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Resumen de Rusia, China y Occidente

Stephen Blank

  • Ideología, economía y estrategia sostienen el vínculo actual entre Moscú y Pekín. Con el sello personal de Xi Jinping y Vladimir Putin, lo que se presenta como una cooperación mutuamente beneficiosa debe hacer frente a los límites que impone la rivalidad pasada� y futura.

    Al parecer, ha nacido una alianza ruso-china antiestadounidense y antioccidental para consumar un ataque contra cualquier manifestación de liberalismo y democracia. Como el presidente chino Xi Jinping dijo a su homólogo ruso, Vladimir Putin, "cualesquiera que sean los cambios que se produzcan en la escena mundial, consideraremos la consolidación de nuestra cooperación un aspecto prioritario de nuestra política exterior, reforzaremos la confianza política mutua y ampliaremos la cooperación en beneficio de ambas partes en todas las áreas". Numerosas declaraciones oficiales de alto nivel en ambos países, pero sobre todo en Rusia, confirman este hecho. Sin embargo, la rivalidad entre Rusia, China y Occidente no es solo geoestratégica y geoeconómica, ya que ambos Estados están erigiendo bloques económicos en torno a cada uno de ellos, sino también ideológica.

    Como hizo en la época zarista, Rusia se presenta a sí misma - con bastante hipocresía teniendo en cuenta su sistema penitenciario, su despotismo autocrático y el hecho de que el laicismo esté tan generalizado como en Europa - como una sociedad absolutamente cristiana, defensora de los valores religiosos frente a una Europa decadente y debilitada. Asimismo, los gobiernos de Pekín y Moscú están desplegando en paralelo el denominado "poder blando" y el modelo autoritario a medida que la fe en la democracia liberal pierde fuerza. Esta rivalidad combinada geoestratégica, económica e ideológica con Occidente evoca un resurgir de antiguas prácticas e ideas de la historia rusa y china. No obstante, la actualización deliberada de procedimientos del pasado, es al mismo tiempo, un indicio de los límites de la alianza.

    Esta invocación de los precedentes históricos se da en muchos de los principios estratégicos e ideológicos que impulsan las políticas de Rusia y de China. Un denominador común de la política exterior de ambos países es su desprecio compartido por la soberanía formal y la integridad territorial de sus vecinos. No cabe duda de que esta clásica arrogancia de gran potencia tiene sus raíces en el pasado. De hecho, Moscú acostumbra a justificar sus políticas neoimperiales en la Comunidad de Estados Independientes (CEI) apelando a la historia, es decir, a la antigua pertenencia de esos países al imperio zarista y a la Unión Soviética. En el caso de Moscú, este desprecio por sus vecinos es evidente sobre todo en relación con Ucrania, Moldavia y Georgia, donde ha llevado a cabo verdaderas intervenciones militares para mutilar sus territorios y su soberanía. Pero lo cierto es que desde 1991 ese desdén por la independencia de los Estados más pequeños ha guiado la política rusa hacia todas las repúblicas post-soviéticas y todos los antiguos satélites de la URSS en Europa del Este. Rusia considera que la soberanía y la integridad territorial de esos Estados están supeditadas a las circunstancias y sujetas a revisión.

    En cuanto a China, sus acciones en relación con su frontera con India, sus continuas reclamaciones sobre los territorios de sus vecinos en el mar de China y sus amenazas contra las islas de Japón apuntan en la misma dirección y muestran que Pekín no se cree obligado por los acuerdos territoriales existentes. De manera similar, sus exigencias a los gobiernos de Asia Central de frenar la actividad de los uigures si no quieren perder las relaciones comerciales con China, es un síntoma de que el "complejo del Reino Medio" mantiene su vitalidad, así como la práctica del dominio tributario, si bien adaptada a su aplicación contemporánea�


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