POR XAVIER PLA

«Nada es más asombroso que la simple verdad, nada es más exótico que lo que nos rodea, nada más imaginativo que la objetividad».

Egon Erwin Kisch, El reportero frenético

RELEER A EUGENI XAMMAR
«Un país sin dictador no se puede decir que sea, hoy por hoy, un país como es debido». «La más pura tradición bávara exige que los reyes de Baviera estén locos o, por lo menos, algo chiflados, y que en su nombre gobierne un regente sensato y unos cuantos ministros más o menos rústicos». «De todas las prendas de vestir, la más importante desde el punto de vista político es la camisa». «Bien organizado y bien representado, un golpe de Estado […] es una de las cosas que surten más efecto y que dejan un recuerdo para toda la vida. Me atrevo a decir que no hay nada como un buen golpe de Estado». Estas frases provienen todas de sendos artículos publicados a finales del año 1923 en el periódico La Veu de Catalunya por el periodista catalán Eugeni Xammar (Barcelona, 1888-La Ametlla del Vallés, 1973). Decir hoy en Cataluña el nombre de Xammar significa, inevitablemente, referirse a una de las figuras más legendarias del periodismo catalán. Gran conversador, escéptico, dotado de un espíritu crítico fuera de lo corriente, y siempre con un temperamento inconformista y muy irónico, Eugeni Xammar fue un periodista que tuvo muchas cosas que decir y que, a menudo, las supo decir de manera divertida. Xammar fue un autor independiente y un hombre original que optó por construirse una vida, un autor prácticamente sin obra publicada que no sintió nunca la necesidad de publicar libros a partir de sus colaboraciones periodísticas y que defendió sin concesiones su predilección por un periodismo ameno de palabra clara y rotunda.

Autodidacta y políglota, Xammar hablaba a la perfección seis lenguas. Nacionalista catalán y separatista radical, vivió más de sesenta años fuera de Cataluña, en una carrera profesional como periodista internacional, diplomático republicano y traductor reflejada en las interesantes y divertidas memorias que dictó poco antes de morir, Seixanta anys d’anar pel món (1974). En su larga y experimentada trayectoria periodística, destacó especialmente su larga estancia en Alemania entre 1922 y 1936 y sus abundantes colaboraciones para periódicos tanto peninsulares (La Veu de Catalunya, La Publicitat, La Correspondencia de Valencia, Gaceta de Tenerife, Ahora, Estampa, D’Ací D’Allà, España, etcétera) como latinoamericanos (El Heraldo de México, La Prensa de Buenos Aires, Diario de Costa Rica, entre otros). Aunque en los últimos años se han recopilado algunos de sus artículos (en volúmenes titulados Periodisme, 1989; El huevo de la serpiente, 1998, y Crónicas de Berlín, 2005), se han publicado sus cartas con Josep Pla (2000) y una primera aproximación biográfica de Quim Torra (Periodisme? Permetin! La vida i els articles d’Eugeni Xammar, 2008) y se han reeditado sus memorias (1991), lo cierto es que la trayectoria profesional de Xammar, como corresponsal de guerra, como reportero, como analista político, como traductor internacional, o su destacada actuación en los círculos del exilio catalán de los primeros años del franquismo, subsiste todavía hoy en una cierta nebulosa. Esta extraña falta de visibilidad impide la correcta valoración de Xammar dentro de la que fue una verdadera edad de oro del periodismo literario de entreguerras, que dio nombres tan destacados en Barcelona y Madrid como Josep Pla, Gaziel, Julio Camba o Manuel Chaves Nogales, entre tantos otros.

Xammar debutó como periodista en semanarios catalanistas de la Barcelona de principios del siglo xx. Tras abandonar Cataluña, debido a su negativa a hacer el servicio militar, vivió en Buenos Aires, París, Londres y Madrid ejerciendo intensamente el periodismo, siempre interesado por la literatura y, sobre todo, por la actualidad política internacional. Durante la Primera Guerra Mundial, fue enviado como corresponsal de guerra en el frente británico para el diario La Publicidad, donde enfermó de gravedad debido a un tifus. Tras un breve paso periodístico por Madrid, ciudad en la que trabajó como redactor en El Sol y El Fígaro, en 1920 encontró trabajo en Ginebra, en la Sección de Información de la recién creada Sociedad de Naciones. Pero, poco tiempo después, se instaló en Berlín, donde aceptó la corresponsalía del diario barcelonés La Veu de Catalunya. Allí fue nombrado presidente del Club de la Prensa Extranjera, ejerció una notable vida social entre los círculos periodísticos y políticos alemanes y, a menudo, se sirvió de su influencia como traductor e intérprete en el Servicio de Lenguas del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán para hacer publicar artículos que denunciaban la situación política a la que se veía sometida Cataluña bajo la dictadura de Primo de Rivera.

Las crónicas desde Alemania procuraban dar una visión de la evolución política alemana desde una perspectiva catalana, española y muy europea, dedicando una atención especial a las negociaciones de los tratados de comercio entre Alemania y España y, claro está, especialmente, sobre la aparición, el auge y el triunfo del nazismo, que Xammar relató, ya en la década de los años treinta, desde el periódico madrileño Ahora, que dirigía su amigo Chaves Nogales. Su larga supervivencia como corresponsal en Berlín (la mayoría de los periodistas extranjeros fueron expulsados por la Gestapo, tal como explica Xammar en sus memorias) se explicaría, en parte, por su capacidad de ampararse en ciertas ambigüedades después del acceso de Hitler al poder y de «algunas condescendencias con las versiones oficiales de las autoridades nazis» (Santos, 2012, p. 254), lo que le valió agrias críticas, por ejemplo, desde el diario madrileño El Socialista, como en esta nota del 24 de marzo de 1933: «El señor Xammar no está dispuesto a que lo expulsen. […] Ocurra lo que ocurra en Alemania, si hay un corresponsal al que no expulsará ningún Gobierno, socialista o fascista, soviético o liberal, ése es el señor Xammar» (Santos, 2012, p. 523). Pero, muy pronto, los artículos de Xammar se convirtieron en un ejemplo significativo de un periodismo a la manera anglosajona y, como es lógico, germánica, basado, prioritariamente, en el relato objetivo a base de datos, hechos y lúcidos análisis.

En realidad, el articulismo de Xammar resume también a la perfección la crisis de la verosimilitud literaria, provocada, entre otros elementos, por el final de la Primera Guerra Mundial (Pla, 2016, pp. 109-116). La pasión documentalista de la época y las demandas de veracidad de los lectores propiciaron la aparición en toda la prensa europea de un tipo de palabra periodística que ya para siempre borró las fronteras entre géneros literarios (Pla y Montero, 2014, pp. 1-4). El reportaje como el que practicaba Xammar estaba escrito en primera persona, comprometiendo, por lo tanto, al narrador, que lo presentaba todo como real e in situ, como vivido, leído, visto o escuchado. El gusto por los hechos, aunque menos por las ideas, caracteriza el articulismo de Xammar, que reposaba en la claridad expositiva y en la capacidad analítica del autor. Era un estilo que, como en las primeras frases citadas con anterioridad, obedecía más al arte de la elipsis que al de la metáfora, que captaba la realidad a través de la inteligencia más que a través de la sensibilidad y que prefería ofrecer el acontecimiento en bruto al lector antes que interpretarlo subjetivamente (Pla, 2000, p. 21).

 

DOS CORRESPONSALES CATALANES EN BERLÍN
Xammar decidió abandonar su cargo en la Sociedad de Naciones en Ginebra para trasladarse a la capital del país que había perdido la guerra. Instalado primero de manera provisional en el número 19 de la Aschaffenburgerstrasse, en el barrio berlinés de Schöneberg, sobrevivió durante algún tiempo ejerciendo tareas más o menos inciertas, como clases de lengua española para particulares o traducciones de carteles de películas de cine. Al cabo de pocos meses, Xammar se casó con la que sería su esposa durante décadas, Amanda Fürstenwerth Goetsche (Neumünster, 1890-La Ametlla del Vallés, 1969). A partir de enero de 1923, el matrimonio Xammar se trasladó al domicilio que mantendría durante el resto de su estancia en la capital alemana, hasta el mes de julio de 1937: el número 124 de la Kantstrasse, en el barrio de Charlottenburg. En noviembre de 1922, Xammar había aceptado la corresponsalía del periódico barcelonés La Veu de Catalunya. Los primeros contactos con el órgano del catalanismo conservador los había establecido Xammar por carta con el mismo Francesc Cambó, a quien había conocido durante su etapa en Ginebra, pero fue con el escritor Joan Estelrich que se fijaron los detalles de su corresponsalía. El siempre activo Estelrich era redactor y miembro del comité directivo de La Veu de Catalunya, si bien ejercía, en realidad, como subdirector del diario y cuidaba muy personalmente de la red de corresponsales en el extranjero del periódico. En una carta del 7 de noviembre, Xammar explicaba a Estelrich: «Mi plan es dar a la corresponsalía de La Veu no el carácter de una serie de crónicas hechas según el capricho del escritor (aunque así empiezo), que es el único sistema de corresponsalía que se practica en España, sino el de un trabajo sistemático, basado en el contacto con los centros directores del país» (Pla, 2000, pp. 19 y 20; la traducción de la cita es mía).

Pero el mes de agosto de 1923 llegó a Berlín el también escritor y periodista catalán Josep Pla (Palafrugell, Gerona, 1897-1981), enviado como corresponsal del diario barcelonés La Publicitat, que se había catalanizado recientemente y del que había sido corresponsal en París desde 1920, con viajes frecuentes por toda Francia e Italia en los años anteriores. Más joven e inexperto que Xammar, Pla, que albergaba una gran ambición literaria, no había publicado todavía ningún libro. La pluma periodística de Pla, irreverente e irónica, a la vez que lúcida y escéptica, ya había sido destacada como uno de los grandes revulsivos literarios de la época. Ambos se habían conocido en las tertulias del Ateneo Barcelonés y habían coincidido como colaboradores de El Fígaro de Madrid, aunque la convivencia berlinesa de los dos periodistas trenzó una amistad que tan sólo zozobró en los momentos más duros de la Guerra Civil española, cuando Pla optó por el bando franquista y Xammar, ya desde el exilio, se negó a reconocer la dictadura.

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