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Bibliografía

2002. El Mundo Indígena: Iconografía de Luz, Instituto Nacional Indigenista/Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México.

Jáuregui, Jesús y Yoel Mesa Falcón. “Lumholtz en México, de naturalista a antropólogo”, National Geographic, págs. 84/93. Junio 2000.

Lumholtz, Carl. 1986. El México Desconocido, Instituto Nacional Indigenista, México.

Lumholtz, Carl. 2000. Montañas, Duendes, Adivinos..., Instituto Nacional Indigenista, México.

Salopek, Paul. “Peregrinaje por la Sierra Madre”, National Geographic, págs. 56/83. Junio 2000.

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Pero Luis Aguilar, huichol, señaló hacia el Sur, hacia donde acaba el “océano de montañas”, como Lumholtz llamó a la Sierra Madre, y donde asoma el volcán Tequila, rodeado de sus negros campos de lava.

- Desde aquí se ven las meras luces de Guadalajara, dijo Luis, venimos a la noche y nos las quedamos mirando, es bien bonito...

Desde Guadalajara, una estela blanca avanzaba por el cielo resplandeciente, en línea recta hacia el Norte.

- Ese va para Los Ángeles..., dije.

Luis Aguilar me observó con cierta curiosidad.
- Usted viene de muy lejos, no es cierto? Entonces tuvo que tomar uno de esos aviones?

- Sí, claro...

- Y son muy grandes? Entran muchas gentes en ellos?

- Sí, Luis, le dije, toda esta comunidad de ustedes entra en uno solo de esos aviones...

Y fue como una alucinación sentir la fragilidad de toda esa cultura huichol, aferrada con las uñas a sus montañas entre la polvareda de los camiones madereros, y que un simple vuelo de un Boeing puede depositar en dos horas en Los Ángeles o en Dallas. Pero no ha de ser así el viaje, en todo caso será el camino del desierto y los coyotes, donde muchos mueren en el intento (más en un año que en toda la historia del muro de Berlín!), y los hechiceros huicholes limpiarán los cristales postmodernos de las torres californianas o texanas, y las chicas huicholes serán sirvientas de alguna Miss Amy, y los chicos formarán como guerrilleros del narcotráfico en Tijuana o El Paso, en nombre de la globalización y, paradójicamente, del multiculturalismo.

Recordé a Lumholtz, (resonancias infinitas de los textos y de las imágenes!) diciendo “es la misma vieja historia de siempre, en América, en África, en Asia y en todas partes. El nativo de mente simple es víctima del blanco progresista que, por las buenas o por las malas, lo despoja de su tierra. Su asimilación puede beneficiar a México, pero también podría uno preguntarse: es justo? Debe el débil ser aplastado primero, antes de que pueda ser asimilado por la nueva condición de las cosas?”.

Y ya que los plagios no existen, quiero acabar como el bello artículo de Paul Salopek: “No hay pierde’, aseguran los campesinos mexicanos cuando se les pregunta por una dirección, refiriéndose a la senda, al camino o a la memoria”.



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Huichol, del náhuatl huichotl, agricultor. Denominación dada por los aztecas a los pueblos, nunca incorporados a su imperio, que habitaban en el sur de la Sierra Madre Occidental, en los actuales Estados de Jalisco y Nayarit ...”, Diccionario del Castellano de México, El Colegio de México, 1998.

“Wirrárica es como los huicholes se llaman a sí mismos, palabra cuyo sentido es ‘doctores’ o ‘hechiceros’, denominación muy justiticada por ser chamanes la cuarta parte de sus hombres” Carl Lumholtz, El México Desconocido, 1902.

Llegamos a la cima de la colina, donde un grupo de pinos (lumholtzii?) se agitaba con el viento de la montaña. Hacia abajo, la comunidad de El Roble, las laderas cuadriculadas por las pequeñas milpas de maíz, las casas y los graneros, el centro comunitario con la escuela-hogar donde los niños se habían amontonado para salir en las fotos y el campo de fútbol donde la bizarra juventud huichol se enfrentaba con las camisetas de Cruz Azul y del Toluca.
Allí acababa de conocer a Iván Rivera, quien recorre los pueblos indios con un jeep y un equipo de proyección, pasando viejas películas de Pedro Infante y Maria Félix (“Che, ¿qué hace un argentino en este lugar?”, me gritó Iván, probablemente el único en cien kilómetros a la redonda capaz de identificar el acento rioplatense, gracias a Argentina Sono Film y a Libertad Lamarque).

Pero también se veía el camino, con la polvareda de un camión tras otro, trayendo troncos gigantescos desde el confín profundo de la Sierra Madre, testimonios de devastación.

Miré hacia el Oeste, donde el Río Grande de Santiago corta la Sierra, y se lo atraviesa en una balsa de la comunidad, tripulada por huicholes marineros, y donde los controles del Ejército revisan minuciosamente a todos los vehículos, menos a los camiones madereros. Más allá se extiende la llanura de Tepic, la mole aislada del volcán Sanganhuey (“El Solitario”, en lengua huichol), y luego fértiles laderas y los restos de una espléndida mata costera y el Océano Pacífico.
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Y también se van los humanos, dejando pueblos abandonados, mientras que la reterritorialización post-TLC asigna a la Sierra Madre un carácter estratégico para los circuitos del narcotráfico, y para las fuerzas militares que se le opondrían: una tercera parte de la heroína consumida en Estados Unidos es producida en la Sierra Madre.

Aquí y allá se implantan megaproyectos ecoturísticos, como el de la Barranca del Cobre, descrita en su agreste soledad por Lumholtz.

“Quizás necesitemos un hotel, quizás no”, dijo a Salopek el gobernador tarahumara de la comunidad de Norogachic, donde se proyecta construir 4.000 habitaciones de hotel, 1.500 espacios para casas rodantes y 500 lugares para carpas, más carreteras, aeropuerto, líneas de alta tensión, estación de tratamiento de aguas, shoppings centers, para albergar 500.000 turistas norteamericanos por año. “Nuestro problema es que nadie nos preguntó”, decía el dirigente indígena.

Salopek le pregunta por Lumholtz: “Recuerdo historias sobre el hombre de la mula. Llegó solo. Debe haber estado loco”, es la respuesta inquietantemente especular que recibe.

Claro que Salopek, su mula y su cámara no provocan entre los actuales habitantes de la Sierra Madre la repercusión que tuvo el noruego Lumholtz en su tiempo. Lo toman por narcotraficante, por mormón errante, por buscador de oro o por maestro rural. “De dónde vienes, güerito?”, le preguntan al verlo llegar, ofreciéndole tortillas y recompensando a la mula con emplastos. “Vengo del otro lado”, responde Salopek, y dice que está buscando a un amigo que se perdió hace mucho tiempo, lo que es cierto.

“Carl Lumholtz sabía todo sobre la marginación cultural, y esa es una de las razones por las que lo busco, para interrogar a su soledad tan afin a la mía”, escribe.

Tampoco Salopek se libra de peligros, como cuando es capturado por un grupo de cultivadores de marihuana, que deliberan si deben matarlo, y a los que seduce como Scherezade contando la historia de Lumholtz y la de su propio padre, militante demócrata seguidor de Bob Kennedy. Afortunadamente, la seducción narrativa funciona y lo dejan seguir viaje, probablemente porque lo toman por loco.

Un relato del viaje de Salopek, con excelentes fotografias actuales y varias de Lumholtz, y con sensibles reflexiones de ambos, fue publicado en la edición de junio 2000 de National Geographic. A ese artículo debo mi descubrimiento de Lumholtz, e intertextualidad mediante, mi propia diminuta incursión en la Sierra Madre huichol.



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En 1902 se publicó su libro en inglés, en dos volúmenes: Unknown Mexico. A Record of Five Years of Explorations among the Tribes of Western Sierra Madre, in the Tierra Caliente of Tepic and Jalisco and among the Tarascos of Michoacan, Charles Scribner’s Sons, New York. En 1904 saldrá la traducción al castellano, también por la misma editorial.

Desde luego, el trabajo de Lumholtz vino a constituir un importantísimo llamado de atención sobre los pueblos de la Sierra Madre, y fue el punto de partida de una importante tradición de investigación etnológica mexicana, norteamericana y europea. Sus escritos fueron comentados por próceres como Franz Boas, Marcel Mauss o Lucien Lévy-Bruhl. Él continuó recorriendo el Norte de México y escribiendo artículos sobre la región y sus pobladores hasta 1910, cuando comienza la revolución. Pero, Lumholtz no se dejará detener por una revolución: parte ahora hacia nuevas aventuras, en una expedición remontando los ríos de la selva de Borneo, un proyecto que será interrumpido, a su vez, por la Primera Guerra Mundial. Falleció en Estados Unidos, en 1922, en una clínica para tuberculosos, solitario como siempre y más desconocido aún que en su México.



Gringo Viejo: Derivas por la Sierra Madre

Deliciosas intertextualidades marcan los viajes. A veces, provocan desmesuradas aventuras, como la del californiano (criado en México) Paul Salopek. A lo largo de nueve meses de 1998 y 1999, también solitario y a lomo de mula, Salopek rehizo la ruta de Lumholtz. Obviamente, tuvo a su favor el progreso registrado en el último siglo por la tecnología fotográfica: duele imaginar el embrollo que sería el equipo de Lumholtz y el peso de las placas de vidrio y los elementos químicos.

A pesar del pesimismo de Lumholtz, las culturas indígenas de la Sierra Madre han sobrevivido, e inclusive, en un movimiento que es común a toda América, y especialmente vigente en México a partir de la insurrección zapatista, están reafirmando su identidad cultural y política. Pero, ahora la Sierra Madre se ha transformado en el espacio de una inmensa desagregación. La destrucción de los bosques nativos de coníferas alcanza niveles catastróficos. Y como antes el carpintero imperial, con los pinos y los robles centenarios desaparecen también los osos pardos y los lobos grises, que hoy sólo subsisten en reservas auspiciadas por empresas multinacionales.

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Esa experiencia profunda va dejando sus marcas en el noruego, y esa dimensión está inscripta también en su texto: “Nunca sentí aislamiento entre ellos. Tantas cosas suceden en el reducido mundo en que habitan, que es imposible que no excite el interés de observarlos y el estímulo de estudiarlos. Compartiendo sus gozos y sus penas, penetrando en sus pensamientos y aprendiendo a comprender su ciencia tradicional y simbolismos, me sentí transportado a millares de años atrás, a las primeras etapas de la historia humana. Tribus primitivas como son, me han enseñado una nueva filosofía de la vida, pues su ignorancia está más cerca de la verdad que nuestras preocupaciones”.

Otro pionerismo de Lumholtz es la utilización de cilindros de cera para grabar canciones indígenas, un recurso tecnológico que recibió del propio Alexander Graham Bell. Las grabaciones, conteniendo sesenta canciones, se conservan en el Museo de Oslo. En algún momento, entre las voces de los indígenas se destaca la grave y dulce voz del propio Lumholtz, entonando una melancólica canción de marineros noruegos.
A lo largo del trayecto, Lumholtz se informa sobre lugares de combates o matanzas de apaches, y allí realiza recolección de restos óseos. Naturalmente, eso le crea una muy mala fama, que lo precede en su trayecto, y provoca miedo en las comunidades a las que llega. Y esta desconfianza se incrementa por su pretensión de retratar a las personas, con el primer equipo fotográfico que se adentra en la Sierra Madre. No falta tampoco, en tierras huicholes, el sacerdote católico que advierte a los indios contra el diabólico gringo protestante que se aproxima, para robarles las almas con su cámara. Mientras tanto, los indígenas mejor informados vinculan su cámara con instrumentos de agrimensura, que sólo podían significar robo de tierras. Teniendo en cuenta todo esto, es admirable imaginar la paciencia y la tremenda determinación solitaria con la que Lumholtz llevó adelante su tarea.

No le falta ningún contratiempo, como en Norogachic, cuando se quiebra el anillo del objetivo de su cámara, lo que podría inviabilizar su proyecto. Pero precisamente ese día está alojado en casa del padre Bejarano (de quien hace un retrato espléndido), cuyo padre había sido herrero. Las hermanas del cura, merced a las herramientas y a los saberes paternos heredados, consiguen reparar el desperfecto. (¡Oh, tiempos...!). Los curas lo persiguen, ya que en otra ocasión es capturado por unos bandidos cuyo jefe se viste como sacerdote y suministra falsos sacramentos. Toda la narrativa de Lumholtz está poblada de detalles deliciosos, que va hilvanando con minuciosas descripciones de los rituales, de las comidas, de observaciones y mediciones antropométricas.
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Sin duda, Lumholtz fue el primer investigador que, a través de su amistad respetuosa con los hechiceros indígenas , accedió a los efectos alucinógenos del jículi o peyotl (“Resentí los posteriores efectos de la droga (...) comencé a ver imágenes, consistentes en hermosos relámpagos y cabrilleos purpurinos y verdes”). Tuvo a su favor para amigarse un gusto muy escandinavo por la bebida, que le permitió compartir homéricas borracheras con los hechiceros.

A lo largo de esos años, recorriendo en lomo de mula toda la extensión de la Sierra Madre, hasta el Estado de Jalisco, Lumholtz convive, en grados diversos de aceptación, con comunidades de las etnias tarahumara (dieciocho meses), tepehuana, cora, huichol (diez meses), nahua y tarasca.
“Prácticamente, Lumholtz inventó la técnica de la observación participante”, dice el antropólogo mexicano Jesús Jáuregui. “En esa época, los etnólogos victorianos solían establecer jerarquías simples de la cultura humana a partir de unas cuantas anécdotas dispersas. Entonces llegó ese extraño noruego y pasó largos períodos de tiempo con los indígenas, aprendiendo su verdadera complejidad. Logró algo muy raro: levantar esa máscara que ellos llevan en presencia de los extraños”.

Es notable, también, su mirada fotográfica. En una época en que aún predominaba la fotografía de motivos típicos o exóticos, veinte años antes de Malinowski, Lumholtz elabora espontáneamente un empleo propiamente etnológico, vinculado a la recuperación integral de una cultura, embebida en un ambiente determinado.



 
Durante ocho meses, hasta abril de 1891, la expedición Lumholtz atraviesa la Sierra Madre en varias direcciones, en los Estados de Sonora y Chihuahua. Se hacen observaciones y registros geológicos, botánicos, etnográficos y meteorológicos. Son descubiertas cavernas con indicios de ocupación humana, donde se realizan excavaciones. Finalmente los viajeros entran al territorio indígena de los tarahumaras.

En este punto del trayecto se produce una radical transformación del proyecto de Lumholtz. Sea por dificultades financieras (como se hace explícito) o por motivos espirituales que afectan al coordinador del proyecto, el hecho es que el equipo de Lumholtz vuelve a Estados Unidos con sus colecciones. A partir de diciembre de 1891 y hasta 1898, el noruego, solo con su cuaderno de notas y su engorroso equipo de fotografía en el lomo de mulas, permanecerá viajando por la Sierra Madre, conviviendo con los pueblos indígenas, registrando imágenes de paisajes, de flora y de fauna, de fiestas, hechiceros, cazadores y guerreros, hombres y mujeres, indígenas o mestizos.
Fotografia inclusive especies luego desaparecidas, como el pájaro carpintero imperial, y un árbol bautizado como Pinus lumholtzii, que hoy los mexicanos llaman “pino triste”. Más de dos mil placas de vidrio conservan sus imágenes, de una vitalidad y frescura impresionantes.



Lumholtz pasó un año y medio con los tarahumaras, en una época en que éstos eran totalmente ignorados por la sociedad mexicana (de allí la apelación al “México desconocido” de su título). “A menudo me dejaba estupefacto la ignorancia de los mexicanos acerca de los indios que vivían a sus puertas. Salvo ciertos especialistas distinguidos, aún los mexicanos inteligentes saben muy poco de las costumbres y mucho menos de las creencias de los aborígenes”.

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El amor por la naturaleza se fue apoderando cada vez más de mí, y un día pensé en la desgracia que sería morir sin haber visto toda la Tierra”.

En 1880, auspiciado por la Universidad de Cristianía, Carl Lumholtz parte hacia Queensland, Australia. Pasará allí cuatro años, formando colecciones zoológicas para museos europeos, que incluyen un canguro arbóreo, hasta entonces desconocido. De vuelta en Europa, quizás las noticias sobre las últimas luchas de los apaches lo estimulan a explorar ahora los territorios del Norte de México. En New York se vincula con Franz Boas, y gana el apoyo financiero del Museo de Historia Natural. En México consigue una entrevista con el dictador Porfirio Díaz, quién le otorga autorización y respaldo para su expedición.

Lumholtz tiene una ambición definida: rastrear en la Sierra Madre mexicana a los pueblos habitantes de cavernas, emparentados seguramente con los del sudoeste de Estados Unidos. Pero su expedición, como dijimos, incluye un equipo multidisciplinario, que pretende hacer un relevamiento de conjunto de la región.
Comienza allí una de las grandes aventuras de la antropología y de la fotografía, que tendrá como resultado el relato de los viajes y de las observaciones de Lumholtz (El México Desconocido, publicado por primera vez en 1902), más de 2.000 negativos de vidrio, colecciones de plantas (27 especies desconocidas hasta entonces), mamíferos (55), un millar de aves y una profusa colección de objetos de los pueblos indígenas de la Sierra Madre. Las imágenes, que acompañaron las sucesivas ediciones del libro (1945, 1960, 1986), han ganado ahora autonomía en una publicación específica, Montañas, Duendes, Adivinos... (2000), preparada a partir de los negativos de segunda generación que conserva en México el Instituto Nacional Indigenista (los originales en placa de vidrio, junto con los objetos, están en el American Museum of Natural History). En 2002, el Instituto Nacional Indigenista, junto con el CIESAS, editó un CD con imágenes de su Fototeca Nacho López, coordinada por Teresa Rojas e Ignacio Gutiérrez Ruvalcaba, que incluye muchas imágenes de Lumholtz (El Mundo Indígena: Iconografía de Luz, INI/CIESAS, México, 2002). Y en 2003, en la Casa de Cultura de Tlalpan, se realizó una exposición de fotos de Lumholtz tomadas durante sus expediciones en Australia, India y Borneo.








Héctor Alimonda

Para Ana Galano, esta historia que le hubiera gustado...

“Al principio Miss Amy ni siquiera le dirigía la mirada a su sirvienta Josefina. La vió la primera vez y confirmó sus sospechas. Era una india. Le indignaba que se usara llamar “latina” o “hispana” a esta gente que en nada se diferenciaba de unos comanches venidos demasiado al Norte, a invadir Chicago...”
(Carlos Fuentes, La Frontera de Cristal, 1995).

Bisbee, Arizona, 9 de septiembre de 1890. La narración puede comenzar como el final de tantos westerns: una caravana de veintinueve jinetes que se interna en el desierto, en dirección a la frontera de México. Se dirigen a la región que acaba de ser “pacificada” con la rendición o el exterminio de los últimos apaches, la Sierra Madre del Norte, que desde Sonora se extiende hacia el sur, a lo largo de 1.400 kilómetros y de ocho estados de la República mexicana.
La expedición es patrocinada por el American Museum of Natural History de New York, e incluye dos botánicos, un minerólogo, dos arqueólogos, dos geógrafos y un zoólogo, además de un cocinero chino llamado Ki, arrieros y guías, todos ellos dirigidos por un singular etnólogo, el noruego Carl Lumholtz. Nacido en 1851, hijo de un oficial del ejército noruego, desde niño se dedica a caminatas por lugares silvestres y a formar colecciones zoológicas. Destinado por su padre a la carrera de pastor, es internado en un seminario de teología, una dura experiencia cerrada por un colapso nervioso, que le abre a otros destinos.

“Para recuperar la estabilidad de mi sistema nervioso (escribirá muchos años más tarde) me dediqué exclusivamente a mis colecciones de aves y mamíferos y a estudiar su modo de vida. Daba largos paseos por los bosques y las cosas simples, como la belleza de los sauces reflejados en los estanques de la montaña, me conmovían hasta las lágrimas.

 

El Tesoro de la Sierra Madre (sobre tarahumaras, coras, huicholes, escandinavos y otros gringos).


El siguiente artículo es un acercamiento al trabajo de dos atropólogos que en momentos diferentes recorrieron la Sierra Madre de México. Por un lado, está la expedición realizada por el noruego Carl Lumholtz en 1890, que la recorrió durante un año, a lomo de mula, conviviendo con distintas comunidades y grupos indígenas entre los cuales están los Tarahumara. En dicha expedición, Lumholtz llevó a cabo un exhaustivo registro escrito y fotográfico. Por otro lado, el antropólogo Paul Salopek que a lo largo de nueve meses, entre 1998 y 1999, también solitario y a lomo de mula rehizo la ruta de Lumholtz, dando cuenta de las transformaciones de las comunidades indígenas.

Palabras Claves: Lumholtz, fotografía indígena, xxpedición a Sierra Madre, Tarahumara.



Autor: Héctor Alimonda
Doctor en Ciencias Humanas. Profesor del Curso de Postgraduación en Ciencias Sociales, Universidad Federal Rural de Rio de Janeiro, Brasil. Coordinador del Grupo de Trabajo en Ecología Política del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.


e-mail:
hectorali@alternex.com.br



Revista Chilena de Antropología Visual -
número 5 - Santiago, julio 2005 -
17/27 pp. - ISSN 0718-876x.
Rev. chil. antropol. vis.



 
 
 
 
 
 
 
 

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El Tesoro de la Sierra Madre (sobre tarahumaras, coras, huicholes, escandinavos y otros gringos).


The following article is an approach to the work of two anthropologists that in different moments crossed the Sierra Madre of Mexico. On one hand there is the expedition realized by the Norwegian Lumholtz in 1890 that run over there for one year in the back of a mule coexisting with different communities and indigenous groups between which the Tarahumara are. In this expedition Lumholtz realized an exhaustively written and photographic record. On the other hand there is the anthropologist Paul Salopek who throughout nine months between 1998 and 1999, also solitary and in the back of a mule, re-did Lumholtz's route, putting forth of the transformations of the indigenous communities.

Key Words: Lumholtz, indigenous fotoghaphy, Sierra Madre expedition, Tarahumara.




Autor: Héctor Alimonda
Doctor en Ciencias Humanas. Profesor del Curso de Postgraduación en Ciencias Sociales, Universidad Federal Rural de Rio de Janeiro, Brasil. Coordinador del Grupo de Trabajo en Ecología Política del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.


e-mail:
hectorali@alternex.com.br



Revista Chilena de Antropología Visual -
número 5 - Santiago, julio 2005 -
17/27 pp. - ISSN 0718-876x.
Rev. chil. antropol. vis.