Suite francesa

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1. Entonces, ¿qué es?

“Rimbaud es uno de nuestros más grandes poetas, pero no es un escritor propiamente; no es alguien que prepare libros para editarlos, logre que se publiquen, tenga problemas con sus editores y espere con ansiedad la reacción de la crítica, si tiene éxito o no. Publicó por su cuenta algunas poesías de su primera juventud, especialmente versos latinos escolares, Una temporada en el infierno cuando cumplió diecinueve años, de la que casi inmediatamente se desinteresa, envía seis ejemplares a sus amigos, quema algunos (sic), según su hermana Isabelle, y olvida el resto en casa del impresor, cuyo hallazgo se hizo mucho después de su muerte…”

A los veintidós años deja de escribir y se marcha a Abisinia, poco menos que el fin del mundo en esos tiempos. Un enigma. Poeta, pero como dice Michel Butor, a quien pertenece el retrato anterior, “no un escritor propiamente”. Pero si no es escritor, ¿qué es? ¿Puede existir un escritor al que no le importen nada críticos, éxito o fracaso literarios, editores, lectores, sus libros? ¿Eso hace a un escritor? ¿No basta con escribir versos, y qué versos, como los de Rimbaud, o los de quien sea?

“De Rimbaud se ha escrito todo, y aún más”, aseguró Albert Camus.

2. Benemérita

Marie Harel, granjera del siglo XVIII, pasa por ser gloria de la cocina por ser la descubridora, o inventora, de un platillo admirable. Se trata de un queso, y no de cualquier queso, sino del que lleva el nombre del pueblo donde Marie Harel vivió, Camembert. La señora ha sido inmortalizada con un monumento de piedra, grande como una vaca, que representa no a ella, que sería el pecado de los que llaman de culto a la personalidad –gastronómica, en este caso–, sino una limpia rebanada de queso. Por fin, un monumento al queso. Pero observa la periodista Janet Flanner que la escultura parece rebanada de queso gruyere, no de queso camembert. Y añade contrariada por el error: “no es justo, de veras, no es justo”.

¿Un monumento al queso? Me parece muy bien, más lógico, mucho más lógico, celebrar lo que hace dulce y gozoso el vivir, por humilde que sea, que las figuras de la política y la guerra, siempre discutibles.

En Cotija, Michoacán, bien podría alzarse un monumento al delicioso queso de la región que, si bien no es el grande y poderoso camembert, hay que reconocerlo, tiene lo suyo.

Tres cosas me tienen preso

de amores el corazón:

la bella Inés, el jamón

y berenjenas con queso

“De Cotija”, podría añadir a estos cáusticos versos de mi admiradísimo Baltasar del Alcázar (de origen judío, que nació en Sevilla en 1530 y murió en 1606, mucho para esa época: alcanzó 76 años). Como cuando el Quijote le escribe un poema a Dulcinea, y agrega “del Toboso”:

hirióle amor con su azote,

no con su blanda correa,

y en tocándole el cogote

aquí lloró don Quijote

ausencias de Dulcinea

del Toboso.

3. La ingratitud de los enfermos

Según el antropólogo Lévy-Bruhl, “los primitivos que han sido cuidados por médicos europeos no guardan gratitud alguna. Es más, esperan del médico alguna retribución, como si fueran los enfermos los que han prestado el servicio”. En este sentido, el dentista es el que recibiría el mayor placer: llegaba incluso a pagar hasta cincuenta céntimos por diente. ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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