Manos que no se precipitan, que observan antes de actuar, presentes, precisas, manos que respetan al otro por encima del propio impulso, que escuchan y son prudentes. Manos que antes de hablar dejan espacio para que el cuerpo del niño nos explique, nos dé respuestas. Manos que se interesan por el otro y danzan con las necesidades del otro. Palabras que no lo saben todo, que dan ideas, que proponen y ofrecen, no desde un saber que se cree rotundo sino desde la ilusión de encontrar soluciones conjuntamente.
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