Ana M. Montero
Saint Louis University
«Leer Celestina es sentir el pulso y ritmo de la gran vida, complicada con sus múltiples y entrañables motivaciones cruzadas. En Celestina penetramos en un mundo menos noble, cuyas intuiciones y verdades sobre la capacidad de mal que reside en cada ser humano nos pueden inspirar, simultáneamente, admiración y horror...»2
La primera escena entre Areúsa y Pármeno, en el auto séptimo de Celestina, puede causar una honda impresión en los lectores u oyentes debido a la duplicidad y la complejidad de los personajes implicados, a su carga erótica y a su impacto en el argumento de la obra. En este pasaje, se escenifica la interacción entre la alcahueta, una prostituta clandestina joven y un criado que abandona cualquier pretensión de fidelidad a su amo, a cambio de gozar los favores de la ramera. La escena ha sido bien analizada desde una perspectiva médica, dado que se da la particularidad de que la prostituta Areúsa se halla indispuesta a causa del mal de madre3. Por el contrario, otras implicaciones (inter)textuales no han recibido suficiente atención de los críticos todavía. En particular, en este ensayo postulamos que algunos lectores captarían en este episodio de una Areúsa enferma no solo detalles ginecológicos de tratados médicos —como el Lilio de medicina de Bernardo de Gordonio, cuyas lecciones son, además, cuestionadas—, sino un eco de otra enferma similar en Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, obra publicada pocos años antes —en 1492—, la cual, como sabemos, inspiró al autor o autores de Celestina. Se trataría en este caso de Isabel de las Casas, personaje histórico, manceba de Pedro Girón, quien es elogiada como ejemplo de castidad por Leriano en su «Defensa de las mujeres.» En consecuencia, en este ensayo —partiendo del análisis de varios niveles intertextuales del primer encuentroentre Areúsa y Pármeno y de su posible recepción por parte del público—, examinamos una potencial evocación crítica en Celestina de la cultura aristocrática promocionada por Diego de San Pedro.
El encuentro entre Areúsa y Pármeno exige una lectura atenta. En él, la vieja Celestina busca valerse de los favores sexuales de Areúsa para conseguir que Pármeno se alíe con Sempronio y secunde los planes tanto de este como de la alcahueta, que son los de medrar económicamente a expensas de los amores de Calisto. Celestina trae a Pármeno a la cama de una prostituta aquejada del mal de madre, como ella misma explica: «ha quatrohoras que muero de la madre, que la tengo sobida en los pechos que me quiere sacar deste mundo» (p. 204)4. La vieja alcahueta intenta curar esta dolencia femenina, primero mediante tocamientos, los cuales tendrían la función de recolocar el útero (cel. —«Pues dame lugar, tentaré. Que aún algo sé yo de este mal…», p. 204), o quizás la de facilitar la expulsión de superfluidades seminales, aunque es posible que la vieja, simplemente,buscara excitar sexualmente a Areúsa, dado que la manipulación, como parece reflejar el siguiente comentario de Areúsa, no se produce en la zona anatómica correcta o esperada: are. «Más arriba la siento, sobre el estómago» (p. 204). Como segundo método, la alcahueta recomienda olores fuertes, terapia que también «aprovecha y afloxa el dolor, y vuelve la madre poco a poco a su lugar» (p. 205). Un tercer remedio para la curación del mal de madre es el coito terapéutico, cura que inicialmente Areúsa rehúye con pretendido pudor, dado que ya cuenta con un «amigo», pero que acabará aceptando. Y, finalmente, se propone una cuarta opción curativa que se desecha inmediatamente: la maternidad. En definitiva, el autor integró todos estos detalles ginecológicos de fondo libresco y cariz realista en una escena que también urdió cuidadosamente, como muestra un análisis de sus diversos niveles. Así, desde una perspectiva argumental, la escena es fundamental, dado que revela el cambio de actitud de Pármeno, quien una vez que alcanza el lecho de Areúsa, se conchaba con Sempronio y Celestina, traicionando a su amo definitivamente; también anticipa el desfloramiento de Melibea por Calisto; e introduce a un personaje doble de Melibea, Areúsa, y para algunos críticos, sustituta de Celestina5.
En un segundo nivel, el retórico, observamos cómo se combina el fracaso de determinados argumentos persuasivos tradicionales —a Pármeno no le han convencido las apelaciones de la vieja alcahueta a la amistad, el amor filial, la obediencia a los padres o el dinero, pero sí la promesa del encuentro sexual—6 con la eficacia de algunas imágenes singulares que sirven para ironizar, crear jocosidad, pero también asco y sorpresa, como se mostrará en breve. En directa conexión, se da un tercer nivel ideológico, puesto que la escena evoca aspectos específicos de discursos sociales en la época, como el de la misoginia y los remedios de amor, o el de la limpieza de sangre. Finalmente, me gustaría proponer un cuarto nivel extra textual que enlaza esta obra con Cárcel de amor y que será —dada la limitación de espacio— el que analicemos en este ensayo, después de observar las implicaciones de algunas imágenes.
En este segundo nivel —el de las imágenes puestas en juego— destacan, por un lado, las sábanas blancas en la cama de Areúsa y, por otro, —como se verá— la referencia al «color»:
cel.— ¡Ay, cómo huele toda la ropa en bulléndote! ¡A osadas, que está todo a punto! Siempre me pagué de tus cosas y hechos, de tu limpieza e atauío. ¡Fresca que estás! ¡Bendígate Dios! ¡Qué sáuanas y colcha! ¡Qué almoadas, y qué blancura! Tal sea mi vejez, quál todo me parece. ¡Perla de oro!... Déxame mirarte toda a mi voluntad, que me huelgo (p. 204; la cursiva es mía).
La recreación de una cama limpia bien abastada de sábanas blancas facilita evocar un escenario propio del amor cortés asociado a la clase alta. La limpieza, la ropa de calidad y su ostentación eran un lujo y privilegio de la nobleza7. Sabemos, sin embargo, que Areúsa sufre el mal de madre, que en la época se interpretaba como la sofocación producida por un útero que podía desplazarse, aunque, de acuerdo con Galeno, la causa real del dolor se debía a «la retención espermática por abstención o insuficiente ejercicio sexual y a la posterior putrefacción y toxicidad del semen»8. En una explicación análoga incide el autor desconocido de Celestina comentada, cuando se refiere al malestar de Areúsa y la posibilidad del coito como remedio:
… lo qual tiene Avicena en el capitulo arriba alegado onde en lo ultimo del capitulo dize que esta enfermedad o procede de la sangre retenida en la matriz y entonces duele la madre y es menester que se haga evacuacion de sangre y ansi se manda sangrar del tobillo. Pero si acaece (de) esta enfermedad de la simiente retenida en la matriz y corronpida entonces se da por medicina y aprovecharía mucho la conversacion del varon. Y de aqui es que esta enfermedad por la maior parte acontece mas vezes en mujeres donzellas religiosas o biudas, segun la opinion de los doctores medicos por razon de la simiente corronpida en la madre que causa este accidente, o por la retencion menstrual que no acuda la costumbre. (p. 291)
El aspecto que interesa aquí es lo que el oyente o el lector versado en estas precisiones médicas podría anticipar: como la enfermedad de Areúsa —de ser aliviada o resuelta por la actividad sexual con Pármeno, como preconizaban los médicos—, tendría un efecto catastrófico en esas sábanas blancas que difícilmente se mantendrían impolutas por mucho tiempo, una vez que se produjera la evacuación de los humores retenidos por el mal de madre. En otras palabras, si la sensación de ahogo que producía el útero se debía a la putrefacción de superfluidades seminales —lo que Lacarra llama la etiología por toxicidad—, la cura aportada por los retozos sexuales de Pármeno y Areúsa (o cualquiera de las otras curas) tendría como resultado inevitable la expulsión de los humores corruptos del útero9. Y si se diera el caso de que el dolor era ocasionado por la sangre menstrual retenida en la matriz, es lógico pensar que esta podría liberarse en cualquier momento también. En consecuencia, esta escena en apariencia picante —protagonizada por una prostituta aquejada de una enfermedad propia de mujeres ociosas, viudas jóvenes ovírgenes excitadas— se prestaba a provocar hilaridad, morbosidad y, muy probablemente, asco, ya que un lector u oyente avisado difícilmente podría evitar visualizar (o al menos, anticipar) unas sábanas manchadas de semen y/o sangre. En concreto, un lector familiarizado con la abundante literatura médica del momento detectaría en este pasaje un eco textual claro: el de la última recomendación dada por Bernardo de Gordonio en el Lilio médico para corregir la enfermedad del amor hereos. Esta —la última y la más radical— consistía en dar a contemplar al varón obsesionado por su deseo sexual un paño manchado de sangre menstrual10.
Dize Avicena que hay algunos que se gozan en oír cosas bajas y no lícitas. Por tanto, búsquesea una vieja de muy mal aspecto, con grandes dientes, barbas, con fea y vil vestidura, y traiga debajo de sí un paño untado con la menstruación de la mujer. Acérquese al enamorado y comience a hablar mal de su enamorada, diciéndole que es tiñosa y borracha, que se mea en la cama y que es epiléptica, hiere [¿hiede?] de pie y de mano, que es corrompida, que en su cuerpo tiene torondos, especialmente en su natura, que le hiede el aliento y es sucia, y diga muchas otras fealdades, como saben decir las viejas. Si por estas fealdades no la quiere dejar, saque el paño de la sangre de su menstruación y mostrándoselo súbitamente delante de su cara déle grandes voces diciendo, «Mira, tu amiga es como este paño», y si con todo eso no la quiere dejar, ya no es hombre sino diablo encarnado enloquecido. De ahí en adelante piérdase con su locura. (pp. 525-526)
Algunos de los elementos descritos por Bernardo de Gordonio se despliegan de manera original en la escena protagonizada por Pármeno, Celestina y Areúsa. Así, el encuentro entre una prostituta y un cliente con el fin de manipular a este constituye las «cosas bajas y no lícitas;» en la Celestina de rostro acuchillado encontramos, sin duda, la vieja de vil aspecto; y el paño manchado de sangre, aunque no llega a aparecer, puede ser barruntado por el lector u oyente, a poca imaginación que tenga, en esas sábanas blancas que — de funcionar la cura médica propuesta Celestina— amanecerían manchadas de sangre menstrual o de semen. Además, esta lectura imaginativa de la escena se ve potenciada por la referencia al color de Pármeno cuando Celestina anticipa: «No espero más aquí yo, fiadora que tú amanezcas si (sic) dolor y él sin color» (210)11. La similicadencia, con su jocosa alusión al color, se desdobla en dos: así, los lectores pueden anticipar, a modo de contraste, la imagen de un varón empalidecido por la actividad sexual, pero también las de unas sábanas empapadas de sangre. A la mañana siguiente, no se menciona el estado de las sábanas, pero sabemos que Areúsa sigue dolorida —lo que podría poner en cuestión la potencia sexual de Pármeno—12, y que éste sale pletórico, ya que se jacta ante Sempronio de haber podido dejar a Areúsa preñada. El humor y la repugnancia que un lector haya podido sentir en esta escena de interacción sexual con una prostituta enferma se ven reforzados todavía más en este alarde ante Sempronio, puesto que, como apunta Michael Solomon citando también el Lilio de medicina, «improper coitus, such as intercourse with menstruating women, could produce monstrous births or afflict the child with horrible diseases such as leprosy»13.
Resumiendo, el voyerismo sexual al que se invita a incurrir a los lectores en esta escena puede provocar más risa que gratificación y, además, sorpresa, desagrado y/o admiración ante la naturaleza humana, al ver como un remedio radical contra el amor venéreo, solapado en la acción, surte muy poco efecto. Michael Solomon ha observado que Celestina puede ser leída como una pesadilla clínica en la que «destruction, chaos, disorder, and death [are] wrought by pathological sexual desire that is improperly and incompetently treated»14. Este crítico explica el fracaso de otro remedio contra la pasión sexual contenido en el mismo pasaje del Lilio de medicina y que, igualmente, aparece en Celestina dinamizado y dinamitado por la acción15: así, Sempronio amonesta a Calisto recordándole que él es cristiano y ofreciéndole una sarta de comentarios misóginos, actuación que competía a un varón con autoridad que buscara hacer volver a su juicio al joven víctima de la pasión amorosa. Esa había sido otra de las recomendaciones de Bernardo de Gordonio: «Este enfermo puede obedecer a la razón, o no. Si la obedece, algún varón sabio de quien tema o tenga vergüenza con palabras y amonestaciones debe sacarlo de aquella falsa opinión o imaginación, mostrándole los peligros del mundo, del Día de Juicio y los gozos del Paraíso» (p. 524). Sin embargo, los razonamientos misóginos de Sempronio no disuaden a Calisto, del mismo modo que la cara acuchillada de Celestina, el coito con una prostituta enferma o el potencial de ver su sangre, no crean ninguna sensación de repulsa en Pármeno16.
Este universo de sabiduría dislocada e inútil ha sido explicado de diversas formas. Para el médico Bernardo resultan incurables aquellos individuos que ya no obedecen a la razón, como serían los personajes enajenados por la fuerza del amor y el deseo. Seniff, por su lado, señala que el tratamiento médico no se realizaba de forma correcta; por ejemplo, en el caso de la diatriba misógina de Sempronio, queda claro que este no tiene el suficiente calibre moral para ejercer una influencia positiva en Calisto. En esta línea de pensamiento profundizan Michael Solomon — «what is clearly suggested in Celestina is that unauthorized practitioners, despite their ability to speak like physicians and administer drugs like an apothecary, are so intrinsically flawed that their therapy can only result in pain and destruction» — y Jean Dangler, la cual investiga cómo se desacreditaba a la medianera o sanadora popular en el siglo xv en favor de los médicos universitarios. Fothergill-Payne, por su parte, ha argumentado que al menos uno de los objetivos del primer autor fue el de divertir a un pequeño círculo de intelectuales con una parodia de los lectores que se pretendían cultos, pero cuya ignorancia revelaba su falsa erudición, en particular en torno al saber de autores como Séneca y Petrarca17.
Junto con todos estos ecos textuales, implicaciones médicas e irónica observación de los comportamientos humanos, es, además, posible preguntarse si esta compleja escena del mal de madre refleja o incluso parodia un fragmento de Cárcel de amor. La conexión entre Celestina y Cárcel de amor es bien conocida. Dorothy S. Severin recuerda que hay citas verbatim tomadas de Cárcel de amor en Celestina, prueba concluyente de que quien fuera el autor «conocía y había leído La Cárcel y la tenía a mano mientras escribía La Celestina»18. Y concretamente el bobo de Calisto ha sido visto como un remedo paródico no solo del amador cortés, sino de un personaje concreto de la ficción sentimental, el Leriano de Cárcel de amor19. Dada esta familiaridad del autor o autores de Celestina con el best-seller de Diego de San Pedro, resulta lógico inquirir si existen otros nexos entre ambos textos. Así, cabe sospechar que Areúsa pudiera servir como una alusión intencionada al personaje que es recomendado el coito terapéutico en Cárcel de amor. Se trata de Isabel de las Casas, madre de Juan Téllez-Girón, al cual servía Diego de San Pedro, cuya vida es expuesta como ejemplo de la bondad de las mujeres dentro del catálogo de mujeres virtuosas inserto en la «Defensa de las mujeres» hecha por Leriano antes de que le sobrevenga la muerte. Leriano declara:
Doña Isabel, madre que fue del maestre de Calatrava don Rodrigo Téllez-Girón y de los dos condes de Hurueña, don Alonso y don Juan, siendo viuda enfermó de una grave dolencia, y como los médicos procurasen su salud, conocida su enfermedad, hallaron que no podía vivir si no casase, lo qual como de sus hijos fuese sabido, deseosos de su vida dixéronle que en todo caso recibiese marido, a lo qual ella respondió: «Nunca plega a Dios que tal cosa yo haga, que mejor me es a mí muriendo ser dicha madre de tales hijos, que viviendo mujer de otro marido»; y con esta casta consideración así se dio al ayuno y disciplina, que quando murió fueron vistos misterios de su salvación (p. 75)20.
Este pasaje difícilmente pasaría desapercibido entre los lectores por múltiples razones. Primero, no era nuevo que se propusieran casos de mujeres contemporáneas como ejemplos de autoridad moral, pero sí implicaba un cambio de paradigma mental el estimar que las mujeres podían alcanzar el mismo nivel de ejemplaridad asumido en santas y heroínas bíblicas y clásicas. Segundo, la referencia constituía un caso obvio de propaganda genealógica a favor de la familia para la que trabajaba el autor Diego de San Pedro, criado de Juan Téllez-Girón21. Y tercero, era posible leer en este ejemplo un forzado intento de reivindicar una limpia hoja de servicios de la familia Téllez-Girón en la que lo que se dejaba de contar resultaba casi más significativo que lo que se contaba. Así, no se menciona que Isabel de las Casas había sido amante, pero no esposa, del poderoso Pedro Girón, uno de los hombres más ricos cuando muere en 1466 tras unos cuarenta años de servicio al rey Enrique IV. Pedro Girón se había empinado a la sombra de su hermano Juan Pacheco, Marqués de Villena y favorito del rey. Como maestre de la orden de Calatrava, Girón hizo voto de castidad por lo que hubiera necesitado una dispensa papal para reglamentar por la iglesia su relación irregular con Isabel de las Casas. Cuando finalmente solicitó tal dispensa, lo hizo para posibilitar su matrimonio por encima de su rango con otra Isabel, la hermana de Enrique IV y futura reina de Castilla; dicho enlace no llegó a tener lugar ya que —para alivio de una novia mal dispuesta a tan insólito matrimonio— le sorprendió la muerte a Girón el 2 de mayo de 146622. Es significativo pues que Diego de San Pedro no mencione el nombre de Pedro Girón (quien pocas simpatías podía despertar en la reina Isabel) y que escoja como ejemplo de castidad a una mujer que ejerció de barragana. De hecho, como menciona Whinnom, los hijos de dicha unión hubieron de ser «legitimizados por una bula del Papa Calixto III en 1456 y por decreto real en 1459»23.
Entre la Isabel de las Casas presentada en Cárcel de amor y la Areúsa de Celestina se dan dos paralelismos obvios que debieron de captar los lectores atentos. Así, tanto Areúsa como el personaje histórico fueron mancebas de un hombre dedicado a la guerra y ambas pasaron por una enfermedad para la que se recomendaba como remedio el coito terapéutico. Igualmente, debe apuntarse que las diferencias son llamativas: mientras Isabel es elogiada por ser madre y viuda casta, Areúsa, mucho más joven, no es ni madre ni casta. Por otro lado, Isabel rehúsa aprovechar el efecto terapéutico del matrimonio (entiéndase la relación sexual con un varón), pero Areúsa sí busca alivio en la «conversación» con Pármeno. Finalmente, mientras que el episodio descrito por Diego de San Pedro encaja con la idealización de comportamientos expuesta en el conjunto de la obra —especialmente, la fidelidad en el amor y servicio— y se caracteriza por su asepsia con respecto a los detalles fisiológicos, el episodio de Areúsa destaca por todo lo contrario: por su potencial para conmover a oyentes y lectores, despertando aversión o hilaridad o sorpresa gracias a los escabrosos detalles físicos, concitando eros y tanatos, vida y muerte, y, con todo ello, exponiendo de manera cruda nuestra humanidad. Este contraste se presta a revelar perspectivas muy disparejas dentro de estas dos obras ante los discursos de propaganda de la clase alta.
En su artículo sobre la interpretación de Celestina, Keith Whinnom ha llamado la atención sobre un posible rencor del autor de esta obra hacia la clase aristocrática24. Los críticos también parecen coincidir que, en un texto por excelencia iconoclasta, como es Celestina, una de las tradiciones culturales que sucumbe a la parodia es la del amor cortés. Esta tradición —a la que se recurre en Cárcel de amor para magnificar la sensibilidad, los valores y ciertos comportamientos asociados a la clase alta— aparece en Celestina como un código desprovisto de valores e idealismo, cercano a la prostitución. En este sentido, Calisto puede ser visto como una parodia de los Lerianos perfectos de la ficción sentimental, o más concretamente de los discursos vacíos de propaganda de esta clase y de la monarquía. Un buen ejemplo de esto sería la descripción que hace Celestina de Calisto acogiéndose a las comparaciones archiconocidas con figuras clásicas:
En Dios y en mi alma, no tiene hiel; gracias dos mil; en franqueza, Alexandre; en esfuerço, Étor; gesto de un rey; gracioso, alegre; jamás reyna en él tristeza. De noble sangre, como sabes. Gran justador; pues verle armado, un sant George. Fuerça y esfuerço, no tuvo Ércules tanta. La presencia y faciones, dispusición, desemboltura, otra lengua havía menester para las contar… Por fe tengo que no era tan hermoso aquel gentil Narciso… Agora, señora, tiénele derribado una sola muela, que jamás cessa (de) quexar. (pp. 167-8)
La descripción no solo remeda el lenguaje inflado característico de tanta propaganda aristocrática y real existente en el siglo xv, sino que, irónicamente, pone de manifiesto la manipulación y vacuidad que esconden dichas soflamas. El bobo de Calisto, personaje cómico, difícilmente encarna valores superiores, ni puede ser comparado a los modelos legados por el pasado clásico.
Consecuentemente, es posible que Areúsa sirva para canalizar una parodia similar que afecta a las mujeres y que esa parodia se cebe en la manipulación que ejerce Diego de San Pedro en su retrato de Isabel de las Casas, quien consigue hacer pasar a una manceba de la aristocracia por una santa. Más concretamente, la imagen de la mujer como casta y madre, inspirada en la Virgen María —tan promocionada por autores clericales— no es la del universo expuesto en Celestina, donde las mujeres no tienen hijos25, no son castas, experimentan deseo, concupiscencia y dolor, y contribuyen a prolongar la maldición de Eva, que es la de la muerte y la destrucción.
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