Antón Lamazares (Lalín, 1954) quiso ser futbolista. Una lesión reorientó las cosas, y el resto de la historia es pintura. Una confesable obsesión, una necesidad psíquica, que se transmuta en piezas que la crítica ya ha relacionado con el minimalismo, el informalismo y la abstracción. Más pintor que artista, Lamazares ha realizado exposiciones en galerías de primer orden como la de Juana Mordó (Madrid), la Sala Gaspar (Barcelona) o la Bruno Fachetti (Nueva York), y en centros como el Instituto Cervantes de Damasco (Siria). Estancias en el extranjero (París, Nueva York o Berlín), viajes por Europa, dos talleres en Madrid, becas y premios en el bolsillo, como la Insignia de Ouro de la Universidade de Santiago de Compostela, o la Medalla Castelao de la Xunta de Galicia (ambos concedidos en 2010); Lamazares es uno de los grandes representantes del arte contemporáneo estatal. Nadie puede dudarlo. Pero el camino no fue fácil. Y sigue sin serlo.
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