Gabriel Flores
Nuevos escenarios y problemas políticos:
Podemos y las alianzas

La vieja escena política en la que se han representado durante los últimos treinta años las disputas y los acuerdos entre las grandes formaciones políticas se deteriora a ojos vista. La pugna social y política para intentar determinar el diseño y la construcción de un nuevo escenario se recrudece mientras los viejos actores se aferran a sus papeles protagonistas, nuevos actores meritorios acceden a papeles relevantes y los poderes fácticos reaparecen en la escena pública y pretenden influir en el desarrollo de los acontecimientos. Son tiempos fronterizos y caóticos, por los significativos cambios que están ocurriendo, que no permiten adentrarse demasiado en la nueva realidad que se está fraguando.

Consciente de la incertidumbre reinante y, más aún, de mis limitaciones de información y conocimiento sobre lo que está pasando me he aventurado a ordenar algunas ideas sobre lo que creo que ocurre, intentando captar los rasgos, tendencias y problemas que me parecen de mayor calado. Agrupo en esta entrega a Pensamiento Crítico dos textos escritos en las últimas semanas (en los que he introducido algunos comentarios y pequeñas correcciones respecto a los artículos publicados en Nueva Tribuna) en los que trato de analizar una realidad más que escurridiza.

  1. ¿Qué hará Podemos cuando compruebe que solo no puede?

Podemos sigue avanzando, ganando adeptos y simpatías. La Asamblea Ciudadana celebrada en Vista Alegre los días 18 y 19 de octubre ha supuesto un nuevo paso adelante en su consolidación y en su capacidad para expresar abiertamente y tratar a la vista de todos y sin demasiados artificios las diferencias y dudas que existen en su seno. A nadie se le puede escapar que Vista Alegre fue más espectáculo y ceremonia que debate o reflexión; pero Vista Alegre es un punto y seguido en un proceso que ha dado espacio y oportunidades a la elaboración de ideas, la conversación y la crítica.

Podemos también ha dado muestras de pragmatismo y flexibilidad política al ajustar y mejorar algunas de sus anteriores propuestas (a propósito del impago de la deuda, por ejemplo) y convertir las ideas que suman mayores apoyos y consensos en 5 resoluciones (las más votadas entre un centenar), que suponen las primeras líneas de un programa político centrado en cuestiones tan sencillas y esenciales como la defensa de la educación y la sanidad públicas, la lucha contra la corrupción, el derecho a una vivienda digna y la paralización inmediata de los desalojos forzosos o la auditoria y reestructuración de la deuda.

Con habilidad se han orillado los temas y debates con más aristas (como la salida del euro o el decrecimiento) que centraron en el pasado reciente tantas horas de debate en el 15-M. El núcleo dirigente de Podemos no va a colaborar con los que pretenden empujar a su partido hacia el estéril terreno de la estética izquierdista autocomplaciente y desviarlo de su objetivo de convencer a la mayoría ciudadana decente y harta de recortes, corrupción y atracos a los bienes y dineros públicos.

Gracias a su buen hacer, Podemos se acerca un poco más a la imagen que el equipo dirigente quiere dar de la formación que lideran: un partido transversal que pretende representar y se dirige a la inmensa mayoría. Apela a la gente para que tome el mando de su propio destino y no deje la política en manos de una casta política que planificó el pillaje en los años de la burbuja inmobiliaria y financiera y el nuevo atraco que ha supuesto la gestión de la crisis por parte de los gobiernos del PSOE y el PP. 

Hasta aquí el apretado resumen de los aciertos y  las buenas nuevas que ha supuesto la irrupción de Podemos en el panorama político. Podemos se queda y echa raíces. Afortunadamente.

Pero nada sería más inconveniente para el futuro de Podemos y, lo que es más importante, para generar y sumar las energías y voluntades que son necesarias para derrotar las políticas de austeridad y recuperar los empleos, bienes públicos, derechos y bienestar perdidos que los turiferarios de dentro y de fuera. Podemos sigue siendo extremadamente frágil y vulnerable. Y no sólo para resistir la segura campaña de cerco y desgaste que están planificando ahora mismo sus muchos y poderosos enemigos; también por las propias insuficiencias, la fragmentación política e ideológica de sus activistas y el papanatismo asociado al más que fuerte e indiscutido liderazgo de su máxima figura.

Esbozo, por ello, unos breves apuntes sobre lo que entiendo como insuficiencias programáticas y estratégicas.

Sorprende, en primer lugar, que la Asamblea Ciudadana de Podemos no tenga nada que decir ni haya sido capaz de someter a votación resoluciones sobre cómo afrontar las debilidades e incoherencias institucionales de la eurozona o los elementos de política económica alternativa que oponen a la estrategia conservadora de salida de la crisis que se ha impuesto. Una parte sustancial de las políticas que contribuirán a superar o prolongar la crisis van a seguir originándose en las instituciones comunitarias. Y conviene que no se pierda de vista el espacio europeo y la necesidad de participar, junto a otros países y otras fuerzas progresistas y de izquierdas, en ese decisivo terreno de conflicto. No todo es casta, corrupción y régimen del 78.

Por otro lado, el método de votación de los documentos de ética, política y organización no puede considerarse brillante ni modélico por la utilización de normas discutibles y precipitadas que presentan reflejos de la vieja política que se intenta superar. A pesar de ello, una parte sustancial de las personas inscritas hasta entonces votaron entre el 20 y el 26 de octubre (112.070 votantes de las más de 200.000 personas inscritas) e hicieron una clara elección. Una aplastante mayoría de 90.451 votantes (un 80,7% del total de votos) ha respaldado los documentos elaborados por Iglesias y su equipo, mientras una minoría significativa de 13.864 (12,4% del total) ha apoyado el documento organizativo de Echenique y el  heterogéneo grupo que encabeza.

Como ya había manifestado en Vista Alegre, Iglesias no ha dejado márgenes para la integración en la nueva dirección del partido de los que discrepan o considera que podrían obstaculizar su estrategia electoral. El proceso de votación para elegir a los órganos de dirección de Podemos finalizó el pasado 15 de noviembre con la participación de 107.488 personas de un total de 250.000 inscritos que hasta ese momento tenían derecho a voto. Iglesias y su equipo han conseguido, como todo el mundo esperaba y pese a los airados comentarios críticos de los descontentos, todos los cargos en disputa, sin una sola excepción.

Iglesias obtiene 95.311 votos, un 96,9% del total de 98.391 votos válidos emitidos para elegir al secretario general. Errejón consigue 91.085 votos, como cabeza de la lista de Iglesias a los 62 puestos del Consejo Ciudadano, lo que supone un 89,5% del total. Y Elizo logra 80.519 votos, un 86,1% de los votos emitidos para elegir a los 10 miembros de la Comisión de Garantías. Aplastantes mayorías y pleno completo para las listas de Claro que Podemos-Equipo Pablo Iglesias, que obtienen la totalidad de los 73 cargos a elegir. Podemos cuenta a partir de ahora con una dirección homogénea para conducir al partido en el próximo y crucial ciclo electoral.

El impacto de este proceso de elección interna sobre las minorías descontentas se irá destilando en las próximas semanas, pero no parece que el ruido y la furia provocados en parte de esas minorías disconformes vayan a suponer un debilitamiento del proyecto; tampoco, que los sectores críticos quieran o puedan plantear un conflicto abierto de carácter general. Por lo menos hasta que se produzca el primer traspié electoral. La disputa interna se traslada ahora a las elecciones internas en las diferentes áreas territoriales y al alcance y orientación de la práctica diaria de unos círculos que van a perder autonomía y estarán sometidos  a partir de ahora a un marcaje creciente.

Junto a todos los avances que ha supuesto el largo proceso de dos meses de la Asamblea Ciudadana “Sí se puede”, queda una herida abierta, de alcance y perfiles imprecisos, que no conviene perder de vista o minusvalorar. Herida que ha vuelto a sangrar en el trabado proceso de votación de sus órganos de dirección y que se ha podido contemplar en vivo y en directo en el debate que han podido llevar a cabo las personas inscritas en Plaza Podemos, donde se han dado cita algunos de los peores ejemplos de malas prácticas de debate y moderación de las discrepancias internas. 

Podemos ha decidido reservarse para las elecciones generales. Medirse en las municipales podría ser contraproducente si diera una talla demasiado alejada de la que aspira a alcanzar. Cualquier error en la composición de una candidatura municipal o en la redacción de un programa local daría munición a sus enemigos. En todo caso, resultará más fácil en las elecciones autonómicas filtrar arribistas, proteger la marca y comunicar un mensaje homogéneo que responda a la imagen que pretenden dar de sí mismos; pero sigue en pie el grave problema de que sus apoyos electorales no respondan a las enormes expectativas que tienen muchos de sus seguidores.

Contar los votos cuando es bastante improbable que los resultados respondan a su pretensión (“hemos nacido para ganar”) puede ser decepcionante. Y hacen bien en proteger su marca, acudir a la primera cita electoral en el seno de candidaturas de unidad popular y ciudadana y reservarse (prepararse mejor, dejando menos flancos desprotegidos para los seguros y duros ataques que va a seguir recibiendo) para las elecciones generales, cuando la situación de desgaste del PP y PSOE pudiera estar más madura. La ventana de oportunidad para su formación puede aún ensancharse mucho más si se confirma que la tercera fase recesiva es una amenaza creíble y la situación política sigue marcada, como es bastante probable, por la corrupción, la sordera y la crítica necia y deshonesta que practican las viejas formaciones políticas.

No medirse directamente en las elecciones municipales de mayo de 2015 puede ayudar a velar un mapa electoral no tan propicio como el que imaginan y desean. Lejos del espejismo de las formulaciones que confrontan a la mafiosa y antipatriótica minoría del 1% con la honrada ciudadanía del 99%, los votos podrían dibujar  un panorama menos simplista en el que un capitidisminuido PP seguiría siendo la primera fuerza electoral del país y un deteriorado PSOE, la opción más votada por la gente progresista y de izquierdas. No se puede descartar que el escenario con el que sueña Podemos se materialice y que el PSOE logre menos votos que el novísimo partido, pero se antoja una meta que, además de incierta, pudiera ser poco probable en las elecciones generales de finales de 2015 y rayana con lo imposible en las autonómicas del próximo mes de mayo.

Hay que tener en cuenta, además, que fuerzas nacionalistas de izquierda, centro o derecha seguirán contando con un significativo apoyo popular en varias comunidades autónomas; al igual que formaciones con una clara y voluntaria identidad de izquierdas. Sin olvidar que una parte no pequeña de la gente más golpeada por la crisis va a permanecer al margen de una fiesta electoral a la que no se siente invitada ni cree que pueda resolver sus angustiosos problemas. 

¿Qué hará Podemos cuando compruebe que solo no puede lograr sus objetivos de articular una mayoría social y electoral, ganar las elecciones y cambiar el país? ¿Estará dispuesto a negociar un programa mínimo que revierta recortes, restablezca derechos, centre su atención en la generación de empleo y promueva que los corruptos y defraudadores devuelvan lo robado y sean juzgados por sus fechorías? ¿Apostará por aliarse, tras el dictamen de las urnas, con todos los partidos progresistas y de izquierdas dispuestos a defender y aplicar esos objetivos mínimos y desplazar del Gobierno al PP o hará cálculos sobre las oportunidades que pudiera brindarles un Gobierno en minoría del PP o a una gran coalición entre el PP y el PSOE?     

Las preguntas son pertinentes, aunque hoy no tengan contestación, porque nos sitúan ante escenarios con probabilidades de materializarse y permiten empezar a plantearse qué hacer para aumentar las opciones de que algunos de esos escenarios se concreten y para acumular obstáculos que impidan que otros lleguen a cuajar.

No me cabe la menor duda que el pragmatismo del que ha hecho gala el equipo de Iglesias durante estos meses seguirá presente y que, tras los resultados municipales y autonómicos, intentará buscar salidas que dejen pocos pelos en la gatera de la negociación de las alianzas políticas posibles tras la pertinente consulta a sus votantes y a la ciudadanía. Pero resulta preocupante la enorme distancia que puede existir entre la victoriosa ruta electoral que traza la Propuesta Política de Iglesias y su equipo y la estación real de llegada del proceso electoral. ¿Podrán activistas y votantes de Podemos encajar con realismo e inteligencia escenarios menos simples y favorables que el de la victoria electoral? La euforia podría trocar en desencanto, con consecuencias muy negativas para la formación. Y, lo que es peor, sin que sus votos sirvan para poner en pie un Gobierno progresista capaz de revertir el desastre económico y socio-político causado por las políticas de austeridad aplicadas desde mayo de 2010.

Cabe esperar que los afanes compartidos y el aprendizaje que proporcione la convivencia en las candidaturas de unidad popular y ciudadana para las municipales incrementen el aprecio por la diversidad de los pueblos realmente existentes y por el potencial que ofrece la pluralidad de las izquierdas. Y que el contagio provocado por el trabajo en común sirva de preámbulo, preparación y sostén de gobiernos comprometidos a escuchar, representar y defender los intereses, necesidades y anhelos de la mayoría social.

2. Algo más sobre Podemos, alianzas y poderes fácticos

Hace años que no se habla de ellos, pero siempre han estado ahí. Sea cual sea el significado que se atribuya al concepto de poderes fácticos nadie duda de su contradictoria contribución a la hora de marcar los límites y los ritmos del cambio político que condujo desde la dictadura franquista a un particular tipo de democracia representativa de discutible y mejorable calidad. Finalizado el largo y penoso periodo de improvisación, incertidumbre, represión y movilización popular que hemos convenido en denominar Transición, los poderes fácticos se situaron tras las bambalinas. Hicieron su trabajo y se retiraron del primer plano del tablero político.

A partir de las elecciones generales de 1982, los dos grandes partidos que representaban a la mayoría social fueron capaces de garantizar durante tres décadas el imprescindible horizonte de estabilidad que resulta necesario para permitir una convivencia razonable y la buena marcha de la actividad económica y los negocios. Un sistema bipartidista imperfecto era completado por dos fuerzas nacionalistas moderadas que colaboraban desde Cataluña y el País Vasco en la gobernabilidad del Estado.

Muestran recientes sondeos de opinión que estamos al cabo de ese largo periodo de treinta años y en los inicios de un nuevo tiempo. A los dos grandes partidos que garantizaban la estabilidad, la situación se les ha ido de las manos. En los últimos dos o tres años y, especialmente, en los últimos meses, esos dos grandes partidos políticos y el propio sistema bipartidista se han convertido en un factor añadido de incertidumbre; quizá en el factor más importante de inquietud y zozobra. Su gestión de la crisis económica y de los problemas específicos que afrontan la economía y la sociedad española ha perjudicado considerablemente a la mayoría social; han enterrado su credibilidad bajo una montaña de casos de corrupción; no pocos de sus miembros con altas responsabilidades institucionales se han enriquecido a costa de la apropiación fraudulenta de bienes y dineros públicos mientras imponían recortes a troche y moche y un injusto reparto de los costes generados por la crisis y por unas ineficaces políticas de austeridad que extendían el paro, la exclusión y el miedo. Y por si todo esto fuera poco, han exacerbado los problemas de convivencia e integración de Cataluña en el Estado español y puesto en riesgo la sacrosanta unidad del mercado nacional.

PP y PSOE han agotado gran parte de su crédito ante vastos sectores de la ciudadanía y ante unos poderes fácticos que están volviendo a asomar su hocico en la escena pública porque no se fían de la capacidad de las viejas formaciones políticas y de sus actuales líderes para reconducir la situación, purificar sus estructuras internas e intentar recuperar la sintonía con sus respectivas bases electorales. Pareciera como si los actuales tiempos de cambio volvieran a convocar a los poderes fácticos y los pusiera en el candelero.

Tímidamente, los poderes fácticos (liderados por la gran banca y las grandes empresas industriales y de servicios del Ibex) han irrumpido en la escena pública y están empezando a enseñar las cartas con las que intentan desbloquear la situación. Pretenden que haya algún avance en la regeneración de los partidos y el sistema político, reconciliar a la sociedad con las instituciones, ofrecer soluciones más o menos creíbles a los problemas económicos, recuperar un horizonte de estabilidad y eliminar incertidumbres. Y para ello han comenzado la tarea de definir un nuevo rumbo que permita articular nuevos consensos, afinar y contener la crítica destructiva y demencial, unificar la política de comunicación frente a Podemos y reconstruir un nuevo pacto político entre los dos grandes partidos españoles que permita inaugurar un nuevo tiempo. La tarea no parece sencilla y menos aún si siguen aferrados a la austeridad y la devaluación salarial como bases de su estrategia para salir de la crisis.

Señalan las últimas encuestas de Metroscopia y el Centro de Investigaciones Sociológicas que Podemos sería en estos momentos el partido que más intención directa de votos tendría y el que despierta  más simpatías. Muestran también como el mapa electoral se fragmenta y el bipartidismo de antaño deja paso a una nueva fuerza política que se codea con los dos viejos partidos. Antes, alrededor de tres cuartas partes del total de los votos acababan respaldando al PP o al PSOE; ahora, Podemos se incorpora a ese reparto en detrimento de los dos partidos dominantes y empuja hacia los márgenes a IU y UPyD,  formaciones que hace apenas unos meses nutrían sus buenas expectativas electorales con los descontentos que cortaban amarras con la vieja política y sus representantes.

Resultaría paradójico que el partido más perjudicado por los cambios que están ocurriendo, marcados por la mayor politización de una parte notable de la sociedad y la emergencia de una ciudadanía más consciente de sus derechos y más activa en defensa de lo público, fuese precisamente IU; pero todo indica que la división y la irrelevancia son amenazas reales para ese partido si, finalmente, la racionalidad y el sentido común no prevalecen frente a las tendencias a la autoafirmación sectaria que son alentadas por parte de sus dirigentes. Sería un resultado inmerecido, una verdadera lástima y una pérdida irreparable en el momento en el que más se necesitan referentes de izquierdas que intervengan en el complejo debate y en la decisiva tarea práctica de construir una alternativa popular y ciudadana que revierta los daños económicos y sociales causados y ponga fin al desastre ocasionado en los últimos años.

Por si el seísmo político en el conjunto del Estado español fuera insuficiente, tanto en Cataluña (barómetro semestral del Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat) como en el País Vasco (sondeo del Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno Vasco) fuerzas nacionalistas (ERC y CiU en el primer caso y PNV y EH-Bildu, en el segundo) concentran la mayoría de las expectativas de voto y desplazan a un segundo plano a las tres opciones que en el resto del Estado se disputan la mayoría electoral. En el caso particular de Cataluña, otras fuerzas (ICV-EUiA, Ciutadans y CUP) comparten con PSC, PP y Podemos los créditos reservados a los protagonistas secundarios. Tendencias parecidas, quizá de menor intensidad, se advierten en Canarias, Comunidad Valenciana, Galicia, Navarra… comunidades donde fuerzas nacionalistas y regionalistas mantienen su espacio electoral, defienden aspiraciones e intereses mal representados por las tres grandes opciones estatales y contribuyen a sostener la pluralidad y riqueza de los ecosistemas sociales en los que se nutren las izquierdas. 

Los sondeos muestran también el hartazgo de la ciudadanía por la pésima situación política y económica actual y por las malas perspectivas que vislumbran, el escaso aprecio que reciben los principales líderes políticos y la poca fiabilidad y confianza que despiertan. El electorado gana en autonomía respecto a las dos grandes fuerzas políticas que hasta ahora habían recibido gran parte de los votos. Y esa mayor autonomía se concreta en un desplazamiento de sus votantes hacia Podemos y la abstención. Votantes decepcionados con el PP o el PSOE derivan hacia la abstención y sustituyen a anteriores abstencionistas que han recuperado la ilusión de utilizar su voto para castigar a los partidos tradicionales.

¿Durarán el tiempo suficiente las tendencias que muestran los sondeos de opinión y se plasmarán en el momento crucial de depositar el voto? No parece fácil. 

El más que complejo problema de las alianzas políticas cobra en estas condiciones especial relevancia. Ningún partido va a contar con mayoría absoluta para formar gobierno, sea en el ámbito local, autonómico o estatal, y los acuerdos entre fuerzas políticas que mantienen diferencias importantes van a ser imprescindibles.

Los poderes fácticos parecen tener claro el escenario que desean construir. Apuestan por un Gobierno en minoría del PP o del PSOE que cuente con el apoyo tácito de la opción que no resulte vencedora; o mejor aún, si fuera posible, apostarían por una gran coalición entre ambos partidos. Posibilidad ésta última que parece menos difícil de lograr si fuera liderada por el PSOE, circunstancia que para ser factible requeriría al menos dos condiciones: que los socialistas consiguieran un voto más que los populares y que los poderes fácticos realizaran un fino trabajo de apretar las tuercas a la dirección der PP. La otra opción, un Gobierno liderado por los populares con participación de los socialistas, no es completamente descartable, pero ocasionaría graves problemas entre muchos de los votantes socialistas a pesar de que no pocos exdirigentes del PSOE muestran abiertamente su apoyo a cualquiera de las dos variantes. 

Desde el campo de la ciudadanía y las organizaciones políticas, sindicales y sociales que pretenden la regeneración y profundización de la democracia y un cambio en la correlación de fuerzas a favor de la mayoría social y de los sectores empobrecidos o amenazados de exclusión hace falta compensar la acción de los poderes fácticos y sus muchos colaboradores en la partida que acaba de empezar. Y eso significa mantener la movilización, profundizar la unidad de la gente y concretar un programa alternativo de actuación política que sea viable y, al tiempo, responda a los intereses y necesidades de la mayoría social. 

Y, además, hay que prestar atención a otro problema de enorme importancia. Ningún voto progresista y de izquierdas debería acabar siendo utilizado para poner en pie gobiernos de continuidad con los mismos ingredientes que desde mayo de 2010 han provocado el desastre. Hace falta que las personas que confíen su voto en opciones progresistas y de izquierdas aten corto a sus respectivas cúpulas dirigentes y comprometan a sus representantes en el apoyo inequívoco a programas y alianzas progresistas tras conocerse el resultado electoral. Es imprescindible que los electores refuercen las exigencias a sus representantes y plasmen en un compromiso explícito los programas y las actuaciones que llevarían a cabo en el caso de acceder a cualquiera de los poderes ejecutivos que están en liza. Ni una coma se podría retirar de esos programas sin consulta previa a la ciudadanía.

Sería muy positivo que las iniciativas de unidad popular y ciudadana que están en marcha para ganar los ayuntamientos (siguiendo la estela de Guanyem Barcelona o propuestas similares) acabaran cuajando y afrontaran en términos prácticos el problema de las alianzas para lograr que efectivamente el poder municipal se ponga al servicio de la mayoría. Y que las enseñanzas obtenidas en esa tarea sirvieran también para lograr un amplio acuerdo entre las fuerzas progresistas y de izquierdas que hayan obtenido representación para ganar las comunidades autónomas y el Gobierno central con el objetivo de ofrecer respuestas y soluciones a las exigencias populares de creación de empleos decentes, regeneración del sistema democrático, recuperación del dinero robado, castigo a corruptos y defraudadores y conclusión de los recortes y la austeridad.