El discurso hegemónico de la prostitución que diluye el trabajo sexual o prostitución voluntaria en el marco de la trata, la explotación sexual y la violencia de género (posición abolicionista) caricaturiza hoy esta actividad hasta el extremo de mostrarla como un crimen contra la humanidad. Esta visión reduccionista de la realidad se sustenta en una esencialización de la violencia y en fuertes prejuicios sobre la sexualidad, donde el actor masculino carga invariablemente con los rótulos de prostituidor, violador o proxeneta. Para ello, el abolicionismo radical utiliza la estrategia de una hiper-sexualización de la prostitución, fuertemente simbólica, con el fin de mostrar la imagen de una supuesta relación asimétrica en la cual las mujeres sufren la sexualidad depredadora de los hombres. Sin llegar a negar la existencia de abusos en contextos de la industria del sexo, derivados la mayoría de las veces de las situaciones de clandestinidad y de las propias contradicciones del ordenamiento jurídico en esta cuestión, mi pretensión con este trabajo es proceder a una desexualización del trabajo sexual a la vez que resaltar otras dimensiones de esta actividad no tan visibles, pero no por ello menos reales. Se trata de un análisis crítico de la visión unidimensional de la prostitución, y de una reivindicación del código deontológico de la trabajadora sexual, pero al mismo tiempo de su condición humana siempre contradictoria. Las habilidades sociales, la empatía, la intuición psicológica, el saber escuchar, etc., son todas características inherentes al ejercicio de la prostitución. Obviarlas no significa otra cosa más que reducir a la prostituta a una mera gimnasta sexual. Y negar su existencia contradice frontalmente los resultados empíricos de numerosos estudios sociológicos y antropológicos. Mi propuesta es que, si el sexo es social, que lo es, el trabajo sexual es mucho más que prácticas sexuales concretas y negar aquellas otras facetas que le resultan inherentes es no querer ver la realidad tal como es, compleja, rica en matices, versátil y muchas veces contradictoria. Aceptar la diversidad en el mercado del sexo hoy va más allá de un ejercicio de tolerancia, es un acto de protesta ante quienes pretenden conducir nuestra propia sexualidad.
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