Alojado en el mausoleo perdura el legado iconográfico más importante que nos ha dejado Lenin: su cuerpo. Nos permite constatar una vez más que, más que el alma de la revolución, Lenin fue su encarnación. Más que su fantasía, su realidad. Y más que su ilusión, su poder. Lo decía él mismo: “Salvo el poder, todo es ilusión”
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