Donde hay una voluntad, hay un camino

Jacques Sapir

Este texto es un fragmento de la entrevista concedida a Bréviaire des Patriotes, modificado y argumentado por el propio entrevistado. La posición de Jacques Sapir en cuanto a una imprescindible salida del euro queda aquí perfectamente reflejada.

—¿Piensa que es inevitable la entrada de la UE en una fase deflacionista prolongada, a la japonesa?

—Debo comenzar diciendo que no hay nada, en la economía o la política, que podemos llamar inevitable. Recordemos que en la acción humana, como en la guerra, un desastre evitado solo se anula a medias. Es la aceptación de la catástrofe, la resignación a la infelicidad, lo que conduce al abismo. Ya que la voluntad no puede hacerlo todo, algunas personas piensan que son incapaces y, asumiendo su impotencia, le dan la espalda. Pero sin voluntad, no hay acción. Sin voluntad, no puede haber política, y la política económica es también política.

Dicho esto, está claro que el conjunto de normas establecidas por el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria, eso que se llama el “Pacto de Estabilidad”, conduce a la deflación como la pendiente atrae a una pelota. El mecanismo del multiplicador del gasto público nos lleva a una lógica implacable. Su valor actual –entre 1,4 y 1,5–, implica que cualquier reducción en el gasto público, por un aumento de impuestos o una disminución en el gasto, tendrá un efecto recesivo importante. En nombre de una lógica puramente contable, que es incapaz de imaginar la dinámica de las decisiones, se ha aceptado de manera efectiva emprender el camino que siguió Japón en la “década perdida”.

Frente al desastre que nos amenaza, es necesaria una revolución.

Jacques Sapir, economiste, directeur de l'EHESS, l'Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales

Jacques Sapir, economiste, directeur de l’EHESS, l’Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales

Y es cierto que las similitudes entre la situación de la Unión Europea, y más concretamente en la Zona Euro, y Japón al comienzo de la famosa “década perdida” son numerosas. Pero hay que entender y asimilar las diferencias. Japón es un país, y la Zona Euro es una alianza de países. Si esto comporta sus limitaciones, esto mismo deja abierta la posibilidad de cambiar rápidamente las reglas negándose a cumplir con lo que se nos quiere imponer. Seguramente si aceptamos, tal vez refunfuñando, las normas que se han establecido desde Frankfurt a Bruselas, la deflación va a tomar la apariencia de un destino ineludible. Y los que pretenden que así sea se van a encontrar aparentemente reafirmados. Pero será sobre todo porque a nuestros líderes les habrá faltado voluntad.

Hoy día constatamos, como De Gaulle escribió en 1940, que a François Hollande le faltan dos cosas, como le faltaban a Paul Reynaud, para ser un hombre de Estado: un Estado y ser un líder. Y es cierto que aceptando las diversas usurpaciones de la UE, tanto las pequeñas como las grandes, no queda mucho de la soberanía del Estado. Después de años se han reconocido las renuncias y abandonos. Hoy en día lo sabe todo el mundo. En cuanto a ser un líder, es decir, tener toda esa voluntad de actuar, esa fe en la acción, y la capacidad para dirigir a los que te rodean en torno a esa acción, implica en todo momento una disciplina. Eso es lo que le falta a Hollande, como a gran parte de la clase política, la cual vemos que se compone de vividores individualistas, de adolescentes tardíos. El problema, aquí, va más allá de Hollande como individuo, con sus defectos y cualidades. No se tiene en cuenta hasta qué punto, si se habló del fin del heroísmo cuando se ensalzó la “normalidad” en política, lo que se afirmaba era el fin de la política.

Sin embargo, si una generación y una clase política han fracasado rotundamente, esto no implica que las cualidades políticas necesarias para la acción hayan desaparecido. Todos los días se puede constatar, cuando nos fijamos en los actores de la organización social, de algunos sindicatos, que estos militantes anónimos vuelven a ser humillados, que son traicionados de nuevo. Frente al desastre que nos amenaza, es necesaria una revolución. Esta comenzará primero en nosotros mismos. Tenemos que reaprender a servir, no a servirnos, si queremos ser capaces de gobernar. Tenemos que recobrar la idea colectiva. Tenemos que volver a encontrar la virtud, no en un sentido moral, sino en el sentido político; la fortaleza, si queremos vivir en la República.

La política monetaria es eficaz cuando se trata de frenar la economía, pero no para relanzarla cuando se detuvo.

Técnicamente, la situación actual nos recuerda dos grandes principios de economía. El primero es que la política monetaria es eficaz cuando se trata de frenar la economía, en caso de un sobrecalentamiento, y de reducir la inflación, pero no para relanzarla cuando se detuvo. La expansión de la demanda es necesaria, y esta expansión únicamente puede obtenerse mediante la política presupuestaria. El segundo principio es la asimetría entre las tasas de interés y los ingresos. Para las tasas de interés lo que importa no es la tasa nominal, sino la tasa real. Es mejor pedir prestado al 6 % cuando hay un 4 % de inflación que hacerlo al 3 % cuando la inflación es igual a cero. Por contra, en términos de ingresos, y esto se aplica por igual a las familias, a las empresas y al Estado, los ingresos nominales son en realidad más importantes que los ingresos reales, en la medida en que hay costos fijos. De hecho, esto refleja el hecho de que los precios no tienen la misma elasticidad tanto al alza como a la baja. Además, en tiempos de deflación (caída de los salarios) ciertos costos caerán más lentamente. Por el contrario, en tiempos de inflación, y en particular de inflación salarial, algunos costos aumentarán más lentamente que los salarios. Esta es la razón por la cual la inflación es mejor para los asalariados, para los empresarios y, en última instancia, para el Estado (a través del IVA). Estos dos principios ya eran conocidos en la década de 1960. Yo los aprendí al ingresar en el Instituto de Estudios Políticos de París en 1971. Hoy los redescubrimos en tiempos de deflación.

 

—¿De qué manera la reforma del sistema financiero que usted reclama es una condición previa para cualquier otra reforma?

—El sistema financiero debe ser leído desde un análisis de la financiarización de nuestras economías. El capitalismo moderno necesita de un sistema financiero, del crédito monetario. Debido a que las producciones se están volviendo cada vez más complejas, con importantes retrasos en el rendimiento de la inversión, el crédito, es decir, el anticipo de capital, se convierte en esencial, tanto para invertir como para consumir. Pero este proceso, que implica un cambio de actitud hacia el dinero, no es la financiarización. Esta tiene el origen de su desarrollo actual en la descomposición del marco de Bretton Woods, que se llevó a cabo en dos etapas, primero en 1971 y luego en 1973. Por lo tanto, vemos dos fenómenos que están estrechamente relacionados. Por un lado, el negocio de la banca tiende a alejarse de las operaciones de crédito, que implican un conocimiento y una relación recíprocas entre el banquero y el cliente, para orientarse cada vez más hacia las llamadas “actividades de mercado”, es decir, las actividades especulativas. Por otro lado, los “cuasi-bancos” se forman a partir de los fondos de inversión y hedge funds o fondos especializados en las operaciones especulativas. Las grandes empresas que han seguido previamente la “multinacionalización” descubren la oportunidad de obtener nuevos beneficios a través de la gestión de su tesorería. Este fenómeno nunca hubiera podido ver la luz sin el proceso de desregulación que hemos conocido desde hace más de treinta años. La desregulación bancaria y financiera ha estado en vigor desde 1980. En Estados Unidos comenzó de hecho con la Depository Institutions Deregulation and Monetary Control Act de 1980, que inició el desmantelamiento de los marcos regulatorios de la crisis de 1929. Culminó en la Gramm-Leach-Bliley Act de 19991, que revocó la Glass-Steagall Act de 19332 y abrió la puerta a la fusión entre bancos y aseguradoras, a mayor beneficio de Citicorp. Es necesario señalar aquí que este proceso fue en gran medida el producto de un consenso bipartidista en los Estados Unidos. La primera ley de 1980 se preparó durante la presidencia de Carter (1976-1980) y la segunda durante el segundo mandato de Bill Clinton (1996-2000). Un proceso análogo tuvo lugar en Europa, con la desregulación de la City de Londres, imitado poco después en Francia bajo el liderazgo del ministro de Finanzas socialista de la época, Pierre Bérégovoy, y reforzado en 1993 bajo el gobierno conservador de Edouard Balladur. Estas prácticas se han consolidado a escala europea por diversas directivas y se han visto reforzadas por los principios adoptados en el seno de la zona euro.

Ilustración Europa Desigualdad PobrezaEl resultado fue un enorme incremento de los beneficios financieros en relación con el total de los beneficios. Constituían entre el 10 y el 15 % de los beneficios en el total de beneficios durante la década de 1950. Hoy alcanzan entre el 35 y el 40 %. También es necesario recordar que estos beneficios “financieros” son los de las llamadas sociedades financieras. Pero cuando una empresa que a priori nada tiene que ver con las finanzas desarrolla una actividad financiera, los beneficios que esta obtiene se registran en las ganancias de las sociedades no financieras. Es razonable estimar por tanto que más del 50 % de los beneficios obtenidos por las empresas estadounidenses provienen de actividades financieras. Este es el rostro que toma la financiarización de las economías, que no es más que otra cara de la globalización financiera.

Desde un punto de vista teórico, la financiarización es sobre todo el poder del capitalista. Y esto implica una comprensión de lo que son tanto los precios como el dinero para entender el mecanismo de defensa de la renta financiera y cómo este lleva a estrangular la economía. Es necesario saber que en una economía capitalista los precios no son el producto de un equilibrio entre una oferta y una demanda, ya que la oferta y la demanda están vinculadas y son, por otra parte, el reflejo de muchos otros factores. Los precios, y por lo tanto el dinero, son vectores de un conflicto entre varios actores: “Los precios monetarios son el resultado de compromisos y conflictos de intereses; estos derivan de la distribución de poder. El dinero no es un simple ‘derechos sobre bienes no especificados’ que podría ser utilizado a su antojo sin consecuencias fundamentales sobre las características del sistema de precios, percibido como una lucha entre las personas. El dinero es sobre todo un arma en esta lucha; es un instrumento de cálculo en la medida en que se tienen en cuenta las oportunidades para el éxito en esta lucha”3.

Estos conflictos, como sabemos desde el origen de la economía política clásica, enfrentan, de hecho, a tres actores: de un lado a los asalariados, que no tienen más remedio que alquilar su fuerza de trabajo, a los empresarios y a los rentistas. Keynes, mucho antes de que escribiera la Teoría General, lo explicó de manera brillante.

En un texto que hacía balance de los desórdenes monetarios que siguieron al fin de la Primera Guerra Mundial, escribió estas líneas que todavía hoy resuenan con una profunda actualidad: “Desde 1920, los países que recobraron el control sobre sus finanzas, no contentos con detener la inflación, contrajeron su masa monetaria y conocieron los frutos de la deflación. Otros siguieron trayectorias inflacionistas de manera todavía más anárquica que antes. Cada uno tiene como resultado modificar la distribución de la riqueza entre las diferentes clases sociales, siendo la inflación lo peor de los dos bajo este punto de vista. Cada uno tiene como resultado, igualmente, acelerar o frenar la producción de riqueza, aunque, aquí, la deflación sea la más nociva”4. Keynes va incluso más lejos y explícitamente vincula la inflación y la deflación, es decir, la desvalorización monetaria o, por el contrario, su apreciación frente a los precios de otros bienes, frente al movimiento histórico que ve nuevos grupos sociales librarse de la tutela de los antiguos dominantes: “Tales movimientos seculares que siempre depreciaron la moneda en el pasado ayudaron pues a los ‘hombres nuevos’ a librarse de la mano muerta; beneficiaron a las fortunas recientes a expensas de las antiguas y dieron al espíritu empresarial las armas contra la acumulación de los privilegios adquiridos”5.

Vemos pues que la inflación corresponde a una alianza de los asalariados y de los empresarios contra los rentistas. A la inversa, la deflación favorece a los rentistas. Pero, para poder ponerla en ejecución, deben o bien asociarse con los empresarios, y en este caso dejar que todo el peso de la victoria recaiga sobre los asalariados (lo que fue el guión de la crisis de 1929 a 1935), o bien procurar convencer a los asalariados de que se alíen con ellos, y para esto deben reducir el porcentaje de margen de los empresarios (lo que históricamente pasó durante 15 años en Francia y en Italia). La especificidad de la posición de los rentistas es que pueden bascular de una alianza a otra, mientras que los asalariados y los empresarios se pelean constantemente cuando deberían hacer un frente común contra las tendencias inflacionistas. Es necesario señalar que esta terminología, asalariados, empresarios y rentistas, refleja tanto a los individuos como a las funciones. Marx lo muestra repetidas veces en El Capital cuando habla del empresario capitalista, que arriesga sus propios capitales. En este individuo se combinan de hecho dos funciones, la de gerente del capital (lo que llamamos el empresario) y el del capitalista propiamente dicho o propietario del capital. La confusión entre las funciones de gestión y de propiedad del capital, que es natural, impide sin embargo comprender realmente las dinámicas en el proceso de trabajo. Hoy, en las grandes empresas, la distinción entre las funciones de gestión y de propiedad del capital es evidente, y se materializan por distintas personas.

Hoy en día, la lucha contra la financiarización pasa por la lucha contra la moneda única.

El dinero aparece por lo tanto bajo dos caras, analíticamente distintas y sistemáticamente vinculadas. Es el medio indispensable de cálculo intertemporal que permite sublimar los obstáculos en el camino de los intercambios por la heterogeneidad. Esta última establece la necesidad de un instrumento en particular que funcione como norma de homogeneización de una realidad no homogénea, una realidad que la teoría estándar se niega a reconocer6. Pero este instrumento no es neutro. Es también un vector de las relaciones sociales de poder. El dinero, por retomar los términos de Max Weber, es a la vez un “derecho sobre bienes no especificados” y un instrumento en la lucha entre los individuos y los grupos sociales en torno a la apropiación de este tipo de derecho. La doble naturaleza, contradictoria, del dinero es uno de los fundamentos del análisis de Max Weber7.

Cabe destacar la importancia y el carácter extremadamente moderno de su distinción entre racionalidad “formal” y “sustancial”. Para Weber, la racionalidad “formal” es aquella que se deriva del cálculo económico cuando este puede ser hecho completamente a partir de valores monetarios. Por el contrario, la racionalidad “sustancial” define una situación en la que se satisfagan las necesidades de una población determinada de acuerdo con el sistema de valores de esta población y las normas que emanen de este. Sin embargo, estos factores sustanciales limitan fundamentalmente al ámbito de aplicación de la racionalidad resultante del cálculo monetario, y es por ello que se la denomina “formal”. El conflicto entre la naturaleza “formal” y la naturaleza “sustancial” es insuperable en las sociedades reales. En otras palabras, el concepto de cálculo monetario sólo tiene sentido a partir de un conocimiento de la distribución de los ingresos8, que es contingente de la organización social. Weber rechaza la aporía racionalista de que todo se reduce al cálculo monetario. Los fundamentos de este último son las normas y los valores que no se pueden expresar en términos monetarios. Este argumento se basa aquí explícitamente en el de Otto Neurath9; nunca es posible calcularlo todo.

El euro es la religión de este nuevo siglo, con sus falsos profetas y sus grandes sacerdotes.

—¿Puede contemplarse en un contexto estrictamente nacional?

—El proceso al que nos hemos enfrentado desde finales de la década de 1970 es el del incremento de poder de las relaciones financieras, en parte debido a la creciente heterogeneidad en el mundo, pero también debido en parte a una batalla que tuvo lugar entre los asalariados, los empresarios y los rentistas. Durante este incremento, los rentistas tenían una posición particularmente favorable, ya que controlaban los recursos de la financiarización, la liquidez monetaria. Al hacerlo, impusieron gradualmente instituciones particulares, como la independencia de los bancos centrales y en Europa, el euro, para asegurarse un lugar preeminente en la economía, garantizando que los episodios inflacionistas, como los conocieron de 1945 a 1980, no se repetirían. En esta construcción institucional, la clave la constituye el euro, en nombre del cual se impusieron las principales instituciones y reglas de la financiarización. Por eso, hoy en día, la lucha contra la financiarización (y no unas “finanzas” indistintas y en gran parte míticas) pasa por la lucha contra la moneda única. Se dice, y este es uno de los argumentos de los apologistas de “izquierda” del euro, que su abolición no cambiaría nada y que sólo importa la lucha contra la financiarización. Pero se olvida que hoy día la financiarización se mantiene gracias al euro. La independencia del Banco Central fue incluida en el Tratado de Maastricht, que a su vez contenía la unión monetaria, es decir, el euro. De hecho, abolir el euro significa provocar semejante cambio de las reglas que debería adoptarse un régimen monetario diferente, un régimen en el que las nuevas instituciones se conviertan en necesarias y, retomando la fórmula de Keynes, ayudara a los empresarios, a los que califica como “nuevos hombres”10 a librarse de la mano muerta del pasado y desarrollar la economía.

Está claro que este cambio requerirá una cooperación entre los países. Pero solo sucederá después de que cada país haya recuperado su soberanía monetaria. No se descarta que en algunos países la relación de fuerzas sea tal que los rentistas pueden mantener una forma degenerada de su poder. Pero en otros, se podrán tejer alianzas específicas entre los trabajadores y los empresarios en torno a nuevas instituciones.

—¿Qué opina del lugar que ocupa el debate sobre la Unión Europea y el euro en el mundo universitario y, más allá, en el espacio mediático? ¿Existe una especificidad francesa en Europa en materia de información sobre estos temas?

—Es innegable que hay una especificidad francesa, o franco-italiana, en el debate sobre el euro. En otros países, como en Alemania o en los Países Bajos, y, por supuesto, en Gran Bretaña, este tema es despojado del contenido cuasi místico que tiene en Francia. Su realidad y legitimidad son reconocidas en el extranjero; incluso el diario alemán Der Spiegel le dedicó un largo dossier hace ya años11. En Francia, hemos convertido la moneda en religión y el euro en fetiche. El euro es la religión de este nuevo siglo, con sus falsos profetas y sus grandes sacerdotes siempre listos para fulminar con la excomunión porque ya no tiene el poder de condenar a las hogueras, con sus acólitos histéricos. Es esta distorsión del debate lo que explica la violencia de las reacciones que plantea cualquier intento de tener un debate sobre el euro o sobre una posible salida de la moneda única. Al leer las múltiples acusaciones que se presentan contra alguien tan pronto como se aborda un tema de este tipo, se está en derecho de dudar de la cordura de los interlocutores. Sin embargo, el debate se está afianzando. Durante mucho tiempo se ha negado por una gran parte de la clase política, y en particular por el partido que “se hace llamar socialista”… En Francia, cuando un líder del Partido Socialista habla sobre este tema, invariablemente comienza su intervención con un verso sobre los “beneficios” del euro (pero sin precisar jamás, y con razón, cuáles) o sobre la “necesidad” defender la moneda única. Parece que constituye un impensable, o por lo menos, una pregunta que suprimir a toda costa. La moneda única concentra en sí misma, como hemos demostrado anteriormente, los proyectos económicos y políticos. Pero también concentra representaciones simbólicas. Son estas interrelaciones las que hacen que el debate sea a la vez necesario y extremadamente difícil. Esto explica también la violencia de las reacciones tan pronto se toca el principio de la moneda única. Son muchos, de hecho, los que no han parado de cantar alabanzas de la moneda única, a veces con argumentos que eran perfectamente aceptables, pero a veces con argumentos más de una “literatura (o argumentación) visceral”. El compromiso a favor de la moneda única ha sido tal que cualquier debate implica un desafío a la autoridad moral de esas personas, y cualquier reto puede provocar la pérdida de legitimidad de estos líderes, así como de sus asesores y otros economistas a sueldo.

Sin embargo, la crisis del euro se impone, constituyendo por el momento un horizonte insuperable. Las últimas tensiones en los mercados financieros de la semana del 12 al 17 de octubre de 2014, o el hecho de que las tasas de interés aumenten en los países periféricos (Grecia, España) lo demuestran. Existe por tanto una particularidad franco-francesa en este debate, o más bien en su negativa, que hoy día solo cede bajo los duros golpes de la realidad. La violencia de las reacciones y el exceso de amalgamas, que salpican a la prensa francesa, reflejan por tanto el hecho de que a pesar de un efecto amortiguador de los medios de comunicación sin precedentes, este debate está abriéndose camino12. Muchas personalidades, tanto cercanas al gobierno como a la oposición, hablan de ello en privado.

En el mundo universitario, el debate siempre ha sido legítimo en cierto sentido. Pero está demasiado cargado de técnica, lo que hace que los trabajos sean poco accesibles para el gran público. Esta situación parece satisfacer a algunos colegas, que de este modo podrán decir que eran conscientes de los perjuicios de la moneda única, pero que prudentemente evitan tomar una posición pública sobre esta cuestión. Confieso que no entiendo ni comparto esta actitud. Un científico no hace los descubrimientos “por sí mismo”, sino gracias a la comunidad que lo apoya y que le permite trabajar en buenas condiciones (o, a veces, por desgracia, menos buenas). Por tanto existe el imperativo moral de difundir los resultados de nuestras investigaciones.

Traducción de Manuel Monereo Ortiz

Notas

  1. Disponible en el sitio web de la Federal Trade Commission (Comisión Federal de Comercio de EEUU.) www.ftc.gov/privacy/privacyiitiatives/financial_rules.htlm
  2. La ley Glass-Steagall Act, votada el 16 de junio de 1933, era clásica de lo que se llamó la reglamentación prohibicionista. Organizaba el sistema bancario de los EEUU diferenciando cuidadosamente las actividades de “crédito” de las actividades de “mercado”, en respuesta a los desórdenes financieros que causaron la crisis de 1929.
  3. Weber, M. (1948): Economy and Society: An Outline of Interpretative Sociology, University of California Press, Berkeley, p.108.
  4. Keynes, J. M., “A tract on Monetary reform”, en Keynes, J.M. (1931), Essays in Persuasion, Rupert Hart-Davis, Londres. Cita tomada de la traducción francesa, Essais sur la monnaie et l’économie (1971), Payot, col. “Pettite Bibliothèque Payot”, París, pp.16-17.
  5. Sapir, J. (2000), Les trous noirs de la science économique-Essai sur l’impossibilité de penser le temps et l’argent, Albin Michel, París.
  6. Se retoma aquí la sección 13 del capítulo II de la primera parte de Wirtschaft und Gesellschaft, traducido al inglés bajo el título Weber, M. (1964, primera edición en 1947), The Theory of Social and Economic Organization, The Free Press, New York.
  7. Idem, p. 212.
  8. Neurath, O., “Personal life and class struggle”, en Empiricism and Sociology (1973), Cluwer Publishers, Dordrecht.
  9. La expresión “hombres nuevos” hace referencia al latín, a hommini nuovi de la Roma republicana, y no a la expresión utilizada en la URSS estalinista.
  10. Disponible en alemán en el sitio web de Spiegel, http://www.spiegel.de/thema/euro_krise_2010/.
  11. Ver la confrontación en septiembre pasado con los “decodeurs” de Le Monde: http://www.arretsurimages.net/breves/2014-09-25/Sortie-euro-Sapir-s-en-prend-au-Monde-id17993