POR RAQUEL VELÁZQUEZ VELÁZQUEZ

«Aquí se queda, paseando por vuestras Ramblas, mi fantasma tiernamente agradecido».

César González-Ruano, La Vanguardia,
26 de noviembre de 1950

I
La relación de César González-Ruano con Barcelona fue siempre de verdadera topofilia. Se podría afirmar, al leer esa escritura experiencial que define toda su trayectoria literaria, que existe en el autor una clara conciencia de los lazos afectivos que el individuo establece con el entorno; con los espacios, tanto públicos como privados, y con los objetos que los habitan. Desde la presencia y desde la ausencia, a través de la mirada y de la memoria, Ruano nos dejó entrever su Barcelona. Su aproximación a la ciudad, cuando la vive y cuando la escribe, no parte de una voluntad de dibujar, aprehender, o construir la imagen objetiva, identitaria y fidedigna de Barcelona. Por el contrario, lejos de esa posible motivación un tanto ingenua, Ruano se acentúa a sí mismo como mediador de los bocetos y perfiles que, como escritor, nos ofrece de la Ciudad Condal. Sabe, en efecto (así lo reconocía él mismo en 1956 al recomponer su recuerdo de Barcelona para el lector de Arriba), que «no es posible conocer nunca una ciudad de un modo completo y objetivo. Cada uno vemos una ciudad diferente en la misma ciudad» (González-Ruano, Arriba, 5 de agosto de 1956; Nuevo descubrimiento, 1959, p. 132).

Por ello, cuando Ruano lleva a cabo su cartografía de Barcelona, los textos resultantes representan, más allá de la referencialidad necesaria, una imagen ficcional de la ciudad, que transforma o reconstruye, en cierto modo, Barcelona, pero ayuda, asimismo, a comprenderla.[i]

Desde el marco de la geocrítica,[ii] los textos ruanianos funcionarían como una pieza más de la multifocalización por la que debería caracterizarse todo intento de entender la ciudad, de esa Barcelona con la que coincidió el escritor, que incluiría a otros cronistas de más derecho quizá que el visitante forastero, alojado en el hotel Oriente una vez por semana, que fue Ruano. La mirada de éste, mucho más manifiestamente tamizada por su «yo», se une a la de cronistas como Sempronio, Manuel Vigil, Rafael Manzano o, incluso, el fotógrafo Català-Roca,[iii] que por los mismos años están dibujando, asimismo, su personal estampa, textual o visual, de Barcelona.

Sin embargo, a diferencia de estas otras voces, la lectura —literal y metafórica— que elabora Ruano de la ciudad suele desembocar en una suerte de paseo sentimental, donde el yo que ha recorrido espacios urbanos, lugares de la intimidad y de la colectividad tiene incluso más protagonismo y presencia que el propio espacio. Si bien algunas lecturas pudieron contribuir a la configuración de la Barcelona por parte de Ruano, los materiales que conforman esa imagen —dada a retazos— son mayoritariamente vivenciales y fruto de un nexo especial con la ciudad y sus gentes que nunca se cansó de recordar. Incluso tras abandonar su voluntario retiro en Sitges en la primavera de 1947 e instalarse de manera definitiva en Madrid unos meses más tarde,[iv] el escritor siguió evocando, en las páginas de la prensa catalana y madrileña, el amor que lo unía a Barcelona, ciudad que no dejó de visitar con frecuencia y a la que decía sentirse «espiritualmente vinculado» (La Vanguardia, 7 de abril de 1954).[v]

A pesar de este cariño que siempre afloró en las referencias a la ciudad, no se animó Ruano a escribir una guía de viajes de Barcelona, como sí hizo —por encargo; de ahí su carácter más objetivo— para las ciudades de Madrid, Cuenca o Sitges. Tampoco reunió en volumen algunos de sus artículos de tema barcelonés, siguiendo la línea de obras como Madrid entrevisto (1934), Caliente Madrid (1961) o Pequeña ciudad (1963), fruto de la recopilación de artículos publicados previamente en prensa. Por el contrario, la imagen de Barcelona se va organizando –como hemos avanzado– a pinceladas, dispersas, dadas en sus colaboraciones periodísticas y en las anotaciones de su Diario íntimo. Esas colaboraciones son precisamente el origen de los tres capítulos dedicados a Barcelona incluidos en su libro de viajes Nuevo descubrimiento del Mediterráneo (1959), publicados con anterioridad en el diario Arriba los días 22 y 29 de julio y 5 de agosto de 1956. Su «escritura del día»[vi] es, pues, la que acoge la traslación textual de los espacios de Barcelona por los que pasea su mirada; resultado del entusiasmo con el que el autor experiencia la cotidianeidad de los días, sus gentes, el movimiento de sus calles y plazas, sus cafés y tabernas, o la intimidad de sus viviendas. Al hacerlo, Ruano reivindica su presencia en esos espacios, vehiculando las distintas piezas que describen su propia intercomunicación con los mismos, uniendo la Barcelona vivida y la Barcelona recordada. Se convierte, así, en un singular embajador de la ciudad, llenando las páginas de la prensa madrileña de noticias, acontecimientos y personalidades destacables de Barcelona, que contribuyeron, sin duda, a estrechar los lazos culturales entre la Ciudad Condal y la capital madrileña; una necesidad que Ruano promulgó en múltiples ocasiones.

La cartografía tanto urbana como humana que se ofrece de Barcelona en las páginas ruanianas cobra más intensidad entre los años 1943 y 1947, cuando su trayectoria vital y literaria está más vinculada a la ciudad desde la cercanía que le da su residencia en Sitges. Sin embargo, se retrotrae, asimismo, a los últimos años de la década de los veinte, cuando el joven Ruano visita Barcelona y comparte sus primeras impresiones en revistas y periódicos madrileños. De igual modo, se dilata en el tiempo hasta los últimos años de vida del autor, pues, aun después de reincorporarse definitivamente a la vida literaria madrileña, sigue pasando estancias más o menos breves en Barcelona, cuya crónica lleva a las páginas de la prensa. Esta circunstancia nos permite ver los cambios en la perspectiva de Ruano sobre la ciudad, las transformaciones de la ciudad misma, y propicia los viajes por la memoria, que facilita el tono nostálgico que domina, en general, en la literatura del escritor.

Barcelona cumple un papel fundamental en la trayectoria profesional de González-Ruano. Fue la proximidad de la ciudad lo que contrarrestaba el aparente retiro y apartamiento que parecía suponer Sitges, cuando Ruano, a su vuelta a España tras casi ocho años transcurridos por Europa, decidía instalarse en la villa. Barcelona impedía la incomunicación y el aislamiento y le proporcionaba, a su llegada en los últimos meses de 1943, los primeros contactos editoriales, las amistades y las posibilidades de colaboración periodística que requería. Por ello, al tratar de construir la Barcelona de Ruano, es necesario empezar por entender las conexiones que determinan el arraigo para el escritor y que, en consecuencia, convierten a la ciudad en fuente de inspiración y objeto literario.

 

II
Ruano se integró rápidamente en la rica vida cultural barcelonesa, fraguando una interesante red de amistades y contactos profesionales (escritores, editores, directores de revistas) que contribuyeron a que el autor recuperara su puesto en la vida literaria española después de los años de ausencia y el oscuro episodio parisino.

Sus primeras colaboraciones en Barcelona se las ofrece la revista Destino, que, en aquellos momentos, estaba a cargo de Ignacio Agustí —su director— y Josep Vergés —su gerente— (cf. Geli y Huertas, 1990). En Destino, adonde había llegado de la mano de Juan Ramón Masoliver, amigo de la etapa de Roma, Ruano publicó un total de cuarenta y seis artículos entre el 27 de noviembre de 1943 y el 6 de enero de 1945. Irónicamente, el último artículo de Ruano en el semanario barcelonés aparecía el mismo día que el jurado del Nadal se reunía para deliberar el premio que le otorgarían a Carmen Laforet, razón última de la ruptura definitiva con la revista y temporal con los amigos Agustí y Masoliver. La calidad de los artículos que González-Ruano publica durante un año en Destino es bastante desigual (las primeras colaboraciones ni siquiera las firmó), aunque se observa un progresivo interés en la atención y el cuidado que dedica el escritor a esta colaboración semanal. Son quizá más relevantes desde el punto de vista sociológico, puesto que ayudan a entender tanto los perfiles de las amistades que se van gestando en los primeros meses de su llegada como la idiosincrasia de sus proyectos profesionales. Pensando en el lector barcelonés, y poniendo en práctica su poética intimista y autobiográfica para el artículo periodístico, Ruano dedica —orgulloso— muchas de sus colaboraciones a exponer sus lazos de amistad y confianza con las figuras sobresalientes de la vida artística de Barcelona y Sitges. De las páginas de Destino se vislumbra la estrecha relación con Ignacio Agustí y, en general, con el grupo del semanario, que se concretaba en la asistencia a los respectivos homenajes, el interés de cada uno por los libros del otro y en los frecuentes encuentros en forma de reuniones, días de playa y cenas de amigos.

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