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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.38 n.1 Santiago jun. 2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942005000100007 

 

Instituto de Historia
Pontificia Universidad Católica de Chile
Historia No 38, Vol. I, enero-junio 2005: 159-238

ISSN 0073-2435

RESEÑAS

César Albornoz, Patricio Bernedo, Marcos Fernández, Jorge Iturriaga, Hugo Palmarola, Olaya Sanfuentes, Davis Vásquez, Ángela Vergara. Coordinador: Claudio Rolle, 1973. La vida cotidiana de un año crucial, Planeta, Historia y Sociedad, Santiago de Chile, 2003, 354 págs.

El objetivo de este volumen colectivo es comprender un momento de la historia chilena que marca un hito en la conciencia individual y colectiva del país. Se trata de un momento y una fecha muy precisa, aquel 11 de septiembre de 1973, cuya memoria produce todavía demasiado dolor, heridas y divisiones y que por cierto hace difícil, a los historiadores, la búsqueda de perspectivas, formas y palabras adecuadas para acercarse al tema. A treinta años de distancia de los acontecimientos de ese periodo, en un atmósfera marcada por un impresionante rebrote de memorias y al mismo tiempo por un "casi vacío" historiográfico, los autores del volumen entran en el tema desde perspectivas inusuales, insinuándose en los "intersticios" de una complejidad que requiere ser explorada.

Una amplia y densa introducción de Claudio Rolle, y ochos ensayos de diferente amplitud y articulación, conforman el libro.

La introducción da el "tono", teórico y metodológico y se presenta como un condensado de sugerencias. La referencia inicial a la novela histórica titulata Noventa y tres de Victor Hugo sobre la guerra civil, el terror y la muerte que caracterizaron a Francia de final del siglo XVIII, indica al lector el deseo de aproximarse a la comprensión del Setenta y tres chileno desde la perspectiva, en las palabras del coordinador, de "una historia no estridente ni llamativa", que, apuntando a lo "sensitivo y cotidiano", busca "rescatar, reasumir, las voces de hombres y mujeres activos a la sazón" (...) "los proyectos personales, los sueños y los gustos de los ciudadanos de a pie" (p. 11). Entonces no es el análisis de los grandes acontecimientos políticos y económicos que diseña la trama del libro, sino más bien la narración de los "filamentos más tenues y delgados de la vida mínima, del acto consuetudinario, de la insospechada contingencia" (p. 14). La intencionalidad del coordinador, en la construcción de la estrategia narrativa, apunta a dar vida a una temporalidad que, eligiendo un día como eje ordenador, se articula en un "antes" y un "después", privilegiando un movimiento pendular que quiere evidenciar cómo la reconstrucción de las imágenes ambientales, de las vivencias, de las señales que constituyen la memoria del acontecer cotidiano durante la "larga víspera" del once, necesita distintas profundidades temporales que, a su vez, permiten evidenciar el trauma del "después" inmediado, y el significado que tiene, a treinta años de distancia, el recuerdo de lo que pasó. La memoria del pasado, rescatada para proyectar el futuro de Chile, da cuerpo a los "cuántos años tiene un día". Y es justamente la obra teatral del Ictus que Claudio Rolle recuerda para dar al lector la idea de la combinación de las múltiples percepciones del tiempo y de los distintos planos temporales de los ensayos.

Rolle nos advierte que el análisis del acontecer cotidiano y el juego de los distintos planos temporales producen una narración fragmentaria, de carácter conjetural, muy lejana de la coherencia y claridad con la cuales los historiadores aspiran a presentar el acontecer humano. Plantea con fuerza el asunto que es imposible dar cuenta de una etapa de la historia de Chile convulsionada, discontinua, riesgosa, llena de contrastes, dudas y titubeos en la interpretaciones, hechas por tantas personas anónimas que esperan todavía reconocimiento, con un planteamiento, una lógica y un lenguaje lineal, coherente y progresivo. Sobre todo cuando la historia, como disciplina, reivindica tareas urgentes que pasan "no solo por hacer justicia a los muertos, no solo para explicar el complejo actuar de nuestra sociedad, sino también por desmontar una versión del pasado llena de imposturas, en algunos casos, o de muchos silencios culpables en otro" (p. 15). Frente al desafío de producir "actos reparadores" que, según Rolle, los historiadores tienen que asumir, la búsqueda del sentido de los acontecimientos no puede que ser incierta, propositiva, humilde.

Las afirmaciones de Rolle revelan la influencia profunda que en su pensamiento tienen, entre muchos otros, los historiadores italianos como Adriano Prosperi, Giovanni de Luna y Nicola Gallerano, y la adopción de un recorrido cognitivo fundamentado en el "paradigma indiciario" de Carlo Ginzburg con todos los vaivenes y búsquedas circulares que tal paradigma implica.

De la experiencia de la Unidad Popular, alrededor de la cual se organiza la reflexión de los autores de los ensayos, y sobre todo de cómo a él le gustaría que se trabajaran las distintas perspectivas, Rolle nos ofrece una pincelada muy bien lograda utilizando, coherentemente con sus planteamientos teóricos y metódologicos, indicios generalmente descuidados por los historiadores. Para dar cuenta de los anhelos de cambio y del rasgo utópico de dicha esperiencia, recuerda los carteles electorales de 1970; el eslogan utilizado entre 1970 y 1973 que visualiza en la infancia, en los niños, los destinatarios privilegiados de los esfuerzos de cambio. Y como en la retórica de la UP no podían faltar los trabajadores, nos recuerda también la efigie de un minero anónimo en los billetes de 500 escudos. La versión trilingüe de la Guía Turística de Chile, publicada a comienzos de 1973 por el Servicio de Relaciones Públicas y Publicidad de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, es, por un lado, muestra evidente de la conciencia que muchos chilenos tenían de ser observados atentamente por la opinión pública mundial y, por el otro, expresa, en el contrapunto entre el contenido y la fotografía de portada (niñas "bien" del barrio alto, en minifalda y sombreros de estilo hippies), la compleja realidad sociocultural del país. Los dibujos de Renzo Pecchenino, la música de Víctor Jara, de los Quilapayún, de Isabel Parra, el noticiero de la Universidad Católica de Chile, la caricaturesca lucha entre Tevito -un dibujo animado canino, símbolo de TVN- y el Angelito -emblema infantil del canal 13 de la Universidad Católica-, constituyen para Rolle indicios, huellas que nos llevan a vislumbrar las tensiones y las contraposiciones extremas de esos años.

RESEÑAS En el ensayo que sigue a la introducción, cuyo título es El Reportaje a Chile, Angela Vergara analiza los acontecimientos del golpe militar desde el punto de vista de la opinión pública extranjera. El propósito es discutir cómo la prensa norteamericana, inglesa y francesa entendieron, debatieron y explicaron el golpe de Estado en el lapso que va desde el 12 de septiembre hasta final de diciembre de 1973. A través de un análisis minucioso de diarios y revistas con posturas políticas distintas como The New York Times, Washington Post, Los Angeles Times, Le Monde, The Guardian, The Times, el Christian Science Monitor, Newsweek, Le Monde Diplomatique, The Nation, The Progressive, The Wall Street Journal, The Miame Herald, explora sea el impacto que tuvo el golpe militar en el mundo, sea la imagen cotidiana de Chile que se fue moldeando en el exterior. La autora quiere también entender por qué, hasta el día de hoy, el golpe de Estado en Chile tiene un lugar privilegiado en la memoria de muchos extranjeros. De hecho, con el gobierno de Unidad Popular la historia de Chile salió de sus fronteras nacionales y volvió a pertenecer a una entera generación mundial que soñaba con la realización del socialismo por vía parlamentaria y pacífica. Por este mismo motivo el golpe representó el término abrupto de una esperanza compartida a nivel internacional. A pesar que las miradas de la opinión de la prensa fueran distintas y sobre algunos aspectos contrapuestas, que las explicaciones del golpe reflejaban dichas miradas, Vergara nota que la tarea de los periodistas extranjeros fue esencial. Afirma que "mientras en Chile se suprimían violentamente los derechos humanos, la prensa internacional se convertió en la voz de los sin voz. Lo que no se podía decir en Chile, se publicaba en las páginas de Le Monde en París, de The Guardian en Manchester o del Washington Post en la capital norteamericana. De esta forma, la prensa pasó a ser un actor importante en una campaña internacional de denuncia... Hacia 1974, el Chile de Pinochet había perdido la batalla en el exterior".

Es interesante notar la forma elegida para entrar en el tema del golpe militar: desde el punto de vista de los extranjeros, dejando que "otros" expresen sus interpretaciones sobre la Unidad Popular y el golpe; sobre la intervención de Estados Unidos y la condena internacional. Una estrategia de aproximación al tema indirecta casi para subrayar una "toma de distancia" de la autora frente al drama. Una elección narrativa bien lograda, eficaz y esencial.

También con el segundo ensayo nos quedamos en el tema de la prensa, esta vez chilena. Su autor, Patricio Bernedo, desde la misma formulación del título La prensa escrita durante la Unidad Popular y la destrucción del régimen democrático, plantea claramente su interpretación acerca de la responsabilidad que los medios de comunicación, o por lo menos la prensa, tuvieron en el quiebre de la democracia. Los diarios analizados son: El Mercurio de Santiago, Las Últimas Noticias, La Segunda, La Tercera, Clarín, La Prensa, El Siglo, Noticias de Última Hora y, finalmente, La Nación, de propiedad estatal. En la primer parte del ensayo el autor los clasifica según la propiedad y la pertenencia a un bloque político, el nivel de difusión en términos de número de ejemplares diarios en circulación y los encasilla en las dos categorías de prensa "seria" y "popular". Luego define el marco teórico aclarando en qué términos va a aplicar a la prensa escrita las categorías elaboradas por Linz-Stepan y Arturo Valenzuela que reparten los actores políticos del trienio 1970-1973 en tres bandos (leales, semileales y desleales con la democracia) y cómo extiende la categoría "prensa de combate", elaborada por Patricio Dooner, también a la así dicha "prensa seria". Finalmente reconstruye y restituye a la memoria, a través de un análisis minucioso que abarca los tres años de gobierno de la Unidad Popular, el rol jugado por los diarios y revistas en el proceso progresivo de deslegitimación del sistema democrático como mecanismo de resolución de conflictos. Según Bernedo, en este proceso se pueden visualizar cuatro etapas. Se comienza con el uso de "un lenguaje escatológico, soez y difamatorio, en especial a través de la descalificación personal; un lenguaje destinado a ridiculizar y destruir moralmente al adversario político" (p. 70). A ese propósito, recuerda la vulgaridad con la cual el Clarín atacó, en los días anteriores y posteriores a la elección del 4 de septiembre de 1970, al candidato Jorge Alessandri. Después se pasa a difundir informaciones falsas, de carácter propagandístico que llevan a una progresiva desconfianza hacía el sistema de representación pública y, en la tercera etapa, se suma la amenaza del uso de la violencia directa descrita con un vocabulario de guerra civil. Finalmente, en la cuarta etapa, con la descalificación no ya de las personas sino de las instituciones básicas de la democracia, se plantean y proponen soluciones abiertamente fuera del orden jurídico domocrático.

Para subrayar con mayor fuerza su planteamiento, Bernedo concluye su análisis citando uno de los juicios de la "Comisión de Verdad y Reconciliación" establecida en 1990 para investigar las violaciones a los derechos humanos bajo el régimen militar: "Finalmente, no puede olvidarse -en la descripción de la fase última de la crisis 1970-1973- el papel jugado por los medios de comunicación. No en todos ellos, pero sí en algunos, especialmente escritos, de vasta difusión -y de ambos bandos-, la destucción de la persona moral de los adversarios alcanzó límites increíbles, y se recurrió para ello a todas las armas. Presentada así en ambos extremos, la figura del enemigo político como despreciable, su aniquilamiento físico parecía justiciero, si no necesario, y no pocas veces se llamó a él abiertamente" (p. 95).

En el tercer ensayo, Nuestra forma de alienación es simultáneamente nuestra única forma de expresión, el autor, Marco Fernández Labbé, analiza la política cultural del gobierno de Unidad Popular, el debate cultural y el compromiso político en la intelectualidad de izquierda. En el programa de gobierno, dedicado al área de la cultura y el trabajo intelectual, se planteaban, como tareas principales, la activa participación de las grandes mayorías de la población en la creación y discusión de lo que debería de ser, para el porvenir socialista, una cultura nacional y popular, así como su incorporación al disfrute pleno de la producción artística y cultural. Para poder realizar este objetivo, se llamaba a los intelectuales y a todos trabajadores de la cultura a colaborar para realizar un cambio estructural coherente con los valores expresados por el gobierno socialista en los contenidos y en los modos de producción artística. El autor analiza las evaluaciones, revisiones, redefiniciones tácticas y presiones estratégicas a las cuales todas y cada una de las partes del programa fueron sometidas a lo largo del trienio 1970-1973. De hecho y referiéndose al análisis de Hernán Valdés, nos cuenta que, a final de 1971, en el mismo espacio político cultural que representaba la izquierda, tres proyectos culturales apuntaban a poner en prática el programa de la UP: el proyecto "revolucionarista", el "burocrático" y el proyecto formulado públicamente por el Partido Comunista. Nos introduce también en la complejidad del debate que se desarrolla al interior de la intelectualidad de izquierda en torno a las tareas mismas del trabajo militante del intelectual y de su papel en la construcción de una nueva conciencia nacional. Las tareas de los intelectuales y artistas entonces, incorporados "a la batalla de la producción, asimilando acero y cobre a libros y partiduras, se referían tanto a la participación en talleres de creación artística y al rol de monitor-maestro de agrupaciones de trabajadores y pobladores con intereses creativos, como en el campo... de la formación ideológica" (p. 120). Fernández concluye su narración de lo que fue un intenso debate cultural con un epílogo que lleva un recuerdo doloroso: la quema de libros y publicaciones de izquierda y su obra artística y cultural, a la cual los militares, desde sus primeros días de poder, se dedicaron de forma sistemática.

David Vásquez, en Los espejos suspendidos, elige concentrarse en un espacio temporal más ajustado: el año 1973, o sea, la víspera del 11 de septiembre. La intención es, en sus palabras, "evocar y recorrer sin una lógica predeterminada, algunos episodios... de la vida corriente de la ciudad y del celuloide que dio cuenta de ella y de algunos capítulos -frágiles, y efímeros, muchos en blanco y negro- de nuestra historia reciente" (p. 137). Pero la intencionalidad más profunda Vásquez la revela en las páginas finales de su trabajo: es la búsqueda de una identidad, individual y colectiva, que se construye mirando hacia atrás, en los hechos y procesos de un "nosotros pretérito ...que se refleja en nuestras creaciones colectivas" (p. 159). Para él, las películas hablan de su tiempo y de todos los tiempos y, en cierto sentido, obligan, a quienes las miran, en un juego de espejos en que se reflejan identidad, mitos, lecturas de la realidad, comentarios sociales, relatos mínimos, recuerdos personales y contribuyen así a construir memorias y sentidos. Con gran habilidad abre y cierra su reflexión con la referencia a la película Palomita Blanca, de Raúl Ruiz, inspirada en la novela de Enrique Lafourcade. Para el autor, esta película es la metáfora a la cual recurre para establecer lazos entre los años setenta y la actualidad. Entremedio, analiza los filmes que se ven en los cines de Santiago y los que se programan en los canales de televisión; reconstruyendo los debates políticos, a veces tórridos, que se dan en los diarios alrededor de estas programaciones, de lo que se ve y de lo que no llega del extranjero.

Si Vásquez nos lleva a la memoria visiones, César Albornoz nos habla de los sonidos de la época, y la lectura del volumen intensifica la activación de recuerdos sensuales produciendo emociones profundas. El autor abre el artículo Los sonidos del golpe con la evocación de las últimas palabras del último discurso de Salvador Allende, las que se refieren a "las grandes alamedas por donde pase el hombre libre", símbolo sonoro de una cesura traumática en la historia del país. Discos y cintas de grabación son las fuentes privilegiadas que permiten a Albornoz reconstruir los estrados sonoros y devolvernos un pedazo de la realidad que generalmente los historiadores omiten. Pero, para entender los sonidos, la dimensión temporal de aquel año se dilata y comienza con los años de fines de la década del 60 y comienzo de la del 70 cuando el canto comprometido alcanza su mayor expresión. La Nueva Canción Chilena con su denuncia social y rescate de la tradición latinoamericana, las voces de Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Carlos Puebla y después Patricio Manns, Quilapayún, Isabel y Angel Parra hacen de contrapunto a movimientos como La Nueva Ola, de clara orientación comercial y juvenil; el Neofolclore, con sus juegos vocales y onomatopeyas, y también a los Huasos Quincheros o al dúo Los Perlas. Participa, en el entretejido de sonidos que caracterizan 1973, también la música extranjera: el rock de los Led Zeppelin, los Pink Floyd y los Rolling Stones; la musica del Festival de San Remo y una multiciplidad de ritmos bailables y melodiosas canciones de lo más variados orígenes. Con finura, el autor da cuenta de la esfera sonora cotidiana de los chilenos y, finalizando su refexión, también del ruido, espantoso, del ataque aéreo sobre La Moneda aquel 11 de septiembe; de los gritos de festejo de quienes celebran el golpe militar, de los bombardeos y ataques terrestres que se suceden en fábricas, poblaciones y recintos universitarios. El asesinado de Víctor Jara da el paso a un silencio que se llena de terror y muerte.

La tensión emotiva del artículo de César Albornoz se diluye con la lectura de lo de Olaya Sanfuentes, Tiempos de traje, aires de moda, y por cierto no por el motivo que el tema de la moda, siendo considerado frívolo, tiene una cierta livianidad. La autora ya desde el comienzo aclara con determinación sus planteamientos. Considera la moda como un fenómeno que se relaciona con las expresiones culturales y que refleja "las condiciones geográficas, las estructuras sociales, las diferencias de género, el sexo y la edad, la política, los medios de difusión, la economía, la estética y la moral" (p. 201). Por eso es una fuente riquísima para detectar las transformaciones socioculturales de una determinada sociedad y las dinámicas que caracterizan la historia de un país. Y, de forma coherente con su plantamiento, Olaya pasa a decodificar la moda y el traje en Chile en los años setenta. Un primer ejemplo de la posibilidad de visualizar el conflicto social que anima esos años a través del traje, lo ofrece cuando describe, por un lado, jóvenes vestidos enteramente de blanco que portan brazaletes con un particular icono, o sea, una araña de estilo "rúnico", evocadora de la vieja esvástica y, por el otro, jóvenes barbudos que emulan al ya mítico Che Guevara, uniformados con jeans. Se los puede casi ver. Ambos bandos se insultan con vehemencia y se enfrentan cuerpo a cuerpo.

Sanfuentes nos recuerda que también la juventud chilena participa de la gran transformación cultural de los años sesenta, que se refleja en la moda y que muestra millones de jóvenes de todo el mundo uniformados con camisas folclóricas y jeans. El código de la moda juvenil mundial quiere comunicar rebeldía, deseo de romper, al menos visualmente, con las diferencias sociales y afirmar la igualidad de condiciones entre los sexos. "La aparencia deja de ser un signo estético de distinción suprema, para convertirse en un símbolo que designa una franja de edad, unos valores existenciales, un estilo de vida, una forma de contestación social" (p. 207).

A comienzo de los años setenta, si bien las clases alta y media acomodadas de Chile siguen la moda imperante en Estados Unidos y Europa, y para las mujeres pantalones y minifaldas son prenda clave, un fenómeno interesante comienza a ocurrir. Entre algunos diseñadores nacionales se da una corriente de recuperación de elementos autóctonos y folclóricos chilenos. El modisto Mario Correa lidera esa corriente de diferenciación de las modas internacionales. La autora nos recuerda el movimiento de defensa y recuperación del diseño textil chileno orgnizado por la empresa textil Yarur (intervenida por el Estado) y la exposición parisina de la diseñadora Nelly Alarcón, de una colección de vestidos chilotes. Esa tendencia coincide con todo un ambiente general de conocer lo propio y valorar las raíces, y Sanfuentes establece, con sutileza, el nexo entre las dinámicas que caracterizan la moda y los discursos latinoamericanistas del gobierno, la difusión de la galería artesanal Cema Chile, el Plan Nacional de Artesanía y la música de grupos tan disímiles como Quilapayún y Los Huasos Quincheros.

Esta moda perdura en forma residual hasta fines de los años setenta y luego se identifica con el estilo artesa de los años ochenta, mientras que la política económica, "abierta y competitiva" del régimen militar, permite la importación de una gran variedad de productos desde el extranjero. Las tendencias en boga en Europa y Estados Unidos vuelven a prevalecer; "vitrinear" es obligación hasta que, con la crisis económica de los primeros años ochenta, también todo esto se detiene. Obviamente y como siempre, nos recuerda Sanfuentes, un importante grupo de la población chilena puede solamente vestirse quedando afuera de cualquiera búsqueda de identidad a través de la prenda.

El artículo de Hugo Palmarola Sagredo, Productos y Socialismo: Diseño Industrial Estatal en Chile, nos obliga a abandonar las perspectivas análiticas hasta ahora descritas, para acercarnos a entender otro tema de investigación historiográfica, casi nada explorado, por lo menos en Chile. A través de una análisis muy minucioso y sistématico (el artículo consta de casi 70 páginas), el autor reconstruye la investigación para nuevas tipologías de diseño industrial que se desarrolla durante el gobierno de la Unidad Popular en el marco del proceso más amplio de cambio y racionalización del sector productivo. El replanteamiento del diseño, fabricación y uso de diversos artículos cotidianos como vajillas, muebles, electrodomésticos y vehículos que, como observa el autor, son productos que mantienen una estrecha interacción con nuestro cuerpo, "supone siempre una preocupación previa por el modo de coordinar las conductas en el lenguaje y, en especial, cómo estas conductas se harán disponibles mediante el uso del producto al interior de un sistema cultural" (p. 226). Las políticas estatales de diseño de productos destinados a la solución de problemas sociales masivos y del sector público, son casi tan inéditas como el mismo experimento político que las sustentan. Siendo el diseño industrial una actividad escasamente desarrollada en el país hasta el momento, resulta importante recurrir a proyectistas extranjeros especializados en la disciplina. Palmarola analiza entonces el rol determinante jugado por Gui Bonsiepe, proyectista alemán que lidera en Chile el proceso y participa en la formalización de un programa estatal de diseño que se concreta en 1971 con la creación del "Grupo de diseño industrial" dentro del Instituto de Investigaciones Tecnológicas de Chile, ITEC, de Corfo.

Al igual de lo que occurre en otras áreas, la dictadura se encarga de borrar las huellas de esta iniciativa. La escasa información disponible y el inevitable juicio político sobre los acontecimientos del periodo generan con el tiempo un confuso recuerdo que favorece la construcción de un mito, en especial al interior de la disciplina, mito que Palmarola se encarga de evaluar.

El artículo de Jorge Iturriaga, Proletas, Limpios, Cobardes y Burgueses. El Fútbol en 1973, cierra el volumen. Consciente de que la visión más difundida del fútbol es aquella que lo ve como un "recreo", una "isla" en el cotidiano de la vida, un paréntesis, un "algo" que no produce nada afuera de la cancha y que, sobre todo, es "neutral" frente a los acontecimientos políticos y entonces insignificante para la reflexión historiográfica, el autor dedica las casi ochos páginas iniciales a demonstrar la complejidad, la riqueza y el poder de esta actividad y su relación dialéctica con la sociedad al interior de la cual se desarrolla. Empieza con decir, citando a Osvaldo Bayer, que el fútbol "es un juego capitalista porque requiere rendimiento, hay un afán de ganar y ser superior, y a la vez es un juego socialista porque necesita el esfuerzo de todo el equipo, de la ayuda mutua para obtener el triunfo" (p. 298). El futbol como imán, como instrumento del imperialismo, como escuela y conciencia, como elemento constructor de la unidad nacional son algunas de las diferentes miradas y aproximaciones al deporte en cuestión que Iturriaga analiza. Hace referencia también a la cantidad de metáforas que el fútbol y el deporte ofrecen a la política y a los políticos. Nos recuerda, por ejemplo, que a Salvador Allende le gustaba recordar su pasado de deportista y cómo, con mucha ironía, remarcaba cuanto "malo era para el salto alto... y que por eso le costó tanto llegar a La Moneda" (p. 302). Y desde una perspectiva que otorga al deporte una alta significación social, Iturriaga reconstruye la trayectoria del fútbol profesional en Chile, la transformaciones de los clubes en equipos, los procesos de modernización en sus aspectos organizacionales. Finalmente analiza los varios hitos que en los años de la Unidad Popular marcan al deporte, especialmente su internacionalización y los partidos y campeonatos de 1973, cuya descripción es minuciosa. Lamenta también la "ausencia de voz" de los futbolistas en la política y nos recuerda una nota, algo triste, del entrenador de Lota Schwager, Dante Pesce: "No puedo entender que el jugador sea de una raza especial y que no tenga conciencia de clase ni sensibilidad frente a la realidad... Los jugadores saben que el fútbol es para niños necesitados, para los niños proleta y que no puede ser que, por el solo mandato del dinero, el jugador-extracción-pobre se transforme en el jugador-burgués-cómodo. Aquel de la entrevista sosa y de las actitudes blandas" (p. 317).

Todos los artículos aquí presentados son extremadamente interesantes. Cada uno de ellos nos abre perspectivas nuevas de reflexión, sea respecto al periodo al cual se refieren, sea respecto al tema abordado. Sin embargo, el conjunto no responde plenamente a las intenciones planteadas por Claudio Rolle en su introducción. Se vislumbran, en el grupo de los autores, diferentes sensibilidades e inquietudes historiográficas, algunas de las cuales se perciben como ajenas a las del coordinador. Además, la distinta amplitud de los artículos obstaculizan una percepción armónica del volumen. Pero, a pesar de estos pequeños detalles, la obra es por cierto muy sugerente y constituye un estudio de gran envergadura para entender un pasado aún presente en la conciencia de los chilenos.

MARÍA ROSARIA STABILI