro del español en el seno de la comunidad de hispanos residentes en Estados Unidos, que, si ya es amplia (un 15 % del total de la población estadounidense), alcanzará previsiblemente en dos generaciones, hacia la mitad del siglo xxi, una proporción muy superior (cien millones de hispanos, entre el 25 % y el 30 % del total). La presencia de esa comunidad de inmigrantes hispanos constituye una plataforma inmejorable para potenciar el valor del español, pues forma parte de la economía más dinámica e influyente del mundo. Los estudios sobre el futuro del español en esa comunidad arrojan, sin embargo, conclusiones ambiguas. Por una parte, existen trabajos recientes que demuestran la prima que el mercado laboral otorga a aquellos trabajadores que son capaces de mostrar competencias en ambas lenguas, español e inglés; este premio al bilingüismo constituye un factor importante de respaldo a la preservación del español en las familias hispanas. Además, no escasean observaciones que captan el afán por preservar el uso del español entre los integrantes de esa comunidad latina en Estados Unidos, sobre todo en quienes tienen acceso a la educación superior, lo que supondría, de confirmarse, todo un aval de perdurabilidad (Lago, 2009). Aunque frente a todo ello, otras aproximaciones al tema aportan evidencias en sentido opuesto, registrando una progresiva pérdida de competencias en español de las segundas y subsiguientes generaciones de emigrantes, a medida que las familias prolongan su historial de residencia en Estados Unidos. El futuro del español en Estados Unidos dependerá, en suma, del vigor comparado de ambas tendencias.

Sin duda, los elementos señalados no agotan los factores de riesgo a los que se enfrenta el español como lengua internacional, pero apuntan a cuatro elementos básicos que condicionarán el futuro. Cualquier política de promoción del español debiera considerar la incidencia de estos factores y estudiar el modo de contrarrestar su eficacia. Ahora bien, ¿sobre qué elementos debiera sustentarse una política de promoción del español?

1.4.2. Componentes de una política pública

Se ha definido la lengua como un bien de club, a cuyos beneficios no excluyentes acceden solo aquellos que pertenecen a esa comunidad lingüística. Esa misma caracterización económica puede proporcionar una guía para contemplar las respuestas que se podrían ofrecer desde las instancias públicas para promocionar el valor del español como lengua internacional. El tema merece considerarse con cierto detalle.

Como en todo bien de club, existen unos costes de acceso que el consumidor debe satisfacer para acceder al bien: en este caso esos costes están asociados al conocimiento y dominio de la lengua (caso de que no sea la materna). Una vez dentro del club, sin embargo, existen unos beneficios derivados del consumo no rival del bien provisto, que en este caso es la lengua. A su vez, los beneficios de una lengua están asociados a su triple función como mecanismo de comunicación, soporte del pensamiento y de la creación, y transmisor de marcadores de estatus y de referentes de identidad. El hecho de que parte de esos beneficios tengan carácter no rival hace que no comporte coste alguno —y, en cambio, reporte beneficios— la ampliación del club. Es esta la razón por la que virtualmente todos los países están interesados en promover la propia lengua, ampliando el club de quienes la hablan o la entienden.

Ahora bien, más allá del voluntarismo de los gobiernos, ha de suponerse que, en general, los sujetos operan de acuerdo a criterios de comportamiento racional, tratando de maximizar los rendimientos netos derivados de su conducta. Emplearán poco esfuerzo, por tanto, en aprender un idioma que les es ajeno (para lo que necesitarán emplear tiempo y recursos) si ello les reporta un muy limitado beneficio. Las políticas públicas solo serán eficaces si operan sobre esos factores de interés que condicionan la conducta de los individuos. Por ejemplo, existe un creciente interés en conocer chino mandarín porque se presume que en el futuro tanto empresas como instituciones internacionales estarán interesadas en poderse comunicar directamente con un país y una economía llamados a tener creciente peso en el concierto internacional del futuro; en cambio, el interés por aprender finés es limitado porque la utilidad que se deriva del recurso a esa lengua es muy reducida. Así pues, ampliar la dimensión de un club lingüístico depende no tanto de políticas voluntaristas destinadas a incrementar la difusión de la lengua, cuanto de aquellas acciones dirigidas a elevar el rendimiento que para los individuos se deriva de la pertenencia al club lingüístico que conforma ese idioma. Como más adelante se verá, alguna de esas acciones trasciende los estrechos límites de lo que cabe considerar como política lingüística para afectar a otros ámbitos de la política pública.

Planteado de este modo, la pregunta relevante es: ¿qué condiciona los rendimientos derivados de la pertenencia a un club lingüístico? De forma general, cabría decir que el efecto neto dependerá del balance que cada persona realice entre los costes de acceso al club, por una parte, y los beneficios que derive de su pertenencia, por la otra. Estos, a su vez, dependerán de la extensión e intensidad de las interacciones comunicativas que se realicen en esa lengua, por un lado, y de los marcadores de estatus o identidad asociados a la comunidad lingüística en cuestión, por otro. Cuanto menores sean los costes de acceso y mayores los beneficios (en capacidad comunicativa o en estatus derivado), mayor será el estímulo que una persona tiene para integrarse en un club idiomático. Dicha clasificación no es muy distante de la que en su día planteara Kloss al identificar como componentes de la planificación lingüística los tres referidos, respectivamente, al corpus de la lengua, a su proceso de adquisición y al estatus o función social que lleva aparejado. Los párrafos siguientes atienden a cada uno de ellos, aludiendo primero a la dimensión de las interacciones comunicativas, después a la reducción de los costes de acceso y, finalmente, a los marcadores de estatus asociados a la lengua.

a) Dimensión de las interacciones comunicativas

El valor de la pertenencia a un determinado club lingüístico dependerá, ante todo, del número de interacciones comunicativas que el sujeto piensa que podrá realizar en esa lengua en el futuro: cuanto más sea la capacidad comunicativa de un idioma, mayor será el rendimiento que se le extrae a la inversión realizada en el aprendizaje del idioma. Esto es lo que explica que se trate de aprender inglés y no se muestre similar interés por el letón, por ejemplo. Se presume que el número de interacciones comunicativas que se pueden desplegar en el primer caso son muy superiores a las del segundo. Ahora bien, ¿de qué depende el número de interacciones que se realizan en una lengua? Sin duda, en primer lugar, del número de personas que dominan ese idioma, siendo lo relevante no tanto el número de personas que tienen ese idioma como lengua materna cuanto el conjunto de los que lo dominan (aunque sea como segunda lengua). Es lo que hace percibir como más rentable el aprendizaje del inglés que el del hindi, pese a que el número de los que tienen ambas lenguas como idioma materno no es muy diferente. Y es lo que justifica la puesta en marcha de políticas de promoción de la enseñanza del idioma, como vía para dilatar la comunidad de los que lo dominan a escala internacional y, a través de ello, estimular los beneficios asociados a la interacción comunicativa que proporciona la lengua.

No obstante, la capacidad comunicativa de un idioma no depende solo de la dimensión absoluta del colectivo que la usa, sino también —y en medida muy considerable— del número de interacciones comunicativas realizadas en el seno de esa comunidad. Estas últimas dependerán, a su vez, del número de transacciones económicas, de intercambios informativos y de relaciones personales e institucionales que se realicen entre los miembros de esa comunidad lingüística. Cuanto más desarrollados sean los países que hablan un idioma y mayor sea la densidad de los lazos de comunicación entre ellos, más elevado será el número de interacciones comunicativas que se producen en esa lengua. De nuevo, esto es lo que hace que aprender inglés sea más rentable que aprender chino mandarín: dada la hegemonía económica, científica y tecnológica de Estados Unidos, el número de interacciones comunicativas que se realizan en el primer idioma es muy superior al de las que se realizan en el segundo.

¿Qué cabe derivar de lo señalado en los párrafos precedentes para el caso del español? El valor futuro del español depende, desde luego, del número de personas que lo conocen y dominan. Un primer componente de ese colectivo está conformado por aquellos que lo tienen como lengua materna o de dominio nativo. Es difícil que se pueda influir sobre este primer componente, cuya expansión futura estará determinada por las respectivas dinámicas demográficas de los países implicados. A este respecto, las tendencias demográficas de los países latinoamericanos permiten pensar en una comunidad de hispanohablantes en suave pero continua expansión. Hay, sin embargo, dos potenciales amenazas: una primera la proporciona la presencia de colectivos con lengua materna distinta de la española en el seno de los países de esta comunidad de hispanohablantes; la segunda es la eventual pérdida de las competencias lingüísticas en español de las comunidades de emigrantes residentes en países con lengua oficial distinta a la española (el caso de los hispanos en Estados Unidos es el más significativo).

Para conjurar la primera de esas amenazas parece necesario poner en marcha una política lingüística que sea capaz de potenciar el bilingüismo efectivo de la población en esos territorios, haciendo compatible la promoción de la lengua particular con el dominio compartido del español como lengua general o común. Un objetivo que, no por consecuente y diáfano, resulta sencillo de conseguir a la vista de los condicionantes políticos que gravitan sobre las actuaciones en materia de lengua cuando se quieren acentuar factores de identidad de carácter diferencial.

En el segundo caso, lo deseable sería mantener el uso del español entre la comunidad de inmigrantes, compatible con el dominio del idioma oficial del país en el que esos emigrantes se asientan, aunque ese objetivo sólo podrá hacerse realidad si los inmigrantes perciben que preservar el dominio del español les proporciona beneficios, sean económicos o de otro tipo. Por ejemplo, el hecho de que el mercado laboral de Estados Unidos empiece a valorar en algunos empleos el bilingüismo, con una prima salarial pequeña pero efectiva, es una forma de concretar en el ámbito económico las ventajas de preservar en las familias y en los sistemas formativos el aprendizaje del español en las segundas y terceras generaciones de inmigrantes. Adicionalmente, y también en Estados Unidos, parece percibirse en la preservación de usos culturales, que afirman elementos de identidad de las comunidades de inmigrantes, otra de las vías para mantener el interés por el dominio del español; algunos autores, como Volpi (2009), piensan, incluso, que esta es la vía más prometedora para una política pública de promoción del español entre las comunidades de inmigrantes, potenciando el capital social y cultural de esos colectivos.

Pero además de preservar el uso del español entre quienes lo tienen como lengua de dominio nativo, es importante ampliar la comunidad de los hispanohablantes a través de políticas activas de promoción de la enseñanza del español como segunda lengua. El propósito es maximizar la proyección del español para que alcance a miembros pertenecientes a otros clubes lingüísticos. A ello se dedica el subepígrafe siguiente (reducción de los costes de acceso).

Ahora bien, como ya se apuntó más arriba, la capacidad comunicativa de un idioma depende no solo del número de los que están en condiciones de compartir esa lengua, sino también de la intensidad comunicativa existente entre los miembros de esa comunidad lingüística. Aunque no en todos los ámbitos, aquí también es posible poner en marcha políticas que tengan como objetivo incrementar las interacciones comunicativas entre los hispanohablantes. Tal sucede si se impulsa una política activa de promoción y apoyo a la comunicación, intercambio de información y estímulo a la colaboración entre actores públicos y privados pertenecientes al área hispana, al tiempo que se promueve fuera de esa área la proyección de los resultados que se derivan de esas iniciativas. Se estará elevando así el nivel de densidad comunicativa entre comunidades que se expresan en español y se estará potenciando el interés de los pertenecientes a otros dominios lingüísticos por dar seguimiento a esas iniciativas.

No resultará ocioso ilustrar lo que se quiere decir, fijándose en el ámbito académico. El propósito en él sería no solo potenciar la comunicación, el conocimiento mutuo y la colaboración entre las diversas comunidades epistémicas del área hispana, sino también respaldar la proyección internacional de sus logros (a través, por ejemplo, de congresos o publicaciones de referencia en el panorama internacional). De este modo, no solo se incrementará la densidad de las interacciones comunicativas en el seno de la propia comunidad lingüística, sino que también se estará potenciando que otros actores procedentes de comunidades lingüísticas ajenas se interesen por el español como vía de acceso a esos canales de comunicación.

b) Reducción de los costes de acceso

Una segunda tarea obligada para incrementar el valor de un idioma es reducir los costes de acceso al club lingüístico integrado por quienes dominan aquel. En la medida en que sean bajos los costes de acceso, mayor será el número de los que decidan incorporarse al club, ampliando de este modo los beneficios que se derivan de la más amplia capacidad comunicativa de la lengua respectiva. Dicho de otro modo, al reducir los costes de acceso se estará posibilitando una ampliación de la comunidad lingüística propia, atrayendo a personas procedentes de comunidades lingüísticas ajenas. Ahora bien, reducir los costes de acceso comporta facilitar y abaratar los procesos de aprendizaje correspondiente. Ambos aspectos —accesibilidad y coste— son importantes.

La accesibilidad se promueve al facilitarse el aprendizaje de la lengua. Este objetivo comporta disponer de una amplia red de centros de formación distribuidos a escala internacional. Además, será necesario disponer de enfoques pedagógicos, materiales docentes y procesos de selección de profesorado que garanticen la calidad y eficacia del proceso formativo. Las razones por las que se intenta aprender un idioma son muy diversas, como diferentes son las condiciones (de tiempo y disponibilidad) que tienen los potenciales interesados. De lo que se trata es de estructurar una oferta flexible que sea capaz de adaptarse a esos diferentes segmentos de la demanda, maximizando la capacidad de atracción de aquellos que revelan interés en el aprendizaje del español.

Como es obvio, no basta con tener una oferta formativa flexible: es importante también que los costes (en tiempo y recursos) asociados al aprendizaje sean los más bajos posibles. También aquí hay márgenes para estructurar una oferta que opere en los horarios marginales de que disponen las personas y con costes limitados en términos de tarifas. El beneficio derivado de esa oferta puede justificar que en ciertas ocasiones reciba apoyo público para garantizar productos y tarifas más asequibles. La meta debiera ser configurar un mercado de servicios formativos del español como segunda lengua, tanto en los países de habla hispana como en el exterior. La propia competencia entre centros formativos podría facilitar el ajuste de los costes y la diversificación de la oferta. Al sector público le corresponde, en todo caso, establecer los criterios de exigencia asociados a una titulación de carácter oficial: el territorio propio del Instituto Cervantes.

c) Mejora de los marcadores de estatus asociados a la lengua

Un tercer componente de la actuación en política lingüística es el que se asocia con la potenciación de los referentes de identidad y los marcadores de estatus que aparecen asociados a una lengua. Tercera dimensión que responde al hecho de que una lengua no es solo una tecnología de comunicación, sino también la materia en la que se producen o difunden las creaciones del intelecto humano y un componente visible de los factores de identidad de un colectivo social. En este sentido, la lengua se conforma como uno de los potenciales marcadores de estatus. En definitiva, se aprende inglés no solo porque ese idioma proporciona una capacidad comunicativa más amplia que el español, sino también porque ese conocimiento permite el acceso directo a la producción científica y cultural de una comunidad a la que se otorga capacidad de liderazgo en los ámbitos económico, científico y cultural. De algún modo, a través del conocimiento del inglés se elevan los referentes de estatus de quien lo aprende. Cabría decir que la lengua transfiere el prestigio de la comunidad que la habla. Cuanto más prestigiosa sea esa comunidad, mayor será el interés por conocer su lengua.

He aquí, de nuevo, un territorio que desborda los límites estrictos de la política lingüística. ¿Cómo elevar el estatus de una lengua? Es difícil, porque ese estatus dependerá del vigor cultural, de la capacidad científica y tecnológica, del prestigio institucional y del potencial económico de la sociedad que la sustenta. Logros en cualquiera de esos ámbitos suelen traducirse en incrementos en el interés por el idioma de la comunidad referida. No obstante, esos logros son el resultado de procesos complejos, que requieren de esfuerzos consistentes a lo largo del tiempo en muy diversas dimensiones. Avanzar en esos campos, construyendo democracias sólidas, economías prósperas y ciudadanos cultos es la mejor garantía para el futuro del idioma.

Con todo, hay tareas que no deben esperar si se desea con firmeza mejorar el estatus del idioma. En particular, tres ámbitos que son muy determinantes en este aspecto, por cuanto son grandes generadores de reputación en el ámbito internacional, tanto para un idioma como para la comunidad que lo respalda: la actividad científica y tecnológica, la diplomacia y los foros internacionales, y la creación cultural. Son tres aspectos que han sido ya señalados entre los desafíos para el futuro internacional del español y que aparecen ahora como espacios obligados para el diseño de políticas públicas que potencien los marcadores de estatus de nuestra lengua. A ellos precisamente quiere dedicar su atención en los próximos años el proyecto de investigación El valor económico del español, del que aquí se da cuenta.

Como tal vez se deduzca de cuanto antecede, el estudio del valor económico del español es una tarea novedosa, que requiere de creatividad y rigor: creatividad para identificar las vías a través de las que tratar, desde la perspectiva económica, una realidad tan compleja y peculiar como la lengua; rigor para ofrecer mediciones que, aunque discutibles como todas, se asienten en supuestos razonables. Además, el estudio del valor económico del español constituye una tarea de amplia proyección social, en tanto que la lengua es un activo público básico. Ocuparse de ella resulta, por ende, además de un incitante cometido académico, un verdadero deber intelectual.

Referencias bibliográficas

  1. Fernández Vítores, D. (2009). Convergencia monolingüe en la Unión Europea. Tesis doctoral, Universidad de Alcalá de Henares.
  2. García Delgado, J. L., Alonso, J. A. y Jiménez, J. C. (2008). Economía del español: una introducción. 2.ª ed. ampliada, Barcelona y Madrid: Ariel y Fundación Telefónica.
  3. Kloss, H. (1969). Research Possibilities on Group Bilingualism: A Report. Quebec: International Center for Research on Bilingualism. Disponible en: http://www.eric.ed.gov/PDFS/ED037728.pdf.
  4. Lago, E. (2009). «Seis tesis sobre el español en Estados Unidos». El País, 28 de noviembre de 2008, p. 33.
  5. Martín Municio, A. et ál. (dir.) (2003). El valor económico de la lengua española. Madrid: Espasa Calpe.
  6. Volpi, J. (2009). El insomnio de Bolívar: cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo xxi. Barcelona: Debate.
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Notas

  • (1) Hasta diez monografías van a componer la primera fase del proyecto de Fundación Telefónica El valor económico del español, codirigido por quienes también encabezan este volumen. De la decena de obras, siete están ya publicadas:
    • • José Luis García Delgado, José Antonio Alonso y Juan Carlos Jiménez, Economía del español. Una introducción (2.ª ed. ampliada, 2008).
    • • Francisco Moreno y Jaime Otero, Atlas de la lengua española en el mundo (2.ª ed., 2008).
    • • Miguel Carrera Troyano y José J. Gómez Asencio (dirs.), La economía de la enseñanza del español como lengua extrajera. Oportunidades y retos (2009).
    • • Francisco Javier Girón y Agustín Cañada (dirs.), Las «cuentas» del español (2009).
    • • José Antonio Alonso y Rodolfo Gutiérrez (dirs.), Emigración y lengua. El papel del español en las migraciones internacionales (2010).
    • • Guillermo Rojo y Mercedes Sánchez, El español en la red (2010).
    • • Cipriano Quirós, Lengua y TIC (2010).
    Otros dos títulos, en curso de publicación, abordan, respectivamente, el análisis del papel del español en los flujos económicos internacionales y la entidad económica de las industrias culturales en español. Y el último, cuya publicación está prevista para 2011, ofrecerá una síntesis de todo lo investigado, ampliando también las consideraciones que en este mismo capítulo se dedican a las implicaciones para el diseño de la política lingüística. La edición, en todos los casos, se hace bajo el doble sello de la editorial Ariel y Fundación Telefónica. volver
  • (2) Tanto el estudio dirigido por Ángel Martín Municio, El valor económico de la lengua española (Madrid: Espasa Calpe, 2003), que contó con el impulso del Instituto Cervantes y al que con razón puede considerarse como adelantado en este dominio, como la línea de investigación abierta por Fundación Telefónica responden a la incitación originaria que supuso dedicar a los aspectos económicos de la lengua una sesión de trabajo en el II Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Valladolid en 2001, sesión moderada por José Luis García Delgado. Constituyó una notoria y eficaz llamada de atención, que está en el origen, efectivamente, de plurales iniciativas emprendidas desde entonces, con un formato u otro, y con unos u otros apoyos institucionales. volver
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