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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.30 no.85 Ciudad de México may./ago. 2015

 

Artículos

 

¿Un nuevo tipo de individualismo? Las peculiaridades del individualismo mexicano

 

A New Type of Individualism? The Specificities of Mexican Individualism

 

Pedro José Vieyra Bahena*

 

* Egresado del Doctorado en Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco (UAM-A). Correo electrónico: <vieyra_bahena@yahoo.com.mx>.

 

Fecha de recepción: 17/09/14.
Fecha de aceptación: 17/04/15.

 

Resumen

Este artículo muestra la manera como se manifiestan en México algunos de los principales rasgos del individualismo occidental a inicios del siglo XXI. Tomando en cuenta los mecanismos de la modernidad occidental y de la mexicana, expone la forma en que a la par de la adopción del modelo neoliberal emergió una configuración psíquica y cultural que incidió en la conformación de un nuevo individualismo, caracterizado por la búsqueda de gratificaciones psíquicas y emocionales materializables principalmente en las relaciones familiares; preocupación por el empleo que permita bienestar para la familia; desinterés por la esfera pública; y una sensación de angustia e incertidumbre constante.

Palabras clave: individualismo, México, modernidad, neoliberal.

 

Abstract

This article shows the way in which some of the main characteristics of Western individualism are manifested in Mexico in the beginning of the twenty-first century. Taking into account the mechanisms of Western and Mexican modernities, the author explains how, parallel to the adoption of the neoliberal model, a psychic, cultural configuration emerged that fostered a new individualism characterized by the quest for psychic and emotional gratifications that would materialize mainly in family relations, a concern for having a job that would allow for family well-being, a lack of interest in public affairs, and a constant feeling of anxiety and uncertainty.

Key words: individualism, Mexico, modernity, neoliberal.

 

Introducción

Una de las preocupaciones constantes en sociología, desde su surgimiento hasta la fecha, ha sido la de tratar de dar cuenta de la manera en que la modernidad incide en el individuo para generar un tipo de relación específica entre éste y la sociedad. Desde los análisis de los padres fundadores se comenzó a hacer alusión a un fenómeno que se consideró inherente a la configuración de la modernidad: en las obras clásicas de Weber, Durkheim y Marx pueden encontrarse referencias constantes al individualismo y al papel que juega en las sociedades. Aunque esta noción no es originaria de la sociología, sino de la filosofía, es en la primera en la que se le comenzó a considerar un objeto de estudio con referentes empíricos tanto en sus causas como en sus efectos. Desde el siglo XIX el individualismo ha sido considerado uno de los elementos más recurrentes, aunque en la mayor parte de las ocasiones las alusiones a este fenómeno no sean explícitas, excepto en unas cuantas investigaciones enfocadas directamente en él.

La importancia asignada al individualismo ha presentado connotaciones diferentes. Hacia finales del siglo XX y principios del XXI se le considera el síntoma y la causa más evidente de una reconfiguración societaria en varias sociedades occidentales, principalmente por los representantes del posmodernismo. Autores adscritos a otras corrientes de pensamiento también creen que la presencia de este fenómeno ha sido determinante para la emergencia de nuevas formas de organización y de cosmovisiones generadoras de hábitos y valores que rigen la interacción y las relaciones sociales.

A pesar de la significación que el individualismo ha tenido a lo largo de la historia de la disciplina, llama la atención que en México la importancia que se le asigna sea mínima; existen pocos trabajos que intenten dar cuenta del individualismo mexicano, como lo hace Lidia Girola (2005) desde la sociología o como la caracterización de Jorge Castañeda y los editores de la revista Nexos desde el ensayo literario.

Debido, en parte, a esta situación he juzgado pertinente realizar una investigación que caracterice algunos de los aspectos más sobresalientes del individualismo en México: el presente trabajo da cuenta de los resultados más notables. Para lograr dicho objetivo el texto se ha dividido en dos partes: en la primera se anotan los principales rasgos del individualismo occidental moderno; en la segunda se lleva a cabo un análisis tanto de los elementos más relevantes que se pueden percibir en México, como de algunas situaciones contextuales específicas que incidieron en el surgimiento o acentuación de los mismos. Al final del texto se lleva a cabo una comparación entre el individualismo general occidental y el mexicano, destacándose algunas de sus diferencias.

Las hipótesis que sirvieron de hilo conductor a la investigación, y que se busca corroborar, son tres: la primera afirma que en México el Estado y la economía, como principales elementos conformadores de la modernidad, inciden en la generación de espectros psíquicos y valorativos en el individuo, los cuales son el eje que articula una imagen del mundo específica. La segunda establece que con la adopción del neoliberalismo se deslegitimó la imagen paternalista del Estado posrevolucionario, por lo que se resignificaron algunas de las principales valoraciones, metas y percepciones modernas en el individuo. La tercera hipótesis supone que el cambio de modelo económico en México llevó a la emergencia de una configuración psíquica, la cual incidió en la aparición de un individualismo de nuevo cuño; o sea, una nueva forma de percibirse a sí mismo, al contexto inmediato y a la esfera pública. Este elemento societario se caracteriza por la presencia de valores que orientan al individuo a una búsqueda de gratificaciones psíquicas y emocionales materializables principalmente en las relaciones familiares, así como a una preocupación constante por conseguir un empleo estable que, a través de un ingreso fijo, ayude al bienestar material.

Este trabajo no pretende ser una descripción total del individualismo en México; su principal objetivo consiste en establecer un tipo o modelo de individualismo que permita, en investigaciones futuras, ahondar en sus principales aspectos empíricos y en sus diferencias entre los distintos estratos y grupos sociales que conforman a la sociedad mexicana, aspectos que por cuestiones de espacio no pueden ser abordados aquí.

 

Las generalidades del individualismo occidental

Desde su nacimiento, la modernidad occidental se ha caracterizado por tener al individualismo como uno de sus principales correlatos; este fenómeno ha propiciado algunas de las particularidades de las llamadas "sociedades modernas" en diferentes momentos históricos. Sus manifestaciones se dan de dos maneras: en primer lugar, como una serie de doctrinas –con sus respectivas valoraciones– que orientan la acción en todos los espacios vitales del individuo; en segundo lugar, como producto de un proceso de individuación en el que inciden elementos propios de la modernidad. Es esta última acepción la que se intenta caracterizar aquí.

Considerado como producto de los mecanismos institucionales, se puede decir que este fenómeno es consecuencia de un proceso de individuación. En la fase inicial de la modernidad algunos de sus rasgos fueron descritos por Max Weber.1 De acuerdo con este autor, la modernidad está determinada por la dominación legal burocrática y la economía capitalista, las cuales moldean la acción social del individuo a través de imágenes del mundo que le brindan sentido a su acción; tal sentido es producto de una ética de convicción (sentirse llamado a realizar una causa) y de responsabilidad (tomar en cuenta los medios, fines y posibles consecuencias de sus actos). Las imágenes del mundo del individuo moderno son consecuencia de las reglas, normas y leyes específicas de la dominación legal-racional que emanan de la administración burocrática y de la economía capitalista. Siguiendo los planteamientos de este autor, es posible observar que la acción del individuo moderno se desarrolla en esferas vitales autónomas –política, científica, económica y erótico-artística–, pero a pesar de su independencia las esferas política y económica son determinantes para la acción, puesto que si no se siguen los lineamientos delimitados por ellas su estabilidad se encuentra en riesgo (Vieyra y Hernández, 2012).

Sin embargo, debe considerarse que si bien la modernidad inició el proceso de individuación a través de la administración burocrática y de la economía, constituidas como imagen del mundo, sus consecuencias no han sido homogéneas ni lineales, sino que han variado dependiendo de los contextos temporal y sociocultural en los que se manifiesten. Los efectos individualizadores de esta etapa siguieron transformándose respecto de los analizados por Weber con el transcurrir del tiempo, y entre otros pensadores ha sido Habermas quien describió las manifestaciones más significativas de este proceso desde mediados del siglo XX. Así, señala que en la fase por él denominada capitalismo tardío,2 la intervención del Estado en el control de la economía aportó elementos que coadyuvaron a la transformación de la individuación, la cual fue muy diferente a la de finales del siglo XIX e inicios del XX. En esta fase, el Estado no solamente tomó el control de los principales aspectos de la economía, sino que también incrementó sus intervenciones en el sistema sociocultural3 puesto que, por medio de la administración, influyó en los ámbitos de organización que deberían ser de la competencia exclusiva de la tradición y las normas sociales. En esta etapa se generó una tendencia constante a la crisis en el sistema sociocultural que impactó en la motivación de la acción por parte de los individuos. Ello sucedió porque se llevó a cabo un traslado de las crisis del sistema –tanto económicas como políticas– hacia el mundo de la vida, pero en forma de patologías individuales. Habermas considera que ahí donde surgieron crisis de legitimación, el sistema las trasladó –a través de la política y la economía– al mundo de la vida individual como crisis de orientación y de educación (Habermas, 1975; 2005).

Los principales efectos y materializaciones de dicho traslado sistémico hacia el mundo de la vida individual fueron percibidos por Ulrich Beck. De acuerdo con este autor, hacia el final del modelo del Estado de Bienestar el sistema de seguridad social se había ampliado de tal manera que las biografías de los individuos se institucionalizaron: las situaciones sistémicas fueron percibidas de manera biográfica y los fracasos –principalmente en relación con la elección de educación y empleo–fueron pensados como consecuencia de decisiones personales y no como efectos de las instituciones políticas y económicas. De esta manera, emergieron nuevos ideales en los individuos; en particular: la búsqueda de la autorrealización o de la expresión y desarrollo de las propias características personales (Beck, 1998; Beck y Gernsheim, 2003).

Por otra parte, a partir de la segunda mitad del siglo XX se fue configurando una serie de cambios societarios muy importantes, los cuales tuvieron un impacto significativo en relación con el proceso de individuación, más allá de lo comentado por Habermas y Beck. El cambio de modelo económico por el del neoliberalismo incidió en el individualismo, que se transformó de manera consistente, a la par de los sucesos históricos que implicaron la re-significación de ideologías políticas, como por ejemplo la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la antigua Unión Soviética, así como el afianzamiento de la globalización económica. Los cambios societarios percibidos hacia fines del siglo pasado llevaron a ciertos autores a considerar que la modernidad había transformado algunos de sus principales mecanismos, dejando paso a una modernidad tardía4 (Giddens, 1994) o a una segunda modernidad (Beck, 1998).

Como consecuencia de los aspectos que describen Habermas y Beck, los principales síntomas de los cambios sucedidos a fines del siglo XX en el proceso de individuación se evidencian –de acuerdo con Anthony Giddens– en la forma en que se constituye la crónica biográfica individual. Y es que en la modernidad tardía las metamorfosis de la identidad del yo hacen que para constituir de forma coherente su biografía el individuo reflexione reiteradamente sobre su pasado y su futuro con el fin de organizar su presente; sobre todo en lo referente a estilos y planes de vida,5 relaciones íntimas y manejo del cuerpo. Tanto los estilos como los planes de vida aparecen en situaciones institucionales que le permiten a la persona configurar sus actos; sin embargo, las elecciones entre ambos elementos no se concretan por el mero deseo, puesto que pueden estar determinadas tanto por privaciones económicas como por marcos de tradición, lo cual implica que las realizan los individuos, pero están condicionadas por situaciones contextuales (Giddens, 1994; 1995; 1998).

Un aspecto que ha resultado crucial para el proceso de individuación contemporáneo es la resignificación del trabajo en el capitalismo a fines del siglo XX. La aparición de la flexibilidad laboral llevó al surgimiento de contextos que impactan de manera directa en los planes y estilos de vida que Giddens describe, productos de la transformación del proceso de individuación a lo largo del siglo pasado. A decir de Richard Sennett las características del capitalismo flexible han dado origen al surgimiento de una forma de trabajo que genera ansiedad e inseguridad; esto se debe a que se ha desvanecido la consideración del ámbito profesional como un camino recto, y la persona se ve obligada a ir de un trabajo a otro y no sabe qué le depararán los riesgos asumidos.

Tal flexibilidad genera la corrosión del carácter6 en el individuo. Una de sus manifestaciones es que lo hace sentir a la deriva, puesto que ante la amenaza constante del paro, o de tener que cambiar de vecindario por la obtención de un nuevo empleo, teme estar a punto de perder el control sobre su vida. Más allá del ámbito laboral, siente que las medidas que debe tomar y la forma en la que tiene que vivir lanzan a la deriva a su vida interior y emocional, por lo que al estar inmersa en un mundo de trabajo flexible, la persona sufre la pérdida de una narrativa lineal en canales fijos y teme no tener el control en su existencia privada, principalmente en lo relacionado con su familia (Sennett, 2006).

En el trabajo flexible el riesgo es un elemento latente, ante el cual los individuos se debaten constantemente en la incertidumbre de si sus elecciones laborales serán correctas o no y se sienten a prueba la mayoría del tiempo, como si al iniciar un nuevo proyecto –ya sea laboral o dentro de la misma empresa– comenzaran desde cero, pues sus conocimientos previos tampoco les dan certeza frente a las condiciones cambiantes (Sennett, 2006). Algunos de los efectos de la transformación del trabajo capitalista son expuestos por el análisis de Zygmunt Bauman. De acuerdo con él, la incertidumbre producida por la flexibilidad laboral actúa como una poderosa fuerza individualizadora que conlleva temores y ansiedades, los cuales se padecen en soledad: al individuo se le aparece su situación laboral como algo que él tiene que resolver: por ejemplo, el subempleo o el despido los ve como un problema de elección que no supo o pudo resolver (Bauman, 2001).

Otro aspecto –complementario a los ya anotados a propósito del proceso de individuación en la fase actual de la modernidad– es la intimidad, la cual se ha consolidado como uno de los elementos fundamentales para la identidad individual al igual que para la estructuración de las relaciones humanas. De acuerdo con Richard Sennett, a partir de la segunda mitad del siglo XX prolifera una cultura intimista,7 entendiéndose por intimidad el calor, la confianza y expresión abierta del sentimiento individual; pero, como para el individuo es muy difícil encontrar estos rasgos, la obsesión por las gratificaciones que se buscan en ella hacen que el mundo exterior se convierta en algo impersonal y vacío, y esta búsqueda se transforma en un filtro que inhibe la comprensión de la sociedad. La visión intimista de la sociedad ha ocasionado que los asuntos del ámbito público-político pierdan el interés del individuo, puesto que éste se halla casi exclusivamente enfocado en su realización dentro del contexto íntimo (Sennett, 1978).

De manera general, puede definirse el individualismo occidental como resultado de un proceso moldeado por los principales mecanismos institucionales de la modernidad –Estado y economía capitalista–, los cuales configuran imágenes del mundo que orientan algunas de las principales acciones en los ámbitos vivenciales más significativos del individuo, tales como la educación y el empleo en una profesión. Dichas imágenes generan valoraciones que inciden en la configuración de los estilos y planes de vida, así como en la búsqueda de la formación y exaltación de aptitudes y habilidades individuales. Conviene señalar que los resultados de dicho proceso no son inamovibles ni ahistóricos, sino que se manifiestan de acuerdo con los cambios contextuales marcados por la administración pública y sus modelos económicos respectivos. Puede asegurarse que a fines del siglo XX y principios del XXI emergieron elementos de carácter psíquico relacionados con la configuración de la identidad individual que repercutieron en las relaciones sociales, los cuales son principalmente: la flexibilidad laboral, que ha generado incertidumbre y corrosión del carácter moral; la responsabilidad asumida ante la elección de estilos y planes de vida, así como ante la educación y el empleo; y una búsqueda constante de gratificaciones emocionales a través de la intimidad, la cual implica el desinterés respecto de los asuntos públicos.

 

Las peculiaridades del individualismo mexicano

Si bien las características del individualismo que se han descrito pueden ser consideradas generales para el Occidente moderno, es factible asegurar que en México se manifiestan con algunas peculiaridades. A pesar de que resultaría muy interesante intentar caracterizar al individualismo en México a lo largo de toda su etapa moderna, por cuestiones de espacio en este apartado sólo se analiza desde la década de los ochenta del siglo pasado, cuando se implantó el modelo económico neoliberal y emergieron aspectos individualistas que en la actualidad se han consolidado de manera significativa.

Visto como fruto del proceso de individuación, el individualismo en México es parte de una imagen del mundo generada por el Estado y la economía capitalista. Al igual que el occidental, el mexicano no es inamovible ni ahistórico; por el contrario, sus características, valoraciones y cosmovisión en general se transforman a la par del contexto sociohistórico.

En relación con el papel del Estado y de la economía, su articulación ha sido fundamental en dos momentos de la historia reciente de México: durante la consolidación del régimen posrevolucionario y en la transición entre el modelo económico del Estado paternalista al del neoliberalismo. En ambas etapas se generaron contextos que sirvieron como telón de fondo para que los mexicanos y las mexicanas se percibieran a sí mismos, su contexto inmediato y a la esfera pública de una manera específica, con determinadas valoraciones colectivas e individuales en sus principales ámbitos vitales.

De inicio, el Estado del México posrevolucionario –básicamente de 1934 a 1982– se caracterizó en forma eminente por generar una imagen para la mayoría de la población en la que aparentaba ser el encargado de satisfacer la mayoría de necesidades básicas, así como de ser el principal medio de organización de la acción social colectiva y política relevantes para el país. Con tal fin echó mano de dos elementos muy importantes: la generación de un crecimiento económico sin precedentes en la historia nacional y la creación de una maquinaria de control que permitió retener el poder político, social y electoral cerca de setenta años al Partido Revolucionario Institucional (PRI).

De acuerdo con Frank Brandenburg, la manera en que se consolidó el poder político en el México posrevolucionario fue por medio de dos elementos: la existencia de una organización política denominada la familia revolucionaria y la noción de Revolución Mexicana constituida como un credo. La familia revolucionaria era la elite que gobernó a México, la cual durante setenta años impuso liderazgos en los grupos organizados y las líneas a seguir por la política oficial y por la no oficial; sus miembros sustentaban el poder real. Lo que ayudó a este grupo a lograr la mayoría de sus éxitos, tanto para la modernización del país como para la consolidación de su poder político y social, fue el apego al credo revolucionario. La esencia de esta motivación ideológica combinaba aspiraciones básicas con varios aspectos clave de la Revolución en sí misma. Algunas de las principales ideas que conformaban este ideario eran: la mexicanidad, que implicaba el patriotismo, el nacionalismo y el orgullo de ser mexicano; el constitucionalismo, o sea, la constante referencia, de manera cuasi sacra, a la Constitución de 1917; la justicia social, esto es, la promesa de que tanto en el presente como en el futuro todos los mexicanos tenían el derecho a una vida mejor que en tiempos pasados; y el crecimiento económico, ligado al intervencionismo para suplir al mercado y lograr el desarrollo de la actividad económica (Brandenburg, 1964).

A pesar de que con la intervención en la economía y con el apego al credo revolucionario el Estado de la posrevolución generó una imagen paternalista8–que proveía en lo económico9 y que controlaba en lo político y social–, dicha imagen se vio trastocada a partir de los años ochenta, cuando cambió el sistema económico. Debido a que el modelo característico del México posrevolucionario –el cual había permitido la industrialización del país– requería la intervención del gobierno, las crisis a fines de cada sexenio se fueron agudizando; por ello se optó por el neoliberalismo, que parecía más prometedor.

Miguel de la Madrid, desde su llegada a la Presidencia en diciembre de 1982, implementó el nuevo modelo cuyo principal eje consistía en la no intervención del gobierno en los asuntos económicos y en dejar el crecimiento a las fuerzas libres del mercado. En su régimen se inició un nuevo proceso de modernización que en esencia tenía como objetivo central generar un crecimiento económico sin contradicciones y evitar las crisis recurrentes. Cuando inició la administración de este mandatario se introdujo de manera inmediata el Programa Inmediato de Recuperación Económica (PIRE) pero, para poder implementarlo, el nuevo gobierno recurrió al Fondo Monetario Internacional (FMI), organismo al que se le prometió, a cambio de los préstamos necesarios para el servicio de la deuda, la reducción del déficit público fiscal. Esto sólo pudo lograrse aumentando los impuestos y el precio de los servicios públicos, los cuales anteriormente se habían mantenido bajos para ayudar a los sectores de menor ingreso y, al mismo tiempo, estimular la inversión (Brachet-Márquez, 1996). En el sexenio referido la actitud del gobierno respecto de la economía cristalizó en la venta y retiro de inversión en empresas públicas, pasando de 1,155 en 1983 a 412 en 1988 (Meyer, 2000); esto es, el gobierno desincorporó 705 empresas paraestatales. Tal estrategia no tuvo mucho éxito, pues en 1987 una nueva crisis sacudió al país debido a una dramática caída de la Bolsa de Valores, cuyas causas estaban ligadas a las fuerzas del mercado (Basáñez, 1990).

Ninguna de las medidas adoptadas por este presidente generó algún tipo de mejoría notable para millones de personas; por el contrario, la economía se vio seriamente afectada, principalmente la de los sectores populares; por ejemplo, en 1986 hubo una reducción a los subsidios alimentarios de 80%, de manera que el precio de la tortilla aumentó 140%, el de la gasolina se duplicó y la tarifa del metro pasó de uno a veinte pesos. Asimismo, debido a la inflación las empresas estatales como Petróleos Mexicanos (Pemex), la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) empezaron a posponer los pagos a sus abastecedores. Además, los servicios de salud y de bienestar social recibieron recortes considerables y el gasto en ellos decreció 47.7% entre 1982 y 1987 (Brachet-Márquez, 1996: 206-207).

Por otra parte, el aspecto político del Estado mexicano también se vio afectado en esa misma década. Entre otros factores, resalta la desincorporación del PRI de la llamada "corriente democrática" encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, quienes competirían en 1988 por la Presidencia de la República aglutinando –en lo que después sería el Partido de la Revolución Democrática (PRD)– a la mayoría de los partidos de izquierda del país (Basáñez, 1990; Meyer, 2000; Zermeño, 1998). La nueva organización política –inicialmente llamada Frente Democrático Nacional– cautivó a las masas desde su aparición, puesto que fue percibida como representante de la ideología oficial de justicia social (dogma esencial del credo revolucionario), en un momento en el que la mayoría de los grupos subalternos se sentían, aparentemente, abandonados por el Estado (Brachet-Márquez, 1996). Sin embargo, a pesar del apoyo popular otorgado a su candidato –Cuauhtémoc Cárdenas– en las elecciones, se proclamó vencedor a Carlos Salinas de Gortari, el candidato de Miguel de la Madrid, lo cual popularmente se atribuyó a un fraude. Lo más relevante es que en dicha elección se puso de manifiesto el descontento popular hacia el PRI.

La transformación de la imagen del Estado posrevolucionario, tanto de sus aspectos económicos como de los políticos, iniciada en la década de los ochenta e impulsada por la adopción del neoliberalismo y las pugnas electorales, se consolidó en los años noventa debido, en gran medida, a las acciones estatales durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. En materia económica, el proyecto modernizador que estableció este presidente consistió en volver al crecimiento económico a través del ingreso masivo de inversión externa y el aumento de las exportaciones; la herramienta principal para tratar de cumplir con este objetivo fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Puede decirse que básicamente la reforma salinista consistió en redimensionar el sector público en la intervención económica y redefinir las relaciones comerciales y financieras con el exterior (Cordera y Lomelí, 2010).

Otro rasgo muy importante del gobierno de Salinas radica en que parte de las principales medidas de su proyecto económico y social consistieron en continuar con la venta de las empresas del Estado. Lo peculiar de esta acción fue la forma que adquirió la repartición de la riqueza así producida, puesto que se utilizaron los recursos obtenidos con la venta de las empresas paraestatales para instrumentar el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol). A través de éste se repartieron entre dos mil y tres mil millones de dólares en estratos medios y populares mediante el financiamiento parcial de la obra pública demandada por dichos grupos (Meyer, 2000). Lo interesante de ello radica en que el Estado presentó Pronasol a través de discursos y de una impresionante campaña mediática, como el resultado del esfuerzo del gobierno en sus tres niveles –nacional, estatal y municipal–, dado que los tres cooperaban con parte de su gasto presupuestario para obra pública. También se hizo participar a las personas beneficiadas, a quienes se les pedía que cooperaran con la mano de obra necesaria para realizar las obras –ya fuera con trabajo directo o con el pago a personas encargadas de hacerlo.

A pesar de que durante el Salinato existieron elementos que permitieron generar una imagen en la que el país parecía haberse recuperado económicamente de las crisis de 1982 y 1987, y de que algunas de las características del Estado proveedor habían sido restablecidas, hacia el final del periodo surgieron dos situaciones que mermaron considerablemente su imagen ante la mayoría de las y los mexicanos: por un lado, el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN); por otro, la severa crisis iniciada en diciembre de 1994. De acuerdo con Brachet-Márquez (1996), la insurgencia zapatista mostró que el Estado, en su lucha contra la pobreza, hizo a un lado a los menos favorecidos, particularmente a los pueblos indígenas y a amplias capas del campesinado. Éstos se visibilizaron a través de la lucha armada de la guerrilla en Chiapas. Es relevante que este movimiento recibiera el apoyo y la aprobación de amplios sectores de la sociedad mexicana.

Uno de sus principales efectos de la crisis económica de 1994 –la primera del México neoliberal– fue la quiebra casi inmediata de quince mil empresas en un año, acarreando consigo el desempleo de 2.5 millones de personas (Meyer, 2000); además, el dólar pasó de 3.5 a siete pesos, y después llegaría hasta los once; las tasas de interés subieron del 17 a más del 100% anual. Las consecuencias más significativas de lo anterior fueron: que las deudas bancarias de muchas personas, principalmente pertenecientes a las clases media y alta, se volvieron impagables; que los ahorros de miles se perdieron, debido a que su dinero fue utilizado para rescatar de la quiebra a bancos y empresas (Zermeño, 1998); y que el poder adquisitivo se redujo de manera significativa ante el alza generalizada de precios en todos los productos de consumo.

Sin lugar a dudas, tanto los efectos de la terrible crisis como la percepción de que los más pobres y necesitados –los indígenas y campesinos pobres– no eran tomados en cuenta en los programas asistencialistas del gobierno ocasionaron que la mayoría de la población disminuyera considerablemente su confianza en el Estado y su partido oficial. La prueba de ello fueron los resultados electorales del año 2000 en los que, después de más de setenta años en el poder, el PRI perdió las elecciones federales.

 

Las transformaciones del trabajo

Además de la incidencia directa del cambio de modelo económico y de los aspectos políticos, un elemento central en esta etapa fue la reconfiguración del sistema laboral en el país. Como la principal característica del modelo económico adoptado a partir de la década de los ochenta tiene que ver con la no interferencia del Estado en asuntos económicos, el empleo sufrió una drástica transformación. Para generar el crecimiento económico con base en las manos del mercado, el neoliberalismo impone reformas al ámbito laboral asociadas con la desregulación del mercado de trabajo; o sea, ya no se exige a los patrones que brinden determinadas garantías al trabajador, prestaciones como las pensiones o los servicios de salud. Asimismo, es condición necesaria para atraer la inversión privada directa la flexibilidad, vista esencialmente como la eliminación de la rigidez del mercado laboral con el fin de permitir la movilidad interna, ampliar las formas de remuneración, facilitar la solución de los problemas de seguridad y riesgo al interior de la empresa y no obstaculizar al patrón la terminación de las relaciones laborales y la conclusión de los conflictos (De la Garza, 2006; 72). Estos ejes, demandados por el nuevo modelo, fueron instrumentados por Ernesto Zedillo para atraer la inversión extranjera directa y poder subsanar los problemas que se habían suscitado por la crisis de diciembre de 1994. Trataron de fijarse de manera más sólida durante los gobiernos de Vicente Fox y de Felipe Calderón.

 

La transición valorativa del individuo en México

El cambio de modelo económico en México generó una serie de transformaciones importantes respecto del proceso de individuación, ya que tanto los efectos económicos y políticos, como la reestructuración laboral, incidieron para que la imagen moderna del mundo que tenía el individuo, que se había consolidado durante el México posrevolucionario, resignificara algunas de sus principales valoraciones, y para que emergiera una nueva forma de percibirse a sí mismo, al contexto inmediato y a la esfera pública.

A continuación se analizan algunas encuestas acerca de los valores, fines, anhelos y metas de los y las mexicanas. Se trata de fuentes secundarias, aplicadas por otras personas en diferentes momentos y con distintas finalidades. He recurrido a ellas debido a que los temas que presentan son muy similares, al igual que sus resultados. Al mismo tiempo, su aplicación se dio en momentos clave en lo referente a cuestiones del ámbito público y de la difusión de la mexicanidad. Es necesario aclarar que la manera en que se presentan los datos no sigue el orden contenido en las entrevistas originales; se seleccionaron algunas respuestas para ser presentadas tanto en orden cronológico como por su significación de acuerdo con los intereses de este trabajo, lo cual no rompe el sentido manifestado por quienes respondieron ni lo desvirtúa. La selección de las respuestas y rubros de cada trabajo consultado se hizo considerando que son las más representativas. Su significado radica en que fueron formuladas de manera temporalmente próxima a situaciones coyunturales, como elecciones presidenciales o crisis económicas, por lo que posiblemente las opiniones expresadas en ellas sean más reflexivas. También puede ser que la "Encuesta Nacional de Valores: lo que Une y Divide a los Mexicanos" (Envud) y la de la revista Nexos representen el análisis popular de la significación de la mexicanidad por su cercanía con el Bicentenario de la Independencia.

Los datos que se presentan a continuación han sido tomados de los siguientes organismos y publicaciones: El pulso de los sexenios, de Miguel Basáñez (1990), que contiene una encuesta aplicada en 1983 y 1987 –en momentos cercanos a las crisis de 1982 y 1987, respectivamente– con la finalidad de conocer la percepción sobre la esfera pública, los ámbitos económico y social, así como los principales valores de la sociedad mexicana; Los valores de los mexicanos. Cambio y permanencia, de Enrique Alduncin (2002), publicación que ofrece datos de 1981, 1987 y 1995, años cercanos a los procesos electorales y a las crisis económicas, por lo cual permite un acercamiento a las valoraciones de dichos procesos; el Latinobarómetro, estudio de opinión realizado por la organización homónima que se encarga de recopilar anualmente información de muchos países de América Latina en cuestiones de percepción política, económica y social en diferentes años; el Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve), que cada cinco años realiza una encuesta para conocer la percepción y valoraciones de los jóvenes de 14 a 29 años sobre la política, la economía y la sociedad a nivel nacional; la "Envud", realizada en 2010 con la finalidad de conocer cuáles eran las valoraciones de la sociedad mexicana que generaban cohesión o que eran factor de "individualismo", entendido como egoísmo; y, "El mexicano ahorita: retrato de un liberal salvaje", estudio publicado por la revista Nexos en 2011, donde se pueden encontrar datos acerca de lo que desean y con lo que sueñan los mexicanos en los ámbitos político, económico y social.

A pesar de que las encuestas consideradas contienen análisis cuantitativos y cualitativos, en este texto sólo se hace uso de los primeros porque la interpretación de los respectivos autores es muy distante a la que aquí se propone. De la misma manera, a pesar de que los trabajos referidos organizan sus resultados por edad, sexo, escolaridad, estrato socioeconómico y región sociodemográfica, aquí sólo se han usado los resultados promedio de todo el país, puesto que la intención es generar una caracterización general a escala nacional.

 

Cambios en la percepción de la esfera pública

En relación con la esfera pública, se podría decir que a partir de los efectos económicos adversos de las primeras medidas sugeridas por el FMI y de la crisis de 1987, la percepción del individuo respecto del gobierno y sus decisiones comenzó a demeritarse en diferentes ámbitos. Por ejemplo, de acuerdo con una encuesta aplicada por Miguel Basáñez en 1983 y en 1987, la calificación de "bien" al gobierno pasó de 41.6 a 29.3%; y la de "mal" de 14.0 a 29.2% (Basáñez, 1990: 218). Estas consideraciones negativas, que iniciaron a mediados de los años ochenta, no estaban dirigidas exclusivamente a las autoridades: también el PRI se desprestigió considerablemente. Basáñez comenta que en 1983 el 55.3% de sus encuestados afirmó simpatizar con este partido; en 1987 el porcentaje había descendido al 29.6% (Basáñez, 1990: 218).

Lo interesante de los datos anteriores es que indican que con las medidas económicas adoptadas por el gobierno para intentar paliar la crisis, así como las referentes al nuevo modelo, el Estado ya no pudo proyectar de forma contundente sus decisiones como acertadas para el crecimiento económico, a diferencia de la etapa posrevolucionaria. Destaca que junto al gobierno, su partido también comenzó a perder simpatías entre la población. Al revisar las encuestas, llama la atención que estas percepciones negativas eran paralelas a la creencia de que México como nación no podía obtener logros y metas positivas. Al respecto, en la encuesta de Enrique Alduncin, al preguntársele a los entrevistados acerca de su satisfacción por los logros de México, las respuestas fueron las que aparecen en el Cuadro 1.

En la misma encuesta aparece un dato que, en conjunto con los anteriores, muestra que la consideración de los políticos en general era muy baja entre la mayoría de las mexicanas y los mexicanos, puesto que en el mismo lapso –de 1981 a 1995–aumentó el porcentaje de quienes creyeron que tenían rasgos negativos (véase Cuadro 2).

En conjunto, todos estos datos nos ofrecen una idea de cómo se fueron transformando las percepciones de las y los mexicanos en relación con la esfera pública y sus representantes. Se aprecia, en primera instancia, que se concebía que las decisiones del gobierno, en especial las relacionadas con cuestiones económicas, eran incorrectas. Además, a los políticos no se les tenía por personas confiables para resolver problemáticas de índole nacional. Sobre todo destaca que la mala imagen del gobierno y de los políticos haya estado posiblemente asociada con una representación de que los logros de México como nación no podían brindar satisfacción o gratificaciones sustantivas. Al respecto se puede aventurar la hipótesis de que –más allá de las consideraciones negativas hacia el gobierno, el PRI y los políticos en general– de fondo lo que sucedió fue la deslegitimación del credo revolucionario, el cual durante mucho tiempo había funcionado como un elemento que generaba confianza en los representantes del ámbito público y que impulsaba una visión de México como un país con logros.

Sin embargo, las calificaciones negativas a los actores políticos no se detuvieron ahí. A partir de la década de los noventa diversos hechos demeritaron más la imagen del Estado, del partido oficial y de los servidores públicos en general. Puede asegurarse que con los magnicidios, de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruíz Massieu, y con los escándalos de corrupción de altos funcionarios difundidos a fines de los noventa e inicios del dos mil a través de videos enviados a las televisoras, la esfera pública fue concebida cada vez más como un ámbito negativo y de poco interés.

Al respecto, llama la atención que a fines de lfa primera década del siglo XXI la mayoría de las y los mexicanos afirmaran no estar interesados en asuntos políticos. Por ejemplo, el Latinobarómetro (2010) indica que los encuestados que declararon estar "poco interesados" en asuntos políticos sumaron el 38%, y los "nada interesados" un 37%; es decir, el 75% del total mostró sentirse ajeno a las cuestiones públicas. Por otra parte, el Imjuve (2005) establece que el interés de los jóvenes en la política era "nada", 44% y "poco", 39%. Los motivos de tan alto desinterés se explican porque "no les interesa", 38%, y porque "los políticos no son honestos", 22%. En este mismo sentido, a través de la Envud se puede apreciar que posiblemente el desinterés creciente en la esfera público-política y en sus representantes se debe a que las decisiones instrumentadas por estos actores se consideran incorrectas: en 2010 el 37% de los encuestados opinó que el gobierno toma decisiones correctas "rara vez" y el 18% que "nunca": 55% en total. Tal desconfianza se advierte también en una encuesta realizada por la revista Nexos (2011), donde al plantear una pregunta relacionada con la confianza los partidos políticos quedaron hasta abajo en las respuestas.

Con base en todos estos datos cabe pensar que la quiebra de la confianza en los políticos y la creencia que lo que hacen no es correcto se siguió incrementando a lo largo de la primera década del siglo XXI. Ello implica que parte de la imagen del mundo que se había generado en los y las mexicanas durante el periodo posrevolucionario se vio trastocada por la adopción del neoliberalismo. Al cambiar de modelo de administración, los mecanismos institucionales de la modernidad –Estado y economía capitalista, según refiere Weber– provocaron que las valoraciones, principalmente del ámbito público, se transformaran y fueran percibidas y manifestadas de manera diferente, pues las encuestas revelan que se veía al Estado y a sus representantes como agentes que no podían generar satisfacciones y logros colectivos. Al mismo tiempo –afirma Sennett– la esfera pública comenzó a percibirse más como algo de poco interés y carente de significado; pero, a diferencia de lo que considera este autor, esta percepción se debió, al menos en parte, a los efectos negativos de las crisis económicas y a la difusión de actos de corrupción a gran escala y de escándalos políticos.

 

La reconfiguración de la percepción individual

Si a través de la revisión de algunas encuestas importantes se ha podido detectar que las percepciones de la esfera pública comenzaron a demeritarse y a transformarse en una falta de confianza severa hacia sus representantes, estas mismas ayudan a mostrar que, de manera paralela, el individuo mexicano a lo largo de treinta años –de 1981 al 2011– fue incrementando la atención en sí mismo y en su contexto inmediato, principalmente en lo relacionado con sus características individuales y, al mismo tiempo, fue concediendo mayor importancia a su familia.

A través del trabajo de Enrique Alduncin (2002) se aprecia que mientras el individuo experimentaba insatisfacción con los logros de México como nación, aumentaba su aceptación respecto de sí mismo: entre 1981 y 1995, ante la pregunta "¿qué tan satisfecho está con lo que usted es?", la respuesta "mucho" pasó del 19 al 30%. Lo interesante del dato radica no tanto en su contenido explícito, sino en que ayuda a percibir que los mexicanos y las mexicanas comenzaban a poner más atención en sí mismos que en la esfera pública.

Por otra parte, resultan significativos los aspectos a los que el individuo comenzó a dar mayor importancia. A partir de los años noventa se incrementaron las preocupaciones por cuestiones relativas a la familia, la economía individual, los amigos, la religiosidad personal y los cuidados de la salud. Este aumento lo corrobora la misma encuesta de Alduncin (2002), cuando cuestiona acerca de los fines y metas de los mexicanos (véase Cuadro 3).

Cabe observar que los temas del Cuadro 3 refieren a gratificaciones psíquicas y emocionales, y aunque los porcentajes no aumentaron mucho, sí es notorio que hacia finales del siglo XX surgió una visión en la que el individuo buscaba cierto tipo de estabilidad material, pero también en sus relaciones con las personas cercanas –familia y amigos– así como un pequeño cambio de significado ligado a la tranquilidad psíquica, que en este caso se relaciona con el elemento religioso.

Las principales metas se fueron transformando a lo largo de quince años, pero no por ello cambió el hecho de que las y los mexicanos intenten conseguir metas capaces de brindar ciertas gratificaciones emocionales individuales. De acuerdo con la encuesta de Nexos (2011) las principales aspiraciones de sus entrevistados fueron: tener estabilidad y mejora en el empleo, 23%; bienestar para su familia, 16%; poseer bienes, 16%; y tener salud y acceso a servicios de salud, 10%. Obsérvese que aunque las aspiraciones en 2010 siguen siendo casi exclusivamente elementos que brindan gratificaciones psíquicas y emocionales, se puede apreciar que desaparecieron o se minimizaron algunos aspectos que tenían que ver con las expectativas meramente psíquicas, como "tener amigos" y "encontrar a Dios". Es posible que con las condiciones económicas adversas descritas, las pretensiones individuales se orientaran hacia aspectos a los que el contexto limita o incluso impide el acceso a amplios sectores de la población. La comparación de datos revela que los fines de los mexicanos y las mexicanas se precarizaron a tal grado que la búsqueda de elementos exclusivamente subjetivos –como tener más amigos y encontrar a Dios– salió de su campo de expectativas.

Resulta paradójico que los fines a los que se aspira no sean percibidos como algo que ofrezca o limite el contexto: por el contrario, se cree que son cuestiones que el individuo puede obtener por cuenta propia. Al respecto, en la encuesta de Nexos hay un rubro donde se pregunta qué es lo más importante para lograr las aspiraciones individuales. Las respuestas y porcentajes fueron: el esfuerzo y sacrificio individual, 63%; y el esfuerzo de todos como país, 37%. La mayoría de las personas consideró que la consecución de sus metas individuales, todas referidas a situaciones generadas por los contextos económico y político, depende de ellas mismas. Se podría conjeturar que las y los mexicanos se creen los únicos responsables del cumplimiento o no de sus fines.

Otro aspecto digno de ser destacado es la significación que tiene la familia para el mexicano, puesto que tanto su situación material como la cercanía íntima con ella se consideran una aspiración individual. Las encuestas de Alduncin y de Nexos, así como otras igual de importantes, permiten observar que dentro de las metas personales la familia siempre ocupa los primeros lugares. Sin embargo, lo más sobresaliente es el cambio de significación que sufrió la valoración en un lapso de quince años, porque en el trabajo de Alduncin aparece en primer lugar bajo el rubro "llevar una mejor vida familiar" y en la encuesta de Nexos está en segundo lugar, con la aspiración de "bienestar para mi familia". Posiblemente la percepción de la familia como un elemento de gratificación individual también se precarizó, y es muy probable que ello se deba a las dificultades materiales generadas por el rumbo de la economía mexicana.

La percepción del presente y del futuro es, por supuesto, un tema constante en la mayoría de las encuestas acerca de México y lo mexicano. A partir de la década de los ochenta la mayor parte de las personas comenzaron a vislumbrar el futuro como algo poco prometedor. Por ejemplo, en el trabajo de Alduncin (2002) se preguntó a los encuestados cómo creían que vivirían sus hijos respecto de ellos; la respuesta "mejor" fue para 1981 del 32%, en 1995 fue del 26%. Esto podría indicar que ante las circunstancias –principalmente económicas, derivadas de las crisis de 1987 y 1994 y el panorama generado por la adopción del neoliberalismo– se pensó que el futuro no sería muy halagüeño para las nuevas generaciones. De la misma manera en la Envud (2010), ante la pregunta "¿en qué piensan más los mexicanos?", la respuesta del 40% fue "en sus circunstancias presentes".

Se puede asegurar que hacia finales del siglo XX e inicios del XXI se manifestó en México ese traslado de las crisis sistémicas hacia el mundo de la vida individual que señala Habermas. Así por ejemplo, ante los desajustes económicos el individuo percibía en 2010 que sólo su esfuerzo individual podía ayudarle a obtener el bienestar que el contexto le negaba. Al mismo tiempo, de acuerdo con Beck (1998) se puede apreciar una preocupación temporal, entre 1981 y 1995, por la búsqueda de la formación y la exaltación de las aptitudes individuales. Es notorio –como lo asegura Sennett (2006)– que emergió una preocupación por la consecución y el fomento de la intimidad, primero a través de la cercanía con la familia y los amigos, y posteriormente materializada en la obtención de bienestar material para la familia.

 

Significaciones relacionadas con el trabajo

A partir de la adopción del modelo neoliberal las valoraciones asociadas con el trabajo también fueron resignificadas. De acuerdo con Alduncin (2002), en 1981, 1987 y 1995 cambiaron algunas consideraciones acerca de para qué trabajar. Las respuestas a esta cuestión y sus porcentajes se exponen en el Cuadro 4.

Sin embargo, a partir de la década de los noventa la concepción del trabajo como un elemento de sobrevivencia material y para manutención o ayuda a la familia fue aumentando considerablemente, debido a las alarmantes cifras de desempleo y subempleo en el país. Según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en septiembre de 2011 existía una población económicamente activa de 49 millones de personas, de las cuales cerca de tres millones estaban desocupadas. De la cantidad de trabajadores que se encontraban laborando, cuatro millones se hallaban subocupados; trece millones en la informalidad; doce millones en empleos formales, pero sin recibir ningún tipo de prestación social; y treinta millones no estaban afiliados al Seguro Social. Al mismo tiempo, de la cantidad de personas que tenían empleo formal, el 35% recibía menos de dos salarios mínimos, y aproximadamente el 61% cobraba en promedio 179 pesos diarios, lo cual equivale a poco más de cinco mil pesos por mes (INEGI, 2012). Con estas cifras no es extraño, de acuerdo con la revista Nexos, que los principales anhelos del mexicano en 2011 estuvieran enfocados en la obtención de un empleo con buen salario y seguridad social.

Según el Latinobarómetro (2010), el 41% de los entrevistados en México tenía miedo de quedar sin trabajo en los siguientes doce meses a la fecha de aplicación de su encuesta; la misma fuente reporta que en 2005 el 60% contestó que en el último año había un adulto desempleado en su hogar. A partir del trabajo de Nexos (2011) se puede afirmar que tal situación siguió incrementándose y se convirtió en una de las preocupaciones y anhelos individuales más importantes en el México de la década del 2000.

Lo anterior implica –de acuerdo con Sennett (2006) y Bauman (2001)– que las transformaciones del trabajo capitalista incrementaron la preocupación, angustia e incertidumbre del individuo mexicano, constituyéndose en factor de la individualización, en la medida en que las consecuencias son asimiladas en términos individuales y no se visibilizan como un fenómeno colectivo. Se puede inferir que los efectos anímicos de las adversidades laborales conllevan esa corrosión moral en las personas, puesto que afectan otros ámbitos, como el de la sobrevivencia material personal y familiar.

Cabe afirmar que de manera general, a partir de la década de los ochenta –cuando en México se sustituye el modelo paternalista por el neoliberal– las percepciones del individuo comienzan a transformarse con respecto a la esfera pública, el ámbito individual –que incluye a la familia– y el del trabajo. Si bien el cambio de valoraciones no puede atribuirse de manera directa exclusivamente al neoliberalismo, es muy probable que deba considerársele como una de sus causas relevantes, tanto por los efectos inmediatos de la adopción del modelo como por las decisiones en la administración pública derivadas de ella, las peculiaridades del ámbito político y la flexibilización laboral. Así, entre los efectos perceptibles del neoliberalismo tenemos el desinterés del individuo respecto de la esfera pública y la desconfianza en sus representantes, lo cual a su vez hace que se interese de forma casi única en cuestiones individuales como el trabajo y la familia. En tal contexto, destaca que el futuro le parezca menos prometedor, se concentre en el presente y, sobre todo, que considere su situación personal –generada por el contexto económico-político– como responsabilidad propia y no como efecto de elementos externos.

 

Conclusiones

En México pueden observarse algunos de los principales aspectos del individualismo occidental, aunque con ciertas peculiaridades. De acuerdo con la primera hipótesis anotada al inicio de este trabajo cabe afirmar que en México el Estado y la economía –como principales elementos conformadores de la modernidad– inciden en la generación de los espectros psíquicos y valorativos del individuo, los cuales son el eje que articula una imagen del mundo específica. Esto es un punto clave con respecto al proceso de individuación, tanto para el Occidente moderno en general como para el mexicano en particular. En la historia reciente de nuestro país, la articulación del Estado y la economía capitalista ha incidido en la generación de contextos que constituyen un telón de fondo para que el individuo produzca valoraciones específicas relacionadas tanto con sus principales metas y fines como con una percepción de sí mismo, de su espacio vital inmediato y de la esfera pública. La forma de ser y los principales valores de la persona en este país no son producto ni de un alma ni de una naturaleza ahistórica, como se han empeñado en afirmar algunos escritores que caracterizan al mexicano, entre ellos Octavio Paz, Samuel Ramos y, recientemente, Jorge Castañeda. Más bien, el mexicano es producto de un contexto político, económico y social, influenciado por los principales mecanismos de la modernidad.

El carácter cambiante de las valoraciones y de las principales percepciones del individuo se demuestra en la corroboración de la segunda hipótesis, según la cual la adopción del neoliberalismo deslegitimó la imagen paternalista del Estado posrevolucionario, que se había sustentado en la noción de "Revolución Mexicana" consolidada como credo, y en el control político y social por parte de los gobernantes. Aquí se ha mostrado cómo con el cambio de modelo económico se transformó paulatinamente la imagen que se tenía del Estado proveedor y, a partir de la década de los ochenta del siglo pasado, el gobierno fue percibido como algo que "estaba mal", y sus representantes como personas incapaces de adoptar decisiones acertadas y de obtener logros significativos y gratificantes para México como nación.

Igualmente, los efectos del cambio de modelo económico y determinadas situaciones políticas indujeron a los individuos a dejar de confiar de manera significativa en los tomadores de decisiones y en los políticos, pero de manera sorprendente esta situación se fue transformando en el desinterés de la mayoría de las personas respecto de los asuntos públicos relevantes. Tal característica es común al individualismo mexicano y al occidental: Richard Sennett y Zygmunt Bauman afirman que a fines del siglo XX e inicios del XXI existe un desinterés generalizado y una baja participación social en las cuestiones públicas, a la par de un mayor interés por los aspectos individuales e íntimos. En México también se puede percibir este fenómeno, pero en nuestro caso particular han incidido mayormente situaciones muy concretas: los efectos de las medidas de corte neoliberal, las crisis económicas, la visibilización de los menos favorecidos y los escándalos políticos. Tales aspectos, en conjunto, han contribuido a que la y el mexicano perciban la esfera pública como algo carente de interés y a sus representantes como figuras poco confiables.

También llama la atención que junto a la deslegitimación del credo revolucionario haya aparecido en la escena el interés del individuo en sí mismo y en su contexto inmediato. Además de la "insatisfacción por los logros de México como nación" que documenta Alduncin (2002), es muy probable que el Pronasol salinista haya influido en dicha concepción del individuo, convenciéndolo de que su participación es necesaria para cambiar su contexto inmediato. A partir de 1995 y 1996 este aspecto cobró mayor fuerza, y si bien no fue factor fundamental para el surgimiento de esta visión, la presencia temporal del Programa parece indicar que incidió en su incremento, además de en la visión negativa hacia el Estado ya comentada.

Los principales mecanismos de la modernidad y el cambio de modelo económico influyeron en el surgimiento de nuevos aspectos individualistas en el marco de la modernidad tardía mexicana, los cuales encuentran algunas coincidencias con el individualismo occidental. En consecuencia, es factible considerar válida la tercera hipótesis de este trabajo, según la cual el cambio de modelo económico en México hizo emerger una configuración psíquica y cultural que incidió en la aparición de un individualismo de nuevo cuño; es decir, una nueva forma de percibirse a sí mismo, al contexto inmediato y a la esfera pública. Este elemento societario se caracteriza por la presencia de valores que dirigen al individuo hacia una búsqueda de gratificaciones psíquicas y emocionales, materializables principalmente en las relaciones familiares, así como por la preocupación constante de conseguir un empleo estable que permita bienestar para la familia a través de un ingreso fijo.

A pesar de que dichas características comparten rasgos con el individualismo occidental, también poseen algunas peculiaridades que las diferencian. Por ejemplo, se comentó en el primer apartado que el individuo en la modernidad tardía occidental genera planes y estilos de vida como parte de su identidad, que constantemente busca la expresión de las habilidades y aptitudes individuales y que sus principales gratificaciones se persiguen a través de la intimidad, esencialmente con la familia y amigos. Sin embargo, con base en algunas encuestas importantes acerca de los valores y el carácter del mexicano, se puede observar que los planes y estilos de vida, así como la búsqueda de la expresión individual, son elementos que no se encuentran presentes en el caso mexicano, al menos de manera prioritaria. Si bien el fomento y la exaltación de aptitudes y habilidades, como parte de los planes y estilos de vida individuales, tuvieron una ligera manifestación en la década de los noventa, después desaparecieron de los objetivos principales de la mayoría de personas, para centrarse más en la búsqueda de la sobrevivencia y del bienestar material. Por lo demás, en los planes de vida la noción de futuro se percibe como algo posiblemente negativo, por lo que el individuo se aboca más a sus circunstancias presentes.

Lo mismo se puede decir de las pretensiones de intimidad con la pareja y los amigos. Aunque a mediados de los noventa –de acuerdo con Alduncin (2002)– se detectaron tendencias a "llevar una mejor vida familiar" y a "tener más amigos", para fines de la década del dos mil estos objetivos ya no figuraban en las principales encuestas. Es posible que las condiciones generadas por la economía y la situación del capitalismo flexible posibilitaran que "llevar una mejor vida familiar" se transformara en "bienestar para mi familia"; en el caso de "tener más amigos", este objetivo desapareció como meta, al igual que otros aspectos psíquicos meramente individuales, como "encontrar a Dios". Dicho de otro modo: las pretensiones de gratificación a través de la búsqueda de intimidad con los seres queridos –familia y amigos– se transformaron en una preocupación por el bienestar material, más que por la cercanía en sí de la familia, con el objetivo prioritario de brindar la mayor cantidad de satisfactores básicos. Tal meta cobró mayor amplitud que la de buscar gratificaciones psíquicas personales y minimizó la importancia de los satisfactores que brindan las relaciones de amistad.

Al contrario de lo que afirma Sennett sobre el individualismo occidental, es claro que en México no hay una relación directa entre la búsqueda de intimidad con los seres cercanos y el desinterés por los asuntos de la esfera pública; más bien, este último aspecto es producto de los efectos de la economía y de la actuación de los políticos. El vínculo que podría existir es que, debido a las decisiones de los representantes de la esfera pública, –en particular las económicas–, el individuo se preocupe por una existencia digna y confortable para su familia, más allá del calor y la confianza con la misma.

Finalmente, un rasgo común al individualismo mexicano y al occidental son los efectos del trabajo flexible. A través de las encuestas se advierte que el desempleo, el subempleo y la falta de seguridad social han ocasionado una sensación de angustia e incertidumbre en millones de personas. Posiblemente, ésta también sea fomentada por otras circunstancias, como el incremento del narcotráfico y de la inseguridad en el país. A pesar de que el empleo y la falta de seguridad pública son fuentes de miedo, angustia e incertidumbre, sólo se adhieren al sustrato psíquico que estableció la crisis de 1994, la cual puso en evidencia que de un día para otro la situación biográfica puede cambiar por completo y la noción del futuro puede ya no ser clara. De ahí que para finales de los años dos mil –como revela la Envud– "el mexicano piense más en sus circunstancias presentes".

En síntesis, el individualismo mexicano –reconfigurado a partir de la década de los ochenta del siglo XX– comparte ciertos rasgos con el occidental pero, evidentemente, presenta ciertas particularidades que son producto de situaciones contextuales específicas y que lo diferencian. Sus principales características son: se gesta en un ambiente de precariedad, puesto que sus metas y anhelos –como trabajo estable y bienestar para la familia– no son algo inalcanzable, sino que se pueden materializar en el presente; involucra a la familia consanguínea; no consiste en una libre elección, sino que -al ser producto de un contexto generado por las decisiones del Estado y los efectos de la economía contemporánea- es forzoso. Junto a este fenómeno con características inéditas aparecen en el individuo elementos que no estaban presentes, tales como la incertidumbre, la angustia y una mirada constante e intensa al presente, factores todos que se han implantado en su psique debido a las condiciones estructuradas por un modelo económico que lo induce a creer que él es el encargado de generar las condiciones para su desarrollo integral como persona en sociedad.

 

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Notas

1 Es necesario aclarar que la intención de Max Weber jamás fue la descripción del proceso de individuación tal cual. Sin embargo, esto no implica que de su obra no se puedan extraer los elementos implícitos que resultan pertinentes para analizar dicho proceso.

2 Este periodo, caracterizado por Habermas, es el que corresponde a la implementación en varios países occidentales del modelo económico llamado Estado de Bienestar, que comprende de la década de los cincuenta a la de los ochenta del siglo pasado.

3 Formas de socialización al interior de la familia, la educación, la profesionalización, etcétera.

4 La modernidad inicial, de acuerdo con este autor, es la caracterizada por los padres fundadores de la sociología, principalmente Marx, Weber y Durkheim. A su vez la modernidad tardía o segunda modernidad es la que ya se ha analizado, y va desde fines del siglo XX hasta la actualidad. A pesar de que los rasgos institucionales de ambas siguen siendo los mismos, sus peculiaridades se han transformado de manera contundente, de ahí sus diferencias (Giddens, 1994).

5 Giddens considera los estilos de vida como "las rutinas presentes en los hábitos del vestir, del comer, los medios de actuar y los medios privilegiados para encontrarse con los demás" (Giddens, 1995: 106). Asimismo, un plan de vida consiste en "una forma de preparar una línea de acción futura activada en función de la biografía del yo. Se podría hablar aquí también de la existencia de calendarios personales de plan de vida, en relación con los cuales se gestiona el tiempo personal de la vida" (Giddens, 1995: 111).

6 Para Sennett, el carácter se percibe como un aspecto moral y no como la personalidad y temperamento individuales, según se entiende comúnmente en el contexto mexicano.

7 Esta cultura intimista está relacionada con las transformaciones y efectos negativos del capitalismo de los siglos XVIII, XIX e inicios del XX, que llevaron a una búsqueda de la seguridad emocional brindada por las relaciones cercanas estables (Sennett, 1978).

8 Es necesario precisar que la consolidación del paternalismo, a pesar de presentar características homogéneas, estuvo marcada por una serie de ideas y proyectos contradictorios. Por ejemplo, el proyecto de Lázaro Cárdenas estaba enfocado hacia un crecimiento económico basado en la industrialización de la agricultura, a diferencia del de Miguel Alemán, quien propugnó una economía basada casi exclusivamente en la industrialización manufacturera. De la misma manera, el control político ejercido por la familia revolucionaria no siempre fue absoluto, puesto que el desacuerdo o inconformidad de algunos de sus miembros generó disputas o confrontaciones constantes entre grupos importantes de esta elite.

9 Se debe resaltar que, a pesar de que el Estado afirmaba que los beneficios económicos de su modelo (paternalista) estaban dirigidos a toda la población, en realidad -como lo asegura Pablo González Casanova- realizó inversiones sociales, prestación de servicios y aumentos de salario únicamente a los empleados del PRI y a los trabajadores agremiados en los sindicatos oficiales, con la finalidad de asegurarse que no representaran ninguna oposición ni a las políticas ni a los dirigentes de dicho partido (González Csanova, 1967). El crecimiento económico no benefició a todos los sectores de la sociedad mexicana; el objetivo del Estado fue generar una imagen en la que parecía que sí lo hacía, y las "ayudas" tenían destinatarios específicos, no eran para toda la población. Asimismo, las desigualdades e injusticias sociales generadas por el modelo paternalista fueron evidenciadas por diferentes actores disidentes, tales como los movimientos guerrilleros de los setenta o los sindicatos de médicos y ferrocarrileros, entre otros, cuyas demandas encontraron eco y aceptación por parte de la mayoría de la sociedad casi al finalizar el siglo XX.

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