El “Acta de Tarapacá” constituye un llamado de atención sobre la necesidad de cambiar la manera como las sociedades humanas han estado utilizando el agua en el Desierto de Atacama, mediante una perspectiva histórica a lo largo de milenios. El Acta, una iniciativa que resume los resultados del proyecto CONICYT/PIA Anillo SOC1405 “Cambios Sociales y Variabilidad Climática a Largo Plazo en el Desierto de Atacama”, está dirigida a la sociedad civil y a distintas instancias políticas con miras a que se generen cambios tecnológicos y culturales para detener y mitigar los efectos causados por las actividades antrópicas en uno de los desiertos más antiguos y áridos del mundo. En el transcurso del proyecto se constató la necesidad urgente de sensibilizar a la sociedad acerca del desmesurado y mal uso del agua en el Desierto de Atacama; un recurso no renovable con relación a las escalas económicas de extracción ya que depende, fundamentalmente, de aguas fósiles que fueron acumuladas durante milenios en las zonas altas del desierto. De esta manera queremos evitar que este conocimiento científico se encapsule en las universidades y hacer eco de lo señalado por Victoria Castro (2003): Para crecer hay que educar.
El acta presentada en un acto público en el Centro Cultural La Moneda, el 4 de junio de 2018, contó con el respaldo de los siguientes premios nacionales: María Cecilia Hidalgo, Ciencias Naturales 2006; Mary Kalin Arroyo, Ciencias Naturales 2010; Ligia Gargallo, Ciencias Naturales 2014; Eric Goles, Ciencias Exactas 1993; Mateo Martinic, Historia 2000; Lautaro Núñez, Historia 2002; Ramón Latorre, Ciencias Naturales 2002; Jorge Hidalgo, Historia 2004; Gabriel Salazar, Historia 2006; Juan Carlos Castilla, Ciencias Aplicadas y Tecnológicas 2010; Bernabé Santelices, Ciencias Naturales 2012; Luis Briones, Premio de Conservación del Patrimonio Cultural de Chile 2012; Jorge Manuel Pinto, Historia 2012; Hugo Romero, Geografía 2013; Sergio González, Historia 2014; Francisco Rothhammer, Ciencias Naturales 2016; Jorge Negrete, Geografía 2016; Julio Pinto, Historia 2016.
Acta de Tarapacá
El agua es vital en nuestro planeta y su valor es aún más evidente en el rincón más árido del mundo: el Desierto de Atacama, en el norte de Chile. Las únicas fuentes de agua de este desierto están restringidas a escorrentías superficiales y napas subterráneas (aguas fósiles) dependientes de lluvias estacionales intermitentes en la Cordillera de los Andes. La última sobrecarga significativa de agua ocurrió hace 17.000 a 10.000 años, cuando las condiciones climáticas regionales eran más húmedas, por lo tanto, las precipitaciones eran dos a tres veces superiores a las actuales (Betancourt et al. 2000; Latorre et al. 2005; Nester et al. 2007; Placzek et al. 2007). Lo anterior implica que el agua prácticamente no es renovable en el Desierto de Atacama respecto a su actual y creciente demanda (Gayó et al. 2012; Houston 2004). En aquella época gran parte de este territorio estaba cubierto de vertientes, humedales y oasis con plantas y animales que cautivaron a los primeros habitantes que arribaron a esta zona. Hoy, en cambio, estamos contribuyendo a que sea el paraje más seco y estéril del planeta y, transformándolo en un espacio inhabitable. Consecuentemente, ante los inciertos escenarios actuales y futuros de cambio climático, estos problemas sólo se agudizarán (Holt 2017; Minvielle y Garreaud 2011; Thibeault et al. 2011).
Esta Acta es un llamado de atención sobre la necesidad de revertir el uso descontrolado del agua en el Desierto de Atacama y garantizar su acceso como un derecho inalienable para futuras generaciones. En concordancia con proclamas científicas mundiales1 (Descola 2016), insistimos en el apremio de realizar cambios fundamentales a nuestra “Residencia en la Tierra”, como reza el poema del premio Nobel de literatura Pablo Neruda (2004), que en uno de sus versos metafóricamente señala:
El día de los desventurados, el día pálido se asoma con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris, sin cascabeles, goteando el alba por todas partes:
es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.
Como ejemplo, las napas subterráneas en la Pampa del Tamarugal han descendido varios centenares de metros en los últimos decenios (Lictevout et al. 2013; Tilling et al. 2012), debido a su sobreexplotación y a la falta de precipitaciones en la zona andina, las que son cada vez más escasas y erráticas, un efecto colateral del cambio global. Además, desde hace más de 3.000 años las innovaciones tecnológicas introducidas en el Desierto de Atacama, se han enfocado casi exclusivamente en aumentar las capacidades extractivas de este recurso (Maldonado et al. 2015; McRostie et al. 2017; Santoro et al. 2017; Uribe 2006). Esta visión antropocéntrica en el uso desmesurado del agua se ha exacerbado en el último tiempo.
Consecuentemente, las tasas actuales de extracción para fines industriales, rurales, urbanos y domésticos son insostenibles. Este empleo irrestricto amenaza estas actividades que representan un sustantivo aporte al Producto Interno Bruto, como así también a ecosistemas claves y modos de vida tradicionales. De continuar así, la sustentabilidad de más de un millón y medio de personas (alrededor del 9% de la población de Chile), se verá directamente amenazada, generando el abandono de territorios rurales, el sobre poblamiento de las áreas urbanas y la marginalización de la población del norte del país. Las comunidades tradicionales del Desierto de Atacama han tenido una economía fundamentada en la agricultura, pastoralismo, caza, pesca, recolección terrestre y marina. La histórica apropiación y explotación a gran escala de los recursos acuíferos en estos ecosistemas áridos por privados y el Estado ha llevado a una desecación y en algunos casos contaminación progresiva de enclaves productivos (bofedales, humedales, vegas, salares, oasis, acuíferos). Esto ha tenido repercusiones inmediatas en los modos de vida tradicionales, lo que junto a una proletarización desde principios del siglo veinte ha implicado migración y abandono de los lugares de origen para acceder a la modernización; muchas veces cayendo en círculos de pobreza, desadaptación y marginalización (Aldunate 1985; Carrasco 2014; Mc Phee 2010; Mora 2015). Este uso irracional ha provocado, también, un incremento en la toxicidad de las aguas de escorrentías, así como un empobrecimiento y potencial destrucción irreversible de los ecosistemas del Desierto de Atacama y sus importantes servicios ecosistémicos (Daily 1997). Por ejemplo, los bosques de tamarugos y algarrobos en el núcleo híper árido (depresión intermedia), de este Desierto y los salares donde habitan flamencos y otras especies endémicas del altiplano chileno enfrentan una amenaza constante de sus hábitats (Delatorre 2005).
Los efectos del cambio climático (Aranda 2013), la creciente presión sobre un recurso finito, el aumento de los conflictos socio ambientales, las fallas y problemas regulatorios del sistema chileno y la relación de las personas con el agua, nos interpelan y evidencian la urgente necesidad de pensar, reunidos los más diversos agentes de la sociedad, en cómo articular profundos cambios culturales para evitar el agotamiento de este elemento.
En suma, el agua en el Desierto de Atacama es un recurso no renovable y de acuerdo con el World Resources Institute, Chile aparece entre los 25 países con mayor riesgo hídrico para el año 2040 (Tianyi et al. 2015).
Otro problema adicional es la diversidad de autoridades que convergen en su administración (OECD 2011), así como políticas públicas que no han logrado regular ni controlar el abuso crónico de su explotación. Por el contrario, mientras que en el resto del planeta se reconoce el agua como un derecho humano inalienable2 (Pinos y Malo 2018), Chile es el único país del mundo donde el agua es un bien transable en el mercado, lo que constituye un atentado contra la vida y los derechos humanos.
Frente a este problema, se proponen las siguientes medidas remediales:
Que el Estado de Chile declare el problema del agua prioridad nacional, que la proteja y garantice como un derecho inalienable. Para ello, este elemento vital debería desmercantilizarse.
Establecer políticas públicas que sistemática y progresivamente reduzcan la extracción de aguas de las fuentes tradicionales (fósiles y escorrentías superficiales), que se incremente el aporte de nuevas fuentes (por ejemplo, desalinización de agua de mar, condensación de camanchaca) y se incentive el uso responsable del recurso en todos los ámbitos de la sociedad.
Promover metodologías de investigación interdisciplinaria participativa y educación ambiental, en espacios formales e informales, que contribuyan a la revaloración social, cambios de percepción, actitudes y prácticas sobre el agua.
Generar condiciones para el desarrollo de estudios multidisciplinarios que permitan la creación de tecnologías de alta sustentabilidad.
Fomentar una cultura hídrica que adopte las innovaciones tecnológicas, rescate las experiencias del pasado y de los pueblos originarios, así como el conocimiento científico que ha demostrado la precariedad y condición no renovable de este recurso.
Estas, junto a otras medidas, podrían impedir que el norte de Chile se convierta en “un pueblo sin agua, un pueblo muerto”, si aún no es demasiado tarde.
Finalmente, queremos recordar junto con la metáfora de Pablo Neruda el principio de responsabilidad de Hans Jonas (1995): “Actúa de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica aquí en la tierra”.