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CERVANTÈS QUATRE SIÈCLES APRÈS NOUVEAUX OBJETS, NOUVELLES APPROCHES Emmanuel Marigno, Carlos Mata Induráin, Marie-Hélène Maux (éd.) Éditions Orbis Tertius © Éditions Orbis Tertius, 2017 Éditions Orbis Tertius, 28, rue du Val de Saône F-21270 BINGES Illustration de couverture : Felipe Alarcón Echenique, Don Quijote, 2015, 37 x 27 cm, Technique mixte sur papier, Collection privée. ISBN : 978-2-36783-095-7 ISSN : 2265-0776 TABLE DES MATIÈRES Emmanuel Marigno, Carlos Mata Induráin, Marie-Hélène Maux Presentación ............................................................................7 Approches théoriques José Manuel Losada Goya El “mito” de Don Quijote (2ª parte): ¿con o sin comillas? En busca de criterios pertinentes del mito ..............................11 Ángel Pérez Martínez Variantes éticas cervantinas. Notas desde la antropología de don Quijote ......................................................................33 Relectures linguistiques, poétiques et réécritures romanesques Marie-Hélène Maux Oudin, Franciosini et les premières traductions du Quichotte de 1605..................................................................55 Sara Santa A. De Urganda al Cachidiablo: la poesía en los preliminares y epilogales del Quijote ..............73 Natalie Noyaret La impregnación quijotesca en Las crónicas mestizas (1992) de José María Merino ............................................................95 Caroline Bouhacein Del Caballero de la Triste Figura al Caballero Dormido: o cómo Gustavo Martín Garzo vuelve a dar vida al héroe cervantino ...........................................................................111 TABLE DES MATIÈRES Gregoria Palomar Al morir don Quijote et El inal de Sancho Panza d’Andrés Trapiello : un jeu cervantin sur l’auto-conscience des personnages .........................................................................129 Santiago López Navia Cide Hamete Benengeli y la conciencia de la historia en El inal de Sancho Panza y otras suertes de Andrés Trapiello (2014) .........151 Naïma Lamari Tras las huellas de Cervantes en Misterioso asesinato en casa de Cervantes de Juan Eslava Galán........................................177 Expérimentations intertextuelles et transmédiales Emmanuelle Souvignet Intertextualité et mélange des genres dans Un certain Cervantès de Christian Lax ..................................................................195 Morgane Kappès-Le Moing De don Quijote à Batman. Le héros cervantin en Allemagne dans la bande dessinée de Flix .............................................219 Carmela Mattza ¿Juega don Quijote al fútbol americano? Apuntes sobre traducción y mediación en la adaptación cultural de Don Quixote para la televisión mexicana .............241 Emmanuel Marigno Las Novelas ejemplares (1613) ilustradas por Antonio Zarco (1980): entre realismo y fantasía ..........................................261 Comité scientifique / Comité científico Carlos Alvar (Universidad de Alcalá de Henares) Jean Canavaggio (Université de Paris X-Nanterre) Eduardo Godoy Gallardo (Universidad de Chile / Academia Chilena de la Lengua) Jean-Michel Laspéras (Aix-Marseille Université) José Manuel Lucía Megías (Universidad Complutense de Madrid) Abraham Madroñal (Université de Genève) Michel Moner (Université Toulouse Jean Jaurès) Christoph Strosetzki (Universität Münster) Edwin Williamson (Oxford University) Marc Zuili (Université de Versailles) EL “MITO” DE DON QUIJOTE (2ª PARTE): ¿CON O SIN COMILLAS? EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO José Manuel LOSADA Universidad Complutense de Madrid [ 11 ] El mito es un relato, explicativo, simbólico y dinámico, de uno o varios acontecimientos extraordinarios personales, con referente trascendente, que carece en principio de testimonio histórico, se compone de una serie de elementos invariantes reducibles a temas y sometidos a crisis, que presenta un carácter conlictivo, emotivo, funcional, ritual y que remite siempre a una cosmogonía o a una escatología. Quede bien sentado que aquí solo hablaré de dos episodios de la 2ª parte: la aventura de la cueva de Montesinos y el último capítulo del libro. Voy en busca de criterios pertinentes que autoricen a dictaminar sobre el contenido mítico del Quijote en tanto que obra centrada en un personaje de pura icción: Alonso Quijano, que se bautiza a sí mismo «don Quijote de la Mancha». La mitomanía sobre el QUIJOTE La bibliografía sobre el «mito» de don Quijote es abrumadora. Traigo a colación tres ejemplos, a nuestro parecer sintomáticos, de los estudios elaborados recientemente. 1. En 2000, Daniel-Henri Pageaux publicó en el volumen Le Mythe en littérature, editado por Y. Chevrel y C. Dumoulié, un artículo titulado «Une lecture du Don Quijote : des livres au Livre». Por un lado, dice que la «monomanía» de la lectura ha inoculado en el protagonista una serie de «creencias, una visión del mundo, un sistema explicativo y justiicativo»: a la fe cristiana, don Quijote añade una «nueva fe». Esta nueva religión vendría a ser como el contenido mítico de la novela (Pageaux 2000: 63). Por otro lado, sugiere que diversos episodios pueden ser leídos «como el esquema mítico a partir del cual se escribirá el resto»; así, p. ej., la primera salida y el regreso sintetizan el nacimiento, el desarrollo y las consecuencias de la nueva fe, de «la nueva verdad» [ 13 ] JOSÉ MANUEL LOSADA que remite, en última instancia, al modelo por antonomasia de los textos traducidos, precisos y al mismo tiempo sospechosos por sus pasajes apócrifos: la Biblia. El texto bíblico vendría a ser como «el modelo mítico en el plano poético» (Pageaux 2000: 66). Pageaux establece una estrecha relación entre el esquema narrativo de los episodios y la insistencia en el carácter verdadero de la historia (reivindicado por el narrador) y del mundo caballeresco (reivindicado por el protagonista); de donde deduce que «el texto se da como un mito» («le texte s’airme comme mythe», Pageaux 2000: 67). El comparatista justiica esta inferencia en la creencia del protagonista en su propio relato: «la verdad de Don Quijote pertenece al orden de lo absoluto de la creencia: se acepta sin más» («la vérité de Don Quichotte est de l’ordre de l’absolu de la croyance, à accepter ou indémontrable» (Pageaux 2000: 67). Obsérvese cómo «contenido mítico» ha sido sustituido por «esquema mítico» y este por «creencia mítica». Volveré sobre ello. 2. En 2003, Mª Ángeles Varela publicó Don Quijote, mitologema nacional. (Literatura y política entre la Septembrina y la II República). La autora no centra su estudio sobre el texto de Cervantes, sino sobre los textos de los intelectuales «que desarrollaron el mitologema quijotesco» a inales del siglo xix y principios del xx, es decir, los que contemplaban la obra cervantina «como proyección de sus relexiones sobre la decadencia nacional y los medios de engrandecimiento» (Varela 2003: 12; la autora se reiere, p. ej., a Joaquín Costa, Francisco Giner, Juan Valera, José María de Pereda, Galdós, Ganivet, Unamuno, Ortega, Ramón y Cajal…). Fue Kerényi quien introdujo este término, en agosto de 1941, al airmar en la introducción de un libro publicado en colaboración con Jung: Existe una materia especial que condiciona el arte de la mitología: es la suma de elementos antiguos, transmitidos por la tradición —mitologema sería el término griego más indicado para designarlos—, que tratan de los dioses y los seres divinos, combates de héroes y descensos a los iniernos, elementos contenidos en relatos conocidos y que, sin embargo, no excluyen la continuación de otra [ 14 ] DON QUIJOTE (2ª PARTE): EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO creación más avanzada. La mitología es el movimiento de esta materia: algo irme y móvil al mismo tiempo, material pero no estático, sujeto a transformaciones. (Kerényi 2004: 17) Asimismo, Mª Ángeles Varela estima que el «panorama reinterpretativo» de los intelectuales de esa época «revela que la referencia al Quijote y sus personajes como mitos no alcanza a dar cuenta de su vasta y compleja operatividad». Consecuentemente, la autora adopta el término kerényiano de «mitologema» y lo aplica al Quijote porque el concepto de «mito» ya no le parece operativo para analizar la innovadora relexión de los intelectuales del periodo mentado: tan integral y revolucionario cambio necesitaba sustentarse sobre algunos pilares ya conocidos y de solidez demostrada: requería de su proyección en símbolos y mitos que, como Cervantes y sus personajes, fueran queridos, conocidos y tan ricos, que pudieran prestar imagen y desarrollo a ideas utópicas y planes de engrandecimiento nacional aún no puestos en práctica y carentes de aval. (Varela 2003: 15) Nuevamente, en un artículo publicado hace apenas dos meses, la autora reincide en su idea: La reinterpretación nacional a través de don Quijote es tan abrumadora que la palabra «mito» para referirse a ella resulta pobre, equívoca y vaga. Dada la riqueza, abundancia y operatividad del fenómeno hemos optado por el término que Jung y Kerényi rescataron, por los mismos motivos, al relexionar sobre la esencia de la mitología. Así, estudiado el recurso como «mitologema», señalamos su capacidad de reformulación a partir de un relato cervantino, que, además, en estos desarrollos posteriores tiene autorías diferentes, y es capaz de transformación y adaptación. En tanto que la palabra mito apela a un pre-estado inaugural previo al logos, la desinencia del término que adoptamos subraya su narratividad contenida, una fase avanzada de razonamiento, transformación y dialéctica, capaz de la metamorfosis e incluso de la contradicción. (Varela 2015: 334-335) [ 15 ] JOSÉ MANUEL LOSADA ¿Mito? ¿Mitologema? ¿Sería el mitologema la unidad signiicativa mínima de una mitología, de igual modo que el mitema lo es del mito? Para nuestro propósito, tanto monta: el mitologema supone un mito previo. 3. En 2013, Esther Bautista defendió la tesis doctoral titulada La reescritura del mito de Don Quijote en la novela de lengua inglesa y de lengua francesa de los siglos XIX y XX. Desde la Introducción, la autora sostiene que: la interpretación mítica [de la igura de don Quijote] se ha quedado estancada en los estudios de los románticos alemanes y no son muchos los autores que se han dedicado a determinar su esquema mítico. (Bautista 2013: 23) En la estela de los románticos, apunta Esther Bautista, se encuentran los estudios de Edwin B. Knowles («Cervantes in English Literature», 1947), Harry Levin («he Quixotic Principle: Cervantes and Other Novelists», 1970), Ian Watt (Myths of Modern Individualism, 1997) y, según ella, Jean Canavaggio (Don Quichotte, du livre au mythe. Quatre siècles d’errance, 2005). Por su cuenta, Esther Bautista explica que el concepto de mito aplicado a la obra cervantina tiene su fundamento en el sentido profundo del personaje, ya que subyace bajo el nivel aparente de la parodia y la comicidad observadas en los primeros siglos de su recepción. (Bautista 2013: 24) En este sentido, considera que la novela Don Quijote entra en consonancia con la noción de mito, ya que pone en escena una historia ejemplar que ha adquirido una trascendencia universal que es asumida y actualizada de manera implícita o explícita por autores posteriores. (Bautista 2013: 24) El mito de la obra cervantina, puntualiza la autora, reside en la «trascendencia universal» del «sentido profundo del personaje». Por esto todo «mitoanálisis de don Quijote» en las [ 16 ] DON QUIJOTE (2ª PARTE): EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO reescrituras francesas e inglesas de los siglos xix y xx debe incidir en «la personalidad ejemplar y simbólica» del protagonista, «soñador y visionario», buscador del «ideal de justicia, paz y armonía universal», héroe caballeresco que «recupera inalmente la cordura y la identidad más auténticas superando así el desdoblamiento visionario» (Bautista 2013: 92-199). ¿Era necesario recurrir al mito para llegar a esta conclusión? Concedo que estos párrafos nuestros no escapan a cierta simpliicación: no es fácil sintetizar en dos páginas más de mil dedicadas a estudios copiosos y documentados. Pienso, sin embargo, no haberlas desvirtuado en sus ejes analíticos. Pero no puedo por menos de constatar, a buena fe, que la cuestión del «mito» en Don Quijote, tal y como aparece planteada en estos trabajos, ignora la problemática del mito en sí y adolece de la tendencia a asimilarlo o confundirlo con otros conceptos básicos de la literatura: el tema, el esquema, el arquetipo, el prototipo, el personaje, el símbolo, su recepción (pienso, aquí, en el libro de J. Canavaggio, Don Quichotte. Du livre au mythe. Quatre siècles d’errance, Paris, Fayard, 2005), etc. No obstante, me veo abocado a resumir: 1. Según D.-H. Pageaux, el contenido mítico de Don Quijote reside tanto en el esquema mítico de las aventuras narradas como en la fe del personaje en un mundo que, a ojos del lector, es pura fantasía. 2. Según Mª Ángeles Varela, don Quijote adquiere dimensión de mitologema porque, tras ser mito, en un momento histórico, representa, a ojos de intelectuales españoles, una proyección de la decadencia o el ensalzamiento nacional. 3. Según Esther Bautista, el mito de don Quijote se fundamenta en el signiicado simbólico, trascendental y universal del protagonista, aplicado, en su libro, a las reescrituras francesas e inglesas de los siglos xix y xx. Tres teorías diferentes que, sin embargo, comparten una característica común: toman como criterio deinitorio del mito el contenido imaginario del libro, ya sea en la mente del personaje, [ 17 ] JOSÉ MANUEL LOSADA ya sea en la de los receptores a lo largo de los siglos. El mundo imaginado por don Quijote y el esquema narrativo de sus aventuras (Pageaux), la idea de España proyectada por los intelectuales a partir del libro de Cervantes (Varela), y el signiicado fundamentalmente trascendente y universal del personaje (Bautista), son considerados míticos. Premisas —¿o criterios?— que hacen depender el carácter mítico de un personaje de su propio mundo imaginario (Pageaux) o de cómo se releja en lecturas sucesivas (Varela y Bautista); premisas, también, que hacen depender el carácter mítico de un texto de su semejanza con el esquema narrativo de otros textos heroicos (Pageaux). Nótese que con tales criterios (el contenido imaginario o simbólico de un personaje, o, incluso, el esquema heroico de sus aventuras) se ha llegado a considerar míticos a Sherlock Holmes o James Bond. Si admitiéramos estos criterios como deinitorios del personaje o del texto míticos, estaríamos asumiendo que el carácter mítico del personaje carece de criterios propios. Todo sería mito con tan solo reenviar, en la mente de las distintas instancias narrativas (narrador, personaje, lector), a un referente trascendente y universal o a un determinado modelo narrativo. No salimos del romanticismo, pero sí del texto. Me parece que esta mitocrítica cae en la «tentación mitológica». Tomo prestado el término a Pierre Brunel, quien lo aplica a don Quijote, cuando, en la venta, donde sirve Maritornes, es objeto de las burlas de la hija de la ventera y los mozos. Don Quijote rememora entonces la Ardiente Espada de Amadís, implora la ayuda de Lirganda, Alquife, Urganda y culpa a los encantadores del lugar. Brunel apostilla: Se descuida demasiado, a menudo, esta tentación mitológica que sufre don Quijote, al mismo tiempo que su tentación caballeresca. Es preciso comprender que ambas se explican mutuamente: son dos tentaciones de escritura que Cervantes conoce y contra las que se apercibe. On néglige trop d’habitude cette tentation mythologique qui s’exerce sur don Quichotte, en même temps que la tentation chevaleresque. Et il faut bien comprendre l’une par l’autre ces [ 18 ] DON QUIJOTE (2ª PARTE): EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO deux présences: ce sont deux tentations d’écriture que Cervantès connaît et contre lesquelles il est également en garde. (Brunel 2006: 197) ¿Se habrán dejado quijotizar nuestros tres mitocríticos? Pues una es la mitología del personaje (que se me antoja falsa mitología), otra la del esquema textual (también sospechosa, a mis ojos); sin olvidar que hay un campo mitológico propio del personaje en su circunstancia, como veremos más adelante. Importa incidir en el denominador psicológico, indispensable para estas posturas mitomaníacas. En honor a la verdad, D.-H. Pageaux sí hace un distingo: además de atribuir contenido y esquema míticos al Quijote, detecta este campo mítico familiar al personaje: Cree en historias que son, para él, en el sentido pleno y fuerte del término, mitos: relatos cuyas secuencias son identiicables, historias que son claves explicativas del mundo, que tienen una dimensión ejemplar, un alcance ético. Il croit en des histoires qui sont, pour lui, au sens plein et fort du terme, des mythes: des récits aux séquences identiiables, des histoires qui sont des clés explicatives du monde, qui ont une dimension exemplaire, une portée éthique. (Pageaux 2000: 58) Nunca don Quijote habló de «mitos», a propósito de los libros de caballerías. Con todo, la deinición que Pageaux da del mito es, grosso modo, satisfactoria. No conviene perder de vista que, como dice Eliade, «los mitos constituyen los paradigmas de cualquier acto humano signiicativo» (Eliade 1963: 32): si hubiera respetado su propia deinición, Pageaux se habría ahorrado ir pidiendo «cotufas en el golfo», como dice socarronamente Sancho. Mito e instancias comunicativas El tópico de que el mito es un discurso, puede sugerir que su carácter dependa de una de las tres instancias fundamentales de la comunicación: el narrador, el referente inscrito en el mensaje, el receptor. [ 19 ] JOSÉ MANUEL LOSADA La cuestión del narrador Del narrador huelga hablar, para él no hay mito que valga: la instancia narrativa es siempre exterior al mito. El narrador no puede formar parte del mito; si lo hace, pasa inmediatamente a integrarse como personaje intradiegético del mismo mito, no como narrador. Cervantes, camulado tras un personaje narrador, recurre al discurso apócrifo, pone en tela de juicio la autenticidad de lo narrado. Un ejemplo: el relato del descenso a la cueva de Montesinos (Cervantes 1967), seguido por una apostilla en el margen de la historia original que el «traductor» ha tenido la consideración de transcribir. En esta nota, Cide Hamete Benengeli descaliica la aventura de la cueva por imposible e inverosímil, hasta el punto de considerarla «apócrifa» (Cervantes 1967: 530). La sibilina estrategia del autor se encamina a: defender la arbitrariedad del relato. Articulado sobre la noción de lo apócrifo, muestra que en la fábula lo verosímil es incompatible con lo verdadero y que lo uno se ejerce en detrimento de lo otro. (Labertit 1973: 160) Mediante esta variación de la instancia extradiegética del narrador, Cervantes permanece fuera de la diégesis de la fábula, pero simultáneamente la reivindica como suya, irmándola. La cuestión del referente El referente, junto con el sentido, es el gran olvidado de la semiótica estructuralista. Para ella, el mito no se deine por el objeto de su mensaje, sino por la función que lo proiere. Hay límites formales al mito, no sustanciales. le mythe ne se déinit pas par l’objet de son message, mais par la façon dont il le profère: il y a des limites formelles au mythe, il n’y en a pas de substantielles. (Barthes 2002: 823) [ 20 ] DON QUIJOTE (2ª PARTE): EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO Entonces, ¿todo puede ser mito? Para esa semiótica, indudablemente, a condición de que el discurso lo justiique («tout peut être mythe, qui est justiiable d’un discours», [Barthes ibid.]). —El referente semántico En lugar de «referente semiótico», en mitocrítica conviene hablar, pienso, de referente semántico, es decir, de un referente exterior a la clausura de la estructuración lingüística, un referente que excede, por deinición, el signiicado semiótico; un referente por naturaleza onomasiológico (Pottier 1970: 6). Cuando la semiótica habla del «signiicado», se reiere a la «ilusión referencial» resultante del «efecto de realidad» (Barthes 2002). Para la semiótica, por lo tanto, el referente semántico se reduce a un derroche falaz. Sin embargo, si ese referente semántico se redujera a mero «lujo» (Barthes 2002), ¿cuál sería el sentido del relato mítico? Es más: ¿para qué habría relato? El relato no puede no abrirse a una dimensión que lo supere. Postulo, por lo tanto, que es legítimo hablar de una analogía entre el mundo representado y el mundo existencial, el mundo de la experiencia vital; que la literatura no se circunscribe a un papel alienante o desalienante según los casos; que su función no es meramente mimética (Girard 1961). Dicho positivamente: la literatura, lejos de reducirse a la falacia de la ilusión referencial, es capaz de remitir a una ontología del mundo de la que ella misma da fe (aludo a la visión de san Benito contada por Gregorio Magno: —«Cuando [Benito] vio ante sí el mundo entero como una unidad, entonces no se estrecharon el cielo y la tierra, sino que se dilató el alma de quien contemplaba», vid. Ratzinger 2005: 141 —o a la videncia de Rimbaud— «Il [le Poète] arrive à l’inconnu, et quand, afolé, il inirait par perdre l’intelligence de ses visions, il les a vues !», «à Paul Demeny», Rimbaud 2009: 344). Más aún, la literatura puede, incluso, ayudar efectivamente a situarse en el mundo. Si culmina este propósito, es porque —lejos de ser un constructo mental— nace del mundo, lo archiva, lo reordena y lo transmite a las generaciones siguientes para que lo entiendan. El vaivén del mundo del texto al mundo del lector [ 21 ] JOSÉ MANUEL LOSADA no es pura ilusión; digámoslo de nuevo de manera positiva: es fuente y razón de vida, prueba de que el referente semántico no se circunscribe al texto. —El referente sobrenatural Ahora bien, existe otra categoría de relatos cuyo referente no solo está más allá del referente semiótico de los estructuralistas, sino también del referente semántico. Esta segunda categoría de relatos establece una relación entre dos mundos aparentemente inconexos, el mundo natural y el mundo sobrenatural (Ulises en Ítaca y en la isla de Calipso; Fausto delante de su pupitre o en la noche de Walpurgis). En esa categoría de relatos, según mi deinición, se enmarca el mito. Al referente, que trasciende los referentes semiótico y semántico, lo denomino referente sobrenatural. Es descartado tanto por el investigador que permanece en una inmanencia epistemológica (Barthes), como por el que indaga las semejanzas entre esquemas míticos (D.-H. Pageaux) o por quienes se ciñen al análisis de los mitologemas (Mª Á. Varela) o a la reescritura de unos rasgos especíicos del Quijote (E. Bautista). A lo más, se diluye en una recepción errabunda. Debe quedar bien sentado que la existencia de un referente sobrenatural no implica la de lo sobrenatural referenciado, ni, mucho menos, que el investigador crea en ese referente: aquí solo se formula que el texto mítico necesariamente se abre sobre una trascendencia. La cuestión del receptor Por lo común, los personajes de los relatos míticos no son históricos. Su falta de referencias documentables coniere mayor libertad al genio creador, que puede elaborar a su antojo el texto sin las trabas de la realidad histórica. Pongamos por caso el mito de Antígona; Sófocles lo inscribe en unas coordenadas espaciotemporales precisas. Pero Antígona excede estas coordenadas para ilustrar el conlicto entre la razón [ 22 ] DON QUIJOTE (2ª PARTE): EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO de Estado y la conciencia individual, entre la ley humana y las leyes no escritas, inalterables, emanadas de los dioses. La obra dramatiza el mito indeterminado, ideal, de la incompatibilidad entre Estado y persona. Sófocles realza conjuntamente la hybris o desmesura de Creonte —que deja insepulto a un muerto y sepulta a una viva— y la de Antígona —que por vivir para los muertos se enfrenta con los vivos—. Que el texto pueda ser interpretado tanto como una crítica acerba del rey tirano como del ciudadano rebelde, se debe a que todo mito es, por esencia, maleable. Pongamos el caso de Creonte: en Sófocles, el rey de Tebas encarna la materialización de la tiranía, en Esquilo, el sometimiento ciego a la voluntad de los dioses, en Eurípides, el rechazo abierto a toda fatalidad. Esta diversidad hermenéutica admite también interpretaciones no míticas y de varia índole. Así, para Sófocles, Creonte ilustra los peligros que podría originar el absolutismo de Pericles, gobernador a caballo entre dos generaciones, una religiosa y estricta, otra orgullosa e independiente (Trousson 1964: 30). Más cerca de nosotros, la Antigone de Anouilh dramatiza, por una parte, la voluntad del monarca por mantener el orden establecido, y, por otra, el afán de la joven por preservar su propia identidad. Cuando su tío le pregunta cuáles son los motivos de su desobediencia a la ley, Antígona responde: «Por nadie. Por mí» («Pour personne. Pour moi», p. 73). La tragedia de Anouilh, representada en el París de la Ocupación nazi (febrero de 1944), contenía todos los ingredientes para engendrar una viva polémica. De hecho, la obra fue interpretada ora como una aceptación, ora como una repulsa del nuevo orden histórico: la pieza se había encarnado en un contexto histórico-social totalmente nuevo. Otro ejemplo: el mito de Helena de Troya. Gorgias, Lactancio Plácido y Quinto de Esmirna disertan y discrepan sobre las causas que motivaron su rapto: violencia, seducción, voluntad divina… La violencia que sufre la heroína en el cuadro Il ratto di Elena (Luca Giordano 1680-83) contrasta con su complacencia en la escultura Raub der Helena (taller de Johann Wilhelm Beyer 177380). Podrían ser igualmente citadas las parodias bufonas (La Belle [ 23 ] JOSÉ MANUEL LOSADA Hélène de Ofenbach) y otras prevaricaciones de menor fuste. Cada autor aporta su interpretación a la serie abierta sin in. La literatura y las artes plásticas muestran innúmeros ejemplos de este tipo de transformaciones basadas en la distinta recepción de relatos míticos. En esta hermenéutica sobre seriaciones míticas se veriica, como en todo acto comunicativo, el dinamismo generador del mito. Ahora bien, el investigador debe evitar la «tentación mitológica» de considerar que cualquier análisis que recurra a las técnicas movilizadas por esa hermenéutica del mito, proceda de un mito o, peor aún, lo genere. Este desliz epistemológico es el que, a nuestro parecer, han cometido los investigadores aludidos en su acercamiento al «mito» quijotesco. Es obvio que las reescrituras de la novela y de sus episodios, motivos o temas se prestan a interpretaciones de diverso cariz. Así, en el terreno político español, en los siglos xix y xx, Isabelinos y Carlistas primero, Republicanos y Nacionales después, leen la obra de modo que puedan utilizarla para apuntalar su posicionamiento bélico. ¿Diremos, por tanto, que Don Quijote se convierte en mito? Mito y heterogeneidad biofísica Ulises vive tanto en el mundo natural como en el mundo sobrenatural, vive con desenvoltura tanto entre humanos como entre dioses. Es esposo de Penélope en Ítaca (mundo connatural) y amante de Calipso en la isla (mundo sobrenatural). Ambos mundos son icticios para el lector, pero avalados como reales por su carga de verosimilitud. El héroe mítico no experimenta contradicción alguna entre ellos, porque gozan del mismo estatuto de realidad, dentro, claro está, de la diégesis. Al margen de teogonías y sucesos del Olimpo, por lo general el mito se despliega sobre dos mundos donde viven dos tipos de personajes (humanos y divinos) y dos naturalezas (la connatural al personaje humano y la del mundo sobrenatural con el que este topa). De ahí la heterogeneidad entre ambos mundos: biológica entre los personajes humanos y divinos, física entre los mundos [ 24 ] DON QUIJOTE (2ª PARTE): EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO terreno y extraterreno; a esa heterogeneidad la denominaré biofísica. Aquí conviene incidir en que esta combinación de personajes y mundos no es fruto de la imaginación del héroe: forma parte de su aquí y de su circunstancia. En ocasiones el personaje pretende negar la coexistencia de esos dos mundos. Es el caso del estrepitoso encuentro entre Don Juan y la estatua del Comendador. En El burlador de Sevilla, Don Juan se reprocha, como indigna de su hidalguía, la credibilidad que ha prestado a la aparición de Don Gonzalo: Pero todas son ideas que da a la imaginación el temor; y temer muertos es más villano temor. (Tirso de Molina 1995: 279) En la pieza de Molière, Dom Juan intenta zanjar la situación mediante un seudorazonamiento cientíico: Sea lo que fuere, dejémoslo: es una bagatela; podemos habernos dejado engañar por un espejismo, o sorprender por algún vapor que nos haya turbado la vista. Quoi qu’il en soit, laissons cela : c’est une bagatelle, et nous pouvons avoir été trompés par un faux jour, ou surpris de quelque vapeur qui nous ait troublé la vue. (Molière 1973: 202) Pero el testimonio de Catalinón, Sganarelle y otros criados autentiica que la estatua del Comendador se ha movido. Aun cuando otros personajes no lo corroborasen, los espectadores lo podrían certiicar. A menos que no se respeten, las acotaciones dan fe de la presencia del otro mundo… Ciertamente, la interferencia de ambos mundos no aparece de igual manera en los mitos antiguos que en los medievales y modernos. En aquellos, los mundos natural y sobrenatural se suceden, pero no sin solución de continuidad: nunca se presentan de manera simultánea. Piénsese en el descenso de los héroes a los iniernos. El recurso a la catábasis divide claramente los dos [ 25 ] JOSÉ MANUEL LOSADA mundos. El hecho de subir a la barca de Caronte signiica dejar un mundo para entrar en otro; es un signo. En cambio, en los mitos medievales y modernos, el mundo sobrenatural irrumpe en el mundo natural. La sangre corre por la lanza durante el cortejo del Grial en presencia de Perceval y del Rey Pescador; la voz del difunto rey de Dinamarca se hace oír por Hamlet y los soldados de guardia; la estatua del Comendador se mueve y habla a Don Juan en presencia de Sganarelle; Meistófeles se presenta y la «voz de lo alto» baja al calabozo de Margarita a la hora de su muerte; Frankenstein sumerge a Víctor Frankenstein ante la mirada atónita de los marineros; Drácula se metamorfosea en nube de aire para penetrar en la alcoba de Mina Harker. Es decir: el mundo sobrenatural irrumpe en el natural sin solución de continuidad. Ambos son simultáneos. El hecho de que ambos mundos sean sucesivos en el tiempo y requieran de un rito de paso para el acceso de uno a otro (mitos antiguos), o de que sean simultáneos e interieran uno en el otro (mitos medievales y modernos), no elimina la exigencia fundamental de una heterogeneidad biofísica: el mito requiere al menos dos tipos de personajes (humano y sobrehumano) y dos tipos de universos (terrestre y «extraterrestre» —celeste o infernal—). Otra modalidad narrativa de esta escisión entre los mundos es la metamorfosis que observamos en los relatos míticos canónicos (mucho menor, y de otra índole, en los relatos medievales y modernos). Dafne se convierte en laurel, Acteón en ciervo, Astrea en constelación, Zeus en el doble de Anitrión… Dos conclusiones previas y una reflexión 1ª Esta interferencia (que no fusión ni confusión, tan solo contacto o copresencia), esta concomitancia entre dos mundos heterogéneos, el natural y el sobrenatural, dotados de igual carga de verosimilitud, debería ser un criterio fundamental para una mitocrítica que ose extender el relato mítico más allá del constructo semiótico, e incluso semántico. Es heurística para dilucidar la cuestión del «mito» quijotesco. [ 26 ] DON QUIJOTE (2ª PARTE): EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO 2ª El mito no equivale a la fantasmagoría. En los relatos fantásticos —Der Sandmann, Le Horla, Le Rideau cramoisi, El monte de las ánimas…—, el personaje es víctima de una enajenación que resulta de ilusiones ópticas o imaginativas. El mundo en que está enajenado nada tiene que ver con un mundo sobrenatural. También aquí contamos con una clave heurística para el «mito» quijotesco. La relexión: el hecho de que en la cultura occidental ya no haya solución de continuidad entre los dos mundos heterogéneos, tal vez se deba al misterio de la Encarnación de Jesucristo, cuya catábasis a los iniernos cobra nuevo sentido con su anábasis o ascensión a los cielos. El rescate de los justos que estaban en el seno de Abraham adquiere su pleno signiicado con el regreso del Hijo del Hombre al seno del Padre: la anterior escisión entre dos mundos enemistados queda borrada. El coloquio del que resulta este volumen estaba centrado en la 2ª parte del Quijote. Conieso mi sorpresa al deber discutir el carácter mítico de la parte, según yo, menos propicia a una interpretación mitológica. A primera vista, el Quijote nos presenta un personaje literario que mora en un lugar de La Mancha donde emprende locas aventuras para restituir la andante caballería. Toma a Aldonza Lorenzo por «princesa y gran señora», a imitación de sus modelos caballerescos, y la erige en «Dulcinea del Toboso» (Cervantes 1967). En su primera salida la emprende contra molinos y ganados que confunde con gigantes y malandrines. El resto de episodios de la primera parte sigue este esquema, hasta la derrota que lo devuelve a su casa. Este esquema se rompe en la segunda parte, donde prima la burla de que Don Quijote y Sancho son objeto, se insinúa el progresivo desencanto que se apodera del caballero, se encona el encuentro con la realidad sin que tercie la locura y la trama se tiñe de amargura por el desencanto. ¿Hay aquí materia mítica? Detengámonos en la aventura del descenso a la cueva de Montesinos. El esquema narrativo ensarta, una tras otra, escenas semejantes a las grandes catábasis míticas (Orfeo, Teseo, Ulises, Alejandro…), caballerescas y romanceriles. [ 27 ] JOSÉ MANUEL LOSADA El personaje Montesinos, que hace las veces de guía, al estilo de Tiresias y la Sibila, introduce a Don Quijote en un «cristalino palacio»; allí encontró, dice, un sepulcro de mármol sobre el que descansaba Durandarte, «de pura carne y de puros huesos», con la mano derecha «algo peluda y nervosa […] puesta sobre el lado del corazón». Un anticipo del muerto viviente (hoy, zombi). Seguidamente, Don Quijote presenció la procesión de los sirvientes de Durandarte y Belerma: —Al cabo y in de las hileras venía una señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas, tan tendidas y largas, que besaban la tierra. Su turbante era mayor dos veces que el mayor de alguna de las otras; era cejijunta, y la nariz algo chata; la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras; traía en las manos un lienzo delgado, y entre él, a lo que pude divisar, un corazón de carne momia, según venía seco y amojamado. (Cervantes 1967: 526) Un festivo añadido al acervo de romances burlescos de Belerma (Labertit 1973: 144-145). Caballero y dama, a la par que el iel guardián de esa gruta convertida en «bello, ameno y deleitoso prado», son presa del afrancesado encantador Merlín. Observemos la conversación tras el retorno a la luz del día. El caballero airma que ha estado en la cueva tres días con sus noches; Sancho le replica que apenas estuvo abajo «poco más de una hora»; el primo, embobado como «famoso estudiante y muy aicionado a leer libros de caballerías», asiente a todo lo que relata Don Quijote; el redactor, por su parte, vacila entre la credulidad y la incredulidad, si bien concluye que «esta aventura parece apócrifa» (Cervantes 1967: 530); el lector, inalmente, tiene para opinar («Tú, letor, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere»). La credulidad será asunto de grados, de cultura, de temperamento; pero lo ocurrido, fuere lo que fuere, nunca ha puesto a Don Quijote en contacto con un mundo extraño a su enajenamiento, nunca le ha introducido en otro mundo (ni un supramundo, ni un inframundo). Don Quijote, arriba en la supericie como abajo [ 28 ] DON QUIJOTE (2ª PARTE): EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO en la cueva, vive en un único mundo, el de su fantasiosa imaginación, a diferencia de los personajes míticos, que se comunican con mundos heterogéneos. Para mayor prueba de lo dicho, los casos de metamorfosis, frecuentes en los relatos míticos, ni acaecen en la cueva ni el visitante los presencia: son explicativos, como en todo mito, pero no descritos, sino narrados in absentia por el guardián Montesinos. De nuevo, la credulidad que se les preste es asunto de grados. No ocurre otro tanto con sus consecuencias: Dulcinea no volverá a «recobrar su estado primo» a menos que Sancho se aplique «tres mil azotes y trecientos / en ambas sus valientes posaderas» (Cervantes 1967: 596). Pero, ¿cuál es el «estado primo» de la dama? La estructuración de todo el relato, paródica en sí misma, concluye en la adhesión a la realidad inita y la profesión de la fe cristiana. Al inal de su vida, Don Quijote pide a su sobrina que llame al cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero para confesarse y hacer testamento. Cuando estos entran en su aposento, el caballero explica: —Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la ininita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentado en cabeza propia, las abomino. (Cervantes 1976: 800) Al disiparse «las sombras caliginosas» de «sus disparates y sus embelecos», el caballero rubrica su «desengaño». Alonso Quijano se desprende de Don Quijote, despidiendo para siempre el mundo fantástico y legendario del caballero andante que quiso ser. ¿Dónde se ha visto a un personaje mítico desmitiicar su mundo imaginario y al mismo tiempo desmistiicarse? Creo que podemos concluir. Dudo que haya relato mítico si hay connivencia, complicidad, entre narrador y lector. [ 29 ] JOSÉ MANUEL LOSADA Airmo que no hay relato mítico si no hay heterogeneidad biofísica entre el personaje y los mundos por donde evoluciona. Más aún, pienso que toda la estructuración del Quijote revela una intención netamente desmitiicadora. Así, la 1ª parte es de naturaleza eminentemente paródica; consiste, por lo general, en trocar el ambiente poético-caballeresco en ambiente de baja cotidianeidad. La 2ª parte, más innovadora, utiliza con gran sutilidad el recurso de lo apócrifo, suscita en el lector, y en el mismo personaje, la duda sobre la autenticidad de lo narrado. Ambos recursos, entiendo, son incompatibles con la estructura propia de los relatos míticos. Hablar del mito de Don Quijote es ir contra la literalidad del texto, abusar del lenguaje: cometer un contrasentido. [ 30 ] DON QUIJOTE (2ª PARTE): EN BUSCA DE CRITERIOS PERTINENTES DEL MITO Bibliografía Textos Anouilh, Jean (2008): Antigone. Paris: La Table Ronde, «La petite vermillon», 2008. Cervantes (1967): Don Quijote de la Mancha. Madrid: Espasa Calpe. Cicerón (1959): De Legibus, ed. Georges de Plinval. Paris: Les Belles Lettres. Rimbaud, Arthur (2009): Œuvres complètes, ed. André Guyaux (y Aurélia Cervoni). Paris: Gallimard, «Bibliothèque de la Pléiade». Molière (1973): Le Tartufe. Dom Juan. Le Misanthrope, ed. Georges Couton. París: Gallimard, «Folio». Tirso de Molina (1995): El burlador de Sevilla, ed. Alfredo Rodríguez López-Vázquez. Madrid: Cátedra, «Letras Hispánicas». 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