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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.38 n.1 Santiago jun. 2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942005000100014 

 

RESEÑAS

FRANCISCO XAVIER GONZÁLEZ E., Aquellos años franceses, 1870-1900, Chile en la huella de París, Santiago, Taurus, 1903, 483 págs.

El libro del profesor González es la traducción de una tesis doctoral que aprobara en la Universidad de París I bajo la dirección del fallecido François Xavier Guerra, al parecer sin cambios. Con todo no es una tesis propiamente tal, vale decir una nueva interpretación de un tema o problema histórico, como se encarga de hacerlo ver, con su fina ironía, el propio Guerra en la contratapa. Pero aporta bastante información.

Si bien el libro se refiere principalmente a los años que menciona en el título, no deja de hacer alcances a episodios y personas a partir de la Independencia. Esto no lo favorece, pues si referido a los años que toca es más o menos completo, en las incursiones hacia el pasado se dejan vacíos grandes e importantes, por ejemplo, no se refiere a Claudio Gay y sus obra.

González se preocupa de las principales formas en que Francia habría influido en Chile durante el período que le preocupa. Detecta varias. También toca algunos temas relacionados, como la imagen de los chilenos en París y otras.

Además del problema de la ausencia de tesis, el libro tiene también un grave problema de estructura. No se dice que fue lo más y lo menos importante en la influencia que Francia ejerciera sobre nuestro país durante aquellos años y el orden de los temas tratados no parece obedecer a lógica aparente. Buenos me han parecido los capítulos en que estudia la acción de las ordenes religiosas francesas en Chile y algo menos el último que se refiere a la colonia chilena en la capital gala. El resto me parecen incompletos y a veces superficiales. Abundan también los errores de fondo y de forma, incluso en la biliografía y las notas. Ya señalaremos algunos más adelante. ¿Con todo, entrega una idea del asunto?, sí, pero lejos de ser acabada.

Parte preocupándose de algunas librerías que importaban libros de Francia y de los libros franceses llegados a Chile en la época, o mejor dicho los llegados a la Biblioteca Nacional. No menciona los llegados a otras bibliotecas -como la del Instituto Nacional, también muy importante- para lo cual pudo utilizar la tesis de Patricia Arancibia y María Eugenia Pinto, dirigida por don Ricardo Krebs y titulada La obra de pensadores europeos en la biblioteca del Instituto Nacional, un estudio cuantitativo (Stgo. 1980) realizada en la Universidad Católica de Chile. O la biblioteca de la Universidad de Chile.

Por otra parte, bastante más de 50 novelas (como dice González) fueron publicadas en Chile como folletín, por entregas, en los diarios. La práctica venía de la década de 1830. Podría haber consultado la tesis de Licenciatura de Carolina Roblero Folletín literario, 1830-1890 (Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile donde las menciona en detalle, llegando en total a unas 1.900).

En la pág. 64 inventa un cuarto viaje de Benjamín Vicuña Mackenna a Europa…. en fin.

Pero quizá lo más grave es que ni siquiera mencione el libro de Alphonse de Lamartine que, sin duda con algo de exageración como era su estilo, Vicuña Mackenna dice que "Aquella obra inmortal tuvo en Chile, y especialmente en Santiago, una boga inmensa, cual no la ha tenido ni la tendrá posiblemente, ningún libro en lo venidero" y que se leyó hasta la primera mitad del siglo XX casi como un deber para cualquier persona medianamente culta.

Con todo este primer capítulo entrega algunos datos que -aunque fragmentados- son útiles.

El segundo capítulo es el mejor, se preocupa con dedicación a estudiar cómo los colegios franceses, regidos por sacerdotes, formaron sus redes de sociabilidad en Chile. Parece indudable que la educación católica de origen francés resistió la embestida del laicismo. Pero también este era muy fuerte a fin de siglo. No solo lo era en el Instituto Nacional y la Universidad de Chile (por eso se fundó la Universidad Católica en 1888), sino que en todo la columna vertebral de liceos fiscales a lo largo del largo del país. De ella saldría toda la intelectualidad mesocrática que marcó la primera mitad del siglo XX chileno y que solo vino a ser disputada en sus hegemonía cultural, por los grupos de jóvenes social cristianos que, por la obra de sacerdotes chilenos que habían estudiado en Francia o Bélgica, la mayoría jesuitas, egresarían de la Universidad Católica de Chile recién en la década 1930. Pero a pesar de ser el capítulo más logrado, hay vacíos que se notan. Ciertamente debió haber consultado y citado el libro de Sol Serrano, Vírgenes viajeras, acerca de las monjas de los Sagrados Corazones que llegaron a Chile entre 1837 y 1874, publicado en el año 2000. Pero en beneficio del capítulo digamos que es un tema que está cerrado sobre sí mismo y contiene al menos un esbozo de tesis: el triunfo católico, en su lucha contra el laicismo. Que sea cierto o no ya es otra cuestión, pero ahí hay una tesis. Sin non e vero e bien trovato

El tercer capítulo lleva por título "Una atmósfera peculiar, lo francés en la vida diaria", nuevamente, como en el capítulo primero, aporta bastante información dispersa, pero sin desarrollo ni análisis apreciable, ni opinión, excepto en relación a la reafirmación de la influencia francesa en Chile, tesis ya antigua, enunciada por F.X. Guerra y mencionada al comienzo. Pero en medio de las listas de frascos de agua colonia y cuadros copiados o falsificados importados a buen precio desde Francia se deslizan algunos errores que hubieran sido fáciles de corregir en una revisión de cierto rigor. En la pág. 188 -de nuevo preocupándose de un período anterior al estudiado- dice que el Arquitecto francés Fancisco Brunet Debaines llegó a Chile en 1878, en circunstancias que lo hizo en 1849. Lo que deja en evidencia el mismo autor cuando en la página siguiente consigna que su sucesor, un señor Lucién Hénault, llegó a nuestro país en 1857, o sea 19 años antes de lo que lo habría hecho sus antecesor Debaines. Errare humanum est, pero no es algo bien visto en una tesis doctoral.

El cuarto capítulo sobre lo francés en el debate en lo político y educacional es el más pobre. En una época en que la "influencia francesa era muy superior a la de otros países europeos" como dice Guerra en el párrafo citado, y especialmente en lo político y educacional, González despacha el tema en 29 páginas. Nada de lo que dice constituye un grave error, pero tampoco aporta sobre lo ya escrito varias veces por diversos autores.

Más interesantes son los capítulos siguientes sobre los latinoamericanos y chilenos en París, quienes eran sus hábitos, el "rastacuerismo" y los "afrancesados" de fin de siglo. Entrega una idea y se lee fácilmente. Lo que no quita de que como todo el libro este final esté también pleno de errores evidentes. Por ejemplo: en dos lugares afirma que Santiago Arcos "y familia" vivían en el N° 15 de la Place des États-Unis (pp. 312 y 402) hacia ¡1887! En circunstancias que Santiago Arcos Arlegui había muerto en ¡1874! y vivía en la calle Newton Nº 8, como lo dice su necrología aparecida en Le Figaro, el 25 de septiembre de 1874. ¿Se refiere al hijo de Arcos? Mejor hubiera sido, ya que estaba estudiando a los notables chilenos en París, que hubiera hecho notar que el ex igualitario Santiago Arcos Arlegui era quizá el único chileno que era recibido frecuentemente en Las Tullerías durante el Segundo Imperio por el hecho de ser amigo de Eugenia de Montijo. De hecho un hermano menor de Arcos había sido novio de la "maga de Andalucía" (como la llama Vicuña Mackenna) y según testimonio de Lucio Mansilla (Causeries de los jueves).

Pero el recién consignado es un error menor. González también se refiere a los jóvenes chilenos que iban a París casi desde comienzos del siglo XIX. Su destino allá no eran algunos institutos militares, como dice el autor (p. 386) sino el colegio del español Manuel Silvela como lo cuenta Vicente Pérez Rosales en Recuerdos del pasado, ni más ni menos.

En fin, el libro tiene también numeroso errores de forma. Algunos muy menores, pero uno muy mayor. El autor parece ignorar que los títulos de los libros, en idioma castellano van en minúsculas excepto la primera palabra y los nombres propios. El libro tiene 1.274 citas, podemos pensar que al menos la mitad están mal escritas.

CRISTIÁN GAZMURI
Pontificia Universidad Católica de Chile