Laurette Godinas. Instituto de Investigaciones Bibliográficas. Universidad Nacional Autónoma de México
Intellectum tibi dabo, et instruam te in via hac qua gradieris: firmabo super te oculos meos. Así empieza el prólogo en prosa contenido en el manuscrito S del Libro de buen amor, tema central del Congreso que nos permite hoy ofrecerle a Jacques Joset un merecido homenaje. No cabe duda de que, como se ha demostrado ayer y un sinnúmero de veces, la mirada pícara con la que Juan Ruiz ilumina toda su obra no nos permite entender con inocencia este thema extraído del Salmo XXXI; sin embargo, me parece representar con justeza no sólo la relación íntima que ha establecido Jacques Joset con el Arcipreste de Hita y su enigmática obra, sino la complicidad intelectual que se puede instalar entre un catedrático de literatura del tamaño de Jacques y sus alumnos apasionados por la literatura, y tal vez más específicamente por la literatura medieval, como la que estas líneas suscribe.
Con el bagaje empírico de un año pasado en Xalapa, capital del Estado de Veracruz, y un pronunciado acento mexicano pude, en la Universidad de Lieja y gracias a su catedrático, asistir, de oyente o como parte de mis estudios formales de literatura española en el amplio —aunque desgraciadamente en fase de desaparición— sendero de las literaturas románicas, y embelesada, a la disección de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, de El licenciado vidriera, de Cervantes y a un recorrido panorámico y analítico a la vez de la novela española de la pos-guerra civil, que ha seguido teniendo en mí una impronta imborrable y me hace abrir con renovado entusiasmo novelas tan llenas de las nubes grises de la España franquista como Entre visillos de Carmen Martín Gaite o El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio. Y aunque nunca tuve la oportunidad de asistir a una cátedra directa de Jacques sobre el Libro de buen amor, sin embargo, también para el estudio crítico y filológico de Juan Ruiz ha sido para mí un maestro, porque si un libro es el mejor amigo del hombre —no puedo sino recordar aquellos versos de Gastón Figueira que recitaban mis compañeros veracruzanos como parte de su remoto paso por la escuela primaria «Oh libro, amigo mío / que ennobleces mi mano, / guíame por la vida / eres mi buen hermano»—,1 entonces las publicaciones de Jacques Joset sobre el Libro de buen amor son nuestra mejor guía para acceder a las profundidades del texto que nos dejó Juan Ruiz. Y aunque por falta de accesibilidad de algunas publicaciones (afortunadamente solucionada), no siempre pude demostrarlo, la amplísima gama de enfoques sobre el libro tratada por él hace imprescindible su consulta para la mayor parte de los eruditos interesados en el Arcipreste.
Una mirada al amplísimo curriculum de Jacques Joset muestra que el Libro de buen amor es una piedra angular de su formación académica, marcada, como lo reconoce abiertamente el catedrático, por la influencia erudita y afable de Jules Horrent, la cual culminó con su tesis doctoral que consistió en un «ensayo de lectura crítica» y que, a pesar de no haber sido publicada aún, contiene el germen de la mayor parte de sus publicaciones futuras y, sobre todo, de su admiración y afán de continuación confesada por Lecoy y sus Recherches sur le «Libro de buen amor» de Juan Ruiz, Archiprêtre de Hita, en cuya huella ubica explícitamente, desde el título, sus Nuevas investigaciones sobre el «Libro de buen amor» (publicadas exactamente cincuenta años és de las primeras).2
Desde esta época de gestación de la tesis doctoral se dedicó a publicar reseñas y notas bibliográficas que fueron, sin duda alguna, el mejor camino para la formación a la investigación: María Rosa Lida de Malkiel3 y Giorgio Chiarini,4 Anthony Zahareas,5 Criado de Val-Naylor y Corominas,6 así como Carmelo Gariano,7 fueron, a través de sus publicaciones, los mejores maestros para el joven investigador, quien no dudó nunca en señalar, con el tacto necesario, los aciertos y posibles errores de sus predecesores. Un lugar aparte ocupa en este panorama la nota dedicada a Ramón Menéndez Pidal en el homenaje póstumo que le consagraron los romanistas belgas,8 en la cual Jacques Joset no sólo lleva a cabo un ejercicio de sistematización de las aportaciones del llorado hispanista al conocimiento de la vida y obra de Juan Ruiz, sino que dialoga con él sobre aspectos fundamentales de la obra, como por ejemplo cuando, frente a la afirmación pidalaina de que el Libro de buen amor es una obra de origen esencialmente oral, con estrofas en cuaderna vía recitadas por el juglar y cántigas o trovas cantadas, ofrece la lectura matizada siguiente: «[…] on ne peut pas non plus laisser de côté les nombreuses déclarations du poète sur le but artistique du Libro, qui, alliées à ses prétentions didactico-morales, réclament une attention plus soutenue, bref l’acte de lecture. […] A notre sens, le poème du xive siècle serait plutôt une oeuvre mixte, conçue à la fois pour la récitation, le chant et la lecture».9
La década de los setenta, en la que encuentra su cauce editorial la primera edición crítica ofrecida por Jacques Joset del Libro de buen amor, se inauguró con la participación de nuestro homenajeado en el VIe Congrès International de Langue et Littérature d’Oc et d’Études franco-provençales de Montpellier, a raíz del cual publicó su artículo «Le ‘bon amors’ occitan et le ‘buen amor’ de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (Réflexions sur le destin d’une expression ‘courtoise’)».10 En este artículo se vislumbra ya la importancia de la formación con mirada abarcadora del romanista para una visión incluyente sobre Juan Ruiz y el interés del autor por seguir la huella de la influencia provenzal en la obra del Arcipreste y la comprensión del concepto a menudo lábil de «buen amor», tema ya esbozado —aunque no tratado a profundidad— por Lecoy, y cuya huella perseguirá unos años después en las literaturas hispánicas posteriores a Juan Ruiz;11 lo retomará, sintetizando ambas aportaciones, en el apéndice I de sus Nuevas investigaciones sobre el «Libro de buen amor» (pp. 129-148) y, asimismo, destacará en trabajos más recientes —y tras una revisión cuidadosa de la bibliografía publicada en los últimos años sobre el tema— la importancia del poeta provenzal Matfre Ermengaut y de su Breviari d’Amor subrayando las grandes coincidencias entre ambas obras y tejiendo con la precisión acompañada de prudencia que en todo momento ha demostrado la posibilidad de un vínculo, si no intertextual, por lo menos contextual fuerte que las una, y de una lectura por parte de Juan Ruiz del poeta occitano.12 En relación con este rastreo incansable de las fuentes románicas del Libro de buen amor cabe destacar, el mismo año de 2008, la publicación en el Bulletin Hispanique de su trabajo sobre la relación entre el Libro de buen amor y el Facet catalán, estudio que, tras un análisis minucioso de los puntos comunes entre ambos textos, arroja una luz nueva a las relaciones, si no intertextuales, por lo menos «interdiscursivas» entre 13
De forma complementaria a estos viajes intelectuales en los que Jacques Joset inserta al Arcipreste y su enigmática obra en el vasto contexto de las literaturas románicas, arrojando así nueva luz a algunos problemas textuales que surgieron desde las primeras ediciones del Libro de buen amor y proponiendo sin cesar nuevas posibilidades para la edición crítica del mismo, Jacques Joset propuso en el I Congreso Internacional sobre el Arcipreste de Hita organizado por Manuel Criado de Val una reflexión de índole temática sobre el problema del dinero en la que, más allá de las coplas específicas que de ello hablan en el Libro de buen amor —de la «propiedat qu’el dinero ha»—, recorrió con rigor metódico toda la obra ruiziana para detectar los motivos económicos que son parte fundamental de su estructura porque Juan Ruiz, poeta de gran envergadura, «con su cultura transforma en materia poética las obsesiones áneos que acaso fueran suyas».14
Esta voluntad de buscar siempre sendas nuevas en la investigación sobre el Arcipreste y su obra dio como fruto, complementariamente a los trabajos mencionados, la edición preparada para la prestigiada editorial Espasa Calpe que llegaría a reemplazar ni más ni menos que la de Cejador y Frauca y que, a pesar de los reparos del autor acerca de los cuidados editoriales deficientes que padeció,15 marca un hito importante en la historia de las ediciones modernas de la obra.
Aunque la década de los ochenta ve también crecer la fama de Jacques Joset como hispanoamericanista con estudios fundamentales sobre, entre otras, la obra del colombiano Gabriel García Márquez, es sin duda también un decenio de gran interés para el especialista en el Libro de buen amor. La década se inaugura con una nota en la que restablece la autoría de la idea de que, desde un punto de vista tanto conceptual como lexicográfico, Juan Ruiz da una serie de pistas que apuntan hacia la pertenencia a órdenes religiosas de algunas de las dueñas seducidas por el Arcipreste.16 A esta breve nota le sigue un artículo más extenso en el que el autor finalmente decide un regreso a los problemas filológicos a los cuales se enfrenta el editor crítico del Libro de buen amor y los dirime en un artículo titulado «Cinq limites de l’édition de textes médiévaux castillans (Exemples du Libro de buen amor)», publicado en el prestigioso número de los Cahiers de linguistique hispanique médiévale dedicado a las Phrases, textes & ponctuation dans les manuscrits espagnols du Moyen Âge & dans les éditions de texte (1982). En él expresa sus agradecimientos por las enmiendas propuestas por los filólogos que se tomaron a bien reseñar la edición de 1974,17 aceptando, en algunos casos, las correcciones propuestas y, en otros, defendiendo sus propias lecturas o añadiendo su mea culpa por errores que no fueron rastreados por sus reseñadores. Este renovado interés culminaría en el segundo capítulo de sus Nuevas investigaciones sobre el «Libro de buen amor», suma de los estudios ruizianos publicados hasta la fecha de 1988, y con la publicación de su nueva edición en 1990 en la prestigiada, aunque de difusión deficiente, editorial Taurus.
El espacio abierto para esta renovada reflexión sobre el quehacer del editor crítico permite a Jacques Joset regresar sobre el concepto mismo de edición. Acepta nuestro editor el juicio acerca de su metodología expresado por Francisco López Estrada, quien, en su Introducción a la literatura medieval española, ubicó el trabajo de nuestro homenajeado en la categoría de «edición crítica singular», oponiéndolo a las propuestas de Chiarini y Corominas, consideradas «ediciones críticas integrales». Para López Estrada, la diferencia entre ambas
reside en el criterio de cada una: en la integral se reconstruye con un sentido teórico el texto propuesto, y en la singular se da validez fundamental a uno, y se procura mejorar en la medida de lo posible con los otros, si los hay, o con cualesquiera testimonios secundarios. El texto de la integral es hipotético, y el de la singular se asienta en la realidad de un episodio de la transmisión textual;18
para Jacques Joset, la denominación de «edición crítica singular» no va en desmérito del trabajo filológico puesto que permite, al contrario, ubicarse en la realidad de los materiales conservados frente a la quimérica búsqueda, por parte de los que adoptan la metodología de la edición crítica integral, de la reproducción de un original —en el sentido del Urtext— que «aunque pretende ser el (casi) equivalente del autógrafo (con tal de que haya existido alguna vez), jamás lo será».19
Aunque la realidad textual del Libro de buen amor haya llevado a las ediciones que siguieron las de Chiarini y de Corominas a una mayor prudencia y un mayor respeto al manuscrito S, de confección tardía pero que conserva el texto más completo y soluciones textuales a menudo más satisfactorias que el grupo conformado por G y T, tanto en sus variantes conjuntivas como en las separativas, en realidad el texto que propone Jacques Joset nos muestra que, por lo menos por lo que respecta a la literatura medieval hispánica, no se puede establecer un vínculo conceptual entre la «edición crítica singular» y la «edición bedierista», nombrada a la zaga de Joseph Bédier quien, tras distanciarse explícitamente del método acuñado en el siglo xix por Karl Lachmann,20 optó por una metodología en la que se privilegiase uno de los testimonios de la tradición, otorgando al copista un mayor crédito.21 «Bedierista» es, confesadamente y apoyándose en el juicio de Lecoy, la edición preparada por G. B. Gybbon-Monypenny,22 para quien no cabe duda de que S representa una versión del texto distinta de la que ofrecen G y T y que es, por lo tanto, imposible reconstruir un texto a partir de esta tradición textual; por ello, según el erudito inglés, cometen numerosos errores los editores que enmiendan en contra del testimonio de ambas versiones (S con GT, S con G y S con T) «atribuyendo a los copistas cualquier lección que no les pareciese bien».23 Y aunque no parece extraña la presencia entre los editores a los que Gybbon-Monypenny inscribe entre los seguidores del método de Lachmann de Alberto Blecua, quien se incluye personalmente entre sus filas en su edición de 1992,24 no deja de llamar la atención la inclusión entre los mismos de Jacques Joset y de su edición de 1974, cuando éste explícitamente expresó su rechazo a la «ilusión positivista» de la reproducción «mítica» del arquetipo, un «Urtext»25 (búsqueda que, según Gybbon-Monypenny, es justamente la que llevó a la conclusión de que «ambas versiones se derivan de un solo Ms. arquetipo, que ya contenía errores y por lo tanto no sería el autógrafo del autor»).26
Aunque parece romper un poco la cronología de la revisión del trabajo crítico y filológico de Jacques Joset sobre el Libro de buen amor, no quisiera dejar de insertar en este lugar una revisión del acercamiento filológico del editor crítico al mismo, acercamiento filológico que cobra cuerpo en distintos testimonios en la diacronía y presenta la marca de una reflexión permanente sobre la materia textual y su contenido conceptual, combinación imprescindible para un trabajo de esta índole. Como lo mencioné arriba, ante la recepción algo combativa por parte de la crítica especializada de su edición de 1974, Jacques Joset, tras un tiempo prudencial, regresó al ruedo con su artículo publicado en los Cahiers de Linguistique Hispanique Médiévale, un lugar privilegiado para este tipo de explicaciones. Allí define con precisión su concepción de una «edición crítica singular»:
Si l’on choisit de présenter une «édition
critique singulière», on se doit de «coller» le
plus près possible au manuscrit de base sélectionné selon
les techniques fondamentales de la philologie. On passera avec
le lecteur des conventions orthographiques et on interviendra
par des corrections opportunes chaque fois que cela sera nécessaire.
Les cas d’intervention sont nombreux: il n¿est
guère de vers du Libro de buen amor fondé sur
le ms. S qui ne pose de problème à l’éditeur,
sans parler de ceux où S est lacunaire. Il est donc
normal qu’on lui reproche soit d’avoir outrepassé son
droit à la correction, soit au contraire de n’en
user que trop peu. C’est qu’en effet ‘el
criterio de fidelidad al texto manuscrito es muy lábil’ et
constitue une nouvelle limite intellectuelle d’autant
plus dangereuse qu’elle est plus floue que les autres.27
Esta reflexión sobre los límites y alcances de la fidelidad a los testimonios está sin duda alguna en el centro de la discusión filológica acerca de las propuestas editoriales para textos medievales, y aún más que para algunos textos de transmisión menos prolífica, para el Libro de buen amor, del que conservamos tres testimonios. Como lo expresa Jacques Joset en este caso particular, el editor se sitúa en la posición de un funámbulo en el delgado hilo que representa la «autolimitación consciente y organizada»28 de su proyecto, que consiste, como lo expresa en su «Introducción» a la edición de 1990, en «restituir el texto del Libro de buen amor en una versión que sea bastante próxima a la que nos dejó finalmente Juan Ruiz», es decir, en respuesta al comentario de Gybbon-Monypenny,29 un Libro de buen amor «‘definitivo’ en este sentido que es la última versión que hoy poseemos, se basa en la redacción larga, fundada esencialmente en S (1544 cc.), completada por GT (1219 cc.)».30 Pero, para Jacques Joset, esta posición de alguna forma privilegiada de S por cuanto a su mayor completitud no impide que G, que según el stemma codicum se sitúa al mismo nivel, brinde a menudo lecturas más satisfactorias, mientras que «T, más fragmentario y menos cuidado en su forma, funcionará las más de las veces como instrumento de control», estatuto que tienen también los demás «fragmentos» y menciones antiguas del libro. Los principios de su edición, tildada, como afirma, en su versión de 1974 de «crítica singular» por Francisco López Estrada, consisten en la fidelidad al manuscrito básico (S frente a G, T o GT; o G frente a T) y «correcciones mínimas impuestas por el valor superior de G (a veces T o GT) con respecto a S, por errores comunes de la tradición manuscrita o por errores divergentes (demostrados como tales) de todos los manuscritos». Prudentemente, el editor cierra este párrafo afirmando que «estas intervenciones discretas (o que, por lo menos, tratan de serlo) son muchas y, por supuesto, siempre son discutibles».31
Más allá de las diferencias terminológicas y ecdóticas, la postura adoptada por nuestro editor se acerca bastante de la que rubrica Alberto Blecua en el prólogo de su edición cuando afirma lo siguiente:
Conservar […] es un acto tan crítico como innovar. Pero conservar, en filología neobedieriana, quiere decir mantener hasta límites aberrantes las lecciones —no sólo las grafías— del que se supone mejor manuscrito o, simplemente, del que se toma como base. Los ejemplos textuales de las páginas anteriores demuestran que, en el LBA, no hay un manuscrito mejor, sino uno más completo. Es cierto que S se muestra más fiel a sus ascendientes que G y T —no mejor que—, pero es ingenuo jurar sobre todas sus lecturas. Sin embargo, como G y T son muy incompletos, parece preferible, para no crear un texto lingüísticamente híbrido, tomar S como base. […] [N]o hay término medio: o se reconstruye, como ha hecho Corominas, o se conserva, como hace Gybbon-Monypenny. He preferido pecar, en este sentido por exceso y conservar las formas gráficas de S, salvo en alguna rima y en los considerados leonismos que no me he atrevido a mantener para no romper con la tradición editorial —y no confundir al lector normal, a quien se dirige, en parte, esta edición—, y naturalmente en los errores, innovaciones y presuntas adiaforías, en los que he seguido las lecciones de los otros testimonios, seleccionando las variantes de acuerdo con los criterios tradicionales de la lectio difficilior, la conformatio textus el usus scribendi y la res metrica.32
Estas afirmaciones de Alberto Blecua confirman la idea expresada anteriormente por Jacques Joset de que la oposición «edición crítica singular»—«edición crítica integral» no traslapa completamente los pleitos ya tradicionales en crítica textual de las escuelas neolachmannianas y bedierista, cuando afirma que por lo que respecta al Libro de buen amor «felizmente parece que en la etapa actual predomina el criterio de ‘edición crítica singular’» y que «[t]ambién Alberto Blecua escogió a S como codex optimus, verificado y corregido adecuadamente con la ayuda de G y T, e introdujo enmiendas propias o ajenas en aquellos lugares donde hacía falta».33
En resumidas cuentas, puesto que pierde relevancia para la comprensión del trabajo filológico la adscripción a una u otra escuela ecdótica, sólo una revisión de los ejemplos nos permite ver el alcance de la reflexión filológica ejercida por Jacques Joset en cada uno de los loci critici del texto del Libro de buen amor. Cabe destacar además que, como quisiéramos los filólogos tener para la transmisión de los textos estudiados, contamos con tres testimonios intermedios entre las ediciones de 1974 y 1990, que son, por un lado, el artículo antes mencionado publicado en los Cahiers de Linguistique Hispanique Médiévale, de gran interés para explicar las numerosas relecturas y modificaciones entre ambas y, por el otro, el capítulo II de la Nuevas investigaciones sobre el «Libro de buen amor», titulado «Problemas textuales», y el artículo «Editar a Juan Ruiz», leído en un congreso en 1987 y, por lo tanto, coetáneo de las anteriores,34 en además de las numerosas revisiones al texto crítico contenidas en los sucesivos artículos.35
Si algo causa ruido en las ediciones críticas, sean singulares o integrales, es, claro está, la introducción de emendationes ope ingenii, que no encuentran documentación alguna en otro estado de la transmisión textual y que surgen del conocimiento que posee el filólogo del texto mismo (usus scribendi) o del contexto cultural en el que el texto está inserto. Por lo general, van acompañadas de notas relativamente largas que justifican su pertinencia y dan cuenta de su carácter hipotético y, sobre todo, provisional. Así, en «Cinq limites de l’édition de textes médiévaux castillans», Jacques Joset revisa el juicio adoptado en su edición de 1974 acerca del verso 442b, que se ubica en un pasaje del texto que sólo está en el manuscrito G donde se carece, por lo tanto, del apoyo de resto de la transmisión. Siguiendo una propuesta de Corominas (y, como lo describe Gybbon-Monypenny un error de imprenta de Chiarini),36 había adoptado como lección para el texto crítico «despegar», una enmienda que, juzgada innecesaria también por Gybbon-Monypenny, Jacques Joset corrige en su edición de 1990 poniendo en las notas filológicas: «b despagar: Chiar., Cor. y yo enmendamos inútilmente en despegar. La lectura de G hace sentido (cf. 467d)». Y remite a Lemartinel, autor de la reseña en la que se proponía la restitución de la lección original de S. Por otra parte, en el verso anterior (442a «Do estas mugeres usan mucho se alegrar») encontramos otra rectificación que ilustra a la perfección la dinámica evolutiva de las elecciones ecdóticas: «442a alegran: en 1974 incluí provisionalemente y con dudas la corrección de Chiar. (m. se [han de] a.). Sugerí la lectura con construcción de inf. que Bl. y G. M. aceptaron». En efecto, Gybbon, sin más comentario, adopta en cursivas la lección «alegrar» y coloca en su aparato de variantes la lección «alegran» de G (p. 523); Blecua también la adopta en el texto crítico y remite para su discusión a una nota en la que ofrece la lectura de Joset.37 En cambio, a veces gana el contexto cultural sobre las lecciones contenidas en los documentos y una lección aceptada del manuscrito de base, aun con ciertas dudas, puede finalmente verse reemplazada por una propuesta que, aunque no se encuentra más veces en el mismo texto (en cuyo caso no se puede hacer uso del usus scribendi), sí se halla documentada en otros textos medievales. Es el caso, por ejemplo, en el v. 200a. En el artículo «Cinq limites de l’édition de textes médiévaux castillans», Joset dice «Aujourd’hui, j’hésiterais moins à intégrer dans le texte pour una viga de lagar (200a S) la correction que je proposais en note una viga lagar», en referencia a una enmienda propuesta por Jean Lemartinel.38 Dicha enmienda, que en efecto es adoptada como parte del texto crítico en la edición de 1990, está justificada en nota por su uso en el Poema de mio Cid y, en las notas de variantes, atribuida a Corominas. Confunde tal vez el hecho de que en la variante de S aparezca v. lagar sin la preposición «de» y el hecho de que no se aluda a la justificación métrica de la supresión de la misma, conforme a lo que el mismo Jacques Joset planteó, tanto en el artículo mencionado como en sus Nuevas investigaciones sobre el «Libro de buen amor» y en el prólogo de su edición de 1990, acerca de la cuaderna vía del Arcipreste de Hita: que, si bien se puede observar en el siglo xiv una presencia cada vez mayor de coplas con hemistiquios 8+8 al lado de los alejandrinos de estructura 7+7 y no son infrecuentes a medida que avanza el siglo los versos de 15 sílabas con hemistiquios mixtos (7+8 y 8+7), y, por lo tanto, es imprescindible «admitir cierta flexibilidad del hemistiquio dentro del verso», pero sólo «cuando los manuscritos no dejan ninguna posibilidad razonable de (r)establecer una lectura isosilábica».39 La propuesta que pasa a la edición de 1990 y es rechazada tanto por Gybbon-Monypenny como por Blecua restablece (con un esdrújulo al final del hemistiquio) la lectura 7+7, aunque los versos c y d de la misma copla son claramente híbridos.40
Además de una reseña, la del libro de Dayle Seidenspinner-Núñez, que el autor aprovecha para recordar que no es necesario el recurso a la teoría de la doble redacción para el esclarecimiento del concepto de «entendimiento» en el Libro de buen amor, punto central del interés de la autora en el último apartado de su obra,41 la década de los ochenta fue fructífera en estudios ruizianos en el camino hacia la publicación de las Nuevas investigaciones y hacia la preparación de la edición de 1990. Encontramos estudios de índole temática e intertextual como «Amor loco, amor lobo: Irradiación de un dato folklórico en la pelea del Arcipreste contra Don Amor», que nos muestra, además, cómo ninguna lectura, incluso propia, tiene que ser siempre dada por buena y cómo la recepción de un texto crítico permite, gracias a la mirada ajena, regresar siempre al punto de partida, que es el texto, para arrojar sobre él una luz nueva.42 Siguió un estudio sobre la juglaría en la que plantea, a mi parecer atinadamente, que ésta es «la encrucijada de los niveles de cultura que coexistieron en la época del arcipreste» [que se define a sí mismo como] «juglar eximio, pues como productor de un texto que no puede ser sino mixto».43 Finalmente, en «‘Un omne grande, fermoso, mesurado a mí vino’ (Libro de buen amor, 181c)»44 —en el que, igual que el primer artículo de este párrafo, Jacques Joset se centra en la figura de Don Amor y analiza, en este caso, las peculiaridades del personaje de Don Amor en la pelea que tienen éste y el Arcipreste y rastrea las posibles fuentes clásicas y medievales del mismo— podríamos ver, en una lectura cruzada con los agradecimientos con los que cierra la introducción de la edición de 1990, un reflejo de la vida de Jacques, la cual sin duda cambió al conocer en dicha década a la que con sus soles iluminaría sus días. Los tres artículos conforman, con cambios a veces notables, el capítulo IV de las Nuevas investigaciones «Libro de buen amor», titulado «Cultura».45
Salvo la publicación de un trabajo presentado en 1989 como conferencia plenaria del III Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval en Salamanca, en el cual nuestro erudito homenajeado retoma con la precisión y el rigor filológico que lo caracterizan el problema de las confluencias intelectuales entre los autores del Libro de buen amor y del Libro del caballero Zifar —y concluye con la prudencia que amerita el tema que lo que sí parece seguro «es la existencia de una formación intelectual idéntica de nuestros autores» y, con el grano de malicia que suele incluir en sus sesudas revisiones, que «a veces, se diría que fueron compañeros de aula», […] «perspectiva de un aprendizaje escolar adquirido en circunstancias históricas muy próximas [que] vendría reforzada por la hipótesis reciente de Juan Manuel Cacho Blecua sobre la fecha del Zifar, que sería posterior a 1321»—,46 los años noventa ven a Jacques tomar otros derroteros en la investigación literaria, coqueteando con la Lozana andaluza (preparando sin duda la excelente edición que salió hace unos pocos años)47 y, sobre todo, con la novela hispanoamericana de la segunda mitad del siglo xx, y más particularmente con la obra del escritor colombiano-mexicano Fernando Vallejo.48 Sin embargo, el interés por Juan Ruiz volvería a nacer con el nuevo milenio, trayéndonos artículos de gran interés como «Entre vírgenes y diablos: De Berceo al Arcipreste», ejemplo prototípico de cómo desenmarañar sin dañar el tejido los delgados hilos de nuestra literatura hispánica medieval,49 o «El pensamiento de Juan Ruiz», publicado en las I Actas del Congreso Internacional del Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, publicado bajo los auspicios del Ayuntamiento de Alcalá la Real que recibirá los materiales preparados en su homenaje, un nuevo acercamiento global al pensamiento de Juan Ruiz y a su inscripción en una época que puede considerarse ya un paso necesario para quien esté interesado en acercarse a la obra del Arcipreste.50 También introdujo el volumen colectivo coordinado por Rica Amran titulado Autour du «Libro de buen amor», en el que destaca la importancia cualitativa, aunque no cuantitativa, de la crítica francesa acerca del Libro de buen amor51 y participó el mismo año en el libro colectivo coordinado por Carlos Heusch con una traducción al francés y ampliación de lo que sistematizó en «El pensamiento de Juan Ruiz» que contiene, entre otras cosas, una reflexión renovada e integradora de toda la amplísima bibliografía anterior sobre los posibles sentidos del «buen amor».52 En otro artículo publicado también en 2005, el método de las aproximaciones textuales le permiten tejer relaciones literarias convincentes gracias al concepto de topos entre Juan Ruiz, Rodrigo Cota y Lope de Vega.53
Si añadimos a ello los dos artículos publicados en 2008 ya mencionados arriba54 y la noticia de que está trabajando en una nueva edición del Libro de buen amor, que no nos quepa ninguna duda de que hay en su hucha aún mucho que decir sobre el Libro de buen amor, porque unir a metodologías nuevas y antiguas que se complementan permiten que «aquéllas orient[e]n a éstas hacia rumbos insospechados».55 No quisiera dejar de agradecer públicamente hoy al maestro que tuve la suerte de tener en mi formación inicial y que me inculcó, aparte de los rudimentos sistematizados de la lengua española, una metodología férrea de investigación, una preocupación por una lectura crítica y filológica del texto y una pasión por la crítica textual que hoy me persiguen a toda hora. Sinceros agradecimientos queden plasmados en mi participación en este merecidísimo homenaje.