POR MANUEL ALBERCA
Al contrario de lo que sostiene el tópico que hermana literatura y periodismo en la Edad de Plata, lo primero que hay que decir es que Valle-Inclán consideraba ambos incompatibles, cuando no excluyentes. Claro que don Ramón fue, en más de un sentido, un escritor especial, tal vez único, y este hermanamiento no contaba para él ni para su concepción de la literatura. A Valle-Inclán no le interesaba apenas el presente ni la actualidad, así que difícilmente podría interesarle el periodismo. Sin embargo, la prensa representó el primer trampolín para ejercitarse en la literatura y, aunque se dedicaría al periodismo de manera discontinua, éste tendría una primordial finalidad alimenticia, y lo abandonó enseguida que pudo vivir de los libros. Sólo en una ocasión quiso volver al periodismo propiamente dicho, fue con motivo de la declaración de la Gran Guerra en 1914 entre Alemania y los aliados.

La prensa estuvo presente en su carrera literaria, pero con fines distintos. Desde sus inicios, sobre todo a partir de 1901, la prensa le permitió dar a conocer las obras que iba escribiendo antes de darlas a la imprenta. La mayoría de sus libros, en especial, los que se consideran de madurez, es decir, cuando ya se había hecho un nombre, aparecería primero por entregas en los periódicos de Madrid, a veces incluso en los hispanoamericanos, por lo que solía cobrar, en general, muy bien. Posteriormente, publicaba el libro una vez que el periódico de turno lo había dado por entregas. Demostró don Ramón un mayor sentido práctico y económico de lo que la leyenda de bohemio y manirroto le atribuiría después. Es decir, Valle-Inclán no sólo es que administrase con acierto sus ingresos, sino que, en la mayoría de las ocasiones, rentabilizaba sus escritos al máximo, cobrando dos veces: primero, por las entregas en los diarios y, después, por las ventas de los libros.

El segundo uso que Valle-Inclán hizo de la prensa fue utilizarla como palanca y altavoz al servicio de su propia y contradictoria estrategia de notoriedad. Desde su instalación definitiva en Madrid en 1895 iría construyendo una personalidad pública (y una imagen física a manera de logo), su leyenda iría, por tanto, creciendo al tiempo que la prensa fue dándole protagonismo. Llegaría a convertirse en un personaje popular, no tanto por su literatura como por su habilidad para concitar la atención de la gente y de los periódicos. Supo utilizar como pocos escritores coetáneos los medios a su alcance para mantenerse en candelero y dar a conocer sus controvertidas y pintorescas opiniones. Fue posiblemente el escritor más entrevistado de su época por motivos extraliterarios.

Como la mayoría de los jóvenes de fin de siglo que aspiraban a ser escritores, Valle-Inclán hizo sus pinitos, primero, en la prensa gallega, la que tenía más próxima, en concreto, en la de Santiago, en cuya universidad cursó sin llegar a terminar los estudios de Derecho. El semanario satírico-literario de Santiago de Compostela, Café con Gotas, y El País Gallego, un periódico regionalista conservador, en el que dejaría de publicar cuando se distanció del ideario que había inspirado su maestro Alfredo Brañas, ambos medios acogieron las primeras publicaciones del joven Valle con las que se fogueó en la literatura, cuando todavía no tenía muy claro cuál sería su profesión. Se dejaba llevar por el prestigio que tenía la figura del literato en su entorno familiar: del padre, que había tenido veleidades poéticas, y del hermano mayor Carlos, que lo habría precedido y abierto las puertas de estos medios periodísticos. Ambas figuras, la del padre y la del hermano, serían su estímulo en estos primeros pasos por la literatura. Pero éstos fueron ejercicios juveniles sin retribución alguna y al servicio de una vocación que era todavía una curiosidad.

Su bautizo literario se produjo en Café con Gotas. La revista era, a la manera de su inspiradora Madrid Cómico, una revista semanal ilustrada, en la que se aglutinaron intelectuales y periodistas de inspiración política regionalista moderada. Surgida en los ambientes estudiantiles de la universidad y animada por estudiantes y profesionales salidos de ella, tuvo una duración de seis años de irregular y guadianesco recorrido entre 1886 y 1892. Aunque no tenía una orientación política expresa, aportaba aire crítico a la acartonada sociedad compostelana, y constituía una saludable vía cómica para desnudar sus defectos y taras sociales. La línea de la revista, más volcada hacia la sátira y hacia la literatura costumbrista, no favorecía, posiblemente, la colaboración de Ramón, sí en cambio la de su hermano Carlos, que fue redactor y colaborador habitual. No obstante, Ramón publicó al menos dos composiciones: un poema que comienza con un tono jocoso para acabar con términos sentenciosos y filosóficos, titulado «En Molinares es verdad notoria…», y un breve relato, «Babel». Tal vez publicase algo más, pero, al no conservarse todos los números de la revista, no se sabe con certeza.

Posteriormente, entre 1890 y 1891, durante sólo unos meses, en su primer intento de instalarse en Madrid, se dedicó al periodismo, pro pane lucrando. Fue, a pesar de todo, un momento decisivo en su vida. Ahorcados de forma definitiva los estudios de Derecho, más libre tras la muerte del padre y con dinero de la familia, viajó a Madrid atraído por el mundo literario de la capital. Para asentarse en la ciudad tuvo que trabajar como redactor periodístico. Para ello se sirvió de sus contactos con Alfredo Vicenti, periodista santiagués y director de El Globo. En este diario llegó a publicar algunos artículos literarios con su firma. Se sabe poco de esta primera estancia en Madrid. Valle-Inclán, como tantos otros jóvenes escritores y artistas del resto del país, que consideraban Madrid una tierra de promisión, buscaba abrirse paso en la carrera literaria. En Madrid asistió a las «peñas» de los cafés y comenzó a darse a conocer entre los jóvenes literatos. No sabemos cómo se ganaba la vida de manera precisa, aunque tampoco debió de tener problemas en este sentido, pero ingresaría alguna cantidad, por escasa que fuese, como redactor de El Globo.

En una de sus crónicas de El Globo, titulada «En tranvía», narra un episodio que, pese a que lo presenta como verídico, difícilmente podía serlo. Un día se encontraba el joven Valle paseando por la puerta del Sol madrileña: «Acertó a pasar por mi lado, andando muy de prisa, un viejecito que montó en el tranvía de la calle Hortaleza; volvime al verlo, con más prisa que si aquel anciano fuese una mujer hermosa, y monté tras él». Se trataba de José Zorrilla. Una vez arriba, ambos trabaron conversación. Zorrilla se mostró accesible y campechano con el joven admirador, que le recordó al maestro su paso por Santiago, cuando Valle-Inclán aún estudiaba en la universidad. Hasta ahí todo casaba, parecía verdad. Bien podía tenerse por una de esas casualidades que ocurren en la vida, sólo que tenía un «pequeño» problema que impugnaba su veracidad. En abril de 1890, Zorrilla había sufrido una grave operación en la cabeza y se encontaba muy enfermo. Además, en las únicas fechas posibles en que dicho encuentro se podía haber producido (abril de 1890-verano de 1891), Zorrilla no vivía en Madrid, por lo tanto, salvo en la imaginación de nuestro hombre, no pudo producirse el encuentro. Dicho artículo pertenece al género periodístico de la crónica-ficción, en el que incurrió más de una vez.

Después de este intento fallido de instalarse en Madrid, viajó a México, donde residió entre abril de 1892 y marzo de 1893. Según todos los indicios, llevaba referencias que le abrieron las puertas de algunos periódicos de la capital azteca. El 12 de marzo de 1892 se embarcó en el Havre, un buque francés que hacía escala en Marín. «El conocido publicista y literato Ramón del Valle-Inclán se dirige a México, en donde se encargará de la dirección de un periódico», se pudo leer en El Faro de Vigo de aquel día. La susodicha dirección de periódico más parece una exageración que otra cosa, pues nunca se supo a qué diario se referían. Las razones aducidas por Valle-Inclán a lo largo de su vida para justificar este viaje son tan variadas como poco convincentes, a cada cual más exótica y fantástica. En cualquier caso, México se presentaba como un horizonte estimulante, en el que había vislumbrado la promesa de poder vivir nuevas experiencias, como recoge Alfonso Reyes en Los dos caminos. Instalado en la capital, comenzó a trabajar enseguida como redactor de El Correo Español, diario portavoz de la colonia española en la Ciudad de México, con el que es posible que hubiese contactado antes de partir a través de amigos y parientes. Su primer artículo firmado apareció el 24 de abril de 1892. Se titulaba «El tranvía», que, con algún pequeño cambio, reproducía el que había publicado en el periódico madrileño El Globo con el título «En el tranvía», el del encuentro con Zorrilla. El Correo Español era el medio de información por el que se vehiculaban las noticias e intereses de los «gachupines» y era considerado en la capital un periódico «patriotero».

Durante las dos semanas que permaneció en El Correo Español, llegó a publicar dos artículos más y cuatro poemas breves con su firma, como recogería años después William Fichter en Publicaciones periodísticas de Valle-Inclán anteriores a 1895. Después pasó al prestigioso diario de la capital azteca El Universal, donde publicó su primera colaboración firmada, el cuento «Zan, el de los osos», el 8 de mayo, el mismo día en que El Correo Español incluía el último de los cuatro poemas que dio a la prensa mexicana. Es sabido que dos de éstos eran un plagio descarado de los que había publicado su padre Valle Bermúdez en Galicia: «Adiós para siempre» y «A una mujer ausente por la muerte». Sin cambiar apenas unas pocas palabras, convirtió los poemas paternos en propios.