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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.37 n.1 Santiago jun. 2004

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942004000100016 

 

RESEÑAS

CÉSAR ROSS, Poder, mercado y Estado. Los bancos en Chile en el siglo XIX, Santiago, Lom Ediciones, Universidad Arturo Prat, 2003. 179, (5) páginas.

Los bancos y los banqueros no concitan las simpatías del resto de la población. El prócer norteamericano Thomás Jefferson declaró que "los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos permanentes"; años más tarde su compatriota Mark Twain escribió: "un banquero es una persona que presta un paraguas cuando hay sol y lo pide de vuelta tan pronto se pone a llover". Desde entonces, las opiniones sobre esta actividad no han cambiado mucho.

Al estudiar los bancos en Chile durante la segunda mitad del siglo XIX, César Ross comienza con un Ensayo sobre Fuentes y Bibliografía, que pone de manifiesto las limitantes que enfrentó para realizar su investigación. No pudo consultar archivos de bancos, los cuales -declara- no se han conservado; en cambio, pudo ver las series de balances enviados por los bancos al Ministerio de Hacienda y que se conservan en el Archivo Nacional, lo que le ha permitido construir una base de datos que fundamenta parte de su trabajo. También ha pesquisado los archivos notariales, para ver escrituras de constitución de bancos y operaciones de créditos, y las principales fuentes impresas. La revisión bibliográfica de la literatura relativa a los bancos aparecida hasta 1996, confirma sus afirmaciones sobre el escaso tratamiento que ha recibido el tema, si bien muchos trabajos de materias conexas habrían aportado luces sobre su funcionamiento. Pienso en el libro de John Mayo sobre comerciantes británicos y desarrollo chileno; en el de Carmen Gloria Bravo sobre Caracoles y la fiebre especulativa en torno al mineral; las diversas publicaciones de Juan Eduardo Vargas y Ricardo Nazer, y el documento de trabajo Nº 186 publicado por el Instituto de Economía de la UC en 1998, de José Díaz, Rolf Lüders y Gert Wagner sobre la evolución del producto total y sectorial chileno, que habría permitido mejorar la información sobre ciclos económicos; la tesis de Sandra Elizabeth Orellana sobre el Banco de Talca para un período posterior al que aquí se estudia, y un artículo de Agustín Llona sobre el papel moneda chileno en la época del patrón oro (en Monetary Standards in the Periphery. Paper, Silver and Gold, 1854-1933, London, MacMillan, 2000), que arroja luces sobre la crisis de los años 70.

La temática abordada está, en cierto modo, condicionada por la disponibilidad de fuentes primarias, y por lo mismo el autor no se adentra en lo relativo al funcionamiento de los bancos y la lógica interna del negocio. Ello es de lamentar no solamente por el desconocimiento que existe sobre la materia, sino también porque dificulta la acertada comprensión de los fenómenos descritos. El empleo de modelos estructuralistas no siempre es un buen sustituto de lo anterior, y hay momentos en que el autor se muestra indeciso entre la evidencia de las fuentes y el discurso tradicional de la literatura utilizada.

Uno de los aportes del autor es el estudio de la formación y expansión del sector bancario en el país. Ross emplea la expresión "enclave bancario" para describir la concentración de estas instituciones en Santiago y Valparaíso durante el decenio siguiente a la entrada en vigencia de la Ley de Bancos de 1860. Observa que a partir de los años 70 se abren nuevos bancos en distintas localidades del país y para 1900 la red bancaria se extiende desde Tacna a Punta Arenas, conforme a la nómina que aquí se entrega. Esta paulatina difusión geográfica se explica fácilmente por lo limitado de las actividades comerciales en otros puntos del territorio a mediados del siglo, cuyo desenvolvimiento va aparejado a la mejoría de las comunicaciones terrestres. Resulta difícil concebir el funcionamiento de un banco en una región aislada, sin una buena base de depositantes y potenciales clientes solventes para créditos y otros servicios. Es elocuente el hecho que una de las primeras medidas del Banco de Talca al iniciar sus operaciones a mediados del año 1880 fuera abrir una cuenta corriente con un banco de Santiago o Valparaíso, según se narra en una de las obras citadas en la bibliografía.

Otro aspecto de interés que nos muestra el autor, es el vertiginoso aumento del capital total de la banca -reducido a libras esterlinas para aminorar el efecto de la depreciación de la moneda- especialmente en el período hasta 1869. A su juicio, este incremento sería el resultado de las buenas ganancias obtenidas por los bancos, sin aclarar si es por la capitalización de las mismas o por el atractivo que presentan para atraer aportes frescos de dinero. Sin embargo, las utilidades de la banca en su conjunto durante estos años no alcanzan al 10 por ciento anual en promedio, con un máximo de 15%, según los datos del propio autor, márgenes que no resultan demasiado atractivos considerando las tasas de interés vigentes. A partir de 1870 las cifras siguen mostrando crecimiento, aunque con fuertes fluctuaciones que podrían explicarse por la desvalorización del peso. El aumento en el número de bancos, señala Ross, llevó a una cierta desconcentración del sector, sin perjuicio de la importancia que conservaron los bancos Nacional de Chile, de Valparaíso y de A. Edwards, los cuales obtenían ganancias superiores al promedio. El más rentable era este último, pero no sabemos si sus beneficios eran el producto de operaciones propiamente bancarias o de otras actividades empresariales de don Agustín realizadas a través del banco.

Hay un loable pero poco logrado intento para determinar el origen sectorial de los capitales invertidos por la banca. Decir que hasta 1869 casi la totalidad de este proviene de la propia banca parece una tautología, a no ser que se aclare si corresponde a la reorganización de actividades preexistentes; tampoco ayuda mucho saber que en el período 1880-1884 el 57,8% de los capitales fueron aportados por "propietarios", sin saber qué tipo de propietarios eran. ¿Son acaso propietarios agrícolas no incluidos en el sector "agricultura"? ¿Son propietarios de bienes raíces urbanos, y si lo son, en qué se diferencian de los rentistas, incluidos en una categoría aparte? Las escrituras de constitución de las sociedades bancarias, que el autor ha utilizado como fuente, no aportan mayores datos. Un futuro estudio prosopográfico podría arrojar más luces.

Otro indicador que emplea Ross para medir la importancia de los bancos dentro de la economía es la relación entre la suma de sus capitales con el ingreso fiscal (ordinario), calculado en libras esterlinas. El resultado es un fuerte incremento en la proporción de los primeros entre 1872 y 1879 para luego descender a los niveles anteriores. A decir verdad, la caída en el capital bancario agregado comenzó el 78, el año de la crisis de la convertibilidad marcado por la liquidación de dos bancos, lo que obliga a mirar este período con algo más de detalle. En efecto, el volumen de préstamos, tanto en términos absolutos como en relación a los depósitos, aumentó fuertemente en esos años. Sin embargo, el mismo autor confiesa que la relación préstamos/capital es inferior a la que corre en los tiempos actuales y que nunca se llegó a sobrepasar el límite entre emisión de billetes y reserva metálica. Con todo, tiene razón al declarar que el aumento de los préstamos obedece a "prácticas especulativas", aunque no lo demuestra. Es muy posible que muchos créditos en los comienzos de los años 70 hayan sido concedidos para la compra de acciones mineras y que, con el colapso del valor de las mismas, las deudas hayan quedado impagas, afectando la liquidez de los bancos. No sabemos si los balances de los bancos proporcionan alguna información sobre esta materia; en todo caso, nada se dice acá. Al respecto resultan interesantes las opiniones de Agustín Llona sobre la crisis, que la atribuye tanto a la falta de normas sobre el respaldo de los billetes y depósitos, como a los efectos de la economía mundial y la ausencia de un banco central que hubiera podido paliar la crisis de liquidez.

En relación con préstamos especulativos, Ross confirma las afirmaciones de otros autores en el sentido que la banca no contribuyó al desarrollo de la industria nacional. Así se desprende de las escrituras relativas a operaciones de crédito con garantía que tuvo la ocasión de revisar. Una muestra sobre la base de la misma fuente indica que, por lo general, los préstamos se hacían de preferencia a plazos relativamente cortos, menos de 24 meses. Además, es posible que también se hayan otorgado créditos bancarios a corto plazo sin mediar escritura -posibilidad que el autor no contempla-, lo cual haría más pronunciada esta tendencia. Con todo, esta reticencia de los bancos de prestar dinero a largo plazo no debe ser vista como motivo de crítica, sino como un acto de prudencia. El dinero que prestan los bancos proviene mayormente de los depósitos que reciben, y estos depósitos son a la vista, como es el caso de las cuentas corrientes, o a plazos relativamente cortos. Si colocan los dineros a largo plazo se exponen a una falta de liquidez en el caso de un repentino aumento de los retiros. De ahí la preferencia por financiar exportaciones mineras que señala Ross, negocios que se realizan en un plazo breve. Es muy posible que los bancos hayan financiado empresas industriales a corto plazo mediante el descuento de letras o sobregiros, "operaciones técnicas" que según el autor habrían tenido escasa importancia, si bien otras fuentes dan testimonio de su frecuencia. En todo caso, solo facilitan el giro del negocio y no permiten costear la instalación o expansión de una fábrica.

En cuanto al sector agrícola, el autor hace la diferencia entre los créditos a la agricultura y los agricultores, para explicar su retraso. Sin perjuicio de los distintos usos que podrían hacer estos últimos de los créditos hipotecarios a largo plazo, en inversiones ajenas al mejoramiento de los predios y los cultivos, los préstamos de los bancos bien podrían haber ido a financiar las cosechas, operaciones que se saldan a la vuelta del año. César Ross no se aventura demasiado por este camino, pero los antecedentes que entrega, incluyendo la proliferación de bancos en las provincias agrícolas, da verosimilitud a estas conjeturas.

El último tema que el autor desarrolla es la relación entre los bancos y el gobierno, una relación que califica de "corrupta", si bien sería más propio usar el calificativo de "incestuosa" como lo han hecho otros autores. La naturaleza de estas relaciones y las críticas a las mismas son conocidas desde bastante tiempo y han sido explicadas en forma más satisfactoria, sin perjuicio de los aportes que aquí se entregan. La esencia de las mismas es la concesión de préstamos al Fisco a cambio de depósitos de dinero del Estado en los bancos y la inconvertibilidad temporal o indefinida de los billetes emitidos por estos. Más allá de la fuerte representación de los intereses de la banca en el Congreso y que el autor enfatiza, hay buenas razones que explican esta ayuda mutua en tiempos de emergencia. No es excepcional ni particularmente "corrupto" que los gobiernos depositen dinero en los bancos, que recurran a ellos en momentos de necesidad ni que adopten medidas para evitar el colapso del sistema por las graves consecuencias que acarrea. Lo que puede resultar cuestionable son las circunstancias y condiciones de estas relaciones. Con todo, el autor tiene opinión formada al respecto, y al comentar un artículo de época que sostiene la conveniencia de depositar los dineros fiscales en los bancos para estimular la economía, declara que ellas son "teorizaciones de escaso valor explicativo" (p. 111).

Para terminar, Ross aplica a los bancos chilenos los planteamientos de Douglass C. North sobre organismos e instituciones. Sus conclusiones resultan lapidarias: "Los bancos -afirma- por su rol dentro del proceso de formación de capital, se constituyeron en el verdadero cerebro de la economía chilena y en dicho papel estimularon la divergencia, alejaron a Chile de los cambios gradualmente incrementales y frustraron el desarrollo" (p. 140). Como decíamos al comienzo, las opiniones sobre esta actividad no han cambiado mucho.

JUAN RICARDO COUYOUMDJIAN
Pontificia Universidad Católica de Chile