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Atenea (Concepción)

versión On-line ISSN 0718-0462

Atenea (Concepc.)  n.495 Concepción  2007

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-04622007000100007 

 

Atenea N° 495– I Sem. 2007: 109-125

 

ARTICULOS

Casi semejantes: Tribulaciones de la identidad criolla en Infortunios de Alonso Ramírez y Cautiverio Feliz*

 

Stefanie Massmann**
** Programa de Doctorado en Literatura, Pontificia Universidad Católica de Chile. Chile. E-mail: smassman@uc.cl


Resumen

En este trabajo se estudian Infortunios de Alonso Ramírez de Carlos de Sigüenza y Góngora, y Cautiverio feliz de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán como textos que contribuyen a dar forma al naciente discurso criollo americano durante el siglo XVII. En ambas obras se manifiesta la postura ambigua del sujeto nacido en América a través de su relación con un otro (pirata, indio), que se utiliza para denunciar su marginalidad, reclamar sus derechos y afirmar la legitimidad de su posición con respecto al poder metropolitano.

Palabras claves: Carlos de Sigüenza y Góngora, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, literatura colonial hispanoamericana, cautiverio, discurso criollo.


Abstract

Carlos de Sigüenza y Góngora´s Infortunios de Alonso Ramírez and Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán´s Cautiverio feliz are studied here as works that form part of a Creole discourse that begins to emerge in the XVII century. Both works reveal  the ambiguous position of a Creole in relation to an other (a pirate, an Indian), a viewpoint from which each author denounces his marginality, insists on his rights and affirms the legitimacy of his position with respect to the metropolitan power.

Keywords: Carlos de Sigüenza y Góngora, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, Latin American Colonial Literature, captivity, Creole discourse.


 

 

Como si estuvieran muertos,
de quienes no se diferencian, por casi semejantes,
los que no merecen que su Rey los conozca.

Pedro de Bolívar y de la Redonda

I. Una ambigua identidad criolla

El titulo del presente artículo reúne a dos importantes figuras de la literatura colonial hispanoamericana del siglo XVII: el sabio mexica-no don Carlos de Sigüenza y Góngora, autor de los Infortunios de Alonso Ramírez (1690) y el menos conocido –y por cierto, menos fecundo– soldado chileno Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, cuya única obra se titula Cautiverio feliz (1673)1. Se trata de dos autores que, aunque contemporáneos, se desenvolvieron en ambientes distintos y hasta cierto punto opuestos. Mientras Carlos de Sigüenza y Góngora dictaba la cátedra de matemáticas y astrología en la Universidad de México y ocupaba cargos como el de cosmógrafo principal del reino, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán –maestre de campo general del ejército chileno– se encontraba en los confines del Imperio, entrampado en la larga guerra de Arauco. Si la pluma fue el arma con que Sigüenza y Góngora libró sus mayores batallas –célebre es su polémica con el padre austríaco Eusebio Francisco Kino a propósito del significado de los astros2– no puede decirse lo mismo de Pineda y Bascuñán, quien dejó el colegio de los jesuitas a los dieciséis años para ingresar al ejército3.

Pese a sus diferencias, estos dos hombres se encuentran bajo el signo de la emergencia de una identidad criolla que, si bien comenzó a surgir tan pronto apareció la primera generación de nacidos en el Nuevo Mundo4, durante el siglo XVII tomó la forma de un "criollismo militante", pues este grupo social comenzó a tomar conciencia "de su originalidad, de su identidad y, por consiguiente, de sus derechos" (Lavallé, 105). Tanto Sigüenza y Góngora, natural de México, como Pineda y Bascuñán, nacido en Chillán, manifiestan en sus obras las preocupaciones del sector criollo y expresan a través de ellas el advenimiento de una nueva identidad.

Esbozaremos aquí los elementos más recurrentes de lo que podemos denominar "discurso criollo" y que podemos encontrar, bajo distintas formas, en los dos autores mencionados. Como indica Bernard Lavallé (1993), el ser criollo estaba más ligado "a una adhesión a intereses locales, que al nacimiento en tierra americana" (25), y por cierto, era una categoría que estaba lejos de responder a criterios puramente raciales5. Los intereses de los criollos buscaban asegurar ciertos privilegios obtenidos por sus antepasados conquistadores, que comenzaban a perderse a manos de los españoles recién llegados. En particular, se reclamaba la perpetuidad de las encomiendas –que eran otorgadas sólo por dos generaciones– y la concesión de nuevas encomiendas y diversos cargos en la jerarquía de la administración colonial. Los primeros brotes de protesta, que surgieron alrededor de 1590, revelan para David Brading (1991):

El surgimiento de una identidad criolla, de una conciencia colectiva que separó a los españoles nacidos en el Nuevo Mundo de sus antepasados y primos europeos. Sin embargo, tal fue una identidad que encontró expresión en la angustia, la nostalgia y el resentimiento. Desde el principio, los criollos parecen haberse considerado como herederos desposeídos, robados de su patrimonio por una Corona injusta y por la usurpación de inmigrantes recientes, llegados de la Península (323).

Los criollos reclamaban sus privilegios enfatizando que los cargos y beneficios debían otorgarse por mérito propio o de sus antepasados, y no a los recién llegados. La acusación de que virreyes y gobernadores entregaban las mejores encomiendas y cargos a sus séquitos y parientes era muy frecuente, por lo que los nacidos en América buscaban razones para argumentar su preeminencia echando mano a su mayor conocimiento de la tierra, al interés genuino que tenían por el bien de su patria, e incluso su conocimiento de las lenguas indígenas. Era difícil, sin embargo, que estos reclamos pudieran encontrar eco a través de la espesa selva de la administración colonial. De este modo recobra sus fuerzas el antiguo tópico de la distancia geográfica que separa a los vasallos trasatlánticos de su Rey6, dando pie a dramáticas expresiones de desazón:

Luego infelices son, Señor, los que nacen, habitan, y sirven en las Indias; pues careciendo de la Real presencia de V.M. (a quien rendidos veneran) no pueden obrar a sus ojos, con que necesitan de que su fe, lealtad, letras, y meritos, se le propongan por relaciones, é informes, que aunque se repitan, padecen los benemeritos, por retirados, el olvido que consideró el Eclesiastico, quando dixo: Ne longe sis ab eo, ne eas in oblivionem; como si estuvieran muertos, de quienes no se diferencian, por casi semejantes, los que no merecen que su Rey los conozca, y que los tenga en su memoria para honrarlos con puestos (De Bolívar y de la Redonda, 1667: 2).

Aunque lo menciona al pasar, el que los nacidos en las Indias "veneren rendidos" al Rey demuestra una clara intención de rebatir las imputaciones de los metropolitanos. Estos reprochaban a los criollos su supuesta falta de lealtad y honestidad hacia la Corona, y temían que protagonizaran un alzamiento junto a otros grupos descontentos y marginales como mestizos, mulatos e incluso indios. Los criollos, entonces, debían afirmar una y otra vez su lealtad al Rey, como puede observarse en Bolívar y como se lee tanto en el Cautiverio como en los Infortunios.

Además de las reivindicaciones que hemos mencionado, hay que señalar también la ambigua posición en la que se encuentra el criollo dentro del entramado social colonial. Lucía Santiago Costigan (1988) explica muy claramente esta ambivalencia al indicar que el criollo, por un lado, asume la ideología del colonizador –que considera propia– defendiendo con una actitud elitizante los intereses de una clase feudal-oligárquica, pero, por otro, critica al colonizador denunciando la mala administración de los gobernantes, letrados e incluso del clero. Mabel Moraña (1988) apunta también a la dualidad ideológica del criollo y la relaciona con las formas barrocas de expresión; explica que "el código barroco sirve como vehículo para cantar la integración al sistema dominante, lograda o anhelada. En otros casos, el modelo barroco provee las formas y tópicos que... denuncian la colonia como una sociedad disciplinaria y represiva" (1988: 238).

La lucha por mantener sus privilegios, la defensa de las acusaciones por parte de los metropolitanos y su posición ambigua frente al poder constituyen el reticulado desde donde debemos abordar el discurso criollo presente en estas obras. Tanto los Infortunios de Alonso Ramírez como el Cautiverio feliz están inmersos en esta discusión por los derechos criollos y denuncian a la vez las fisuras del sistema colonial.

II. Medrar entre piratas

Los Infortunios de Alonso Ramírez y el Cautiverio feliz han sido asociados con una multiplicidad de géneros literarios e históricos7. Son obras que destacan por su hibridez, como afirma Mignolo (1982), quien las define como textos cuya "ambigüedad discursiva ha concitado siempre el problema de su adecuada clasificación", y que deben estudiarse tratando de "no forzar la clasificación rígida de los textos en consideración, sino tomarlos en su ambigüedad" (98)8. La ambigüedad ideológica del discurso criollo que se plantea en el apartado anterior tiene entonces su contraparte a nivel discursivo.


C. de Sigüenza

El advenimiento de la identidad criolla ha sido muy discutido en relación con la obra de Sigüenza y Góngora (Cogdell, 1994; Ross,1994; Santaballa, 1999), y en especial, con los Infortunios, poniendo especial atención a los modos en que la obra cuestiona el sistema imperial que margina a los criollos (Moraña, 1990; Ross, 1995; López, 1996)9. Seguiremos esta línea de análisis teniendo en cuenta que –como afirma Mabel Moraña (1990)– Sigüenza y Góngora cuestiona el sistema, pero al mismo tiempo desea integrarse a él:

Moviendo los hilos de su marioneta, el escritor mexicano dramatiza la dualidad ideológica del criollo. Por un lado, promueve el respeto y la aceptación de los principios básicos del orden virreinal (integración, productividad, ejemplaridad de la conducta, dinámica virtud/delito, castigo/recompensa). Por otro lado, demuestra cómo en la praxis esa integración es imposible, ya que el espacio virreinal, especialmente en sus áreas periféricas, está ganado por el vicio, la herejía y la improductividad (390).

Los Infortunios narran la historia del criollo Alonso Ramírez, quien es capturado por piratas ingleses y sufre penurias y maltratos durante su cautiverio. El relato, en primera persona, ha sido relacionado con el género testimonial, puesto que hay un autor (Sigüenza y Góngora) que se apodera de la voz de un sujeto marginal incapaz de hablar por sí mismo (Ramírez). En las primeras líneas del texto se indica explícitamente su intención: "Y aunque de sucesos que sólo subsistieron en la idea de quien lo finge se suelen deducir máximas y aforismos que, entre lo deleitable de la narración que entretiene, cultivan la razón de quien en ello se ocupa, no será esto lo que yo aquí intente, sino solicitar lástimas que, aunque posteriores a mis trabajos, harán menos tolerable su memoria" (7, énfasis mío). Si bien la insistencia en la veracidad del relato es común en estos textos10, no lo es el asociar la presencia de aforismos a los textos "mentirosos" o ficticios, ni presentar como objetivo de un texto hacer "más tolerable" la memoria de los trabajos pasados. Conviene entonces sospechar de esta primera declaración de intenciones, y pensar en otras posibilidades: Bolaños (1995) propone, por ejemplo, que la intención del texto es defender a Alonso Ramírez de una posible acusación de traición por haberse unido voluntariamente a los piratas; por otra parte, Ross (1994) sostiene que la función del texto no es el reclamo de favores para Ramírez (puesto que el cautivo ya había recibido una recompensa cuando el texto se escribe), sino "ofrecer un relato como presente al virrey, recordándole en el curso la maestría que Carlos de Sigüenza y Góngora ejerce sobre el discurso de la historia" (594). Me permito aportar un punto de vista distinto a los anteriores, y que no necesariamente se opone a ellos.

En Infortunios, a mi juicio, se desarrolla una trama que tiene relación con las principales reivindicaciones criollas: la exclusión de los centros de poder y el despojo de bienes económicos. Es así como se insertan a lo largo del relato expresiones del deseo de Ramírez de ascender social y económicamente: "determiné..., el quedarme en ella [la ciudad de Puebla], aplicándome a servir a un carpintero para granjear el sustento en el ínterin que se me ofrecía otro modo para ser rico" (8); "atribuyo a la fatalidad de mi estrella haber sido necesario ejercitar mi oficio para sustentarme" (9); "Con todo esto atropella la gana de enriquecer" (9); "desengañado en el discurso de mi viaje de que jamás saldría de mi esfera" (12). Además de esto, Ramírez denuncia de una extraña forma su marginalidad en la sociedad colonial, presentando dos escenas de autocastigo: en primer lugar, el exilio voluntario de su Puerto Rico natal, que explica diciendo que "determiné hurtarle el cuerpo a mi misma patria para buscar en las ajenas más conveniencia" (8) y, más adelante, cuando una vez fracasados todos sus intentos por escalar a una mejor posición, se destierra a Filipinas: "Desesperé entonces de poder ser algo, y hallándome en el tribunal de mi propia conciencia, no sólo acusado sino convencido de inútil, quise darme por pena de este delito la que se da en México a los que son delincuentes, que es enviarlos desterrados a Filipinas" (10). El autocastigo es también condena al sistema colonial que no permite que Alonso Ramírez pueda "ser algo" dentro de sus límites, por lo que voluntariamente se adentra en la esfera de lo marginal y lo prohibido: la delincuencia y la piratería.

Aunque en Infortunios se acentúa constantemente la brutalidad y la barbarie de los corsarios ingleses –especialmente inhumana es la escena del canibalismo de los piratas–, llama la atención que también se apunte continuamente a las reivindicaciones criollas (posición social, situación económica) que, al verse frustradas, obligan a Ramírez a "hurtarle" su cuerpo a la patria. Con los piratas, en cambio, Ramírez tiene por fin oportunidad de ver lo que anhelaba, una riqueza desligada del ejercicio de un penoso oficio: "vi y toqué con mis manos una como torre o castillo de vara en alto de puro oro, sembrada de diamantes y otras preciosas piedras, y aunque no de tanto valor, le igualaban en lo curioso muchas alhajas de plata, cantidad de canfora, ámbar y almizcle, sin el resto de lo que para comerciar y vender en aquel reino había en la embarcación" (17), una riqueza fácil de conseguir: "no hubo pillaje que a éste se comparase por poco que ocupaba y su excesivo precio... Víle al capitán Bel tender a granel llena la copa de su sombrero de solos diamantes" (18). Lo que se satisface aquí no es la codicia de los piratas que tanto critica Alonso, sino la suya: él ve y toca, con sus propias manos, aquello a lo que tiene legítimo derecho por ser hijo de conquistador y que le ha sido arrebatado injustamente.

La marginalidad en la que se inserta Alonso Ramírez no sólo le ofrece la riqueza que anhela, sino también un lugar, un "ser alguien": "propusiéronme entonces, como ya otras veces me lo habían dicho, el que jurase de acompañarlos siempre y me darían armas" (20, cursivas mías). No obstante la negativa de Ramírez, es imposible sustraerse a la serie de implicaciones que tiene esta propuesta cuando se la yuxtapone al autocastigo que se impone por considerarse inútil dentro de la sociedad hispana. En este sentido, tiene razón Bolaños al destacar que Ramírez intenta ocultar su cercanía a los piratas, sobre todo considerando que al volver a la sociedad hispana es escuchado y recompensado por el mismo virrey, certificando su inclusión a la sociedad colonial. Esta inserción final de Ramírez también se manifiesta en los espacios: la amenaza al imperio proviene del mar, lugar no reglamentado que se opone a la ciudad desde donde el imperio despliega su poder. La descripción de las distintas ciudades que visita Alonso refleja su admiración por el poder monárquico: "lástima es grande –dice a propósito de la ciudad de México– el que no corran por el mundo grabadas a punta de diamante en láminas de oro las grandezas magníficas de tan soberbia ciudad" (9). No es casual que vuelvan a aparecer el diamante y el oro como cifra de la utopía americana que se alcanza dentro de los límites del sistema imperial.

Al tiempo que celebra su inclusión dentro del régimen colonial, Ramírez desliza también una advertencia: en la narración de los Infortunios se actualiza el peligro que representaba para la estabilidad colonial un grupo de descontentos y de despojados criollos que se sentían con los mismos o mayores derechos que los peninsulares. La integridad del imperio español está amenazada no sólo por potencias extranjeras que lo debilitan, sino por el potencial alzamiento y unión de los grupos marginados. La presencia del pirata Miguel, quien "abandonando lo católico en que nació por vivir pirata y morir hereje" (25), encarna ese peligro y despliega el temor español al desmembramiento para advertir sobre las consecuencias que podría tener la negación de los derechos criollos.

III. Hallar la virtud entre indios

Al igual que Sigüenza y Góngora, el autor del Cautiverio feliz tampoco pretende desmontar por completo el sistema colonial, aunque sí encuentra sus propios métodos para cuestionar aquellos mecanismos que le impiden incorporarse a los grupos privilegiados. Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán escribe su propia historia, centrada en el cautiverio que vivió entre los mapuches durante poco más de medio año, acompañada de un gran número de comentarios acerca de la guerra de Arauco, de los problemas que presenta la administración del Reino de Chile y de los modos en que éstos pueden solucionarse11.

Sin embargo, no son estos comentarios –que podrían considerarse en su conjunto como uno más de los memoriales enviados por los criollos a las autoridades monárquicas para exigir sus derechos– los que emplazan más fuertemente el orden colonial, sino la narración del cautiverio propiamente tal. Al igual que en Infortunios, aquí se recurre a una fuerza que amenaza la cohesión del imperio, en este caso el pueblo mapuche que libra la guerra de Arauco. No obstante, en el caso del Cautiverio los mapuches pasan de ser un "otro" cruel e inhumano a convertirse en los mejores portadores de los valores hispanos.

Al comienzo del libro, y para horror del narrador, los mapuche sacrifican cruelmente a un cautivo. A medida que avanza el relato, no obstante, Pineda y Bascuñán se va compenetrando cada vez más en el mundo indígena, que deja de ser bárbaro y salvaje durante ese proceso. Poco a poco descubre entre los indios todo aquello que se ha perdido en el ámbito hispano: la justicia, la debida recompensa, el orden, el respeto a los mayores. La sociedad mapuche se presenta de pronto como una organización ideal, sustentada en la capacidad razonadora de los aborígenes, en donde hay abundancia de alimentos y recursos –lo que contrasta con la escasez y pobreza en que viven los soldados criollos–, y en donde el cristianismo campea debido a la conversión casi espontánea de los mapuche, evangelizados por el cautivo. En suma, el cautiverio es, hasta cierto punto, la corrección y rectificación de este mundo colonial en donde "todas las cosas andan al revez" (Pineda y Bascuñán, 170). Esta idea llega tan lejos que incluso se afirma que los mapuche no conocían los pecados antes de contactarse con los españoles:

Si entre nosotros experimentaban adulterios, insestos, robos y latrocinios, estos vicios no eran conocidos ni por sus efectos jamás les habían visto las caras... a mujeres ajenas no había quien mirase, ni se atreviese a hacer ningun[a] particular ofenza, ni a inquietar doncellas que al abrigo de sus padres estaban recogidas; no mentían, ni los unos a los otros con fraude ni engaño se trataban; y hoy, con la comunicación de los nuestros tienen esa lición bien estudiada (698).

La sociedad mapuche está libre de los vicios que erosionan la sociedad hispana12; más aún, se atribuye todo vicio presente en los naturales a la mala influencia de los españoles. Esta idea queda reforzada por los testimonios de los caciques, quienes relatan a Pineda y Bascuñán su propia versión de la conquista. Estos testimonios "del otro" narran anécdotas cotidianas, pero también importantes episodios de la historiografía chilena, como la muerte de Pedro de Valdivia y Martín García Oñez de Loyola, así como el martirio de los padres jesuitas en Elicura. Los caciques no se muestran contrarios a los españoles, e indican que los alzamientos son únicamente respuesta a los malos tratos y abusos recibidos, lo que confirma su inocencia.


M. García Oñez de  Loyola

Como advierte Gilberto Triviños (1994)13, en el Cautiverio los excesos cometidos por los españoles y la justificada reacción de los indígenas son elaborados en clave teológica. En este sentido, las rebeliones indígenas son un instrumento de justicia divina que castiga los abusos de los españoles. Del mismo modo, en los relatos de cautiverio era frecuente que la permanencia entre indígenas fuera considerada una prueba divina, y el retorno una muestra del favor de Dios14. La amenaza no proviene aquí (como en Infortunios) de los enemigos, sino de un Dios que castiga justamente los pecados de los españoles; si en el primero el discurso religioso servía para establecer una separación tajante en cristianos (españoles) y bárbaros herejes (ingleses), en el segundo se lo utiliza para separar a los pecadores (españoles) de los inocentes (indios).

Podemos concluir, por un lado, que la estrategia retórica de Pineda y Bascuñán consiste en una argumentación que tiene dos momentos: primero y de manera explícita, darle la palabra a los mapuche (sin olvidar que este proceso está siempre mediado por el narrador) para que puedan exponer los abusos que han sufrido; segundo, de manera solapada, establecer un paralelo entre estas narraciones de los indígenas y las anécdotas presentes en las digresiones, donde se hace referencia a los atropellos que cometen los españoles con los soldados criollos que sirven en la guerra de Arauco. De esta manera, criollos e indígenas son por igual víctimas de la codicia de los españoles, a quienes no importa el destino de la patria. La victimización del indígena es así también victimización del criollo, y los discursos de los caciques esconden veladamente las acusaciones del propio Pineda y Bascuñán en contra de un sistema que abusa de los débiles.

Por otro lado, Pineda y Bascuñán instala el lugar desde donde emanan los valores y la cultura hispana en el seno mismo del mundo indígena, lo que constituye un desplazamiento violento de las fronteras ideológicas. Como indica Ralph Bauer (1998), el Atlántico es la frontera entre el viejo y el nuevo mundo, el eje ideológico de la imaginación europea que reafirma a Europa como centro geocultural. El Cautiverio feliz, al narrar el paso del protagonista desde el espacio español hacia los territorios mapuche, transforma el "allá" (Reino de Chile) en "acá", reinscribiendo la división europea al trasladarla del Atlántico a la frontera de Chile (Bío-Bío). Sin embargo, la afirmación de Bauer puede completarse, ya que –por un lado– la frontera del Atlántico no desaparece por completo al volver el autor una y otra vez a remarcar su distancia con respecto a la metrópoli. A la frontera del Bío-Bío, además, se agrega otra: la que existe en el seno de la sociedad española, entre españoles peninsulares y criollos. Esta nueva frontera, que dispone a un lado a los españoles y al otro a criollos e indígenas, tiene como centro ya no la capital del Reino de Chile, sino que un lugar ubicado allende la frontera del Bío-Bío.

Este desplazamiento es tanto más importante si consideramos que la ciudad –tan exaltada por Alonso Ramírez– desaparece en el Cautiverio como centro de la organización imperial, siendo reemplazada por el mucho menos jerarquizado espacio indígena. Desaparece con ella –siguiendo a Angel Rama– el centro de poder que permitía llevar adelante el ordenado sistema de la monarquía y cumplir la misión civilizadora del proyecto imperial. Pineda y Bascuñán señala el fracaso de este proyecto –por lo menos en el ámbito del Reino de Chile– al revelar los vicios del mundo hispano e instaurar el espacio de la civilidad entre los mapuches. Sin embargo, sigue fiel a los principios más importantes de su cultura, mostrándose como un hombre virtuoso, devoto, fiel a la monarquía y profundamente cristiano, y despejando (al igual que Ramírez) cualquier sospecha de traición. Pineda y Bascuñán vuelve a trazar el mapa de las fronteras que dividen el "acá" del "allá" sin alterar su contenido: para él, los indígenas deben ocupar el lugar que les pertenece, que no es por cierto el de hombres libres, sino el de cristianos súbditos del rey.

En el Cautiverio no se subvierte el orden colonial, sino que se desplazan sus fronteras; no se destruye el orden, sino que se vislumbra la posibilidad de un orden distinto; no se renuncia a la pertenencia cultural al mundo hispano, sino que se la ancla en el espacio americano. Y es precisamente este acto lo que adquiere sentido para Pineda y Bascuñán como criollo, puesto que manteniéndose fiel a su herencia hispana, busca reemplazar el poder centralizado de la administración monárquica por una estructura descentralizada. Al establecer el mundo mapuche como portador privilegiado de los valores hispánicos, señala la posibilidad de que estos valores se cultiven en un sistema social –como el mapuche– que se caracteriza por su organización flexible y una estructura difusa del poder (Boccara, 1998), en contraposición al jerarquizado orden social hispano. En efecto, Pineda y Bascuñán celebra en repetidas ocasiones el sistema político y social mapuche, que llega a conocer muy bien15, y postula la idea de que en este sistema –tan distinto al español– es posible conservar los valores que están en peligro entre los propios hispanos.

IV. Colofon

La denuncia de marginalidad y pobreza, la demanda de privilegios, la defensa del suelo americano (contestando a las acusaciones de degeneración), la fidelidad al monarca y la importancia del cristianismo como marca de pertenencia cultural son algunos de los rasgos del discurso criollo que comparten Infortunios de Alonso Ramírez y Cautiverio feliz. En ambos textos se recurre a la imagen del otro (inglés, indio) para establecer una serie de complejas relaciones de diferenciación e identificación en el contexto del cautiverio –lugar del sufrimiento, pero también de la utopía–, lo que da cuenta de la ambigua posición del criollo. Sin embargo, cada uno de los textos aborda el problema desde una perspectiva diversa y enfatizando diferentes elementos.

En el caso de Sigüenza y Góngora, el cautiverio de Alonso Ramírez entre piratas ingleses muestra de manera solapada la posibilidad de la unión de los criollos marginados de la sociedad con las potencias extranjeras. No obstante, esta amenaza oculta es acompañada de una entusiasta adhesión al proyecto imperial y de una fidelidad absoluta al catolicismo, que tiene su máxima expresión en el momento en que el cautivo es recompensado por el virrey. Aunque los ingleses son considerados en todo momento unos bárbaros y herejes, tienen la ventaja de otorgar al criollo el lugar que merece en la sociedad.

En el Cautiverio feliz el lugar que ocupan los mapuche es distinto, puesto que su signo no permanece igual a lo largo del texto. En efecto, pasan de ser –al principio del texto– el elemento desestabilizador del poder imperial, a convertirse en el reducto en el que es posible volver a reestablecer el orden perdido, pero esta vez desde una estructura de poder desjerarquizada. En otras palabras, los aborígenes dejan de ser una amenaza para transformarse en la última esperanza de refundación de la cultura hispana, conservando su estructura político-social.

Estas dos obras del siglo XVII nos permiten observar de este modo la emergencia de una identidad criolla que cuestiona su posición marginal, pero que a la vez anhela su inserción en el sistema dominante. En la oscilación entre el cuestionamiento y la aceptación se abren brechas hacia concepciones y discursos que ya no son mera reproducción de los metropolitanos, sino que configuran sus propias reglas, abriendo el camino a manifestaciones ya propiamente americanas. Esa distancia que los hacía casi semejantes a los muertos les permite ahora fundar un nuevo discurso: el discurso criollo.

NOTAS

1 La elaboración del Cautiverio tomó un largo tiempo: la primera redacción se realizó entre 1657 y 1663 (Anadón, 1977), pero el autor continuó rescribiendo la obra durante los diez años siguientes, hasta concluir la última versión el año 1673 (en el manuscrito, la fecha 1673 se encuentra superpuesta a 1663).

2 La polémica astrológica escondía sin duda alguna otra discusión de distinta naturaleza: se trataba de la competencia entre el padre austríaco, educado en la europea Universidad de Ingolstadt y del intelectual criollo formado en México, quien deseaba demostrar que los nacidos en el Nuevo Mundo no eran inferiores a los europeos en términos intelectuales. Vid. Leonard, 1984.

Vid. José Anadón, quien reconstruye de manera excelente la biografía de Pineda y Bascuñán.

4 En efecto, José Juan Arrom (1959) establece que el uso de la palabra criollo para referirse a los españoles nacidos en las Indias se remonta a la segunda mitad del siglo XVI (específicamente, entre 1571 y 1574), Bernard Lavallé (1993) adelanta esta fecha a 1563. En cualquiera de los dos casos, puede observarse el temprano uso del término para diferenciar a los recién llegados de España y a los nacidos en América.

5 Elizabeth Anne Kuznesof (1995) indica que la raza no era el criterio único para ser considerado criollo, pues otros factores influían en ello, como por ejemplo el género, el ser hijo(a) legítimo, el nombre y el origen del cónyuge. De esta manera, existía cierto margen que permitía negociar la categoría social del individuo, de modo que un gran número de mestizos pudo integrarse al mundo hispano. Para Stuart B. Schwartz (1995), esta flexibilidad –que se mantuvo durante la primera mitad del siglo XVI– permitió no sólo considerar como criollos a mestizos e incluso a mulatos, sino que también empañó la consideración que se profesaba a los españoles nacidos en América. Es decir, si bien la raza no fue en un principio determinante para ser considerado criollo, a principios del siglo XVI tanto los orígenes raciales como la supuesta influencia del ambiente americano y de la lactancia de nodrizas indias o negras sirvieron de argumento a los españoles peninsulares para afirmar la inferioridad y degradación de los criollos.

6 Lucía Invernizzi (1988) indica que los textos conocidos como "crónicas de Indias" comparten ciertas características en cuanto a su situación de enunciación, entre las que se encuentra la conciencia de la distancia geográfica con respecto a España, que los deja en una situación de marginalidad con respecto al centro del poder.

7 En el caso de los Infortunios, la obra ha sido relacionada con diversos géneros que van desde la novela a la relación, pasando por la picaresca (Julie Greer Jonson, 1981; en menor grado Aníbal González, 1983), la biografía (José Juan Arrom, 1987) o el híbrido género del testimonio (Kimberly S. López, 1996 y Alvaro Félix Bolaños, 1995). En el caso del Cautiverio, también se lo ha relacionado en diversos grados con la novela (Raquel Chang-Rodríguez, 1975; Luis Leal, 1978; Cedomil Goic, 1982), con el discurso oratorio (Walter Mignolo, 1982; Lucía Invernizzi, 1993), con el tratado político (Dennis Pollard, 1983) o con el exemplum (Carmen de Mora, 2000).

8 Mignolo incluye dentro de este grupo híbrido a La Araucana (1569-78-89), El Carnero (1638) y El lazarillo de ciegos caminantes (1773), y propone dos caminos para entrar en estos textos. Primero, flexibilizar los criterios genéricos para evitar imponer sobre un texto normas que dicen más sobre el momento en que éstos se leen que del momento en que se escriben. Segundo, y en estrecha relación con lo anterior, Mignolo propone "buscar las indicaciones en los textos en el momento de producción en relación con los contextos discursivos disponibles" (99). El intento de relacionar las dos obras que se tratan aquí con el discurso criollo constituye de esta manera un esfuerzo por leerlas en relación con un grupo de discursos que circulaban en el momento de su producción.

9 Con respecto al Cautiverio en cambio, solamente Ralph Bauer, en su artículo "Imperial History, Captivity, and Creole Identity in Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán´s Cautiverio feliz", aborda directamente el tema de identidad criolla. Vid. Bibliografía.

10 Durante el siglo XVII, tanto las crónicas como los anales y las historias propiamente tales formaban parte del discurso histórico, cuyo principio general era el criterio de verdad. Es por ello que estos discursos suelen tener como objetivo el narrar la verdad acerca de ciertos hechos, la que se sustenta en la experiencia del historiador (Mignolo, 1981).

11 Sergio Correa Bello ha recogido, en su libro El Cautiverio feliz en la vida política chilena del siglo XVII, los distintos argumentos que Núñez de Pineda entrega de manera dispersa y reiterada a lo largo de su obra, con respecto a las medidas que deben tomar los gobernantes para terminar la guerra contra los mapuches. Entre éstos se menciona de manera reiterada la desidia de los españoles que ocupan cargos en las colonias, la mala conducta de los sacerdotes que no dan el ejemplo de buen cristiano, la explotación y maltrato de los indios por parte de los encomenderos y el escaso premio que se le da a los soldados. Como puede apreciarse, estas exigencias coinciden con los planteamientos de todo discurso criollo en relación con sus reivindicaciones.

12 A pesar de que los relatos de cautivos describen generalmente a los indígenas como bárbaros y crueles, el cautiverio puede leerse también como el lugar de la utopía. Jaime Concha, sin referirse específicamente al libro de Pineda y Bascuñán, indica que el fenómeno del cautiverio instaura una serie de paradojas que abren la posibilidad de un encuentro. El cautiverio se transforma así en "un oasis etnohistórico en que se concentra lo que la conquista decididamente no fue" (8). Por otra parte, Gilberto Triviños aborda la idea de la utopía en directa relación con el Cautiverio feliz. En "´No os olvidéis de nosotros´ : martirio y fineza en el Cautiverio feliz", señala que en la obra de Pineda y Bascuñán se cruzan tanto el relato de la crucifixión de los cautivos –muy frecuente en los textos coloniales– y los relatos de las "finezas bárbaras", subrayando el carácter utópico del Cautiverio en cuanto relata la conversión voluntaria del bárbaro.

13 Triviños postula que –en el Cautiverio feliz– la clave de la elaboración del sentido de los infortunios y desastres del Reino, así como también del mismo cautiverio, es la ficcionalización de las rebeliones indias como instrumento de la justicia divina. Destaca a este respecto las voces bíblicas que convoca el autor, principalmente Jeremías y Ezequiel, profetas que amonestan a los israelitas apartados de Dios, para indicar el carácter profético y apocalíptico del texto (52-65).

14 Vid. Derounian-Stodola y Levernier (1993). En el Cautiverio encontramos varios acontecimientos que apuntan a destacar el favor divino hacia el cautivo, como el episodio en que Pineda y Bascuñán encuentra una planta curativa gracias a la ayuda de la Virgen (Disc. III, Cap. 17).

15 Al exaltar el orden social de sus cautivadores, Pineda y Bascuñán separa el ámbito político-social del religioso, lo que no constituía la regla. Jerónimo de Vivar, por ejemplo, concebía que estas esferas eran inseparables, al indicar que la falta de fe impedía a los indios tener cualquier otra virtud: "Careciendo de la verdadera, que es nuestra Santa Fe católica, carecen de todas las demás virtudes" (37). Es así como era frecuente postular que los mapuches no solo carecían de la verdadera fe, sino que también de organización social y política. El padre Diego de Rosales indica a este respecto: "No tienen rey, gobernador, ni cabeza, a quien reconozcan, y den obediencia, como a señor supremo, los indios chilenos, ni su natural altiuo puede sufrir sugecion alguna. Y assi tampoco tienen policia de Alcaldes, Corregidores, alguaciles, ni menos escribanos, recetores, procuradores, como tampoco carcales, grillos, cadenas, ni otro genero de prision, ni orca, ni cuchillo... Para los delitos no ay justicia, que los castiga" (136). Para Pineda y Bascuñán en cambio, la ausencia de la fe cristiana no implica necesariamente que carezcan de otras virtudes, y muchas veces los mapuches alcanzan un estatuto ejemplar.

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Recibido: 06.11.2006.  Aprobado: 10.05.2007.

* La realización de este trabajo fue posible gracias al apoyo del programa MECESUP y a la John Carter Brown Library, en Brown University, en donde realicé una estadía de investigación como María Elena Cassiet Fellow. Agradezco la atenta lectura y las observaciones del profesor Gilberto Triviños.

 

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