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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.38 n.1 Santiago jun. 2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942005000100016 

 

RESEÑAS

JUAN PABLO GONZÁLEZ y CLAUDIO ROLLE, Historia social de la música popular en Chile, 1890-1950. Santiago, Ediciones de la Universidad Católica de Chile, 2004, 645 págs.

Los autores se propusieron alcanzar varios objetivos con esta investigación, según señalan introductoriamente.

Su principal aspiración fue "descubrir cómo una sociedad recibió, seleccionó, transformó, hizo suya y preservó determinadas propuestas musicales; cuáles fueron sus condiciones de producción y consumo durante más de medio siglo y cómo se construyeron sus posibles sentidos". Mediante el sonido _dicen_, intentaron conocer " a quienes compusieron, tocaron, bailaron y escucharon un repertorio que constituye un puente sensible" entre el tiempo presente y el transcurrido en el lapso 1890-1950 (p. 13). Asimismo, se interesaron en dar cuenta de la "dimensión sonora del pasado", advirtiéndonos que con ello se preocupan de una dimensión desatendida por la historiografía y, de paso, realizar "un aporte a la valoración y recuperación de un patrimonio hasta ahora conservado con un halo de descuido o con tonos marginales, restableciendo elementos importantes para la memoria común de la experiencia histórica del siglo XX chileno" (p. 18).

El libro, en consecuencia, es ante todo historia social, porque intenta comprender la sociedad chilena del siglo XX desde la música popular, siendo su objeto de estudio, como se supondrá, la música, con sus variadas formas de expresión y medios o espacios de transmisión. Por eso en la exposición aluden a géneros, a diferentes prácticas musicales, a composiciones e interpretaciones, a repertorios, a autores y músicos nacionales y extranjeros, a la industria encargada de producir, reproducir y hacer circular la música, a lugares donde se realizaba o difundía, a cómo se utilizó, a los procesos de significación y transformación cultural y artística (p. 19).

Por música popular González y Rolle entienden una música mediatizada, masiva y moderna. Mediatizada, porque se difunde a través de una industria musical e instrumentos tecnológicos; masiva, porque simultáneamente es escuchada por numeroso público, al punto que supera las nacionalidades, y moderna, porque es cosmopolita, uno de los símbolos del progreso, de la integración de razas y culturas diversas (p. 26). Tocante a nuestro país, hacen una distinción importante. Dicen referirse más a la música popular "en" Chile y no "de" Chile, porque consideraron aquella música que fue "seleccionada, apropiada, practicada y, en este proceso, resignificada por el chileno, venga del campo o la ciudad, del país o del extranjero" (p. 20).

La materia en cuestión se abordó a partir de dos proposiciones. Una, "la existencia de vínculos entre la música popular practicada en Chile durante la primera mitad del siglo XX con la historia social del período". Una historia social, según se sabe, que se modificó progresivamente desde el siglo XIX en adelante, siguiendo modelos de vida y todo tipo de manifestaciones culturales provenientes de Europa y Estados Unidos y que, en este sentido, experimentó un significativo cambio entre los años 1930 y 1950. Por esta razón el texto se organiza teniendo en cuenta los siguientes fenómenos y procesos: modernización; persistencia del antiguo orden, democratización del consumo y masificación social en el mundo burgués, obrero y mesocrático, en el espacio público y privado y en las relaciones entre estos mundos y los espacios sociales. La segunda proposición, es que Chile ha "condicionado tanto el carácter y comportamiento de sus habitantes como sus formas de práctica y consumo musical", dado que se consideró a sí mismo como país pobre, aislado y alejado.

Sobre la base de tales premisas, los autores formulan varios planteamientos _generales y específicos_, distinguiéndose, a nuestro juicio, tres, de entre los generales. Primero, que nuestro país no desarrolló una música popular que se adecuara a los cánones de internacionalización impuestas en el siglo XX, porque habría estado en desventaja respecto de otros países de América, al tener "ausencia o marginalidad de expresiones musicales negras y mestizas". Segundo, que la predominancia de géneros rurales dejó al chileno de ciudad sin la posibilidad de practicar o disfrutar su propia música urbana". Por último, "que el alto porcentaje de música extranjera consumida en Chile a lo largo del siglo XX tiene que ver, justamente, con tales carencias, las que finalmente el músico y el público chileno han revertido y transformado en la virtud de `estar al día' y así poder elegir entre una variedad de prácticas y propuestas musicales que luego serán apropiadas y reinventadas en el nuevo suelo. El proceso de adopción de música extranjera se fue acentuando con el correr del siglo y la modernización de la cultura de masas, convirtiéndose en un fenómeno que en algunos momentos sorprendió y en otros alarmó a los testigos de esos cambios" (p. 40). En otras palabras, el consumo de carácter "cosmopolita" marcará definitivamente el desarrollo de la música popular (p. 42), constituyéndose en "un medio de relación de Chile con el mundo, algo especialmente relevante en un país lejano y asilado" (p. 43).

Para abordar el tema, revisaron un repertorio bibliográfico abundante y diversificado, que va desde textos teóricos hasta novelas, pasando por obras de referencia, monografías, biografías y ensayos. Encuadran el trabajo luego de efectuar un análisis de los estudios publicados en América Latina sobre la materia y en particular sobre Chile. Esta revisión, junto con permitirles detectar el vacío historiográfico que existía al respecto, les aportó una conceptualización e interesantes interpretaciones elaboradas por autores latinoamericanos sobre la realidad de otros países y puntos de comparación con el caso chileno, como se puede observar a lo largo de todo el libro. Además, de este examen concluyen que a partir de la década de 1970 la música popular adquirió en Occidente plena legitimidad como objeto de estudio, iniciándose la investigación sistemática en Chile una década después. Esta obra es la primera que aborda el desarrollo de la música popular en Chile durante el siglo XX.

Es un trabajo a todas luces largo y amplio, en el sentido que cubren sesenta años de un territorio muy vasto, que los obligó a consultar, recopilar y descubrir un numeroso conjunto de fuentes de información. "No hemos descartado ningún tipo de registro documental o fuente", puntualizan, incluyendo hasta filmografía. Más aún, están muy conscientes de haber hecho una labor pionera, de "reconstrucción de un patrimonio musical antiguo" (p. 17). De hecho, recuperaron más de 400 grabaciones en discos de 78 rpm. En fin, el estudio en este sentido es muy completo y se entenderá cuán novedoso resulta. El rescate de información de fuentes periódicas es enorme, y el de iconografía, particularmente notable. La iconografía habla por sí sola, no únicamente sobre prácticas musicales, músicos o artistas, instrumentos y tecnología musical, sino que contribuye a recrear visualmente la época.

El itinerario de la exposición abarca un espectro muy diverso de ámbitos, medios y formas de expresión musical. Comenzando con la función que al respecto cumplió el salón decimonónico de elite, que ya en los primeros años del siglo XX, "cruzaba" completamente la sociedad nacional en cuanto a música y baile (p. 86), extendiéndose incluso al campo chileno con el "salón folclorizado" (p. 51), hasta llegar al análisis del baile moderno y los diferentes cancioneros que tuvieron impacto en Chile: El europeo (español, francés e italiano) y latinoamericano, sin descuidar el "Folclore de masas" chileno. Una manifestación que se percibió en inferioridad de condiciones respecto del folclore americano, como señalamos, porque cargando a cuestas con un sello hispano, no tenía elementos propios definidos, como lo habrían sido los africanos, mestizos e indígenas para otros países. Esta situación exigió del artista nacional del género en cuestión _recuérdese, en medio del proceso modernizador_ "el máximo de sus capacidades interpretativas y estrategias performativas" con el objeto de buscar permanentemente "renovación de su propuesta artística sin perder el vínculo con una tradición que lo nutría" muy parcialmente de lo forjado en América sobre la materia. Este esfuerzo explicaría por qué "el artista del folclore y la llamada música típica chilena, experimentaron constantes transformaciones entre 1890 y 1950" (p. 370)

En el recorrido que efectúan, se detiene en otras facetas del asunto, tanto en la música "escénica", vale decir, la zarzuela, el cuplé, las revistas y variedades, todas expresiones que confluyen en el "camino a la democratización efectiva de la cultura" (p. 154); como también en la industria musical, que se inició con la impresión de partituras y la comercialización de instrumentos y prosiguió con el advenimiento del disco, la radio, el cine y del estrellato, abordando los efectos multiplicadores de esta industria sobre la música y las prácticas musicales. Por ejemplo, el uso de la vitrola posibilitó bailar en pleno campo "charleston y pasodoble"; la aparición de sellos discográficos de marca y "piratas"; los concursos radiales "para descubrir nuevos valores". El impacto cultural de las películas mexicanas y argentinas, por su parte, "indujo a intentar versiones nacionales de comedias, melodramas y musicales en lo que se cambiaban corridos por tonadas y tangos por cuecas" (p. 248). En fin, la consolidación del uso del micrófono en la década de 1920, permitió que la música popular moderna adquiriese "un formato confidencial, ligado a la comunicación de sentimientos íntimos que pueden llegar a interpretar el sentir de millones de personas simultáneamente, como si las canciones fuesen dirigidas al oído íntimo de cada auditor emocionado" (p. 263). Por último, pasan revista al espacio público, en directa relación con ciertos géneros musicales, ya fuesen las calles y plazas, con la presencia de bandas, orfeones, retretas, carnavales y fiestas (en especial de la "primavera"), ya fuesen los cafés, cabarets, boîtes y quintas de recreo.

El libro, efectivamente, le aporta la dimensión sonora a la historia de Chile y permite entender la música popular como expresión de modernidad, a la vez que como agente modernizador y, por cierto, explica la configuración de nuestra ecléctica música popular durante el período tratado. Pero el esfuerzo de González y Rolle tiene otro valor que subrayamos. Nos muestran chilenos alegres, románticos, dispuesto a divertirse a crear y recrearse, pese a las tribulaciones económicas y políticas que experimentaron. Nos muestran músicos y artistas de gran categoría y un país, en mi opinión, con gustos más finos musicalmente hablando, que lo que conocemos en la actualidad. En definitiva, se trata de una investigación que no solo logra sus objetivos, sino que también da cuenta de una realidad más desconocida, porque se aproxima un tanto a una "historia de la vida cotidiana", con retazos de "historia de la vida privada".

Formalmente se aprecia cuidado, por sus cuantiosas imágenes que acompañan el texto, sus índices, sean bibliográficos, de fuentes, onomástico y de títulos de canciones, más un broche de oro: el disco compacto que se anexa, con una reseña de sus 26 piezas musicales. Su sonido permite captar mejor algunos planteamientos expuestos y nos entrega un hálito de la sensibilidad musical de aquellos años. Sin embargo, la dicción de algunos de los capítulos, tienden a dificultar, por momentos, una rápida o mejor comprensión. Es un mérito, reiteramos, la información que aportan, pero da la impresión que el afán por describir completamente los hechos, ambientes, protagonistas, etc., traicionó a los autores y los llevó a caer en repeticiones o digresiones muy extensas, porque hay pasajes en los cuales parecen estar orientados a una "historia de la mujer", por ejemplo, o de "la radio" o "del cine". En todo caso, estas últimas observaciones, en verdad, en ningún caso disminuye la lista de merecimientos que a nuestro parecer tiene la obra.

ÁLVARO GÓNGORA
Universidad Finis Terrae, Santiago de Chile