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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.38 n.1 Santiago jun. 2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942005000100012 

 

RESEÑAS

JOSÉ DEL POZO, Historia de América Latina y del Caribe, 1825 hasta nuestros días. Santiago: Lom Ediciones, 2002.

Para comprender el enfoque de este manual de historia latinoamericana, hay que comenzar por comentar que José del Pozo es un historiador chileno que enseña hace varios años en Canadá. El libro surge de su experiencia docente con alumnos de ese país, y del valioso material recolectado para la preparación de sus clases. Se trata, por lo tanto, de un esfuerzo dirigido a un público poco familiarizado con los avatares de la historia latinoamericana, al cual se entregan los hitos básicos de su desarrollo desde una perspectiva geográficamente amplia, al incluir, además de México y América del Sur, el Caribe y Centroamérica. El autor sabe enfrentar la falta de familiaridad de sus lectores, a través de una aproximación pedagógica que denota su experiencia. Sin embargo, su interacción con el medio estudiantil y académico norteamericano le conduce hacia concesiones al imaginario presente en ese medio respecto de América Latina. Así, la democracia aparece como un ideal ético cuya dificultad de asentamiento en nuestro continente desdibuja los demás progresos latinoamericanos de los siglos XIX y XX, especialmente cuando sometidos a la comparación entre el mundo "democrático" y desarrollado, este continente parece destinado a mayores o menores fracasos, según se aproxime o aleje del modelo del norte. La otra faceta de la corrección política se hace presente en una visión de la historia latinoamericana como una lucha entre el Occidente avasallador y poblaciones indígenas oprimidas.

Lo primero queda claramente explícito en la Introducción del libro. El autor define un "eje central del libro", como "la cuestión de la democracia" (p. 9), y la caracterización de la debilidad de esta, atribuida a una estructura social y cultural que no ha permitido superar las diferencias entre las elites y la masa por las condiciones especiales de ser "sociedad de conquista" y por el control de la tierra "por unos pocos en detrimento de la gran mayoría". Asimismo, define una "trama central" definida como que "América Latina ha sido lenta en adoptar, y sobre todo en respetar, la democracia de masas, proceso que se debe fundamentalmente a las tensiones internas en los distintos países, y que ha sido exacerbado por las presiones exteriores". Lo anterior ha impedido forjar sociedades "medianamente igualitarias, donde los derechos humanos sean respetados y, al mismo tiempo, en construir un sistema político que funcione en base al respeto a las leyes y a la opinión ciudadana" (p. 8). "Eje" y "trama" se completan para explicar la tesis de José del Pozo para este libro.

La segunda concesión del autor a sus lectores, aparece desde la portada. Imágenes de Rigoberta Menchú y Simón Bolívar se sobreponen al mapa político de América Latina en la carátula. El libro entrega así una afirmación sobre la orientación de su contenido desde la primera mirada. La selección de estos dos "próceres" habla por sí misma para indicar que el autor se sitúa entre quienes asimilan la liberación continental que se propuso Bolívar con esa otra liberación que representa la Menchú, como indígena guatemalteca y esperanza de "los autóctonos" (p. 245). Ambos personajes fueron debatidos en su momento de mayor figuración. La figura de Bolívar ha resistido el paso del tiempo por razones obvias para quienes conocen su vocación independentista y su peregrinaje republicano desde las Antillas a los Andes intentando consolidar los nuevos estados americanos. La Menchú, acreedora del Nobel de la Paz en l992, aunque convertida en símbolo no solamente de las víctimas de las represiones militares por los ataques que habría sufrido su familia, sino también del resurgimiento de las reivindicaciones indígenas contra los estados nacionales, no ha logrado erigirse en una figura de unidad continental y ha concitado muchas oposiciones por su carácter de figura mediática y su dudosa representatividad incluso dentro de su propio país.

Nada de lo anterior oscurece un encomiable esfuerzo de síntesis de la historia de América Latina, planteado desde las categorías convencionales de historia social, económica, política y de relaciones internacionales. Se incluye a Canadá, por razones que parecen tener más que ver con el trabajo del autor en una universidad de ese país, que con su pertenencia cultural a la denominación continental napoleónica. Cada sección termina con un aparte dirigido a la "cultura", subdividido en "pensamiento", "arte y literatura" y "cultura popular", tal vez lo más corto y débil de cada sección Esta síntesis se inicia en l825, cuando la batalla de Ayacucho de l824 ya había consagrado el destino independiente de los Estados latinoamericanos. Este primer período, también primer capítulo, "la época oligárquica", culmina en l889, dando inicio a "escasos avances" en la apertura del sistema debido al auge exportador, hasta l930, analizados en el capítulo 2. Desde esta fecha hasta l959, tema del capítulo 3, el autor privilegia el rol de los populistas y militares en diálogo con la oligarquía y su esfuerzo por sustituir importaciones y crear un modelo de desarrollo propio. El capítulo 4 es "la gran polarización", de l960 a l989, caracterizada por dictaduras, autoritarismos, revoluciones, "democracias aparentes" con solo Costa Rica y Venezuela alumbrando el panorama político como "estados de derecho". "¿El triunfo del neoliberalismo? De l990 a 2001" es el título del capítulo 5. La interrogante surge del destino de un proceso que está aún en curso pero cuyas características inducen al autor a introducir su conclusión en el sentido de "la frustración (y quizás el fracaso) es el sentimiento dominante para referirse al conjunto de la experiencia histórica latinoamericana" (p. 266). Estas características serían que "la democratización ha sido limitada" en el continente, y que "los que ayer ejercieron la represión han logrado desarrollar un lenguaje político que los hace respetables ante el electorado, que no discierne entre los partidarios y los adversarios de las antiguas dictaduras" (p. 258). El resultado, para el autor, ha sido "…el de impedir toda reconciliación verdadera entre los enemigos de ayer, que hoy se toleran y dialogan a nivel de las elites, pero se está lejos de un entendimiento a nivel colectivo" (p. 259).

Es indudable que el itinerario democrático de América Latina ha sido un fracaso si se le aplica el concepto de democracia contemporánea que prevalece en el mundo occidental, no solo respecto de su perdurabilidad, sino del respeto a las libertades e igualdades que el liberalismo consagra. Es importante partir por mencionar que la historia latinoamericana no es solo la historia de su democracia. Sin embargo, si se decide usar como "eje" de un manual de historia latinoamericana el concepto de la democracia, se hace necesario precisar el uso y los alcances de dicho concepto en el momento histórico que se analiza. Lo mismo respecto del concepto de "liberalismo". Al referirse a la vida política del siglo XIX, el autor sostiene que tanto en las repúblicas como en las monarquías, esta se orientó "… a través de dos grandes corrientes: la conservadora y la liberal" (p. 39). Esta última se caracterizaba por criticar la influencia de la Iglesia, apoyar la inmigración europea, favorecer la abolición de la esclavitud y la ampliación del sufragio, y preferir el libre cambio en política económica exterior, mientras conservadores eran los desconfiados de la inmigración y proteccionistas en materia económica. Posteriormente, al presentar su conclusión al libro, plantea que "…el gran problema de la elite liberal fue su dificultad, o más bien dicho su falta de interés por legitimar su liderazgo social y político ante las masas. El único gran progreso social realizado durante el siglo XIX había sido el fin de la esclavitud…" (p. 263). La consecuencia de lo anterior fue la ausencia de identificación entre dirigidos y dirigentes, situación que fue aprovechada en el siglo XX por los militares que entraron a arbitrar los conflictos sociales y políticos. Esta pérdida de terreno ganado por el liberalismo en el XIX es, para Del Pozo, "…una de las claves de la inestabilidad crónica de la vida política latinoamericana".

Hablar de "democracia" o "liberalismo" en el siglo XIX hispanoamericano no es lo mismo que hacerlo para los siglos posteriores. Además, es un error pretender asignar categorías ideológicas al conservadurismo, confundiendo así ideas con actitudes, teorías con prácticas. Lo anterior no implica desconocer el hecho que las ideologías políticas europeas, especialmente el liberalismo, constituyeron el canon ideológico de las clases dirigentes, siendo asimiladas en América Latina, y adaptadas a la visión que las elites tenían de la situación social. El conservadurismo, o más bien la mentalidad conservadora, también inserto en la matriz republicana liberal proveniente de Europa o Estados Unidos, ejercía la función de dique para contener el cambio brusco; era una actitud frente a los procesos de implementación del ideario republicano, al interior del mismo universo de ideas de los liberales, y no solamente restos "del orden heredado de la época colonial"1. De allí que, por ejemplo, la ampliación del sufragio o el apoyo a la inmigración no fuera siempre una bandera liberal y que en muchas ocasiones conservadores y ultramontanos no estuvieran en la misma trinchera. El tamaño de la empresa republicana, los progresos en su implementación, el hecho que esa elite republicana decimonónica se hizo cargo de organizar los Estados y de construir las naciones, además que a ella debemos los progresos educacionales y, en muchos casos, la contención de los caudillos y las ambiciones militares, hace inapropiado sostener que el único progreso social fue la eliminación de la esclavitud. Si además se toma en cuenta las condiciones de debilidad de las sociedades civiles por razones más profundas que la "falta de voluntad" de las elites, y que escapan al espacio de esta reseña, con mayor razón se recomienda mayor cautela a la hora de introducir en un mismo saco los contenidos civilizadores del liberalismo del XIX con los errores de las oligarquías del XX. Especialmente si se afirma al mismo tiempo que en el siglo XX se "perdió terreno" ya ganado por el liberalismo. Por cierto que en el siglo XX el panorama ideológico es distinto, así como lo son las diferencias entre conservadores y liberales, y las condiciones y desafíos de la democracia. Es evidente que las oligarquías latinoamericanas mantuvieron una ceguera suicida ante la presión por cambios sociales, y que América Latina, siendo parte de la esfera norteamericana de influencias fue víctima también de ensayos infructuosos para forzar caminos de desarrollo diseñados al margen de su cultura, como lo fueron las teorías de la modernización y también de la dependencia.

La complejidad del itinerario democrático latinoamericano tiene que ver, más que con pérdidas de terreno respecto de los progresos del liberalismo decimonónico, con las dificultades de adecuación de los postulados republicanos del XIX con los requerimientos de profundización de la democracia y las prácticas políticas que ello implicaba, en un universo ideológicamente complejo, con altas demandas económicas y de participación, y donde también se hacía necesario dialogar con posturas antidemocráticas, desde la izquierda hasta los militares de derecha. Ello requería poner a prueba la fe en la democracia como sistema político y vocación social, por parte de una sociedad civil que tanto la quería como la temía. El hecho que, como sostiene Del Pozo, "… los que ayer ejercieron la represión han logrado desarrollar un lenguaje político que los hace respetables ante el electorado, que no discierne entre los partidarios y los adversarios de las antiguas dictaduras" no es por sí solo demostración de una democracia limitada. La implantación de nuevas prácticas políticas de consenso y negociación frente a los traumas del pasado y el futuro de la democracia no conduce necesariamente a "…impedir toda reconciliación verdadera entre los enemigos de ayer, que hoy se toleran y dialogan a nivel de elites…". Menos aún compromete la posibilidad de "… un entendimiento a nivel colectivo" (pp. 258-9). Muy por el contrario, podría sostenerse que, justamente si antiguos adversarios logran articular el lenguaje común del diálogo democrático, se aproxima el escenario de un entendimiento colectivo, con el cual se invertiría la pesimista conclusión del autor.

Más allá de estas diferencias, no cabe duda que esfuerzos de síntesis y análisis de la historia latinoamericana, como el que emprendió José del Pozo, son un avance en situar a América Latina y su historia en un lugar desde el cual su complejidad y su diversidad aparezcan para comprensión de los lectores, y como materia de reflexión respecto de su futuro. Esperamos que la discusión que él emprende, y las respuestas que provoca, contribuyan a superar la permanente polaridad histórica entre el éxito y el fracaso de América Latina, abriendo a los estudiosos hacia una mirada desde ella misma y su cultura que también traiga como consecuencia el fortalecimiento de su democracia.

ANA MARÍA STUVEN
Pontificia Universidad Católica de Chile

1 Durante el XIX, las elites republicanas, en casi todo el continente, compartían ideas provenientes del liberalismo europeo con visiones conservadoras respecto del orden social. Para enfrentar la tensión entre liberalismo y republicanismo, y resolver el nudo respecto de las ideas que guiaron a los organizadores de los estados latinoamericanos, es útil la conceptualización de Philip Pettit, quien establece que existió una diferencia entre la concepción de libertad de republicanos y liberales. Los primeros, entendían la libertad como la ausencia de dominación arbitraria, lo cual no implicaba necesariamente la plena vigencia de los derechos individuales, mientras el ejercicio del poder no fuera arbitrario, tuviera limitaciones, y tuviera que justificar cualquier suspensión de derechos en función de un bien social. Cfr. Philip Pettit, Republicanism. A theory of freedom and government, Oxford: l997. Para América Latina, los trabajos recientes de Gabriel Negretto son una contribución importante. Cfr. Gabriel Negretto y José Antonio Aguilar, "Rethinking the Legacy of the Liberal State in Latin America: The cases of Argentina (l853-l9l6) and México (l857-l9l0"), en Journal of Latin American Studies, 32, 2, 2000.