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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.38 n.1 Santiago jun. 2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942005000100021 

 

RESEÑAS

STEFAN RINKE, Begegnungen mit dem Yankee. Nordamerikanisierung und sozio-kulturefler Wandel / in Chile (1898-1990), Colonia, Weimar, Viena: Bóhlau Verlag, 2004, 633 págs.

El autor tiene una vasta trayectoria, en pocos años, desde que obtuvo su doctorado, en los estudios latinoamericanos y de las relaciones entre la región y Alemania, como de las relaciones triangulares entre Alemania, EE.UU. y América Latina. El tema no es nuevo para él. El presente libro constituye el logro de una meta ambiciosa, toda una etapa de sus investigaciones, un círculo que se cierra en esta obra de envergadura, que siempre será un depósito riquísimo en informaciones y en atisbos.

Rinke ha desarrollado sus investigaciones acerca de las relaciones internacionales siguiendo las nuevas rutas de la disciplina historiográfica de las últimas décadas. Aunque no parte explícitamente de la "historia internacional", según se denomina en la actualidad en el mundo anglosajón, en los hechos se le aproxima estrechamente. No solo la relación entre Estados, el factor interestatal, sería lo fundamental de las "relaciones internacionales", sino que también los flujos que se dan entre los Estados, con autonomía -o radical independencia- a ellos, pero que los tienen como punto de referencia. Rinke ya se ha referido a ellos como "relaciones transnacionales" (énfasis nuestro), reviviendo un término muy en uso en los 1960 y 1970, aunque ahora demodé. Viene a ser algo parecido a lo que también se denomina factores "globales", o "sociedad civil internacional" o simple "sociedad internacional".

Se trata de un tejido sin el cual no se entienden las relaciones internacionales. La historia diplomática, o aquella de la política consciente de un Estado, solo alcanza racionalidad en ella misma cuando se trata de las grandes potencias, o de momentos dramáticos como los conflictos, las "guerras mundiales" y los grandes hechos espectaculares. En el sistema internacional coexisten las "unidades políticas" con estos otros factores, fuerzas globales, "transnacionales", pero de gran influencia, y que de alguna manera crean un valor añadido a la influencia de los grandes Estados. No siempre la fuerza del fundamentalismo en la actualidad puede ser considerada como una compensación de Estados débiles ante el poder de las grandes potencias, especialmente EE.UU.; así fue el marxismo revolucionario durante gran parte del siglo XX. Es lo que Joseph Nye describió como el soft power. Mas, ¿es un fenómeno que solo se puede entender como parte de una pugna de poder entre Estados, o es una de las caras del desarrollo de la democracia de masas moderna?

Stefan Rinke desarrolla el tema en un impresionante volumen de 590 páginas de texto, de letra apretada, con abundantísimas notas, cubriendo una amplia gama de fuentes y de literatura: archivos diplomáticos en Chile y en EE.UU., diarios y revistas, "cómics", análisis sociológicos y culturales, las historias en el sentido más convencional, la revisión de novelas y ensayos literarios. El lector se siente abrumado en medio de tanta referencia, y quizás falte algo de destilación. Articula el trabajo en muchos capítulos y subtemas, aunque la frontera entre los mismos sea inevitablemente porosa.

El libro está organizado en torno a dos momentos. Primero la fase naciente de la "norteamericanización", entre aproximadamente 1900 hasta 1930. Una segunda fase, entre 1970 y 1990. La división, como suele ocurrir en estos casos, es arbitraria, y el autor tiene materia de más como para haber escrito una historia continuada, aunque entrega elementos como para presumir los rasgos gruesos de gran parte del periodo que va entre 1930 y 1970. No existe una comparación sistemática entre ambas fases, ni era la intención del trabajo. La segunda fase, tal como la muestra el autor, es más que nada una intensificación del fenómeno bajo el signo epocal de la "globalización". El lector podrá deducir que se trata del mismo fenómeno continuado, desde los 1930 hasta los 1960, pero intensificándose, aunque también en la recepción diferenciada por parte de los chilenos. Esto es algo muy valioso de este trabajo. El autor insiste que no se trata de una simple hegemonía, sino que de un "encuentro", en el cual ya sea por aceptación consciente, o por una actitud crítica, también se va definiendo el carácter y la identidad de la sociedad chilena. Sin dejar de ver las percepciones de EE.UU. como "hegemonía" o "dependencia", Rinke no queda atrapado en la visión de "norteamericanización" como una influencia unilateral, sino como un fenómeno en el cual el receptor también muestra una toma de conciencia que se podría considerar "madura" (expresión nuestra).

En la primera parte, tras efectuar una revisión bibliográfica acerca del concepto de "norteamericanización" y de las teorías culturales envueltas, trata el tema en sus vertientes política, económica y cultural. En este último caso, desde un primer momento hace su llegada la cultura de masas, uno de los grandes fenómenos norteamericanos, a través de los cómics, del cine y de la propaganda (o advertising), es decir, de la introducción del American way of life. Se aproxima también a aspectos como la evangelización de los protestantes (aunque trata poco a los misioneros católicos y sus colegios), las asesorías económicas y de salud. También el salitre y el cobre tienen su entrada. Esta es quizás la mejor parte del libro, la mejor organizada, desde luego. Siempre que se trabaja sobre el presente, al articularlo en una explicación todo puede ser más discutible, mientras que épocas relativamente más remotas las cosas están más decantadas, aunque esto no pueda ser más que una convención.

En la segunda parte, se ve desde el ingreso de la televisión, la intervención norteamericana en la política chilena, la nacionalización del cobre, el estilo norteamericano de hit parade de la "Nueva Ola", el "proyecto neoliberal", como su compañero inseparable, la crítica a lo norteamericano. El título de algunos capítulos da una idea de lo complejo de la ambición del autor: "la transformación de los fundamentos y de las percepciones"; "nuevas formas de los encuentros"; "nacionalismo y política de modernización neoliberal". Rinke es muy consciente, y da numerosos ejemplos de cómo no solo la izquierda va definiendo su nacionalismo como "antinorteamericano". Cuando Pinochet se sentía incómodo o acechado por Washington, podía protestar contra el "intervencionismo norteamericano". Le faltó al autor ir un poco más allá, y constatar que en Chile izquierda y derecha (y centro) han sido antinorteamericanas, claro que no al mismo tiempo; ambas han solicitado o incitado, aunque por cierto no al unísono, la intervención norteamericana. En una observación profunda, Rinke añade que tanto la Unidad Popular como el régimen militar operaban con una "interpretación monolítica" de la cultura, como si esta fiera una esencia que existía desde un origen remoto (p. 450). El libro demuestra la profunda imbricación del fenómeno norteamericano con los diversos aspectos de la historia de Chile del siglo XIX.

Aparte de estas observaciones más casuales que le podemos efectuar a este trabajo ciclópeo, debemos efectuar una de un tipo más general. En muchas páginas del libro, la historia de la "norteamericanización" casi se confunde con una historia general de Chile, sobre todo en sus aspectos políticos, económicos y hasta técnicos, no pertenecen en general a un fenómeno "cultural". Quizás es porque sería mejor hacer una distinción entre "modernización" y "norteamericanización". Aunque en lo moderno, quizás EE.UU. ha sido la sociedad más paradigmática en términos de cantidad, lo "moderno" es algo que no proviene exclusivamente, ni mucho menos, de EE.UU. También la norteamericanización es una avenida de doble tránsito; por cierto, no es que un país como Chile influya en EE.UU., sino que es una manera de enfocar su propia identidad que no necesariamente anula los rasgos que son característicamente propios. Los mismo hispanics en EE.UU., los que más podrían ser objeto de una mentada "alienación", aportan de manera creciente a la identidad norteamericana. Hay que completar la tesis del autor en cuanto a que el caso chileno es uno más de un fenómeno global de la era planetaria, y que no necesariamente fortalece el soft power del Pentágono o de Wall Street. Es un rasgo poderoso de la civilización contemporánea con el que tenemos que vivir.

Desde un comienzo, en el ejemplo chileno tan cabalmente estudiado por Rinke, se dio la combinación de atractivo y extrañeza (o repudio) en el encuentro con EE.UU. Esto puede verse quizás sintetizado en un observador en 1923: "Admito que los Estados Unidos son el país más rico del mundo. Admito que son el país más progresista (...) Lo que no admito es que el yanqui, tomado en conjunto, no acepte que haya algo bueno fuera de los Estados Unidos. El yanqui piensa que su país es lo único que vale en el mundo" (p. 89). A esto se le puede añadir un comentario de Benjamín Subercaseaux de 1942: "Ocurre, sin embargo, que si antes estábamos separados por conocernos poco, ahora podría acontecer que nos separáramos por conocernos mucho" (p. 569). No sería la primera vez ni la última que se constata este fenómeno en la era planetaria. La búsqueda por la identidad propia se cruza con la recepción de influencias "extranjeras", que al final son una de las tantas caras de lo humano y de lo histórico. Es parte de la política mundial del siglo XX. Es asombroso mirar la historia de Chile bajo este prisma.

JOAQUÍN FERMANDOIS
Pontificia Universidad Católica de Chile