N.º 46El texto teatral

 

La generosa aventura de Jesús Campos

Santiago Martín Bermúdez

Jesús CamposCuando conocí a Jesús Campos, en algún momento de finales de los ochenta, no podía imaginar que íbamos a vivir él y yo estas “aventuras completas” de la Asociación de Autores de Teatro, que ahora han llegado a su fin. Para él y para mí, quiero decir. La verdad es que, por entonces, ni siquiera existía la asociación. Conozco a Campos por un artículo en una revista, en el que pongo muy bien una obra suya publicada por La Avispa. Agradecido, quiso conocerme. Entre paréntesis: yo no era autor por entonces, lo había dejado en mi extrema juventud (ay), sin saber que volvería poco después (pero ahora como intruso). Otro paréntesis: algún que otro autor allí elogiado no se mostró tan agradecido. Y algún otro, no favorecido, no cejó en su rencor hasta (su) final. Somos así. Bueno, no sólo los autores. Diré, de paso, que Campos no es así, y que acepta con deportividad que alguien inferior a él descalifique un escrito suyo. Lo sé, lo he visto.

Si me permiten, otro paréntesis doble. Campos es de la misma tierra que mi madre, y allí tienen refranes muy bonitos.

Por ejemplo: “Dame más, que más me merezco”. Una socarronería.

O bien: “Quien no es agradecido, no es bien nacido”. Toda una sentencia.

¿Sabidurías populares?

En 1998 la lista encabezada por Jesús Campos como presidente, con Domingo Miras como vicepresidente y el que esto firma como secretario general, gana las elecciones para formar la junta de la AAT. No era una simple candidatura más a los ocho años de formarse la asociación, era todo un proyecto que iba a convertir un esbozo de grupo en una entidad adulta. Allí empezaba un periodo de trabajo considerable, progresivo; esto es, cada vez más trabajo. El mayor peso lo llevaba Campos. Campos tiene la virtud del trabajo y la habilidad de llevarlo a cabo con eficiencia. Además, ahora esa virtud y esa habilidad tenían el sentido de ser todo un designio, el de la defensa del autor de obras teatrales. Así de sencillo, así de complicado.

Este escrito iba a empezar de otro modo, pero de momento tenemos que ser prudentes, y no porque esperemos que la censura desaparezca: nunca desaparecerá en nuestro país, ni en la corte madrileña ni en la catalana. Esperaremos a que no nos afecte de manera directa. Por edad, tanto Campos como yo estamos en el buen camino. Me echo las manos a la cabeza al ver cómo la gestión de Campos frente a la AAT ha sido poco benéfica para sus intereses como autor dramático frente a eso que llamamos el poder, en especial cuando el poder (que es concreto, no total, en especial en este sector minifundista que es el teatro) se considera legitimado por ser, qué sé yo, progresista, vanguardista, marginal incluso. ¿Se imaginan que el poder se considere marginal? No hace falta que lo imaginen, yo lo vi (oí) por todos ustedes.

Jesús Campos

Si hubo un tiempo en que tenías que disimular cualquier atrevimiento, ahora tienes que simular que te atreves. La mueca de la vanguardia es, en rigor, una lucha contra la renovación de las formas y los contenidos, y puede darse desde los despachos, en los que se dice o no. Si vivimos tiempos de democracia contra sí misma en periferias fascistoides, hace tiempo que se instaló por todas partes donde pudo una vanguardia contra sí misma. Al tiempo, se finge luchar por esa renovación. En cuanto al mercado, eso es otra cosa, sobre todo en el sector del teatro. Pues bien, al tiempo que Campos era “evitado” por algunas autoridades a las que él siempre tendía la mano a favor de la profesión (¿somos una profesión?), había quien creía que él era un poderosillo, un cacique de asociación, de esos que no faltan por ahí. Y si un compañero fingía rebelarse contra él, y el pequeño poder lo favorecía por ello, había quien aplaudía al rebelde, atrevido. Ay, Jesús, la hipocresía es uno de los tributos que gastamos en la mentira. Y la ingenuidad puede ser reservorio de la perversión. Pero el enemigo no siempre está en el hipócrita de despacho e ideología (falsa conciencia, ya sabes), sino en tantas plumas expertas en hacer números, eso que a los exquisitos autores nos produce algo parecido a la urticaria. Ojo con esos: “cuídate del agua mansa”, como dicen en tu tierra, que es la de mi mamá.

Vale, maestro, no me pondré estupendo. Ya escucho tu… admonición.

La honestidad no es una cualidad. Pero la deshonestidad es un mal, y la corrupción es uno de sus corolarios. No voy a elogiar a Campos por ser honesto, pero sí me voy a congratular de haber vivido esta aventura de carácter ético y no solo ético con alguien que tiene mejores proyectos y mejores realizaciones que prudencia personal. Y no digamos política.

Es cierto que es de los que cree que ciertas actitudes te conceden una superioridad moral. Decir, por ejemplo: soy de izquierda. No estoy de acuerdo, en absoluto, hace falta demostrarlo, no basta la autodefinición para, a continuación, “mangar el cazo”. Para Campos, en cambio, serlo no implicaba lo que suele ser normal, la abdicación del sentido crítico, la profusión del clientelismo y la ausencia de generosidad. Mi ideología me salva. No. Al contrario, le obligó siempre a una actitud severa. Hasta la rigidez, si quieren. No se trata de “que no se diga nunca que hicimos tal o cual cosa”. No, que digan lo que quieran. El caso es no hacer esa cosa, y sí hacer lo que hay que hacer: la defensa de la autoría contemporánea española. De los autores que existían en 1998 y de los que han sido surgiendo. Sin trucos, sin malabarismos. Sin mentiras y sin favorecer al grupo. Además, sin preferencias escolásticas. No perjudicar al colega llamándole “dramaturgo convencional” para que la autoridad que por allí se pasea sepa que tiene que reservar los fondos para los “no convencionales”, esto es, los amigos.

Campos y este firmante formaron un equipo muy curioso. Él decía que éramos una orden mendicante. Cuando había dinero en las instituciones (las sobras, se entiende) nos dividíamos el trabajo bastante bien, y entre los dos conseguíamos convencer a los responsables de que la AAT era respetable, y que sus proyectos y actuaciones eran benéficos. Y lo eran. Pero no crean, no es fácil convencer a todos los responsables de algo que es cierto. Es más fácil introducir mentirijillas, porque a muchos les encanta, les gusta que les engañen. Al fin y al cabo, juegan con pólvora del rey.

He leído en alguna parte, creo que a Zygmunt Bauman, que el debate de los intelectuales deriva demasiado hacia sus propios intereses y se desliga del de la crítica de los que les es ajeno. Los dramaturgos no tuvimos más remedio que defender, no ya nuestros intereses, sino nuestra mera existencia, la propia imagen que se desvanecía: sí, existimos. Para sorpresa de los que no lo sabían: anda, es cierto, hay dramaturgos, hay autores. Para disgusto (por decirlo con suavidad) de los que en un despacho o con una batuta se empeñaban en que no, no había dramaturgos. Y si los hay…

Así, derivando hacia nuestros intereses, se pudo fomentar la existencia de dramaturgos que podían mostrarse críticos de la realidad compleja de hoy. Estábamos dejando de ser “el idiota de la familia”. Ya dijo en tiempos un dramaturgo que tenía complejo, en este sector, de ser el más tonto, porque los otros especialistas eran los inteligentes; eran los tiempos en los que “no había autores”.

Se defendía el gremio, pero no se privilegiaba un grupo. Eso lo hicieron otros. A veces en detrimento de quien supo defenderlos cuando lo necesitaban. Esto no es un reproche, es tan sólo un elogio más al amigo, al colega.

Creo que los salones del libro, los maratones de monólogos, los talleres, las publicaciones, el conseguir una sede digna durante década y media… todas esas actividades en las que, en ocasiones, se recibía ayuda de asociados entusiastas en forma de trabajo, todas esas “ocurrencias” de Jesús Campos, han contribuido mucho a la recuperación del autor como realmente existente. Lo obvio ha costado trabajo, y ese trabajo lo asumió, sobre todo, Jesús Campos, presidente de esta casa.

Campos deja una herencia que hay que administrar. No deja un camino, la nueva junta debe seguir el que crea conveniente. Pero deja algo que no había antes de 1998, cuando la AAT era un embrión de grupo.
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