La moderna valorización del corcho para su uso taponero llega a La Liébana a lo largo de la segunda década del siglo xix de la mano de comerciantes franceses que abastecen los talleres del Marensin, y se extiende por todo el noroeste de España pocos años después gracias a la influencia portuguesa y, sobre todo, al trabajo de industriales de origen catalán. El negocio, en un principio eminentemente forestal, da paso poco a poco al desarrollo de pequeñas iniciativas elaboradoras de géneros corcheros. Estas, a pesar de la amplitud de este espacio �desde Cantabria a Salamanca y desde el País Vasco a La Coruña� mantienen un perfil casi inmutable hasta que cierran los últimos talleres productores de tapones a finales de los años setenta del siglo xx: carácter artesanal, negocio familiar y doméstico y escasa mecanización.
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