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Educere

versión impresa ISSN 1316-4910

Educere v.11 n.38 Meridad sep. 2007

 

Educere: la palabra como experiencia

Educere: the word like experience

Armando Zambrano Leal*

Director editor Facultad de Humanidades y Educación. Universidad de Los Andes, ULA. Mérida-Venezuela

* Gadamer Hans-Georg, Arte y verdad de la palabra, Barcelona, Paidós, 1993, p. 81.

** Docteur Sciences de l’éducation, Université Louis Lumière Lyon 2 France; Director de Postgrados en Educación, Universidad Santiago de Cali, Colombia. Texto conferencia dictada en el marco de celebración de los 10 años de la Revista Venezolana de Educación “Educere”. Mérida, 27 de junio de 2007.

Lo humano es humano porque habita en la palabra; la palabra es humana porque expone el existir en la experiencia. Palabra y experiencia es humanidad primera. Lo humano es palabra y experiencia; juegos infinitos y circularidad del existir. La palabra es experiencia humana; resistencia contra el tiempo y verdad en el transcurrir de la acción. No hay experiencia que no se muestre abierta, real, fuerte, presente en la palabra; toda experiencia es palabra y toda palabra es experiencia. La palabra escribir existe en la experiencia del escribir; la palabra educar nace en la experiencia del educar; la palabra nacer, morir, amar, leer son posibles en la experiencia del morir, amar, leer o nacer. Cada palabra tiene conciencia y esta surge en su acción. Cuando leo, escribo, amo, muero, la palabra cobra vida y es experiencia. Goethe muestra, en Wilhelm Meister, la palabra viaje y aprendizaje; Wihtmant en Hojas de Hierba; Cervantes en El sueño del caballero; Joyce en Ulises y Víctor Hugo en Los Miserables. La palabra es la altura del tiempo; visibilidad y conciencia. La palabra es la experiencia del hombre en el tiempo y en la época que ella edita. Una palabra edita la experiencia de una época con sus dolores y aciertos. La palabra está en nosotros y la experiencia es un modo de estar en ella. El Génesis es la experiencia del recuerdo, el límite de nuestra conciencia; un punto de partida en cuya esencia comienza la experiencia del recuerdo. Génesis es comienzo, punto de partida, apertura de la página y letra que la completa. Génesis es carne-palabra en la hoja solitaria; es experiencia del recuerdo en la mirada vuelta sobre el tiempo. La palabra es la génesis del lenguaje y a la vez el lenguaje hecho verbo. La palabra es letra sobre el tiempo, es mansedumbre y rebeldía, es sol y noche; lluvia y viento, fuego y agua, piedra y llanto. Letra es la composición infinitesimal de los cuatro elementos de la vida y su respectiva esperanza. Cada palabra guarda una esperanza: mostrarnos el lugar. Educar es estar en un lugar, descubrirlo, entrar en él; formar es deambular por la vida aprendiendo cosas, viviendo experiencias y muriendo de alegría en cada una de ellas; enseñar es estar frente al saber y recordar de qué naturaleza está hecha nuestra condición humana; aprender es apartarse, en el momento menos sospechado, de nuestra incapacidad; es recordar y, por lo tanto, prepararse a morir de otro modo; amar es descubrimiento de uno mismo y estética del espíritu; odiar es apartarse de nuestra humanidad para entrar en la animalidad; esperar es carácter y prudencia; paciencia es virtud. Letra es palabra expuesta al sol y silencio en la noche. Palabra es letra y experiencia es su esencia. Palabra es poesía y letra su carne; el verso su experiencia métrica. Palabra es universo del existir; su terreno la experiencia. No hay experiencia que pueda nombrarse por fuera de la palabra y no hay palabra que no encarne alguna forma de experiencia; el giro es sustancia como lo son el verbo y el sujeto, la acción y la causa, el cuerpo y el beso, la mirada y el espacio. Palabra es altura, experiencia y apertura. Palabra es lectura; experiencia del oír, del ver y del hablar.

El tiempo de la experiencia muestra la altura de la palabra; la experiencia genuina del existir humano. La experiencia es una cifra que se vuelve huella, universo y terreno fértil del ser. El dolor es la huella del golpe; exclusión escolar es la huella de la incapacidad y la soberbia del profesor; educabilidad es la experiencia ética fundamental del educador; disciplina es la experiencia de la exigencia sin dolor; aprender es un rostro plácido que camina serenamente sobre la insolencia de quien nos enseña; enseñar es apartarse y encontrar un lugar; perder es ganar, decía Maturana. El tiempo de la experiencia es abierto y se cierra en el recuerdo. Todo recuerdo es voz y signo; a él regresamos para interpretarlo. Este regreso circular del signo no es aporía, sino apertura. Cuando el amor parte, el dolor llega y con el tiempo aprendemos a saber partir, a saber amar, a saber escribir. Como signo retornamos a él una y mil millones de veces. Veces es un tiempo ahí en la experiencia de la interpretación; reifica la encrucijada de la experiencia por el signo singular que ella porta. Interpretamos hasta el infinito, avanzamos en él sin saciarnos de la respuesta; proseguimos en su búsqueda una vez la experiencia del tiempo vivido nos pone en el recuerdo y encadena una alteración del existir. El otro como palabra es texto y reclama de nosotros la experiencia de la interpretación. ¿Podemos estar con el otro por fuera de la interpretación de su existir? Imposible, el rostro es ya un texto-palabra y sobre él se dibuja la geografía de una existencia particular. Apuntando a la Escuela, podría traducir remitirnos a otro interrogante: ¿si podemos estar con el alumno por fuera de la interpretación de su existir, de su dolor, de su incapacidad, de su voluntad de saber?

La interpretación siempre se dirige al sentido de algo; en la palabra al sentido de la experiencia que ella encierra. La palabra escribir guarda un sentido para lo humano: dejar la huella de una época y narrar lo que allí acontece. La experiencia se abre al universo del otro y evoca un pasado presente; escribir es una forma de apertura de uno hacia el otro; es narrarle al otro un modo de ver el mundo poetizando sus dolores. El tiempo de la experiencia se revive con la palabra. La palabra vuelve roca la experiencia y terreno fértil es la escritura. Ella fija un tiempo y vincula los momentos; el instante. Las eras de la escritura son rostro para el recuerdo y su cuerpo es un pasado vivo, alegre, la memoria-texto. Palabra y experiencia son consustanciales, se reclaman de la misma manera que la mirada se abre al espectáculo del saludo. El recuerdo es una palabra instante, un momento abierto en la cifra de la experiencia. Cada vez que estamos en la palabra el tiempo de la experiencia se vuelve presente. Las luchas de uno en la vida son fuente de poder y de verdad; cada lucha librada en nuestra existencia es un modo de liberación. Aprender es luchar contra uno mismo y liberarse de la representación; aprender es un dado tahúr; juego de la noche y algarabía taciturna. La palabra nos trae del pasado al presente y como si se tratara de un arte mágico pasamos al futuro-ahora. Leer es el vínculo real del tiempo; es traer el pasado al presente y llevarlo hacia el futuro. Cada vez que leemos vinculamos las formas del tiempo y la morada de nuestro espíritu lo reclama. La mirada es un futuro-ahora; el texto la fijación de éste. La experiencia es experiencia porque la palabra la reafirma y sólo el recuerdo es un arte del presente. No hay amada que deje de ser un espectáculo en nuestra memoria; siempre se vuelve al primer amor, sabiamente nos muestra el tango. La palabra es memoria, tiempo traído a la larga lucha de nuestro existir. Nuestra lucha como humanos circula por la palabra y hecha lenguaj e abarca todo el universo de la experiencia. Una época está dada por la palabra que la evoca, por el lenguaje que la revive. La palabra es época, instante y texto.

Pero, ¿qué es la palabra a tal punto que a ella tengamos que volver cada vez que algo de la experiencia nos llama? Podríamos convenir que ella es universo y estamos en él para abrirnos al mundo. La magia de éste consiste en volver a la palabra, a su esencia y tal volver resuelve la temporalidad de la experiencia. De igual modo, volvemos a la palabra porque sin dicho volver quedamos suspendidos en el instante; ella nos salva del abismo al cual podemos caer y perdernos. Salvación es la palabra tal como muerte es arrogancia e imprudencia. También, la palabra nos reclama en el tiempo de la experiencia y de ella surgimos pues todo nuestro existir es una piedra esculpida. La palabra reclama de nosotros un tiempo, cierto, pero también nos invita a mirarla detenidamente para ver sus cifras en la experiencia del lenguaje. Ella resuelve el complicado paso del tiempo: cada palabra fija la epifanía del rostro, ¿de qué otro modo? Ella es cuerpo y materia y la miramos para estar en ella. Cada vez que el recuerdo vuelve detenemos nuestra mirada fijamente en la palabra; ella nos habla. La palabra habla por su historia y su tiempo; estar en la historia y el tiempo es el modo de habitar en el recuerdo y la manera de regresar al cuerpo que ella encarna; su espíritu es el silencio y el ruido su despertar.

La palabra nos reclama de diversas formas. Políticamente, nos arrastra hacia el tiempo pasado. Nuestros pueblos y la arrogancia del tiempo europeo; la colonización de la palabra en el territorio de nuestros antepasados simbolizó la conquista del espíritu y la muerte de la poesía que tanto verde poseía. La palabra colonizada abre el tiempo, fija el espectáculo de la arrogancia y la muerte del espíritu. Las civilizaciones de nuestros antepasados poseían el encanto poético del universo; nada de lo que existiera en la tierra como en cielo, en el fuego como en el agua, no estaba proscrito como poder del espíritu, poseía cuerpo y rostro. Todo era un cuerpo sin razón; un espacio sin límites, un estado del alma sin encrucijadas del dolor. El dios luna, la diosa montaña, el poder liberador de la planta, el jolgorio de la chicha, la fiesta de la culebra o el ritmo del caimán abrían el espectáculo del existir. La mirada era verde como azul era el espíritu, dorado eran los cuerpos y las estrellas caían soberanamente en la mirada del indígena. Aún de ese universo desconocido para nosotros quedan rasgos del tiempo. El futuro está atrás, el pasado adelante nos enseñan aún los vestigios de algunos pueblos indígenas. Tanto lo indígena como lo negro subsiste en nuestro ser y permite que sospechemos de un tiempo no colonizado. La palabra toda entera no puede colonizar algo de espíritu del colonizado. La malicia indígena que nos acompaña rompe con la rigidez de la razón práctica y cartesiana; somos dados girando sobre el verde tapete de la razón; somos lírica en la frase filosófica y el tahúr nocturno nos permite escapar a los límites de la verdad. Esta sólo existe en la razón; en el verde mirar de nuestra sospecha, primero está la risa y luego la seriedad; el compromiso es un acto de fe como el amor y riñe con la margen estrecha de la lógica cartesiana. La palabra ser, aquella que arma todo el universo de nuestro lenguaje, aborrece la rigidez y se deleita en la incertidumbre. Somos malicia y razón, poesía y ciencia, arte y lógica, paciencia y resistencia. Nuestra palabra es una forma de experiencia no racional; ella muestra el Eros y el Tánatos, la fe y la razón; Iglesia y laicidad; libertad y Dios.

Contraria a otras experiencias de colonización, la que tuvo lugar desde México hasta la Patagonia mezcló castellano con árabe, indígena y africano y de allí surge nuestra más complej a identidad. Hay lenguas con sus pueblos no colonizados; el berebere se habla sólo allí donde el árabe escapa a la racionalidad de la lengua occidental, el europeo nunca lo aprendió. En nuestros territorios el negro conservó el jolgorio del lenguaje; música y cuerpo viven; palenque y chirimías testimonian de un pasado arrebatado y de un lenguaje que resiste. Nuestra palabra es india, africana y europea y guarda las huellas de lo árabe. Somos sujetos portadores de una palabra pluricultural, multiuniversal y, por esto mismo, rica. Somos Occidente, África e indígenas. Nuestra identidad está todavía por resolverse. Sospechamos de nuestra procedencia pero no logramos definir lo que nos caracteriza; intuimos que lamezcla de castellano y aimará, quechua o muisca alborota la mirada sobre nuestro universo; sospechamos de nuestras profundas búsquedas hacia la literatura del espacio, el agua, los verdes tonos de nuestras montañas, la dorada tierra y el ocre que la cubre, el azufre que la calienta y cura nuestros dolores. Tierra, cielo, piedra, agua, fuego, bullen en nuestra mirada y nuestros sentimientos. Somos eso y a la vez razón, indio y europeo, Descartes y Tisquesuza; cuadrante e intuición, malicia y razón. La palabra es experiencia histórica, tiempo abierto con un pasado por comprender. La experiencia de nuestra palabra está en el vértice de su tiempo: hoy y ayer; ahora y luego; presente y pasado, amor y odio. Somos, por la experiencia de la palabra, un tiempo abierto y un deseo por comprender. ¿Qué cubre nuestro cuerpo y de qué palabra está compuesta nuestra lengua?

En su dimensión sociológica, la palabra nos recuerda la miseria de nuestro presente y la cal de nuestra lengua. Somos barro y modernidad, resistencia y paciencia, fuego y lágrimas. La palabra es social porque muestra el rostro del espíritu incrustado en la tierra firme donde habitamos. Sobre la lengua del indígena y del negro se sembraron los verbos ser y estar; ausencia y despojo, miseria y ganancia, belleza y soledad. Grandes formas de miseria se apilonan ante nuestros ojos; preferimos el olvido a la búsqueda del porqué y del cómo, ansiamos la lógica del desarrollo en detrimento de nuestras raíces. El olvido de nuestro linaje se vuelve materia moderna o postmoderna en el mejor de los casos. La arquitectura del pasado construida sobre las ruinas del templo incaico forjan las bases de una cultura centrada en la riqueza y el despojo. En el centro, justo al lado de la catedral española se instalan las grandes mansiones de los nuevos ricos. Hacia la periferia van creándose grades círculos de riqueza y de pobreza. Los desposeídos, los despojados arrinconados a vivir en el círculo más lejano del centro. El miserable es un espectáculo que hay que ocultar, su alejamiento del centro garantiza una estética y una forma de tranquilidad tramposa. El más pobre es malestar y enfermedad; alejarlo es la táctica que opera por medio de los dispositivos de exclusión. Hoy, el mismo círculo funciona. Ricos en grandes mansiones, pobres en casuchas y a la intemperie del Estado. Siloé y Aguablanca en Cali se repiten una y mil veces en las grandes y pequeñas ciudades de nuestros países. La miseria es una experiencia que la palabra encierra como dolor. Es el resultado de la configuración cultural de dos mundos que aún no hemos podido entender y superar. Miseria es una experiencia de dolor que se fragiliza con el encanto de la posmodernidad. Nuestro presente arrastra tanto el pasado andino como el presente occidental; los centros comerciales desplazaron la riqueza de la plaza pública donde maíz, habas y ronchas se mezclaban con chicha y chirimía. La sociedad de seguridad busca el encierro y desplaza la miseria. Los Miserables de Victor Hugo transitan por nuestras ciudades y en su existir, la experiencia de la miseria, se hace palabra odiosa. La palabra es sociológica porque muestra el modo de vivir de los hombres; es un hecho social que da tanto que pensar. La pobreza y la miseria es un argumento cruel de la riqueza y en tal lógica la palabra nos muestra un tipo de experiencia sobre la que tenemos que resistir. La palabra se vuelve tranquilidad cuando es ejercida política y socialmente como medio de dominación; como argumento siempre está al servicio de los intereses de unos sobre otros. El pobre es la esencia argumentativa del rico; el desposeído una táctica perseguida en el lenguaje y un modo de bienestar del político. ¿Qué discurso político, social o religioso no se refieren a la miseria como un algo que hay que atacar? La palabra miseria es el poder discursivo del liberador aunque no la supere en su práctica. La palabra muestra y fija el discurso allí donde una época produce sus dolores y sus aciertos. Todo discurso es la visibilidad de una práctica y la palabra lo confirma como experiencia singular.

Por su carácter religioso, la palabra nos muestra la experiencia del colonizador y su forma de comprender el mundo. El perdón del otro se vuelve el argumento de la no revelación; la muerte del mito y la fuerza de la razón rompen con la preocupación de sí. Debemos preocuparnos por el otro sin tener el tiempo de apreciarnos a nosotros mismos. Dios se vuelve un lugar en la razón, alcanza a ocupar un sitio en los juicios. Él es la medida del dolor y la desesperanza; se hace conformidad y sirve para educar a los nuevos nacidos, a los hijos de Balboa y Anayanci. El dios sol se vuelve Dios; la eucaristía desplaza a la misa negra y la exuberancia de los rituales indígenas. Dios ocupa todo nuestro ser y obedecemos a él porque los dispositivos de la razón lo ponen en el centro de las prácticas de cultura. Dios y razón se acompañan. Dios también puede ser una forma de liberación en ciertos discursos hegemónicos. La palabra se carga de religión y moraliza nuestras costumbres, limita la ética al imponernos un valor en cuyas márgenes podríamos encontrar el “no robarás”. “Puedes morir de hambre, pero ante todo no robarás”. El mandamiento es un límite y una forma de sujeción: su trampa consiste en mostrarnos un orden allí donde sólo hay desorden. Religión y política crean unos lazos estrechos de complicidad al punto de que lo uno sin lo otro pareciera no ser posible. Dios perdona todo, inclusive, la barbarie y las primeras masacres de Ursúa en los territorios de la Bogotá de hoy. La palabra es moral y organiza el espíritu; el lenguaje lo ordena y lo vuelve discurso. La experiencia mágica de la palabra se hace vacía. El presente de la postmodernidad es veloz, los otros pierden su esencia. Todo vale y nada vale, “el que piensa pierde”, reza el graffiti en la universidad. La moral del presente es la pérdida de la razón de la palabra y su mágica forma de narrar el mundo se desvanece al caer la noche. Democracia puede decir todo y a la vez nada; muestra la presencia de un mundo posible y la cierra con el cerrojo de la arrogancia del poder. Poder y Dios son una y misma cosa; moral y servidumbre se justifican enel predicado; esclavo y tecnología reviven otras formas de sujeción; sujeto e individualidad terminan allí donde la razón pierde el juicio. El orden de la moral se nutre de la locura de la enajenación; su orden fija la mentira como forma de verdad. La experiencia de la palabra consistirá, por su espiritualidad, en ayudarnos a ver el presente de otro modo sin pasar por alto el tiempo transcurrido; mañana está cargado de ironía. Los nuevos ritos moralizadores fijan atrozmente nuestro ser; escapar a ellos es una experiencia de la palabra y su consecuente subversión.

Como cultura, la palabra transforma la experiencia estética en un modo de ver el mundo. El arte contiene el signo y la realidad dej a de ser verdad; tan sólo es un modo de ser y de ver. El arte revela y se subleva contra las formas de la razón, subvierte la verdad de la ciencia al llevarnos al plano de la estética. En el arte no hay verdad, sólo realidad de otro modo, únicamente sensación múltiple. La obra de arte cumple la grata función de hacernos ver el mundo de otro modo aunque su recuperación como estatus esté al servicio del hombre culto. Ser culto y tener una relación con el arte son dispositivos estilísticos de dominación. El arte sólo está al servicio del ser culto; el rico es culto si entra en relación con el arte y toda la esencia de la educación contribuye a forjar este sentimiento. Los miserables no son “cultos” porque su espíritu no está formado para deleitarse en la estética, son cultos por la resistencia e indignación tan bien pronunciada en Paulo Freire. El pobre vive el arte de otro modo, y su angustiosa existencia le impide siquiera detenerse un momento a ver el mundo por medio del acto estético. Del mismo modo, la literatura es estética en la dimensión del poder. Ella libera a condición de masificarse como actitud. Tal vez estos dos mundos se hacen cada vez más necesarios en la formación de la identidad latinoamericana. Que los pobres lean literatura para que puedan comprender el lugar en la historia y en el mundo; que aprendan a vivir el acto estético como proceso de liberación. Estos dos retos constituyen una verdadera y profunda revelación del acto de educar. Eigen desde luego, que los hombres cultos de la ciudad les enseñen a los otros esta experiencia genuina de apreciar el mundo bajo otras formas. El arte libera y la estética que le es propia reafirma el ser y lo subvierte. La estética es una revolución primera si por ella entendemos la manera como el otro, el más pobre, puede aprender a vivir de otro modo, en la igualdad de la riqueza. Esta revolución nunca llegará de las manos del burgués o del político; será el resultado de la disposición del profesor. De aquellos hombres y mujeres que día a día les enseñan a los otros un modo de estar en la vida. Que los hijos e hijas de nuestros países aprendan a rebelarse contra la tiranía y la barbarie de la miseria es una obligación ética y moral de quienes tenemos la difícil tarea de educar al “salvaje” de la modernidad. La palabra es estética y política, culta y social pues contiene lo que hemos construido en este mundo, las guerras de colonización emprendidas de tiempo atrás y las más recientes contra las riquezas del más pobre: su fuerza para resistir. El lenguaje colonizador recupera dicha fuerza y lo pone al servicio de una lógica de dominación: sólo puede ser culto aquel cuya herencia histórica le ha permitido estar en la cultura. La palabra nos permite ver el engaño de la historia y la experiencia del pasado; es la fuente misma de la revelación.

Pues, bien, la experiencia de la palabra tiene la virtud de dejarnos ver el mundo en el que actuamos, convivimos y soñamos. Tiene esa gran virtud que ninguna otra experiencia nos permite ver. Todo está en la palabra, en ella, en su esencia histórica, en la forma de sus usos. Para comprender el mundo y verlo desde nuestra experiencia sólo conviene fijar la mirada en la palabra. Rastrear la esencia de la palabra es estar en la historia. Educar es educere, nacimiento y acogimiento.

Educere es salir y acoger, llegada y partida; esencia misma de la palabra educación. ¿Cuál es la experiencia de educere en cada uno? ¿De qué modo salimos y entramos al mundo? ¿Cómo opera la trayectoria del nacer y del morir? ¿En qué magnitud la vida estética nos es ajena y la política un discurso roto en la revelación de la epifanía? La entrada al mundo es el resultado del espectáculo que nos proporciona el ritual de iniciación. Aprender a leer, a escribir, a contar es ya un modo de entrar en este mundo; es un modo y a la vez un dispositivo. Su virtud consiste en expresarnos la fuerza de la palabra, la magnificencia del número conteniendo palabras, la altura de la letra mostrándonos el universo. La palabra, toda entera; sus formas de lenguaje son la virtud del ser. Estar en la palabra es recordar nuestro linaje. Sin la experiencia de la palabra y el territorio del lenguaje quedaríamos postrados ante la miseria de nuestro ser. El niño salvaje que nos acompaña tiende a desaparecer por medio de la palabra y la experiencia del lenguaje. Educere, es esto, un modo de estar en el mundo, una técnica para acoger. Educere es libertad y autonomía y por ello es una raíz griega. Es altura y caminar, silencio y prudencia, dolor y alegría. Educere es acoger y sollicitude. Apertura y acogimiento. No hay educación sin educere, precisamente porque este concepto es la forma más humana de cifrar la apertura y el acogimiento. Es tiempo sin espera, es entrega sin reciprocidad.

Educere es historia y desplazamiento del ser. Cuando aprendemos nos desplazamos hacia otro lugar; encontramos la altura que nos merecemos los humanos: ver al otro como igual y diferente. Acogimiento es salvación contra la animalidad, perfectibilidad en cualquier caso. Educere, también es saber morir al intentar dejar la huella de lo humano en lo humano. Saber es educere como formación, es apertura y experiencia vuelta. Todo educere es el terreno de la pedagogía y esto porque la esperanza del educable es su más firme convicción. El pedagogo está en educere precisamente porque su lucha se dirige a combatir cualquierforma de negación del otro. El pedagogo no se olvida que educere es apertura y acogimiento, libertad y autonomía. La educación es la forma circular del tiempo humano, una especie de lucha contra las fuerzas de lo animal que nos acompaña en nuestra herencia mamífera. Educar es combatir dicha animalidad y, a la vez, abrir el camino hacia la virtud. El hombre virtuoso siempre alcanza un lugar y para ello se cultiva. Viendo al otro cómo se hace, los hombres se educan; imitando primero y luego encontrando su propio modo se logra una cierta madurez. El paso de lo primario a lo superior, de la palabra al lenguaje, de la ignorancia al saber y del enseñar al aprender es la forma más concreta de educere. Educere es una experiencia muy compleja de la palabra; tal complejidad tiene lugar entre el tiempo de la apertura y el tiempo del acogimiento. Educere es experiencia singular de la palabra educar. Educere es tiempo; paciencia sin resignación. Educar es tiempo y no resignación sino subversión del pensamiento y firmeza del espíritu.

Pues, bien, me corresponde celebrar con este pequeño texto los diez años de la revista Educere. Se me ha invitado para festejar el tiempo transcurrido y en mi condición de extranjero lo hago en la confianza de la apertura y el acogimiento, precisamente porque esta palabra también significa extranjero. La escritura tiene esa gran virtud: unir la diversidad y resaltar la diferencia. La igualdad está en la diferencia. La libertad del hombre está en el aprendizaje de la diferencia, allí surge la verdadera igualdad. Sólo las máquinas pueden actuar homogéneamente. La no diferencia en la máquina es la negación de la igualdad. Igualdad es asimetría y aún más por el lenguaje que le acompaña. Educere es diferencia y por lo tanto igualdad. Somos iguales por la altura de nuestra diferencia; el rostro diferente es la igualdad de lo humano. Celebrar la historia de una revista es fij ar la mirada en la experiencia de la palabra. ¿De qué otro modo podríamos celebrar sino es deteniéndonos en dicha experiencia?

Sospecho que la revista tiene un concepto, educere, el cual traduce apertura y acogimiento. El tiempo transcurrido es su experiencia más firme; muestra esa apertura enunciada en su título y no desecha la hospitalidad y el acogimiento. Los artículos de diferentes regiones, países y culturas dan testimonio de una forma de apertura y de acogimiento. Es una revista cuya experiencia de la palabra es latinoamericana sin proponérselo, lo cual no quiere decir ideológicamente marcada, ni políticamente sesgada. Su esencia abre la pregunta por la educación y se revela contra la formalidad; es una revista científica sin la rigidez de la ciencia; es un texto que nos habla de un tiempo y muestra lo que en él transcurre. Educere es la apertura de la palabra y la escritura de los tiempos que vivimos. Pero lo más hermoso es que ella está siempre acompañada de un color y el humor en los personajes que escriben y allí publican. La caricatura es su segundo registro lingüístico; tal vez su valor más importante. La suma total de ellas nos muestra un tejido denso y abierto: la risa está unida a la ciencia. Por eso es una revista latinoamericana: indígena, negra y europea; ella es razón y chirimía. El tiempo que transcurre en Educere es contrario al tiempo de la ciencia; se hace saber para mostrarnos la ironía de ésta; plegando sus palabras a la caricatura rompe con la rigidez de las revistas científicas. Educere es un espectáculo tan colorido como si fuera salsa pura, cumbia y paseo. Educere es educar de otro modo; invita y alegra.

El tiempo de una revista se vuelve espíritu; su esencia está en las formas de resistencia y en la terquedad de mantenerse a pesar de los tiempos de la racionalidad financiera que vivimos. La revista aprendió a vivir porque no se resignó a ser una revista puramente de divulgación científica. La ciencia en nuestros países es apenas una manera de vivir entre razón y humor. Educere es un espacio del otro, por eso controvierte la seriedad y se pone del otro lado de la razón: el humor. Ella nos permite descubrir lo que somos, pensamos y sentimos, pero también lo que nos falta, nos acontece y nos aprisiona. Educere es ya un territorio de la palabra y su experiencia consiste en poner a circular unos modos de pensar donde el otro toma forma y sus discursos expresan tanto la política como el arte, la pedagogía y la filosofía, el arte y la tecnología. Educere nos muestra esa inquietud por estar en este mundo de otro modo y, por esto mismo, terminaré preguntándome si podremos vivir sin Educere: sin acogimiento y sin apertura, sin humor y sin razón… Educere lo resuelve porque es una raíz griega en cuyo seno se preña la esperanza y el porvenir, la risa y la seriedad. Ella, toda, es una alegría de la vida y un modo de educar y de formar. ¿Podremos vivir sin Educere, es decir, sin apertura y acogimiento? El extranjero dirá no, precisamente porque toda apertura y hospitalidad es una forma de hacerlo existir. Educere es hacer del extranjero un prójimo y cercano, tal como educar es acoger al recién nacido para cuidarlo y educarlo. La experiencia de la palabra es apertura y acogimiento y una resistencia permanente contra el olvido: Por eso Educere es memoria. Cada vez que estamos en Educere recordamos la experiencia de la palabra pues toda forma de educación comienza allí. Educere es educar y liberar no fabricación. Puesto que esta palabra griega nos muestra eso, debemos celebrar la experiencia de Educere lo cual significa ver el tiempo de su existencia y la memoria que contiene; es decir: la palabra escrita como experiencia de una época, de unos sujetos y de una institución.

Presidium del acto protocolar

Vista parcial de los asistentes al evento aniversario

Exhibición de la colección de EDUCERE

Entrega de una placa de reconocimiento institucional a EDUCERE

Muchas gracias.

Bogotá. D. C. 24 de junio de 2007