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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.38 n.1 Santiago jun. 2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942005000100023 

 

RESEÑAS

VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE, El golpe después del golpe. Leigh vs. Pinochet. Chile Santiago: Lom, 2003, 259 págs.

En los setenta y ochenta se dio una profusión de estudios acerca de la posición política y social de los militares. Se recuperó una "sociología acerca de las Fuerzas Armadas", que salvo algunas referencias simplistas, había estado ausente de la literatura especializada chilena o sobre Chile. Se puso el acento en la influencia norteamericana y en clima de la Guerra Fría, pero como algo surgido puramente del "anticomunismo". En los años noventa, hasta culminar en la "vuelta de mano" que constituyó la derrota política de Pinochet a partir de 1998, el tema se concentró en los "derechos humanos", o su violación. Paralelamente, eso sí, aumentó el interés por la historia militar de Chile, lo que redundó en provecho para la historiografía. También, en muchos estudios, ya sea de origen historiográfico o no, se avanzó desde un primer momento de ver la conducta militar como esencialmente patológica, a una comprensión más madura del hombre (o, ahora, mujer) con uniforme y provisto de armas, una realidad que no se ve que vaya a desparecer del globo. Quizás fue Genaro Arriagada quien primero dio paso a esta tendencia (El pensamiento político de los militares, 1981).

Es aquí donde se coloca Verónica Valdivia. Quiere comprender a los militares por dentro, y a partir de ello hallar el hilo para analizar su reacción a la polarización ideológica del país en los sesenta. Los estudios de la década del setenta partían de la "sorpresa" por la politización de las Fuerzas Armadas, salidas de un contexto presuntamente constitucionalista y "apolítico", su drástica toma de poder aparecía como resultado de haber arrojado la máscara hipócrita de su lealtad constitucional, y regresado a su "verdadero carácter, de ser una fuerza esencialmente reaccionaria"; o, alternativa o complementariamente, que la influencia norteamericana por medio de la "doctrina de seguridad nacional" habría operado decisivamente en promover no solo la toma de poder, sino que el carácter violento del régimen militar que le siguió. Esta llegó a ser una visión convencional, y para un gran público conformista la sigue siendo.

La originalidad de la autora reside en que se planteó la posición de los uniformados en el contexto de las relaciones civil/militar a lo largo del siglo XX. Quizás se inspiró en lo que Frederick Nunn realizó antes de 1973, pero lo hace con metodología e ideas propias. Además, coloca la pugna Pinochet-Leigh, el "golpe después del golpe", como parte de la competencia entre dos visiones del ordenamiento socioeconómico del país. Aunque le da importancia a la llamada "doctrina de seguridad nacional", quizás más que la que nos gustaría, ve lo decisivo en otros elementos de la cosmovisión de los uniformados. Pone énfasis en la tradición "ibañista", heredera del movimiento militar de 1924, que creía que la mejor manera de combatir a los movimientos revolucionarios era por medio de reformas sociales; y apoyaba en general las bases del "Estado de compromiso", entusiasmados con el "desarrollo" como base del "poder nacional". A la vez, reitera lo que mucho se ha dicho, que había una fuerte sentimiento de ser aislados por los civiles, y sus necesidades descuidadas por los sucesivos gobiernos. El antimarxismo existía, pero en la mayoría de los oficiales estaba subordinado a las percepciones antes nombradas. "La Doctrina de Seguridad Nacional tuvo efectos dispares dentro del sector de la oficialidad más anticomunista. Con todo, ella parece haber ido adquiriendo fuerza no solo por la instrucción impartida, sino también por el carácter que adquirieron las relaciones cívico-militares en los años sesenta y los cambios en el sistema político que parecen haber afectado a los militares en sus capacidades. Tal cuestión es posible haya favorecido un giro `político' de estos segmentos militares hacia estos sectores nacionalistas, furibundamente anticomunistas, decididos a erradicar los males sistémicos que eventualmente permitirían la llegada de los marxistas al poder" (p. 44).

La autora intenta llegar a definir cómo el corazón de las ideas que podían identificar en común a los uniformados al momento de asumir el poder en 1973. Se dice mucho que Pinochet "secuestró" el golpe, que se apoderó de su dinámica y apartó a sus verdaderos promotores, Arellano y Bonilla en el Ejército. Pero se olvida que para tomar el poder, la masa de los oficiales tuvo que abrirse a una disposición de ánimo tal, que no podía tratarse simplemente de un breve interludio para "devolver" el poder a los políticos. La autora completa convincentemente esta hipótesis con la profundidad de su estudio. La intervención militar y la idea de un régimen militar que no fuera "mero paréntesis" estaba inscrita en la mentalidad de los oficiales, que creían estar ante un fracaso de los políticos y del estancamiento socioeconómico, frente a lo cual ellos deberían encabezar un proceso de regeneración. En lo político, el estado de ánimo era "refundador"; en lo socioeconómico, era "depurador" (p. 198), en el sentido de volver por el camino de la política impulsada por la CORFO, por ejemplo.

En los primeros años del gobierno militar predominaría todavía esta visión "clásica" de los uniformados acerca del orden socioeconómico. El Estatuto Social de la Empresa fue un ejemplo de esta visión, y fue impulsado esencialmente por el general Leigh. Pero aquí hace ingreso la Doctrina de Seguridad Nacional, que para la autora no era solo represiva, sino era mucho más amplia, y daba cobertura a un plan de desarrollo nacional. Al optar por ella, Pinochet pudo encaramarse al poder siguiendo el objetivo "neoliberal", como una herramienta para crear un nuevo sistema, que a la vez fuera eficaz en la lucha contra la "subversión", que legitimara el poder del régimen. "Entendiendo que la política de seguridad nacional persigue la consecución de los objetivos nacionales, acrecentando el poder nacional, queda clara la relación entre seguridad y desarrollo económico-social, toda vez que el poder de una nación no comprende solo a las Fuerzas Armadas sino también el de su potencial económico, su armonía social y la estabilidad política" (p. 130). La política de Leigh sería la representada por Raúl Sáez; la de Pinochet, fue la de Jorge Cauas y del plan de shock de 1975, que sería la que finalmente se impondría.

El libro está constituido por trabajos independientes, en parte ya conocidos como artículos en publicaciones especializadas. Pero se ve clara una línea de investigación de muchos años, que tiene por resultado una tesis original y a la vez complementaria a lo que se ha discutido acerca del tema. Claro que al constituir cada capítulo un estudio diferente, se pierde algo de coherencia y se echa de menos que la autora refuerce su argumentación recordando un hilo del desarrollo. El último capítulo trata sobre una historia archirrepetida a lo largo del mundo, la derrota de los sectores "ultra" en cualquier sistema. En este caso nos referimos a los nacionalistas, que no vieron realizadas casi ningunas de sus metas; pero que no les quedó otra alternativa que ser soldados del frente más avanzado en cualquier batalla, y superados claramente por sectores liberales en lo económico, ya que su propio programa corporativista hubiera llevado a un estancamiento. Y su programa político los llevaba a perpetuar una simple dictadura, a la larga muy débil; en cambio, los sectores liberales empujaron a un definición democrática, aunque postergada y con limitaciones.

La investigación se basa fundamentalmente en fuentes escritas, en una revisión a cabalidad de revistas y diarios, especialmente de publicaciones de las mismas Fuerzas Armadas, así como de los discursos y declaraciones de los uniformados después del 11 de septiembre. También es rica en entrevistas de tipo "historia oral", realizadas a partir de 1990. Aunque esto tiene sus peligros que se han dado con la proliferación de la misma, y que se pueden resumir en la clásica expresión de ex pos facto. Le entrega una visión racionalizadora a escritos que muchas veces, desde un punto de vista académico, puedan haber parecido inocuos, pero que se abren a una inteligibilidad nueva cuando se les pone en un contexto. Se ve la fuerza que puede tener el análisis del discurso como apertura para una comprensión histórica más amplia. Hay un buen entrecruce del contexto que influye la dirección de los destinos, con el margen de decisión individual.

Ciertamente, es un método que tiene sus límites. Nos parece, por ejemplo, que no se transmite bien todo el ambiente y la atmósfera que precedió al 11 de septiembre. Esto incluye el que por (relativamente) aislados que estuviesen los uniformados, la polarización política que creó un país desquiciado emocionalmente, les llegaba también por medio de las familias y del aire general del país. El análisis del discurso no alcanza a cubrir también el que sean una fuerza militar, aunque sin un ejercicio bélico; de todas maneras, esta dimensión de su mundo ordenaba que si se hacía una apelación a ellos, la reacción no podría ser pacífica. Puede que en Argentina comienzos de los sesenta, golpes y contragolpes entre "azules" y "colorados" tuvieran un desenlace generalmente simbólico, pero no en el Chile de la crisis de 1972 y 1973.

Al tratar la puesta en marcha del "proyecto neoliberal" como punto axial para que Pinochet se hiciera con el monopolio de la dictadura, parece estar ausente para el lector la dramática situación económica de 1975. Tanto Alessandri y Frei habían reiterado que el país estaba agotado por el camino que iba si no había inversiones. La política de la Unidad Popular agotó las reservas y arruinó un peso que no había sido fuerte en las décadas anteriores; el shock petrolero agotó toda fuente de financiamiento externo y alzó dramáticamente el costo de las importaciones. No había espacio para una "política social". Cualquier gobierno hubiera requerido una tregua en las demandas sociales. Incluso, pensemos en una "hipótesis contraactual", si Allende hubiese llegado a un acuerdo con Aylwin en julio de 1973, o hubiese ganado el plebiscito a lo Chávez, por anga o por manga hubiera tenido que efectuar un "ajuste". Las revoluciones triunfantes reparten los despojos de los derrotados, pero todas ellas imponen un ajuste, ya que en primer lugar, no llevan adelante la "transformación productiva" y a la vez satisfacer la famosa "deuda social". "Primero producir, después repartir" es una máxima más universal de lo que comúnmente se piensa. Todo ello se precipitaba a comienzos de 1975. Ni para hablar de que las transformación de la economía chilena iniciada entonces -acompañada seguramente de mucho error y exageración-, fue la base de un modelo mal que mal aceptado y afirmado hasta estos momentos, treinta años después. No se podía decir lo mismo del "modelo CORFO" en 1969.

Existen unos pocos errores a rectificarse en una nueva edición (Arturo Marshall era mayor, no general, p. 77; Jorge Prat murió en 1971, no pudiendo encabezar un complot en 1972, p. 78; Hermógenes Pérez de Arce no fue director de El Mercurio, p. 80; Pedro Ibáñez estuvo cerca del gobierno militar en los años ochenta, más que nada tratando de crear un contexto cultural que lo trascendiera, y no fue asesor directo en 1973, p. 216). Se trata quizás de la obra más imaginativa sobre la relación entre los militares y la sociedad en general que se haya escrito en Chile.

JOAQUÍN FERMANDOIS
Pontificia Universidad Católica de Chile