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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.38 n.1 Santiago jun. 2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942005000100008 

 

RESEÑAS

PEDRO ÁLVAREZ CASELLI, Historia del Diseño Gráfico en Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile, Escuela de Diseño, Santiago, 2004, 188 páginas, y EDUARDO CASTILLO ESPINOZA, Cartel Chileno, 1963-1973, Pontificia Universidad Católica de Chile, Escuela de Diseño, Santiago, 2004, 112 págs.

Los libros de Pedro Álvarez y Eduardo Castillo tienen el doble mérito de contribuir al conocimiento de una historia poco tratada, y de hacerlo en ediciones que incluyen excelentes reproducciones de material gráfico.

Historia del Diseño Gráfico en Chile se refiere al avance de tal actividad en el país, desde sus inicios hasta las creaciones gráficas más recientes. Su autor, como él mismo lo señala, cubre tres áreas de investigación: el diseño editorial, la imagen corporativa y la gráfica publicitaria. El texto avanza cronológicamente para ir presentando los hitos más significativos de la evolución de la gráfica chilena, de manera de permitir al lector conocer y reconocer los formatos de diversos diarios y revistas, boletos de locomoción colectiva, logotipos comerciales, afiches artísticos, anuncios publicitarios. Si bien se va organizando el texto por temas, la lectura cronológica es la predominante, lo que hace que a veces se vuelva una y otra vez a ciertos tópicos, obligando al lector a estar bien atento.

En los cinco primeros capítulos, Alvarez revisa los comienzos de la actividad gráfica en el país con la llegada de las primeras imprentas, que dieron origen a los "incunables" chilenos. Las publicaciones de esos tiempos acusaban las limitaciones que imponía la escasez de medios técnicos en el sentido de que difícilmente se podía "diseñar". Ejemplo de ello es la viñeta que acompañaba a la portada de los primeros números de El Mercurio de Valparaíso y que correspondía, cosa insólita, al escudo de armas de los Estados Unidos. El autor señala que hasta la década de 1830, los textos impresos en el país empleaban bloques de columnas con caracteres con terminales (sérif) que apenas iban acompañados de alguna viñeta. A partir de entonces, la gráfica chilena recibió un impulso, debido en gran parte a la llegada de artistas, tipógrafos e impresores extranjeros, especialmente franceses y españoles. Asimismo, la incorporación de la fotografía a los medios impresos en la década de 1860 y el fuerte desarrollo urbano y económico que experimentó el país en las últimas décadas del siglo XIX, se vieron reflejados en una mayor demanda de piezas impresas, lo que rápidamente se tradujo en la multiplicación de diarios, revistas, afiches y otros materiales gráficos. Para una correcta observación de las distintas piezas de diseño que aparecen en el libro, su autor no olvida destacar la importancia de algunos dibujantes, como tampoco de insertar su análisis en relación con la influencia ejercida por distintas corrientes artísticas o hecho, culturales. En la elaboración de carteles artísticos y comerciales, así como en la ilustración de diversas publicaciones periódicas, como la prensa satírica de la época, destaca la labor de dibujantes tales como Antonio Smith o Benito Basterrica. Por otra parte, afirma que la influencia extranjera, especialmente europea, se hizo sentir en la creación gráfica nacional: con el Romanticismo primero, y el Neoclasicismo francés más tarde.

En los cuatro últimos capítulos, el autor se refiere al desarrollo de la enseñanza artística y gráfica en el país, a los inicios del arte utilitario, como el "arte de la propaganda", a la influencia norteamericana en el desarrollo del mercado gráfico para terminar con las tendencias de las últimas décadas del siglo XX. Alvarez no deja de mencionar las dificultades que tuvo el arte "utilitario" para levantar su vuelo, debido en gran parte a que los egresados de la Escuela de Artes Aplicadas eran reticentes a considerarse "diseñadores" pues aspiraban a ser legitimados como artistas. A pesar de ello, algunos ilustradores y artistas gráficos chilenos y extranjeros, como es el caso del polaco Mauricio Amster, supieron abordar su trabajo eludiendo cualquier pretensión artística. Iniciativas personales como la de Amster, sumada al protagonismo adquirido luego de la Segunda Guerra Mundial por los dibujantes publicitarios fueron, según el autor, algunos de los factores que contribuyeron a distinguir el ámbito artístico del mundo del diseño gráfico. Dicha separación de aguas se vio pronto expresada en el ámbito académico, con la creación de un Taller de Diseño en la Escuela de Arte de la Universidad Católica. Fue así como a partir de la década de 1960, el diseño gráfico nacional experimentó un interesante despegue caracterizado por la búsqueda de nuevas técnicas, así como por el desarrollo de tendencias o estilos diferentes.

A pesar de que el tratamiento del tema de la gráfica para las últimas décadas del siglo XX bien podía resultar algo caótico, en parte por los enormes volúmenes de producción, pero también por la escasa perspectiva que se le ofrece al observador que está inmerso en el objeto observado, Pedro Alvarez logra dar con los hitos suficientes como para otorgar al lector una mirada general sobre el tema. Señala, por ejemplo, que en la segunda mitad de la década de 1970 era evidente la separación de los diseñadores gráficos del país en dos polos opuestos: los que se dedicaron al ámbito académico, y aquellos que optaron por formar sus propios estudios para prestar asesorías a las empresas. La publicidad de marcas y productos, en la medida en que Chile se reactivaba económicamente, generó nuevos desafíos a los diseñadores nacionales. A ello se sumó el impacto que provocó la creciente masificación de la televisión, que fue requiriendo de la elaboración de animación gráfica con fines comerciales o informativos. Junto con la creciente profesionalización de la actividad gráfica en el país hacia fines de la década de 1970, se fueron abandonando los elementos regionales o de la cultura popular que habían destacado hasta entonces. Durante el régimen militar, asegura el autor, el diseño gráfico chileno estuvo marcado por un excesivo rigor geométrico, cuestión que luego se fue abandonando para volver al trazo manual que había imperado a comienzos de los setenta.

El libro de Cartel Chileno 1963-1973 es quizá menos ambicioso que el anterior, por tratarse de un estudio mucho más acotado, pero no por ello menos interesante. Al no incluir un índice, el lector no sabe bien con qué se está enfrentando. Se trata de una compilación de alrededor de noventa carteles organizados en tres grupos (político, social y cultural) que van precedidos de tres textos: "Cartel chileno 1963-1973. Un tiempo en la pared" de Eduardo Castillo Espinoza; "Waldo González y los carteles para la Polla Chilena de Beneficencia" de Mauricio Vico Sánchez y "La visualidad urbana en el Chile de la Unidad Popular" de Patricio Rodríguez-Plaza. A pesar de la coincidencia numérica, los textos no tienen relación con la compilación posterior.

Eduardo Castillo hace una síntesis de los principales momentos en la historia del cartel chileno entre los años 1963 y 1973, centrándose fundamentalmente en la labor realizada por la oficina de los hermanos Larrea. Como antecedentes del desarrollo del cartel nacional menciona la labor de los pintores de letreros, la determinación de dividir la Escuela de Bellas Artes en dos secciones: una de arte puro y la otra de arte aplicado a la industria, la llegada de "grafistas" extranjeros tras la Segunda Guerra Mundial quienes, a diferencia de la mayor parte de los artistas gráficos nacionales, se habían despojado de cualquier pretensión artística, además de los vínculos establecidos entre el diseño y la gráfica popular. Concluye que el cartel de dicho periodo pareciera no haber logrado desarrollar un lenguaje lo suficientemente definido como para ser considerado una "escuela" o una "tradición".

Por su parte, Mauricio Vico se refiere a la trayectoria de Waldo González Hervé, primer licenciado en artes plásticas con mención en cartel y propaganda de la Universidad de Chile. El autor destaca que González se abocó al rescate de tradiciones locales, al compromiso con el entorno social y a la vinculación del cartel con la cultura popular, lo que ciertamente se ve reflejado en sus conocidos carteles para la Polla Chilena de Beneficencia, en los que no solo experimentó con diversos colores y materiales, sino que convirtió en un medio educativo para la sociedad.

Por último, Patricio Rodríguez-Plaza destaca el desarrollo del cartel entre los años 1970 y 1973 especialmente como producto de la fuerza creativa del "anonimato", de una mayoría que usa ciertos espacios urbanos para conectarse con la vida diaria de una colectividad. Señala que las imágenes presentes en los carteles de entonces, respondían al ideario de un Estado benefactor, al socialcristianismo, a un marxismo popularizado y a las posibilidades de participación ciudadana.

En síntesis, Cartel Chileno 1963-1973 resulta un aporte al conocimiento de la gráfica chilena al incluir la reproducción de una importante colección de carteles que hablan por sí solos. La Historia del Diseño Gráfico en Chile es, por su parte, un trabajo ambicioso, bien documentado y que permite conocer una historia bastante ignorada. Además de ser una excelente síntesis de la evolución de la gráfica nacional, su autor no se restringe a un lenguaje puramente formal, sino que también busca explicar ciertas tendencias desde una perspectiva más amplia.

JAQUELINE DUSSAILLANT CHRISTIE