Número 46 | Marzo de 2019
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El Silencio Blanco del Palimpsesto
Lita Cabellut, en Museo Goya-Ibercaja, Zaragoza
 
 

 

Paseó su dominio de mujer entre calles grises

de horizonte entrecortado que,

en una cosmogonía de sistema venoso,

desde la montaña mágica de Montjuich,

conducían hasta el mar, húmedo y pastoso.

Brisa de lejos, como poemas entre el cabello,

perseguían las sombras al final de los veranos.

Una ciudad lenta mecía su inquietud oscura,

mientras Lita ya se columpiaba

 en cualquier meridiano,

 haciendo acertijos de tiempo en confines lejanos.

Ha gritado ronca, con los pinceles colgando

de las falsas de sus sueños,

 en el duermevela de los duendes.

Lita mía. Lita de nadie. Lita sola. Que no te engañen.

Que todo importa, mientras el corazón corcel va,

índómito, galopando sus sueños al alba.

 

Las Dimensiones del Tiempo - Poema apócrifo

 

 

     Persigo el rayo verde, que es un fulgor y al mismo tiempo un abismo insaciable que todo lo absorbe y engulle en un Augenblick. Hemos sido niños nómadas que, al cabo, confluyen como aves migratorias en un lugar de la ruta incógnita. Esta vez ha sido en el Museo Goya de Zaragoza.

     El principio de la visita es similar en muchos casos. Atravieso la luna creciente que ritmaba el invierno suave en la ciudad. Pero ya había proclamado en los foros casi clandestinos de la amistad, que después de varios años siguiendo a cierta distancia la obra de una artista española, mundialmente reconocida, se componía la magia de las dimensiones del tiempo, mi Aion, para que, oh fatum!, coincidiéramos en Zaragoza. Qué extraño tipo de tiempo es el que juega con el azar y con nuestras vidas a fin de que la espera sea un complemento más de la voluntad y el asombro?

     En mi adolescencia, en un viaje,  descubrí los cuadros de Francis Bacon, como una fulguración, que estremecía los pilares estéticos de mi cosmografía. Portraits. Híbridos. Trípticos. Y una tardía epifanía aconteció -cuando todo parecía quieto en la superficie artística-, al ver unas obras de gran dimensión, como ídolos ambiguos, rojo-negro-blanco, presentados en la feroz realidad de una frontera psicológica, donde los ropajes se disuelven y desde la piel quebrada, craquelada, aflora el alma. La intensidad de la artista resultó ser la fuerza de una nómada española, gitana y atrevida: era Lita Cabellut.

     Esa artista, que desde los ’80 expone en las galerías importantes del mundo, venía triunfante de estrenar la ópera “Karl V” en Munich, junto a Carlus Padrissa de la Fura dels Baus, donde había desbocado sus alazanes creadores en la total escenografía, iluminación y vestuario. Yo volvía del recuerdo compartido de otra obra dels Baus, en Nápoles, en que habían fascinado, como siempre, al público sediento con su renombrada originalidad de catarsis escénica.

     Obviando detalles cronológicos, en algunos casos estarán cansados de premisas biográficas, apunte que  “perde il tempo che trova” (pierde el tiempo que encuentra, como se dice en italiano)  y que, a decir verdad, no pocos necesitan para agarrarse a algo, encasillar, y entender lo que les causa turbación. Así que daremos aquí paso al asombro.

     Creo en los genes, como genios, incluso el “genius loci”, porque yo siento, cada vez más, la herencia genética, que se enreda en mi cabello, y salta como caballos oscuros abaniqueando entre la espuma de un mar remoto.

     Por eso, o también por ello, creo en Lita y en su fuerza inarrestable, es algo que se lleva dentro y ha de salir y expresarse, este caso, en el magma vertiginoso de su humanidad compartida. Siente y pinta, o pinta como siente y respira. Con fuerza, con un rastro de laureles oscuros que van limpiando las grietas de la piel de los recuerdos. Y un amasijo rebosante de flores que perfuma el dolor para olvidarlo.  Lita inquieta, Lita profunda, que arranca las vestiduras a quienes de ignorancia se cubren y visten  para lidiar con lo esencial, incapaces de actuar, como si no fuera con ellos. Y vuelve a sus querencias, sin saberlo, porque se ha ido lejos, en pos de una luz cristalina que, otrora, le prometía la pintura flamenca donde, ecos de luces y maestros, encandilaron su hambre de trascendencia. Lita en la Haya, Lita de nadie, que vuela veloz empujada por un viento que según ella no conoció.

     Siento que a Lita no la amenaza el tiempo, porque lo ha roto, y resquebrajado con la fuerza de sus colores como escudos, para guardar finamente la textura de las grietas-cicatriz de la piel de todos, nadie escapa. Lita tiene ya casi un noviembre en sus venas, y no sabe qué hacer ante semejante arrojo. Con ese oscuro galope que la atrapa entre un salvaje secano, y la humedad pegajosa de un mar que se escondía por ser espejo ciego de tanto misterio y raíces no crecidas.

     Nos acercan y separan kilómetros y países, decisiones de vida.

     Hay momentos en la vida en que se juntan todas las constelaciones y nos elevan a un círculo de vuelos concéntricos, y creo que éste es el vórtice donde se halla Lita como artista, tras tanta habilidad y sapiencia, que es la receta de su trabajo, ella dice que “la disciplina es la llave para la libertad”. Llega al Museo Goya, a “casa” de su maestro, como una niña que sueña y respira en el silencioso abismo de quien nos inspira. Lita arriba emocionada con más de veinte piezas, “cuentos visuales” dice ella, empezando por la impresionante “Historia de una flor”, que es la muerte y que, según Lita “también ha sido niña”, a la “Pincelada naranja” que viene a ser la maja en este espacio de eco goyesco, y un espléndido tríptico “HUO”, que pertenece a la propiedad privada de la artista.

     En la factura pictórica que viene caracterizando la obra de Lita C. desde hace muchos años, vemos el peculiar tratamiento de los lienzos, con su “rompida” y consiguiente craquelure, donde la pintura se descompone, y observamos que la artista empieza por la parte oscura para salir hacia la luz. Esa transformación es el resultado de la idea que se quiebra contra el lienzo. Hunde sus pinceles en las raíces, haciendo que las figuras sean paisajes de sí mismas.  Partir del concepto y gestar la historia, todo lo que imagina Lita que rodea a esa persona. En los lienzos ha vertido, en sucesión de superficies, la génesis de una criatura y al romper la piel, aparecen y florecen capas ocultas que emergen, parte indispensable de la visión total; desde el instinto aflora en el impulso todo ese magma de luz, que se transforma, frente a nosotros, en la esencia de lo que a humanidad concierne.

     Sentir pintando, y viceversa, en Lita no existe lo uno sin lo otro. Escucho con el corazón sus palabras, que es otro modo de comprensión, dejando aletargarse el lucimiento de la razón y las florituras de lo aprendido.

     En los lienzos todo el cromatismo de la condición humana, los colores de los sentimientos, la oscuridad de la hiriente percepción ajena. Hacia la belleza, atravesando todos los desiertos, revolviendo los abismos, abandonando todo lo adquirido en el trayecto, amalgamando el todo para que perviva, en el silencio, lo absoluto, la esencia del alma. Acaso haya un ruido sordo que traspasa el craquelado insensato : ¿será la conciencia? ¿O acaso la inmensidad del mundo?

     Y ya llegamos a hablar de piel, la piel de sus personas, pues para mí, desde que descubrí  la obra de Lita Cabellut ha sido una constante en el iter expositivo. Ahora veo que la piel es lo común a todo ser. Ella, desnuda y despoja al ser humano de las jerarquías sociales y en la suprema ambigüedad del drama, plasma la vibración de la libertad. En la piel de sus lienzos están los sentimientos que crean surcos, imperceptibles en el instante pero visibles con el tiempo. Piel como espacio simbólico donde se han grabado las cicatrices de toda historia, y donde el paradigma de un mapa/cartografía nos conducirá a una constelación desconocida.           

     Ya se habrán dado cuenta de que la condición humana es lo que ocupa, preocupa y hasta obsesiona la representación artística de Lita, porque la razón de ser de la humanidad es vivir, e ir siempre hacia adelante, más allá. Para ella el artista se nutre de “la sabiduría del silencio”, que en Zaragoza se ha convertido en “la victoria del silencio”. La querencia es una tendencia instintiva. Y Lita, que no a caso reza y se encomienda al dios Goya, sabe que el arte sale de las entrañas, que es corazón y razón; usa los colores como palabras para hacer frases -“pinto lo que conozco: ternura, miedo fragilidad, pasión, la vida”-, para comunicarse con todo el mundo mostrando con valor esta humanidad retratada.

     Mientras contemplo las pinturas, soy consciente de que en este Museo, antiguo palacio renacentista de los Pardo (1535), en las salas superiores se muestran obras de Goya (óleos y las cinco grandes series de grabados). Me da vértigo pensar el viaje de Lita, países y tiempo, hasta llegar aquí. Tal vez todo y nada; es como la música que vibra en la emoción del tiempo, ese AION; el tiempo nuevo de aquel día en que visitó por primera vez, a los 13 años, el Museo del Prado, “el día más importante de mi vida”, pues la cambió para siempre.

     Creo que Lita Cabellut nació dos veces, una en Sariñena y otra en el Prado.

     De Sariñena, Aragón, latente silencio infantil, lleva la tierra donde el viento nunca duerme; austeridad, sequía, frío, raíces y esas “capitanas” (Salsola kali) que, al rodar, cogieron su propia forma, soñando caracolas que sonaban en el desierto hasta llegar al Mediterráneo, “en Barcino, frente al mar”.

     En esa alquimia Lita porta consigo las sombras y su luz, explorando el lado oscuro con indómita energía y proyectando como el cante jondo de Camarón de la Isla la incomparable belleza de la profundidad. Imagino a Lita en La Haya, pintando al canto libre de Camarón la complejidad del ser humano; lo que Lita no sabe es que, durante un tiempo yo atravesaba países y abría las ventanillas del coche para que ese cante de Camarón inundara el aire más allá de fronteras, intoxicando de libertad un cielo que le era ajeno. Extrañas diásporas que aceptamos los niños nómadas en el vórtice del tiempo.

     Lita Cabellut ha querido “traer  la magia a casa, ante los míos”... y en el Museo Goya verán su obra, que ”la pasión es blanca, la belleza es blanca, y es blanco el color de mi hoy”, y verán  el paisaje dibujado en el retrato por esa piel que emite dolor, daño, uso, valentía y libertad.

     Quién sabe si la próxima vez que nos encontremos, Lita haya hecho con la luna “collares y anillos blancos” con el viento blanco de la noche.

     Querida Lita, enamorada de la luz que todo transforma, ya nos lo dijeron sabiamente los poetas, que “marcharse era la excusa para poder regresar”.

Paloma ESLAVA
Miembro de AACA, AECA y AICA

Fecha de Entrega: 28/03/2019
Fecha de Admisión: 29/03/2019


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