2018

Traductores e intérpretes del conflicto estadounidense-iraquí
Mohamed Hatem Faris



Universidad de Málaga

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Recibido: 21 septiembre 2018
Aceptado: 30 octubre 2018


Introducción

Desde el principio, la organización de las tareas de traducción e interpretación en Iraq por parte del ejército estadounidense resultó una de sus mayores debilidades. El ejército de los Estados Unidos comenzó contando con iraquíes de habla inglesa que aún cursaban estudios universitarios; no obstante, la compañía estadounidense de traducción conocida, en un principio, como Titan Communication Corp y, más tarde, subdividida entre GLS y L3, tomó el relevo en la contratación de traductores para el Departamento de Defensa estadounidense en Iraq. Esa compañía empezó a contar con intérpretes locales, los llamados treps. Aunque también algunos traductores presentes en el conflicto bélico con Iraq fueron ciudadanos estadounidenses que viajaron en calidad de especialistas lingüísticos, los treps soportaron el mayor peso y relevancia en el día a día de aquella guerra (Campbell 2016, 68).

No resulta fácil determinar si las empresas contrataban personas por su auténtica formación profesional en el ámbito lingüístico o simplemente buscaron a individuos con la fuerza física y mental necesaria para trabajar en difíciles misiones con ínfimos salarios, sin saber si tenían estudios o antecedentes penales. Inevitablemente, esa situación dio pie a que muchos traductores abusaran de su posición, yendo más allá de sus quehaceres como intérpretes, asumiendo roles que no les correspondían y tratando de aparecer entre los soldados estadounidenses como valientes héroes.

Así, con el tiempo, la sensación de rechazo comenzó a hacerse patente entre esos traductores que no sintieron el respaldo de sus empresas contratistas, ocasionándose frecuentes demandas legales contra las compañías. Fueron los mismos traductores e intérpretes los que, dada su cercanía con las tropas estadounidenses, se percataron de que la presencia militar no mejoraba sino que degeneraba aun más el país en contradicción con las vanas promesas televisivas de antaño. La inseguridad en Iraq se unía al miedo y el desempleo era cada vez mayor. Ante esa combinación, los traductores locales que optaban por colaborar con el contingente militar estadounidense lo hacían esencialmente por sus carencias y necesidades económicas, intuyendo al mismo tiempo que, tras aquello, el único futuro posible que podrían atisbar sería más allá de las fronteras de su país. Las muertes y amenazas abrieron la puerta a peticiones de asilo por temor a las represalias contra ellos y sus familias; y, al margen de miedos e intimidaciones verídicas, muchos de esos intérpretes lograron burlar a los funcionarios de inmigración estadounidenses, convenciéndolos sobre las coacciones sufridas ayudándose del conocido por la población iraquí como «sobre con bala». Además, también recurrieron a servicios de falsificación de documentos.

Muchos de los traductores se valieron de esas tácticas para escapar. Otros sencillamente cayeron en gracia a los entrevistadores y también lo lograron, mientras aquellos que realmente se encontraban en un peligro real, incluso con heridas y amputaciones sufridas en el desarrollo de sus labores como intérpretes, tuvieron que esperar un destino en la ingente lista de aspirantes a refugiados, una lista que albergaba tanto casos reales como esos ya descritos. Con semejante situación, los procesos se ralentizaron, con esperas de más de dos años para conseguir las entrevistas con la embajada estadounidense, lo cual planteaba la cuestión sobre la auténtica inmediatez y prisa de algunos aspirantes que llegaron a sus tardías citas sin ningún rasguño.

Otra cuestión relevante fue que la etapa del visado especial no resultó especialmente sencilla. El choque cultural se acentuaba al llegar a los Estados Unidos donde el ritmo de vida era demasiado rápido para unos jóvenes e inexpertos intérpretes iraquíes que, en su mayoría, nunca habían salido de su país de origen. Posteriormente, habrían de enfrentarse a la cruda realidad: esperar aproximadamente unos cinco años para conseguir la nacionalidad y poder optar a empleos en los que podrían, quizás, aspirar a un salario digno. A día de hoy, los antiguos traductores iraquíes están repartidos a lo largo y ancho de los Estados Unidos, muchos de ellos consiguieron un puesto de trabajo decente, otros prefirieron regresar y algunos, sin embargo, se quedaron atrapados, como si el tiempo no pasase, año tras año en la misma situación desde la fecha de su llegada.


Traductores e intérpretes en zonas de conflicto. La empresa contratista

La creciente demanda de traductores e intérpretes por parte de las fuerzas armadas estadounidenses con objeto de desplegar de forma efectiva sus unidades en aquellas regiones (especialmente el Medio Oriente y Asia) en las que no se habla inglés, ha dado lugar a una cada vez más abundante presencia de empresas contratistas que ofrecen ese tipo de servicios lingüísticos. Según un informe de Los Angeles Times-ProPublica, en los primeros días desde el estallido de la guerra, Titan contrató a más de 8.000 intérpretes (Campbell 2016, 68). Esos traductores reclutados por las tropas estadounidenses se encargaron tanto de convertir documentos no técnicos al idioma de destino como de llevar a cabo traducciones directas, realizaron interpretaciones orales, ayudaron a los oficiales de contratación militar con alguna compra local, proporcionaron soporte de interpretación en puntos de control de tráfico militar, colaboraron con el personal de seguridad al examinar a la población local en los puestos de control militar y aportaron asistencia de interpretación para la Oficina de Asuntos Públicos durante los actos de medios locales y la traducción de periódicos o panfletos locales (Defense Industry Daily 2013).

Estos mismos servicios fueron los que ofertaron los citados contratistas, especialmente en Iraq y Afganistán. De hecho, el Servicio de Investigación del Congreso estima que, a partir de junio de 2009, unos 9.112 traductores e intérpretes trabajaron en Iraq (es decir, el 8% del total del personal). El ejército de los Estados Unidos destina aproximadamente 250 millones de dólares anuales al pago de lingüistas contratados (incluyendo rubros como salarios e impuestos), en tanto que el salario anual de un solo lingüista oscila entre 15.000 y 200.000 dólares, dependiendo respectivamente de si este traductor es local o ciudadano estadounidense. En este sentido, se pueden distinguir tres categorías de lingüistas contratados, los dos últimos tipos son los empleados que podrán trabajar en funciones de inteligencia sensible (Defense Industry Daily 2013):

1. Contratación de personal local con acceso a controles de seguridad pero sin autorización.

2. Contratación de ciudadanos estadounidenses con autorización de nivel secreto.

3. Contratación de ciudadanos estadounidenses con autorización TS (Top Secret) / SCI (Sensitive Compartmented Information).

Considerando estos datos, pasaremos a referirnos a la conocida empresa Global Linguist Solutions (GLS), con sede en Herndon (Virginia). Se trata de una compañía que ha llegado a obtener contratos valorados en 4.600 millones de dólares y que además es propiedad conjunta de la Compañía DynCorp International y de AECOM; unas empresas de mayor tamaño que prefieren contar con la ayuda de intérpretes y traductores locales evitando con ellos las responsabilidades que se derivarían de contratar profesionales desplazados desde los Estados Unidos (Lagana 2007).

Para poder plantear las desfavorables referencias existentes sobre ellos, es conveniente citar la intervención en el Congreso estadounidense de Cynthia McKinney, representante en la Cámara de Representantes por Georgia, al dirigirse el 11 de marzo de 2005 a quien era entonces el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld:

Mr. Secretary, I watched President Bush deliver a moving speech at the United Nations in September 2003, in which he mentioned the crisis of the sex trade. The President called for the punishment of those involved in this horrible business. But at the very moment of that speech, DynCorp was exposed for having been involved in the buying and selling of young women and children. While all of this was going on, DynCorp kept the Pentagon contract to administer the smallpox and anthrax vaccines, and is now working on a plague vaccine through the Joint Vaccine Acquisition Program. Mr. Secretary, is it [the] policy of the U.S. Government to reward companies that traffic in women and little girls? (1)

La misma empresa presuntamente involucrada en trata de personas, en negocios de prostitución y venta de órganos, tanto en Timor Oriental como en los Balcanes, también se dedica a la contratación de traductores e intérpretes. No es de extrañar que, ante semejante situación, comenzasen a multiplicarse las denuncias contra GLS. En 2009 se presentó una demanda colectiva en representación de más de cien traductores iraquíes cuyos contratos de empleo fueron, según la acusación, ilegalmente modificados por parte de la empresa para reducir sus salarios. Según los mismos intérpretes, fueron obligados a firmarlos bajo coacción, intimidación y amenazas (Falconer 2009).

El proceso comenzó con un correo electrónico enviado a los lingüistas y firmado por James Spider Marks, un general estadounidense retirado (y uno de los ex oficiales militares destacados por el New York Times, en abril de 2008, como promotor de la propaganda del Pentágono en la televisión por cable), que ostentaba el cargo de presidente y director Ejecutivo de Global Linguist Solutions. En el correo se los informaba de su reajuste salarial y del necesario cumplimiento si deseaban conservar el empleo (Falconer 2009).

Unos traductores que no estaban de acuerdo con los nuevos salarios pidieron a través de la web y a sus compañeros que no cedieran al chantaje. Afloraron, asimismo, quejas formales por escrito y el apoyo de antiguos intérpretes de GLS. En consecuencia, la empresa contratista tomó medidas y, según Elboraii, intérprete egipcio y estadounidense, comenzaron a enviar equipos móviles para intimidar a los lingüistas y para que fueran aceptados los nuevos términos de los contratos. A ese hecho se suman otras anécdotas y episodios reproducidos en el espacio web de protestas anteriormente citado. Resulta particularmente interesante, un caso en el que, al parecer, un gerente de GLS espetó a un equipo de lingüistas que solicitaba más tiempo de reflexión: «Your names will go on a shit list tonight if you do not sign... [and] once you’re on the list, it will be extremely difficult to pull you off» (Falconer 2009).

Estas denuncias contra gerentes que humillaban a sus empleados, amenazaban con reemplazarlos e, incluso, los apodaban cruelmente crecieron aun más; finalmente, se impuso la rígida postura de GLS, pues los traductores terminaron firmando las mencionadas reformas contractuales por temor a terminar siendo despedidos. La demanda colectiva fue la única esperanza de unos intérpretes desanimados que se sintieron como meras cifras dentro de aquella gran compañía (Falconer 2009). Además, la rabia se acrecentó ante las sospechas de que las mejoras en seguridad dentro de Iraq pudieran guardar relación con esos recortes, pues así pareció insinuarlo el director ejecutivo de GLS, James Marks, en una carta que envió a los empleados afectados. Uno de ellos, Ameer Yilmaz, comentó lo siguiente:

Linguists want to come to Iraq, and GLS does want to get us out of here and bring cheaper linguists who did not want to put their life in [danger] when Iraq was more dangerous, we feel like GLS /Titan used us, and they are done with us. Also, we felt like they were trying to scare linguists to accept the pay cut by using these words (Warden 2009).

Asimismo, el problema se hizo aun mayor cuando tras abandonar la compañía, algunos intérpretes continuaron teniendo problemas con ellos, pues se les adeudó una cantidad más que significativa.

Numerosos iraquíes que arriesgaron su vida trabajando de intérpretes para el ejército de los Estados Unidos como empleados de GLS, ya no pueden cobrar miles de dólares de reembolso de la seguridad social debido a la marcha del país de la empresa que poseía documentos vitales para saldar la deuda (Smith 2015). Entre ellos se encontraba Ra’ad, de 44 años de edad, ex intérprete de GLS que expresó a la NBC News su decepción ante el trato recibido: «I am really frustrated because I put my life in danger and fought side by side with U .S. troops against insurgents and GLS did not appreciate this» (Smith 2015).

Amparándose en la legislación del país, las compañías extranjeras deducen automáticamente las contribuciones fiscales y de seguridad social de los cheques de sus empleados iraquíes y se las entregan al gobierno de Iraq cada mes. Los iraquíes que trabajan para empresas extranjeras tienen derecho a reclamar una parte de la seguridad social cuando finalizan sus contratos; pero, para que el reembolso se efectúe, la empresa contratista ha de presentar una carta que lo pruebe ante el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales del país.

Tres iraquíes entrevistados por la NBC News afirmaron llevar cuatro años esperando, junto a docenas de compañeros más, dicha carta por parte de GLS. Otra entrevista fue la ofrecida por Muhanad, traductor de 33 años de Bagdad, quien manifestó su disgusto ante la falta de pagos, pues asumía que la empresa contaba con registros. Según sus cálculos, el gobierno iraquí habría de pagarle unos 2.700 dólares de contar con el ansiado documento (Smith 2015).

El sitio web de la corporación se limitó a ofrecer un mensaje en el que lamentaban informar que el proceso de emisión de las requeridas cartas sobre la verificación del empleo se había detenido tras finalizar los contratos de la empresa en Iraq y, con dicha pausa, también se pararon en 2013, después de abandonar el país, las opciones para aquellos traductores que, confiados, arriesgaron sus vidas. No obstante, junto al impedimento de aportar dichas cartas, la web añadía una serie de instrucciones para solicitar un beneficio fiscal por parte del gobierno iraquí. Un proceso sobre el que aseguraban notificar por correo electrónico, pese a excusarse en su falta de control o influencia sobre el proceso.

Sin embargo, la dirección de Gmail aportada se limitaba a producir un mensaje automático. Tal fue la experiencia de Waseem, profesional de 46 años de Bagdad que respondía al apodo de Joe: «I sent dozens of emails to GLS but I got nothing except for the auto-reply» (Smith 2015), alegó ante NBC News. Y es que, con la marcha del personal de GLS, nadie podía corroborar el tiempo de trabajo.

Ammar Mun’em explicó a NBC News, cuando aún era portavoz del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, que todos los empleados locales de GLS tenían que enviar una carta firmada por su compañía para ingresar en la base de datos. Lo que no alegó fue la causa de su desconocimiento sobre el número de trabajadores a los que se les debía dinero. Por su parte, Global Linguist Solutions y DynCorp ni siquiera se manifestaron (Smith 2015).

GLS recibió duras críticas en el año 2009 por parte de funcionarios del gobierno estadounidense que los responsabilizaron del cuestionable gasto de decenas de millones de dólares y del desarrollo de una pésima gestión durante su estancia en Iraq. Un portavoz del Departamento de Defensa de Estados Unidos insistió en la importancia de hacer cumplir las leyes laborales existentes y alegó que se investigarían estas posibles violaciones. Asimismo, según un informe de Associated Press, la única razón por la que no se reemplazó esta compañía por parte de la Comisión de Contratación fue el hecho de que no hallaron otras empresas disponibles y dispuestas a asumir el cargo y la responsabilidad que requería (Associated Press 2009).


Traductores e intérpretes en zonas de conflicto. Traductores partidistas

Tras cinco años de experiencia en la profesión colaborando con el ejército estadounidense, una traductora llegó a asegurar sobre la ya citada Titan que, en lo que respectaba a la contratación, la forma de escoger a sus candidatas femeninas no fue la más ortodoxa:

They were sending interpreters who don’t speak English. I swear to god [...] they would send young girls to the male soldiers just to satisfy them. How can you go to a Transition Team meeting if you don’t know what Transition Team means? (Campbell 2016, 106)

Por otra parte, los riesgos de contratar como traductor a una persona sin ningún tipo de formación se materializaron a través de la figura del apodado Johnny Walker, una persona que no conocía las limitaciones del oficio y, que sin ningún rasgo ético o código moral, optó por implicarse en demasía con las tareas militares.

Walker contó en sus memorias cómo colaboró desde finales del verano de 2004 con diversas unidades estadounidenses, tanto civiles como militares. Entre sus páginas, recordaba su primer trabajo como traductor, poco después de lo que consideraba un momento glorioso: «la liberación de Iraq [...], un triunfo compartido por casi todos nosotros en Mosul» (Walker y DeFelice 2014, 4). Sin embargo, las celebraciones por su puesto se tornaron, apenas un año más tarde, en un motivo de exclusión. El afecto que los soldados de Navy SEAL le mostraron era totalmente opuesto al de los extremistas iraquíes, quienes perseguían a cualquiera que pudiera relacionarse con los estadounidenses. Tuvo que ocultarse.

El primer ataque lo sufrió una mañana, conduciendo hacia la base de SEAL, cuando un coche desconocido se colocó tras él y comenzó a dispararle hasta el punto de desviarlo de la carretera. Walker logró tomar distancia y devolver los tiros con una AK-47 que llevaba consigo. Quizá por sus balas, quizá por la embestida de Walker contra el otro coche, ambos atacantes fallecieron. Para eludir el desprecio de las multitudes que se acercaron, Johnnyalegó que se trataba de traidores que trabajaban para los Estados Unidos y que, por ello, debían morir. «The crowd began to cheer. A few pelted the car with rocks» (Walker y DeFelice 2014, 4).

Semejante situación no justificaría los actos de abuso de poder que Johnny Walker llegaría a cometer en su colaboración con el ejército estadounidense. En una de sus anécdotas, explicaría la irregular forma en que quiso conseguir la aceptación de la familia de su esposa, Soheila, pues en compañía de algunos de sus amigos y familiares, apareció armado en la casa de ésta alegando ante su madre argumentos como «If anyone gets close to Soheila or tries to take her, I will kill them. She is mine. Nobody can take her» (Walker y DeFelice 2014, 34).

Tras su matrimonio, las dificultades para mantener a su esposa comenzaron a quebrar su frágil moral. Sus sentimientos patrióticos hacia Iraq desaparecieron y su obstinación por alimentar a los suyos lo llevaron a asumir que incluso recurriría al asesinato, si con ello podía obtener unos buenos ingresos: «If someone gave me money to kill someone, I would take the money and do it, without hesitating» (Walker y DeFelice 2014, 40). Estos pensamientos sí que aterrarían a un Walker que admitía lo terrible de haber llegado hasta tal extremo de desesperación.

Afortunadamente estas ideas homicidas dieron paso a otras más estables: trabajar para el ejército estadounidense. Johnny Walker no pudo evitar sentirse fascinado cuando vio por primera vez a aquellos soldados tan equipados que le recordaban a los héroes de las películas. En ese momento lo supo, el ejército de Iraq rara vez recibía suministros alimenticios y, de ser así, eran ridículos e infrecuentes. Necesitaba trabajar para los estadounidenses, pues ellos poseían dinero y comida, elementos que escaseaban en Mosul y que él precisaba para poder encargarse de su familia (Walker y DeFelice 2014, 57-58).

Y así lo hizo.

Por desgracia, la influencia del trabajo no resultó positiva en la actitud y concepción de la vida del apodado Johnny Walker. Las historias sobre los maltratos por parte de los soldados estadounidenses hacia prisioneros de guerra en Iraq son tristes y sobradamente abundantes, además de reconocidas por muchos de los militares que allí desplegados. No obstante, Walker evitó tratar aquello en su libro y no llegó a reconocerlo en ningún momento. De hecho, sí que criticó la actitud indulgente de los estadounidenses exigiendo medidas para imponer su fuerza. Mostrando su completa ignorancia sobre las costumbres y la cultura iraquí, Johnny llegó a afirmar que, siendo tan «dura y enfática» la cultura de su país de nacimiento, deberían tratar cruelmente a aquellos insurgentes que se mostrasen traidores al nuevo Iraq (Walker y DeFelice 2014, 73).

En esta apología del maltrato a los presos bajo premisas de respeto y obtención de resultados, Walker llegaría a comparar a los estadounidenses con perros, concretamente, perros guardianes:

The Americans were too lenient in many ways. They didn’t understand our culture—if you want results, you can’t just be strong, you have to act strong. People have to see you being strong. What good is a watchdog that sits quietly in the corner of a yard when an intruder is at the fence? Yes, if the robber comes over, he might chase him or even bite, but isn’t it better if the dog leaps to his feet and warns the robber away before he even tries to do anything? (Walker y DeFelice 2014, 74).

En otra ocasión, el intérprete describiría una misión en la que, acompañado de cinco agentes de la policía iraquí y otro grupo de militares estadounidenses, fue en busca de un sujeto al que suponían líder de una célula terrorista y al que ubicaron en una zona considerada peligrosa. Sin tener ninguna certidumbre respecto de la culpabilidad del sospechoso, sitiaron el apartamento. Los estadounidenses rodearon la casa del supuesto insurgente, mientras la policía permanecía fuera, junto a Walker (quien se encargaría de transmitir la información de ida y vuelta), para mantener a salvo a los civiles y evitar intentos de huida.

Una vez se estableció el perímetro, los agentes locales y Johnny Walker fueron a la casa contigua para solicitar al dueño el uso de su patio trasero. Las protestas y preguntas del increpado se narran en el libro de Walker como el mayor descubrimiento detectivesco, y es que, en lugar de asumir la obviedad del rechazo de una persona ante la intromisión en su hogar de unos desconocidos para fines militares, éste consideró que los soldados habían errado y que el líder terrorista en realidad se hallaba en aquella casa. «Fuck you» (Walker y DeFelice 2014, 74-75), espetó entonces el intérprete aspirante a soldado mientras abría la puerta de un empujón. En una de las habitaciones, dio con un hombre que dormía con una pistola bajo la almohada,(2) de modo que, sin esperar ningún tipo de orden o permiso, tomó el arma del sospechoso y lo despertó, instándolo a acudir a comisaría. Sin embargo, no contó con el apoyo de la policía, pues había actuado por mero impulso, sin derecho alguno. Según Walker por algún extraño motivo se habían retirado al callejón y se habían reunido con los otros. Aparentemente, al enterarse de que rodeaban la casa equivocada y, según él, no saber que éste se encontraba en la correcta, los estadounidenses decidieron marcharse y suspender la operación sin percatarse de que Johnny permanecía en la otra casa (Walker y DeFelice 2014, 75).

Minutos después, una vez hubo comprendido que estaba completamente solo, asumió que debía actuar de alguna forma, pues el sospechoso y su casero podrían tratar de matarlo al huir, y el hecho de detenerlo por sí mismo, además de la evidente extralimitación en sus tareas y obligaciones, podía verse como una delación ante demasiados ojos que podrían después acusarlo. De modo que optó por la decisión menos diplomática de todas: lo colocó frente a la ventana y le dijo: «Nothing personal, [...] But I can’t take a chance. I don’t trust you with my life» (Walker y DeFelice 2014, 77). Entonces lo empujó desde la segunda planta. «He fell awkwardly amid a shower of curses. It wasn’t a long fall and I knew it wouldn’t be fatal, though I did hear later that he had broken his arm. [...] There were other things on my mind at the moment besides his health» (Walker y DeFelice 2014, 76).

Así, a modo de síntesis, podría evidenciarse la absoluta falta de neutralidad por parte del afamado traductor Johny Walker que, además de ocupar el puesto de otros profesionales perfectamente formados e imparciales, se involucró hasta el punto de perjudicar a cuantos le rodeaban en el desarrollo de sus tareas.

Otro ejemplo de errónea contratación de personal no cualificado en un oficio tan arriesgado dentro de las situaciones de conflictos bélicos, es el del lingüista Adel L. Nakhla, antiguo traductor de la empresa Titan Corp, de la ya mencionada Dyncrop, la cual obtuvo un 96% de los dos mil millones de dólares invertidos por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos en agencias de lingüistas, intérpretes y traductores (Sentementes y Bowman 2004).

Posiblemente ése sea uno de los mayores escándalos en el mundo de la traducción y la interpretación. Nakhla tiene su hogar (donde ondean dos banderas estadounidenses en la puerta principal) a 30 kilómetros al norte de Washington, en Maryland, y había trabajado para una empresa aseguradora con sede en Louisville (Kentucky) entre 1980 y 1997. Nakhla fue asignado como intérprete a la Brigada 205 de Inteligencia Militar, una Brigada que posteriormente sería acusada de llevar a cabo torturas y humillaciones en la cárcel de Abu Ghraib como una forma de debilitar a los sospechosos antes de los interrogatorios (Sentementes y Bowman 2004).

El propio Adel Nakhla ofreció algunas declaraciones juradas a los militares que se encargaron de investigar estas torturas y abusos dentro de Abu Ghraib y declaró, según el informe del ejército del mayor general Antonio M. Taguba, que varios de los detenidos habían sido víctimas de violación. En dicho informe, el traductor aparecía, junto a dos empleados civiles más, como sospechoso y testigo de los hechos. Así lo dictamina al menos la parte hecha pública del informe, pues aún quedan miles de páginas clasificadas (Merle 2004). También un militar con el rango de oficial afirmó en Bagdad, desde el anonimato, que el ejército consideraba a Nakhla testigo indiscutible de los abusos cometidos por otro contratista (Sentementes y Bowman 2004).

El informe del mayor general Taguba incluyó documentación sobre palizas a prisioneros, la violación de un hombre y un ataque a un interno recurriendo a perros guardianes. En la investigación y entrevista con Nakhla, el intérprete aseguró que sometieron a los reclusos a distintas vejaciones, como extraños ejercicios en los que tenían que saltar mientras les arrojaban agua y los atacaban con comentarios homófobos (Osborne 2004).

Inicialmente, el traductor aseguró que trató de ayudarlos, pero cuando los investigadores lo volvieron a entrevistar, días más tarde, Nakhla modificó su confesión, admitiendo que había colaborado en una ocasión reteniendo el pie de un prisionero que estaba tirado en el suelo a fin de que no intentara escapar (Brinkley 2004). Al preguntársele por qué no denunció estos abusos ante las autoridades superiores, el intérprete respondió: «I have seen soldiers get in trouble for reporting abuse, and I was scared. I didn't want to lose my job» (Merle 2004).

No obstante, en una de las fotografías que más tarde (octubre de 2003) se publicaron sobre las torturas en Abu Ghraib, aparecía el mismo Nakhla, fuerte y alto, con 49 años de edad, en pie ante un grupo de presos desnudos y apilados en el suelo, sujetando aparentemente el cuello de uno de ellos (Brinkley 2004). En otra de ellas se hallaba cerca de tres presos varones desvestidos y encadenados al suelo, mientras que en una tercera se lo podía observar sentado sobre una silla de plástico cerca de otros tres detenidos, también sin ropas, tirados en el suelo (McKelvey 2006).

Algún tiempo después, el intérprete Adel L. Nakhla pasó a ser considerado uno de los principales acusados de conspiración y práctica de los siguientes delitos dentro de la prisión de Abu Ghraib: violación y amenazas de violación y otras formas de agresión sexual, descargas eléctricas, palizas repetidas, incluidos golpes con cadenas, botas y otros objetos, colgamientos prolongados de las extremidades de los presos, desnudez forzada, detención aislada, micción sobre los prisioneros, así como otras humillaciones. Finalmente, el mismo Nakhla reconoció ante un tribunal su participación en dichos actos (Trial International 2016).

Uno de los demandantes (A. A.) declaró contra el traductor, alegando que en sus primeros días en Abu Ghraib, éste le gritó, antes de exigirle caminar hacia atrás para esposarlo: «Get up, you criminal. You're pretending to be asleep» (McKelvey 2006). Esa misma noche, según dijo, el intérprete Nakhla le ordenó que subiese a una plataforma en la entrada de la celda. Le esposaron las manos a la espalda en un lugar elevado mientras oía al traductor decir: «You son of a bitch [...] You move your legs from the surface» (McKelvey 2006). Entonces, el prisionero dio un paso al aire, quedando colgado por sus brazos tras la espalda. Esta forma de tortura fue utilizada anteriormente por las tropas israelíes y recibe el nombre de «ahorcamiento palestino» (McKelvey 2006).

Según el demandante, imploró ayuda entre sollozos y pánico, esperando que Nakhla cediese e intercediese por él ante Graner, un soldado estadounidense temido por sus torturas. Sin embargo, el intérprete terminó pareciéndole incluso peor que Graner, pues no lo bajó de la plataforma hasta que perdió el conocimiento (McKelvey 2006).

De acuerdo con la declaración de A. A., otro prisionero llamado Manadel al-Jamadi, falleció en la cárcel de Abu Ghraib debido a esta misma tortura en noviembre de 2003; la fotografía de su cadáver cubierto por bolsas de hielo se mostró, junto con otras fotos de las torturas de aquel sitio, en el programa de televisión 60 Minutes del canal estadounidense CBS el 28 de abril de 2004 (McKelvey 2006).

De regreso a Iraq, Nakhla fue acusado de varios delitos. En el informe Fay-Jones, Anthony R. Jones (teniente general) y George R. Fay citaron a un empleado de Titan que cortó la oreja a un detenido y se identificaba como Civil-17, alguien que, de acuerdo con la descripción física, parece ser el polémico lingüista (McKelvey 2006). Pero las declaraciones empeoran, pues, según el Informe Taguba, el detenido Kasim Mehaddi Hilas afirmó el 18 de enero de 2004 haber sido testigo de cómo Adel L. Nakhla abusaba sexualmente de un menor iraquí:

His age would be about 15 to 18 years. The kid was hurting very bad and they covered all the doors with sheets. Then when I heard the screaming I climbed the door because on top it wasn't covered and I saw Abu Hamid who was wearing the military uniform, putting his dick in the little kid's ass... And the female soldier was taking pictures (McKelvey 2006).

Otro nombre relevante a este respecto es el del jordano Wissam Abdullateff Sa'eed Al-Quraishi, de 37 años, de Amman, que aseguró haber sido sujetado por Nakhla mientras otro de sus compañeros vertía heces sobre él; también relató haber sido sometido a humillaciones al verse despojado de sus ropas y apilado sobre otros compañeros, separados por cajas; o jhaber sido testigo de cómo el acusado retenía a un joven de 14 años mientras un cómplice no identificado sodomizaba al menor utilizando un cepillo de dientes (Associated Press 2008).

En base a tales hechos, el 30 de junio de 2008 se entabló una demanda federal ante el Tribunal de Distrito de los Estados Unidos para Maryland, División de Greenbelt, en nombre de 72 demandantes iraquíes contra Adel L. Nakhla, L-3 Services Inc. (anteriormente conocida como Titan Corporation) y CACI International Inc., los contratistas de la prisión de Abu Ghraib y otras instalaciones en Iraq con motivo de las graves y prolongadas torturas, así como por sus atentados contra el derecho internacional derivado de la llamada «guerra contra el terror» y las violaciones corporativas de los derechos humanos (Trial International 2016).

En el momento en que el escándalo salió a la luz, algunos de sus vecinos de Maryland no mostraron sorpresa alguna: «We are not the only ones who think this guy is a big, fat bully» (McKelvey 2006). Sin duda, un episodio que podría haberse evitado, sencillamente, revisando la formación de aquel a quien dejaban firmar el contrato. Por fortuna, tras años de insistencia, los prisioneros iraquíes que denunciaron las torturas padecidas en Abu Ghraib lograron ser gratificados con un total de hasta 5,8 millones de dólares por parte de la filial de un contratista de defensa estadounidense que fue sentenciado como cómplice del agravio. Así, 71 de los recientemente liberados cautivos, tanto en Abu Ghraib como en otros centros de detención iraquíes controlados por Estados Unidos, recibirán su dinero y, por primera vez, una empresa contratista de defensa estadounidense activa en Iraq, L-3 Services Inc., saldará su deuda por orden jurídica (Cockburn 2013).


Traductores e intérpretes en zonas de conflicto. La hora de partir

Al margen de sus motivaciones iniciales, todos o la mayor parte de los intérpretes que trabajaron para el gobierno estadounidense, lo hicieron bajo la promesa de viajar junto a sus familias, una vez cesado el conflicto, a los Estados Unidos con el fin de comenzar una nueva vida completamente segura y alejada de probables represalias de sus compatriotas como consecuencia de su colaboración con el que los más radicales consideraban un ejército invasor. Y es que, una vez aceptaron los empleos, estos traductores sabían que el auténtico peligro no se hallaba en el campo de batalla, sino en los intentos de asesinato de los que serían objeto por parte de los que los consideraban traidores, sus propios paisanos, una vez dejasen de estar bajo la protección del ejército estadounidense (Rosado Professional Solutions 2017).

Así, en las entrevistas iniciales para registrar a los solicitantes de asilo, era habitual preguntarles, entre otros detalles, por los motivos por los que consideraban que ya no podían permanecer por más tiempo en sus hogares. Una vez efectuado este proceso, la espera para saber si habían obtenido o no la condición de refugiado podía dilatarse hasta dos años. Durante ese lapso de tiempo se profundizaba en sus historias, se hacían entrevistas de hasta cuatro horas en las que los refugiados a veces precisaban incluso la colaboración de intérpretes, lo que añadía la posibilidad de generar malentendidos (Nianias 2016).

Sin embargo, ese sistema también resultó frágil. Madeline Otis Campbell trabajó en el pasado para el programa de refugiados de Iraq. Según su propia experiencia, en una ocasión en la que preguntó a su supervisor sobre la lógica de algunas preguntas teniendo en cuenta que la mayoría de los solicitantes acudían por temor a perder sus vidas, éste le respondió: «There’s no question that it’s crazy. If all you have to do is claim a sect to be refugee, should we just pave the whole country and bring all of Iraq to America» (Campbell 2016, 153); pues todo el país estaba padeciendo de aquella violencia sectaria.

Existen importantes factores que pueden incrementar la dificultad de verificar la veracidad de los testimonios, pues algunos refugiados pueden tener problemas para saber transmitirlos, bien por problemas de analfabetismo, severos traumas, pérdida de memoria o la misma vejez. En ocasiones, incluso se ha llegado a facilitarles un bolígrafo y papel para que dibujen lo sucedido (Nianias 2016).

Ciertamente, la documentación facilitaba el trabajo, pero la falsificación también pudo convertirse en una realidad dentro del proceso, especialmente con folletos militares. Resultaba inevitable que, con el paso del tiempo, los solicitantes comenzasen a intuir que resultaba más habitual conseguir ser refugiado trabajando para un departamento militar. Hace unos años, muchos de ellos se presentaban como cocineros del ejército, hasta el punto de que los entrevistadores, para cotejar su autenticidad, idearon un cuestionario personalizado y adaptado al trabajo de los cocineros, los platos preparados y los horarios de las comidas. Según el coordinador de la base de datos de asilo en el Consejo Europeo sobre Refugiados y Exiliados, Minos Mouzourakis: «Last year in Germany there were claims by officials that refugees were lying about their nationality – at first they said 30% of people who said they were Syrian were not, then that number later dropped much lower» (Nianias 2016).

Sería interesante comentar algunos de los alegatos de refugiados que, en su día, fueron traductores iraquíes solicitantes de asilo. Así tenemos el caso del traductor Hameed Darweesh, que ya se encuentra en los Estados Unidos como refugiado. Durante un tiempo, Darweesh colaboró con una unidad militar estadounidense como traductor e intérprete hasta 2007, a continuación trabajó para KBR (una empresa contratista de defensa estadounidense que anteriormente había sido subsidiaria de Halliburton) y, además, decidió finalizar su licenciatura en odontología en la Universidad al-Mustansiriya de Bagdad. No obstante, jamás volvió a vivir tranquilo (Wirtschafter 2017).

Desde que trabajó para los estadounidenses, supo del rechazo y odio que le profesaban muchos de sus propios vecinos. Las amenazas fueron constantes e, incluso, llegaron a entrar en su casa mientras su esposa estaba sola la semana antes de tomar el vuelo hacia su nueva vida. La mujer, aterrada, lo llamó por teléfono al trabajo, escondida en el baño:

I’ve received so many threats because of my working history. The last incident was the week before we left for the airport. Someone tried to break into the house while my wife was alone. She called me at work while she was hiding in the bathroom (Wirtschafter 2017).

Asimismo, otro final feliz sería el de Tariq Abu Khumra que, tras actuar como intérprete de dos unidades militares estadounidenses y quedar sentenciado por los iraquíes más radicales, logró trasladarse a Glendale (California). Según su propio testimonio, el peligro era inminente. Aquellos que lo amenazaron llegaron a marcar la ventanilla de su vehículo con una «X» de color rojo, lo que derivó en una persecución automovilística de la que afortunadamente resultó ileso. Otros traductores iraquíes no tuvieron tanta suerte (Plummer 2013).

Abu Khumra solicitó un visado de Inmigrante Especial para viajar a Estados Unidos casi de forma inmediata, consciente de que, de no hacerlo, habría terminado sus días secuestrado o asesinado. Un par de años después, lo trasladaron a Glendale, al sur de California, donde goza de la libertad de salir a la calle sin tener que pasar por puntos de control militar y puede usar una sola cerradura para su apartamento, en lugar de las tres que precisaba en Iraq. No obstante, asegura que aún se desvela por los ruidos nocturnos y debe tomarse unos segundos para recordarse que ya dejó Bagdad (Plummer 2013).

Igualmente, confiesa que sus preocupaciones no han cesado, pues su familia no logró los visados para mudarse a los Estados Unidos y eso lo asusta, ya que teme que las represalias que no pudieron materializarse en su persona se trasladen a sus allegados. Las conversaciones mantenidas a través de Skype no hacen sino acentuar la culpa, cuando sus padres lo informan sobre nuevos atentados con coches bomba o tiroteos cerca de su antiguo vecindario. Khumra explicaría que la llegada a los Estados Unidos «fue un momento agridulce puesto que finalmente se hizo realidad el sueño que estaba esperando aunque se vio obligado a dejar a la familia atrás» (Plummer 2013).

Asimismo, otra figura destacada de nuestra peculiar lista de refugiados sería la de Aljanabi, apodado como Justin, un traductor contratado por las fuerzas militares estadounidenses en Iraq entre 2008 y 2011 que reside en la actualidad en Tejas. Su conocimiento del inglés y el árabe, el lenguaje corporal y los matices culturales ayudaron a que facilitase a los militares la ejecución de operaciones dentro de las llamadas zonas rojas o áreas inseguras, donde recibió numerosas amenazas de muerte que le hicieron temer por su vida (Read 2016). Al intérprete le aterrorizaba el mero hecho de desplazarse por Bagdad. De hecho, su última residencia se situaba a unos quince minutos del distrito comercial de Karada, donde había tenido lugar un atentado suicida que había costado la vida de más de doscientas personas. Al caer la tarde, Aljanabi ni siquiera era capaz de salir de su hogar por miedo a ser secuestrado. Así lo afirmaba el mismo: «Imagine every day being scared of being kidnapped or being killed» (Smith 2016).

Si bien es cierto que este miedo no solo afectaría a Aljanabi como traductor, sino a todos los iraquíes sin distinción. Es más, en el atentado en el que se apoya como motivo de su solicitud de refugiado no consta la muerte de ningún traductor.

También hemos de incorporar al profesor de inglés Khaleel Yasir, natural de una ciudad al sur de Iraq, Nasiriyah, y quien, desde su más temprana adolescencia, se había aferrado al sueño de conseguir la nacionalidad estadounidense. Un sueño que precisaría de una entrega de décadas hasta materializarse en realidad. Así, en marzo de 2003, con la llegada a Iraq de la coalición liderada por Estados Unidos y el consecuente estallido de aquel terrible conflicto bélico que duraría casi una década, Yasir reforzó aun más sus ansias de marcha: «When the U.S. Army came to Iraq, I was thinking at that time to go to the United States» (Cusick 2018). De esta forma, Khaleel Yasir consideró oportuno trabajar como intérprete para las tropas estadounidenses ubicadas en su ciudad natal hasta que, tras años ganándose la vida junto al ejército estadounidense, estimó al fin que era el momento de marcharse. No obstante, hubieron de pasar dos años (desde 2009 hasta 2011) para que él y su mujer fueran convocados a la entrevista exigida por la embajada de los Estados Unidos en Bagdad. Meses después, ambos recibieron su visado especial de inmigrante y, en junio de 2012, lograron instalarse en California, donde esperaron otros cinco años más hasta obtener la nacionalidad estadounidense a través de un acto oficial celebrado en Sacramento el 22 de febrero de 2018. En palabras del propio Yasir: «To be a U. S. citizen is my dream, and this has already happened» (Cusick 2018).

Por otra parte, al igual que existen miedos basados en circunstancias reales, también hay circunstancias en las que aquellos que solicitan asilo ni siquiera han sido amenazados, o temen por sus vidas, como podría ejemplificarse con la cancelación de solicitudes de asilo que, en 2015, realizaron 4.100 iraquíes cuyo destino era Finlandia. Estos prefirieron regresar a sus hogares, muchos de ellos argumentando la nostalgia de sus familias, pero muchos otros apoyándose simplemente en su disgusto por las bajas temperaturas nórdicas y la escasa simpatía de los ciudadanos del país. Según Muhiadin Hassan, un vendedor de vuelos a Bagdad que vivió aquella situación desde Helsinki, «some say they don’t like the food here, it’s too cold or they don’t feel welcomed in Finland. There are many reasons» (Rothwell 2016).

En la propia capital iraquí existen tiendas y locales donde se pueden falsificar tanto documentos oficiales como testimonios. Uno de los mercados de falsificaciones más famosos de Bagdad es el de Meredy, que se encuentra en el centro de la Ciudad Sadr y se adapta a todos los bolsillos. Los falsificadores más famosos dicen que funcionan bien cuando satisfacen las necesidades de los consumidores (Al-Tayeb 2009).

Campbell relata la rapidez con la que se instruyen mutuamente los solicitantes a la hora de organizarse y presentar sus solicitudes. Es más, denominó «historias de campamento» a los evidentemente ficticios testimonios de algunos entrevistados e indicó que era habitual ignorar las reglas y hacer la vista gorda ante aquellos solicitantes que simpatizaban con los oficiales (Campbell 2016, 154).

También ofrece en su libro un repertorio de diez historias pertenecientes a diez traductores que consiguieron viajar a Estados Unidos con motivo de su colaboración en Iraq con el ejército estadounidense. A continuación, señalaremos el caso de cinco de ellos que, tras conseguir asilo o, incluso, la ciudadanía estadounidense, cuentan cómo suelen regresar recurrentemente a Iraq de visita y por vacaciones, pese a haber alegado en sus entrevistas el pánico que sentían por ver sus vidas allí amenazadas.

Los dos primeros casos corresponden a los traductores Abbas y Meena, dos casos aislados aunque similares, pues ambos fueron contratados por el ejército estadounidense en Iraq y, tras unos años, consiguieron el visado especial concedido a aquellos trabajadores que ayudaron a las tropas estadounidenses pese a los riesgos de sufrir represalias. Ambos viven actualmente entre los Estados Unidos e Iraq, residiendo algunos meses al año en Estados Unidos con el fin de mantener su Green Card y ganar dinero con trabajos temporales para después viajar otros meses a su tierra natal. Meena, incluso, está considerando, entre otras, la opción de retornar a Iraq de forma permanente una vez haya obtenido la ciudadanía estadounidense.

Respondiendo al nombre Tamara tenemos a la ex intérprete de varias unidades del ejército estadounidense en la Base Victoria, cercana al Aeropuerto Internacional de Bagdad. Tamara aseguró en su entrevista en la embajada sentir pánico ante el peligro al que debían enfrentarse los traductores en Iraq. En la actualidad, con residencia en Boston, se suma a la lista de intérpretes iraquíes que afirman visitar a su familia con frecuencia.

Finalmente, Mohamed y Husein también confesaron su intención de regresar a Iraq. El primero para casarse y el segundo con el firme propósito de volver a trabajar en el Ministro de Obras Públicas donde antiguamente estaba contratado como intérprete pero que, debido a las amenazas de Al Qaeda, tuvo que abandonar para refugiarse en los Estados Unidos. (Campbell 2016, 108, 162, 163, 167, 169, 178 y 180).


Traductores e Intérpretes del conflicto. Los olvidados

Con la caída de Saigón, más de cuarenta años atrás, terminó la guerra de Vietnam y dio comienzo una auténtica crisis de refugiados. La petición de 722 millones de dólares con los que evacuar a los miles de vietnamitas al sur de la ciudad que habían colaborado con los Estados Unidos fue ignorada por un Congreso que deseaba poner punto y final a un conflicto que había durado demasiado tiempo. Al Jazeera se encargó de volver a difundir a lo largo de 2005 la terrible imagen de los helicópteros alzándose entre los tejados de Saigón ante las miradas desesperadas de quienes no podían partir (Johnson 2010). Una imagen que, en 2005, serviría de admonición a todos aquellos iraquíes que trabajaban para el ejército estadounidense y que les conminaba a preguntarse si, una vez que se ordenase la retirada de las tropas, sus destinos serían también quedar abandonados a su suerte.

Las respuestas comenzaron a manifestarse, en algunos casos, incluso antes de que tuviese lugar de manera definitiva dicha retirada. Así le sucedió al traductor Malek Hadi, tras perder la pierna derecha y algunos dedos de la izquierda debido a la detonación de un explosivo casero colocado bajo su Humvee, en las afueras de Bagdad, como consecuencia de su trabajo para la policía militar estadounidense. Hadi fue evacuado a un apartamento en Arlington (Tejas), una zona de altos índices de vandalismo y criminalidad y difícil acceso por escaleras para alguien con su discapacidad. Además, padecía un trastorno de estrés postraumático para el que no recibía ningún tipo de atención por parte de su aseguradora, American International Group (AIG). Esa misma aseguradora también impugnó el tratamiento de los dolores de sus extremidades porque era precisa una evaluación médica adicional. Hubieron de pasar más de tres años hasta que AIG decidió pagarle una pensión mensual de 612 dólares que no incluía tratamiento médico. Ante semejantes circunstancias, el mismo Hadi se preguntaba: «When we were in Iraq, we were exactly like the soldiers [...] Why are we treated differently now?» (Miller 2009).

El mismo trato injusto fue el que recibió Ali Kanaan, traductor iraquí que, en el desarrollo de su oficio, sufrió daños en los ojos y quemaduras en más de un tercio de su cuerpo como resultado de un atentado suicida en 2006 contra la patrulla estadounidense con la que viajaba. Tras aquello, la aseguradora AIG presuntamente llegó a un acuerdo económico con un médico en Jordania que para Kanaan resultaba irrisorio. Sin embargo, cuando presentó sus objeciones, el médico en cuestión le amenazó asegurándole que, de no aceptar, habría de volver a Iraq para continuar con las reclamaciones. El intérprete aceptó y se trasladó hasta Estados Unidos en calidad de refugiado. En la actualidad, trabaja doce horas diarias en un estanco de Denver y por las noches limpia las campanas de las estufas de las cocinas de los restaurantes. Los productos químicos cáusticos que emplea mientras realiza esta tarea suponen una grave amenaza para sus injertos de piel (Miller 2009).

Por último, resultaría conveniente destacar a este respecto a Hayder Kharalla, un ciudadano iraquí que fue contratado a través de Titan Corp como intérprete de la 82 División Aerotransportada. Este traductor consideró a aquellos militares como compañeros de armas e incluso amigos con los que combatió, convivió y rezó. Perdió una pierna tras intentar salvar de una emboscada a uno de sus compañeros estadounidenses de unidad. Sin embargo, pese a mantener su fe en el espíritu liberador del ejército estadounidense, no comprendió por qué Titan, su empresa contratista, no cumplió con su compromiso de proporcionarle una pierna protésica, o una terapia de rehabilitación que lo ayudara a caminar de nuevo. En palabras del propio traductor: «I feel inside a little sorry for myself [...] I worked so much. And this hurts me so much» (Miller 2004).

Para solventar semejantes situaciones se creó el programa Special Immigrant Visas (SIV) a fin de facilitar el reasentamiento y la residencia legal permanente en los Estados Unidos para aquellos iraquíes que trabajaron, dentro de su país, para el gobierno estadounidense entre el 20 de marzo de 2003 y el 30 de septiembre de 2013 y que, como consecuencia directa de esos empleos, terminaron siendo brutalmente amenazados (Human Rights First 2018). No obstante, este programa dejó de aceptar solicitudes en septiembre de 2014, según ellos temporalmente, de manera que, aunque el SIV afgano prosigue, los iraquíes que temen por su vida tras servir a las tropas estadounidenses deben dirigirse al United States Refugee Admissions Program (USRAP) (Human Rights First 2018).

A esa única salida que quedó para los refugiados se sumó, recientemente, la orden ejecutiva dictada por el presidente Donald Trump prohibiendo la entrada a Estados Unidos de ciudadanos de una serie de países, principalmente musulmanes, y limitando la concesión de visados en general. En opinión de Ximénez de Sandoval (2017): «La orden provocó indignación en países de mayoría musulmana, caos en los aeropuertos y aerolíneas que no sabían bien a qué atenerse y desolación entre grupos de inmigrantes y refugiados». Según Zucchino (2017), esa orden afectó directamente a los intérpretes y a sus familiares. Tal fue el caso del ex traductor militar Qusay Fawzi Ahmed quien, tras recibir su visa de inmigrante especial en 2012, hubo de aguardar años viviendo en Tampa (Florida) hasta que se aprobó el viaje de su futura esposa Marwa Nasr al-Din. Ahmed se hallaba trabajando en la pizzería Domino’s cuando ella lo llamó desde el aeropuerto Kennedy de Nueva York para comunicarle que la habían detenido, pese a tener un visado válido en su pasaporte, y que la enviaban de regreso a Iraq. Al-Din se pregunta en la actualidad: «Is this the freedom and democracy we have heard about in the U. S. A.?» (Zucchino 2017).

Otro nombre a destacar es el de Haeder Al Anbki, intérprete para las fuerzas estadounidenses en Iraq, que fue apuñalado y recibió un disparo que le hizo perder un dedo del pie izquierdo. A estas desgracias se unió el asesinato de su hermano, también traductor del ejército estadounidense. Al Anbki, tras vivir en Orlando (Florida) desde 2011 gracias a su visado de inmigración especial, fue excluido en junio de 2017 de una ceremonia que se celebró en Fort Benning (Georgia) en la que esperaba convertirse definitivamente en ciudadano estadounidense junto a una veintena de reclutas extranjeros más. En una demanda que presentó poco después ante el Distrito de Columbia, Al Anbki expuso que el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos estaba obligado a completar su solicitud, pero interrumpió el proceso amparándose en el conocido Programa de Resolución y Revisión de Aplicación Controlada que, según parece, se orienta hacia aquellos demandantes procedentes de países de religión musulmana (Schneider 2018a).

El antiguo intérprete describiría posteriormente el bochorno que vivió en ese momento, así como la frustración al ser el único de los veinte que había sido apartado ante la atenta mirada del resto de compañeros (Schneider 2018a). Algunos medios, como el periódico Tampa Bay Times o la agencia Associated Press, se hicieron eco de su situación que se resolvió en julio de 2018, cuando Al Anbki pudo participar en una ceremonia de naturalización celebrada en Orlando (Schneider 2018b).

En la actualidad, Iraq no forma parte de la lista de países prohibidos. No obstante, los problemas para entrar en las ciudades estadounidenses siguen siendo una constante para muchos traductores de dicha nacionalidad. En febrero de 2017, Jake Tapper entrevistó a este respecto para el canal CNN al antiguo traductor Johnny Walker y a la veterana del servicio de inteligencia del ejército estadounidense Assal Ravandi.(3) Las opiniones expresadas por ambos resultaron totalmente opuestas. Por un lado, Walker manifestó su total apoyo a la decisión de Trump, asegurando que gracias a esa resolución podría vivir más tranquilo junto a su familia. Ravandi, en cambio, afirmó que dichas restricciones no tenían ninguna base real puesto que eran algo puramente simbólico, una estrategia derivada de la retórica de la campaña política de Trump. Asimismo, se dirigió a Walker para afianzar su posición aperturista en los siguientes términos:

In my America, the America that I know, you do not come into a safe haven and shut the door behind you, Mr. Johnny Walker, and tell everyone else that I came in, I'm safe now, no one else can come in.

De lo que no cabe duda es que, a la luz de los testimonios aquí expuestos, se vuelve a evidenciar la facilidad legal con la que se emplean y se prescinden de los servicios de los traductores e intérpretes que operan en zonas de conflicto y la ayuda que muchos de ellos realmente necesitan a causa de las amenazas que reciben por parte de sus propios compatriotas a causa de colaborar con el ejército de ocupación estadounidense.


Conclusiones

Como síntesis de todo lo abarcado, resulta evidente que el ejército estadounidense, considerado uno de los más poderosos del mundo, no supo cómo afrontar los problemas lingüísticos derivados de su presencia en Iraq. Ante su incapacidad para reclutar traductores e intérpretes apropiados para las misiones que tenían encomendadas sus tropas en ese escenario de guerra, optó por ceder la labor de contratación a empresas externas cuya actuación, casi sin control por parte de la administración, perjudicaría gravemente los ingresos y derechos laborales de los intérpretes.

La desinformación y la inexperiencia de los lingüistas contratados por las empresas privadas también redundaría en un ejercicio carente de las bases éticas necesarias para desarrollar sus responsabilidades en contextos militares. Los abusos de poder de algunos de ellos, ante la indiferencia del ejército, acabaron en sucesos tan graves como los que relata Johnny Walker, un traductor que llegó a considerarse un libertador del pueblo iraquí y cuya autobiografía narra irregularidades que posiblemente podrían tener consecuencias penales.

Los abusos y maltratos cometidos por los soldados estadounidenses (con el apoyo de algunos de sus intérpretes contratados) en cárceles como la de Abu Ghraib, constituyeron otro episodio penoso en la historia de la guerra de Iraq. Las causas instruidas contra algunos de los implicados en esa clase de escándalos fue el motivo principal por el que el caso de Adel L. Nakhla llegó a los principales medios de comunicación. Sin embargo, las condenas fueron ridículas si pensamos en el sufrimiento de las víctimas.

Asimismo, es digno de señalar que miles de traductores e intérpretes locales (los también denominados treps) sufrieron increíblemente en el ejercicio de sus profesiones. Sus intentos por obtener un salario se tradujeron en etiquetas de «traidores a la patria» y la dramática y reiterada secuencia de amenazas, persecuciones, heridas de gravedad y hasta la muerte. Tampoco la cordialidad por parte del bando con el que colaboraban se hizo presente. Muchos de ellos no lograron el disfrute total de sus derechos, fueron discriminados incluso en los tratamientos médicos y las facilidades para huir del país resultaron tan irrisorias que muchos fallecieron durante las largas esperas de una respuesta.

Esa situación de desazón por huir por parte de muchos impulsó el florecimiento de negocios turbios basados en la falsificación de amenazas para agilizar los procesos de obtención de visado. De esa forma, a aquellos que realmente temían por sus vidas se unieron personas que simplemente anhelaban trasladarse a un país con lo que imaginaban un nivel de vida más elevado y una mayor seguridad en las calles. Por supuesto, es lícito querer mejorar la calidad de vida y buscar un futuro mejor ahí donde se piensa que se pueda lograr, pero no es ético cuando para ello se perturban procesos legales que afectan a aquellos que realmente requieren esa necesidad y cuya negativa puede desembocar en la muerte.

A diferencia de lo que ocurre en otros países de Occidente en los que las denuncias son habituales, en Iraq, tras la invasión, raramente se señalaban denuncias, pues tampoco tenían resultados apreciables. Los cientos de asesinados se apilaban junto a las amenazas de muerte diarias, mientras las armas continuaban sin control alguno. Incluso hacia la policía se sentía cierta desconfianza, ya que los rumores sobre las influencias de algunos grupos armados dentro de sus filas eran una constante cada vez más frecuente. Ante este tipo de escenario, no es de extrañar que tantísimos intérpretes acabasen asesinados sin que constaran denuncias anteriores por parte de los mismos.

La necesidad de contar con traductores e intérpretes en tareas que exigen la diplomacia y la resolución de conflictos dentro de la confrontación bélica entre Estados Unidos e Iraq era una tarea imperiosa. Y en ningún caso esas personas podían considerarse como meros trabajadores que trasladan palabras de una lengua a otra a cambio de un salario negociable y ajustable a sus penurias. Una guerra es un asunto serio y de gravedad, y es preciso contratar a expertos lingüistas que conozcan el idioma y la cultura, pero también que se hallen preparados física y emocionalmente para enfrentarse a los reproches de sus compatriotas, a las amenazas por parte de los miembros de la sociedad más exaltados, a los peligros de las armas y a las pesadillas de las terribles estampas que un ejército deja a su paso.


NOTAS

(1) Esta intervención se encuentra disponible en la página de YouTube a través del siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=Px1t1-a9uxk. [Consultado: 20 septiembre 2018.]

(2) Para una correcta contextualización, es importante aclarar que, en Iraq, se consideraba totalmente lícito y legal tener armas en los hogares como formas de defensa para la vivienda.

(3) Entrevista de Jake Tapper a Johnny Walker y Assal Ravandi, realizada el 1 de febrero del 2017 en el canal CNN, y disponible en la web a través del siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=31eUSOr6CRM. [Consultado: 20 septiembre 2018.]


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