En el período colonial, la muerte era un momento de especial relevancia para la monja pues significaba el tránsito hacia una nueva vida como verdadera esposa de Cristo. En este sentido, las prácticas devocionales del buen morir en el monasterio de San José estaban auxiliadas por la contemplación de imágenes, la lectura de Artes Moriendi, devocionarios y hagiografías. Estas prácticas, como imitatio Mariae por su carácter virtuoso y ejemplar, habrían llevado a las monjas del convento a intervenir y apropiarse de las imágenes como parte del hacer devocional. Internalización de una práctica que, en 1804, conlleva a la primera producción de escritura femenina en el marco de la devoción al buen morir en las poesías fúnebres al Obispo San Alberto.
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