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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.37 n.1 Santiago jun. 2004

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942004000100008 

 

Instituto de Historia
Pontificia Universidad Católica de Chile
Historia No 37, Vol. I, enero-junio 2004: 237-277
ISSN 0073-2435

RESEÑAS

JOSÉ BENGOA, Historia de los antiguos mapuches del sur. Desde antes de la llegada de los españoles hasta las paces de Quilín. Editorial Catalonia, Santiago, 2003, 528 pp.

Fiel a un lugar común en su producción científica, la pluma del antropólogo José Bengoa ha vuelto a dar a la luz una obra histórica marcada por el signo de la dualidad. Un extremo de la balanza nos habla de un trabajo novedoso e interesante, plasmado en propuestas innovadoras que indudablemente contribuyen a conformar un escenario de debate que aporta a la reflexión y elaboración de nuevas posibilidades interpretativas, las que permiten bosquejar un cuadro original del temprano contacto hispano-indígena en los territorios meridionales del Reino de Chile. Consecuencia de lo anterior, el extremo opuesto ostenta el sello de la polémica, de una obra no exenta de críticas, como ha sucedido con algunas de sus producciones previas, como es la Historia social de la agricultura chilena (1991) y su Historia del pueblo mapuche, siglos XIX y XX (1985).

Llevando su mirada más allá de las centurias del XIX y XX, intensamente estudiadas por él, nuestro autor centra ahora su atención en las vicisitudes que envolvió el primer siglo de (des)encuentro entre los peninsulares y las parcialidades nativas de ultra Biobío, escarbando incluso en los aportes que la disciplina arqueológica ha entregado para las etapas prehispánicas, poniendo el punto final de su recorrido histórico en la implantación de las célebres paces de Quilín, encabezadas en el bando español por el Marqués de Baides, el 6 de enero de 1641.

Estructurado en 16 capítulos temáticos que siguen un orden apegado a la cronología de los acontecimientos, el libro está organizado en tres grandes secciones. La primera, titulada "La sociedad ribereña", esboza un panorama que ilustra los orígenes y formas de vida de los mapuches de los días de la Conquista, sus usos y costumbres, los diversos niveles de integración sociopolítica por los que se relacionaban los grupos de parientes y amigos, las reglas matrimoniales que regían el intercambio de mujeres (verdaderas "bisagras" que articulaban una intrincada red de alianzas que mostraban su fuerza cooperativa en el ámbito bélico y/o económico), las modalidades organizativas que adoptaban al momento de enfrentar una amenaza externa, además de conjeturar sobre el potencial demográfico que detentaban en aquellos días, aproximándonos también a las diversas modalidades económicas (caza, pesca, recolección, actividad ganadera y agrícola) que brindaba la intrincada geografía que encierran las aguas del Biobío y el seno de Reloncaví. Sin lugar a dudas que el aspecto más interesante y, a la vez, la propuesta central de esta primera sección, es el reconocimiento de un mundo aborigen estrechamente ligado a los sistemas lacustres y cursos fluviales que bajan desde los faldeos andinos para desembocar en la inmensidad del Pacífico: los ríos, de ser tradicionalmente concebidos como hitos fronterizos (como efectivamente ocurrió con el Biobío una vez asentadas las armas hispanas en su borde septentrional), pasan a ser reconocidos ahora como vías de comunicación expeditas gracias al desarrollo de eficientes sistemas de navegación, como fue el caso de la piragua o wampu (bote hecho de un solo tronco que servía tanto para el mar como para los ríos y lagos). La nueva aproximación de José Bengoa echa por tierra el concepto de "limes" para las cuencas hídricas de la Araucanía, conceptuándolas ahora como verdaderas rutas de integración entre las unidades parentales involucradas en la dinámica de las relaciones intraétnicas (festividades, matrimonios, asistencia económica y militar, etc.). Como consecuencia lógica de esto el autor argumenta, si bien pensamos que con una exageración entusiasta, que previo al contacto y en los momentos inmediatamente posteriores a este, el principal eje integrativo de las parcialidades seguía una orientación este-oeste, según el curso de las vías fluviales, y no será sino hasta la adopción definitiva del caballo en las últimas décadas del siglo XVI, que tal eje latitudinal ceda su lugar a una rearticulación longitudinal de las alianzas, metamorfosis que prefigurará las macroconfederaciones que en los siglos siguientes serán reconocidas como vutanmapus. Empero, si bien nuestro autor sustenta su hipótesis en una copiosa documentación édita e inédita, consideramos que algunas de sus interpretaciones, como en este caso, son aventuradas y carentes de un análisis más profundo y mesurado. En contraposición a lo planteado por Bengoa, hace poco publicamos un artículo (2002) en el que demostramos que la estructuración del sistema de vutanmapus tuvo un origen más temprano del que tradicionalmente se ha sostenido: el "Estado Indómito", constructo literario que alcanzase renombre a través de los versos de La Araucana de Alonso de Ercilla, no fue más que una macroconfederación que enlazó a las provincias costinas de Arauco, Tucapel y Purén, y que fue responsable del primer alzamiento indígena en 1553, el que se inició con la muerte del entonces gobernador Pedro de Valdivia. Si bien el transcurso de los acontecimientos en los años posteriores se tradujo en la adhesión de nuevas provincias llanistas y algunas precordilleranas, lo cierto es que el eje rector de la rebelión tuvo en esta alianza costina su fundamento articulador: la dimensión longitudinal de las uniones bélicas, apegada al molde geográfico del área en cuestión, habría tenido siempre prioridad por sobre las alianzas que enlazaban a las agrupaciones emplazadas en torno al curso de los ríos, cuando menos entre el Biobío y el Toltén. De esta manera, la hipótesis planteada por Bengoa carece de un asidero histórico y, más aún, de un cuerpo documental que la respalde. Por lo demás, si bien reconocemos el mérito de este autor al rescatar un aspecto escasamente tratado de la forma de vida de los mapuches como fue su estrecha relación con las redes fluviales, pensamos que la forma en que presenta su propuesta cae en la exageración de convertir a los ríos y lagos del sur prácticamente en una segunda Venecia.

Un problema no menor en el trabajo documental es la falta, en mucha citas, de su referencia correspondiente, omisión que dificulta la verificación de los especialistas a fin de evaluar las interpretaciones esgrimidas.

En otro orden, detectamos en las páginas ciertas contradicciones que dificultan la comprensión de algunos aspectos esenciales para el correcto entendimiento del mundo mapuche: así por ejemplo, en las páginas 162 y 163 notamos que el autor confunde al lov (la familia extensa) con el lebo (conjunto de dichas familias), mientras que solo dos páginas después define a cada una de estas unidades integrativas como entidades diferenciadas. Anomalías de esta naturaleza hacen innecesariamente engorroso el entendimiento del pasado indígena y en particular de sus instituciones.

Junto con esto, una serie de imprecisiones que pasarían inadvertidas a los ojos de los lectores no especializados conforman un panorama equívoco del escenario prehispánico; señalaremos solo algunas de las más destacadas.

En la página 31 indica que en la ya desecada laguna de San Vicente de Tagua Tagua estuvieron "los más antiguos pobladores de estas tierras [Chile]": craso error, pues las investigaciones realizadas por Tom Dillehay en el ya famoso sitio paleoindio de Monteverde en las cercanías de Puerto Montt, han determinado que su datación basal de aproximadamente 13.000 años antes del presente lo sitúan como el asentamiento humano más antiguo de Chile (Tagua Tagua bordea los 11.000 años antes del presente), e incluso como uno de los más tempranos del continente americano.

En la misma página vuelve a demostrar su escaso roce con la bibliografía arqueológica al señalar que los grupos agroalfareros aparecieron en el territorio chileno "hace unos dos mil años antes de Cristo". Desconocemos sobre cuál secuencia apoya esta afirmación, pero lo cierto es que la aparición de la cerámica y la producción de alimentos tiene una raigambre algo más tardía: en el Norte Grande este fenómeno surge hacia el 1000 antes de Cristo ligado a influencias altiplánicas del área circuntiticaca (si bien reconocemos que sus antecedentes se retrotraen unos mil años antes); en el Norte Chico el origen del Complejo el Molle se remonta a los comienzos de nuestra era; en Chile Central el Complejo el Bato, con una profundidad cronológica de 300 años antes de Cristo, marca el inicio de la etapa formativa; mientras que en el sur el Complejo Pitrén recién surge hacia el 500 después de Cristo. En suma, el libro añade mil años de producción agroalfarera que salieron del sombrero de algún mago.

En las páginas 37-38 dice que en tiempos incaicos se llamaba a Quillota "el valle de Chile": el vicio del autor reside en trasladar un etnotérmino a un sector geográfico diferente al que le corresponde históricamente; el área de Quillota o curso inferior del actual río Aconcagua era llamado "valle de Conconcagua", del cual deriva el nombre actual, mientras que el término "valle de Chile" estaba reservado exclusivamente para el curso superior de dicho río. Al arribo de los españoles las poblaciones asentadas en la mitad arribana (valle de Chile) eran regidas por la figura de Michimalonco, mientras que la mitad abajina (valle de Conconcagua) lo era por la de Tanjalonco. Los testigos más tempranos (Bibar, Góngora Marmolejo y Mariño de Lovera) son bastante explícitos en este punto, y por consiguiente resulta extraño que un autor versado en las crónicas caiga en un error de este tipo.

En la página 57 indica que el Biobío es el río más largo del país: cualquier chileno que tenga un mínimo conocimiento de los principales hitos de nuestra geografía sabe que los 380 kilómetros del Biobío están muy por detrás de los 440 kilómetros que recorre en su trayecto el río Loa, el cual ostenta con justo derecho el título de ser el más largo de nuestro territorio.

Para finalizar con esta sección, baste agregar que en la página 92 atribuye al concepto "Ngen" el significado de "creador": las investigaciones de María Ester Grebe (1993-94) han demostrado que el verdadero significado de este término era el de "dueño de…", en otras palabras, los ngen eran y son los espíritus dueños de la naturaleza; como dice esta autora: "En mapu-dungu, el lexema ngen designa genéricamente al dueño de alguna entidad. Al que domina, predomina, manda, gobierna y dispone; pero también al que cuida, protege y resguarda" (p. 50), y luego prosigue: "Los ngen son seres animados, activos, con caracteres antropomorfos, zoomorfos y fitomorfos, que reciben órdenes de sus dioses creadores" (p. 51). Así, José Bengoa está confundiendo dos subsistemas religiosos de distinta jerarquía al concebir a los ngen como entes creadores, cuando en realidad responden a una concepción animista del cosmos según la cual estos seres son el fundamento que dan vida y dinamismo a la naturaleza.

Podríamos señalar otras imprecisiones que hemos detectado en las páginas del libro, pero baste con las ya indicadas para prevenir al lector lego de los errores que hemos apuntado.

La segunda sección, titulada "La guerra del sur", se centra en las transformaciones que sufrió el mundo mapuche a raíz del contacto con el acero español. Argumenta que el impacto de la conquista se tradujo en una desaparición paulatina de la sociedad ribereña, puesto que los mapuches se habrían visto en la desesperada obligación de reducir sus sembrados ante el peligro de las campeadas, lo que en última instancia conllevó a un creciente proceso de desentarización, hecho que se vio potenciado con la incorporación del caballo, el cual permitió dinamizar el patrón de asentamiento indígena. Sin embargo, nuevamente creemos que Bengoa cae en el vicio de la exageración, pues el sistema agrícola prehispánico de la roza obligaba, ante el agotamiento de los suelos, a mantener un patrón de movilidad constante de los grupos parentales al interior de su propio territorio. Lo que es más, son incontables los testimonios que aluden a la facilidad con que los mapuches levantaban sus rukas y lo estéril que resultaba destruirlas en las campeadas, dado que su construcción exigía una escasa inversión de tiempo y recursos, hecho que se funda en la movilidad que caracterizó al patrón de asentamiento previo a la conquista.

Una propuesta aparentemente novedosa es la transformación que habría sufrido la naturaleza del conflicto interétnico a lo largo del tiempo. En sus comienzos, José Bengoa indica que la guerra indígena estuvo investida de un carácter "ritual": desde la junta de convocación (cahuín) hasta el final de la lucha, el ejercicio bélico estaba matizado por una serie de ritos en los que se buscaba confabular al mundo sobrenatural, el de los ancestros, con el universo telúrico. La violencia desplegada no era más que el medio por el que se buscaba resarcir el agravio recibido, el vehículo que permitiría retrotraer las cosas al equilibrio previo. Todo esto operaba en un escenario en el que la paz y la guerra eran dos polos en los que se transitaba alternadamente. Sin embargo, con el arribo de los hombres de la espada y la cruz el primer siglo de contacto estuvo impregnado por la marca del conflicto constante: el autor afirma que la lucha prácticamente ininterrumpida fue el motor que permitió el origen de los mapuches especializados en la práctica bélica, y que ya desde las últimas décadas del siglo XVI dichos "señores de la guerra" comenzaran a transformar su jefatura en permanente. Ahora, la guerra se convierte en un medio para alcanzar prestigio, en una sociedad basada sustancialmente en la simetría de sus unidades sociales. Nos dice el antropólogo que como consecuencia de esto "comienza un proceso de cambio que denominaremos de secularización de la guerra, ya que esta actividad se desliga parcialmente de sus aspectos puramente rituales y religiosos y comienza poco a poco a entrar en la lógica militar del enemigo" (p. 249): ahora el fin era lograr el exterminio del rival. Transformaciones como esta son un aspecto destacado del libro de Bengoa, pues resalta la rearticulación y adaptación constante que habría sufrido la sociedad indígena en pro de la resistencia. Sin embargo, creemos que esta propuesta carece de originalidad pues autores como Leonardo León vienen pregonándola en sus trabajos desde hace más de una década, si bien centrando su análisis en etapas más tardías. Además, en el punto de la concepción de la guerra debemos señalar que la aniquilación de los indígenas nunca fue un fin deseado, más aun si consideramos que gran parte de la estructura económica del período se fundaba en el sistema de encomiendas.

Finalmente, la tercera sección titulada "De la liberación a la paz", nos habla de las consecuencias del alzamiento general de 1598 y de las bases que comenzaron a consolidar la constitución del mundo fronterizo, de entre las cuales la implementación del sistema de los Parlamentos fue uno de los hechos más destacados. Para ser justos, no es más que una síntesis de todo lo que han señalado otros investigadores centrados en la temática mapuche de este período (Sergio Villalobos es indudablemente una de las figuras más representativas), sin aportar mayores elementos de análisis.

Para terminar, cabe indicar que se extraña la inclusión de una bibliografía que permita dar cuenta de las obras utilizadas en la construcción de este trabajo. A pesar de esta carencia, queda la impresión de que, intencionadamente o no, se dejaron de consultar numerosos trabajos de diversos autores que han contribuido a la reconstrucción histórica de los días de la conquista. La falta de este formalismo queda paradójicamente en evidencia en la última página del texto (p. 518), donde en la cita número 33 extrañamente se incluye la frase "ver bibliografía".

En suma, estamos frente a una obra que invita a la reflexión y al debate, en la que sin negar el aporte que el autor hace para el conocimiento de la temprana realidad del contacto, no son ajenas la crítica y el cuestionamiento a algunas de sus interpretaciones.

FRANCIS GOICOVICH VIDELA
Universidad de Chile