Polonia de cine

Varsovia, Cracovia y Lodz constituyen los pilares de esa Polonia misteriosa, bella y única que han retratado, casi siempre con un toque de amargura histórica, algunos de los grandes maestros del cine. Un triángulo de ciudades imprescindibles para descubrir y visitar en este país encajonado entre los antiguos imperios alemán y soviético.

Anochecer en la Plaza del Mercado de Cracovia.
Anochecer en la Plaza del Mercado de Cracovia. / Eduardo Grund

La relación entre Polonia y el cine se ha mantenido muy viva desde los inicios del celuloide. Incluso algunos opinan, en la tierra de Wajda y de Polanski, que no fueron los hermanos Lumière los que inventaron el cinematógrafo sino el polaco Piotr Lebiedzinski al crear una cámara en 1893, dos años antes de que se acelerara el impulso de esta nueva industria que revolucionaría el final del siglo XIX y los primeros años del XX. En lo que sí existe unanimidad es en el hecho de que el verdadero impulso del séptimo arte en Polonia se aceleró en los años 50 del pasado siglo tras las dos grandes guerras. Eso sí, para la historia del país ha quedado registrado que el primer título oficial se rodó en 1908 y que Pola Negri fue una de las grandes estrellas del cine mudo en el Hollywood de los años 20.

Lodz, la tercera ciudad del país, adquirió un protagonismo, quizás inesperado, al convertirse en el centro de la industria cinematográfica polaca hacia la mitad del siglo pasado. Hasta el XIX no había pasado de ser una humilde ciudad cercana a Varsovia, con menos de quinientos habitantes, y precisamente esa proximidad a la capital fue decisiva para que se convirtiera en una pujante urbe económica con casi un millar de fábricas textiles que atrajeron a cientos de trabajadores. Esa riqueza desapareció tras la Gran Depresión en el siglo XX y la industria cinematográfica ocupó de alguna manera ese hueco que habían dejado los ricos empresarios de la ciudad, encabezados por Carol Scheibler. Hoy su magnífico palacio alberga el Museo de la Cinematografía, el más visitado por los turistas.

Algunos brillantes creadores del cine, como Roman Polanski, Andrzej Wajda o Krzysztof Kieslowski, ganadores los tres del Oscar, emprendieron su gloriosa carrera en esta ciudad con encanto, a pesar de que nunca pudo vanagloriarse de contar con un histórico casco antiguo. No lo ha echado de menos Lodz en los últimos 150 años gracias a un elegante bulevar llamado Ul Piotrkowska por el que se puede caminar a lo largo de cinco kilómetros. La singular arteria, que comienza en la Plaza de la Libertad con dos de sus grandes símbolos, la iglesia del Espíritu Santo y el Ayuntamiento, sigue siendo el centro de la vida social de sus 760.000 habitantes, desplegándose en una prolongada línea recta que enlazaba Lodz y Piotrkow Trybunalski en el siglo XIX. A ambos lados, la calle está flanqueada por edificios art noveau, un reducido grupo de hoteles, llamativos restaurantes abiertos hasta el amanecer y un paseo de las estrellas al estilo hollywoodiense con los hijos célebres de Lodz, entre los que figura también Artur Rubinstein, en el número 78, delante de la casa donde vivió. Un monumento de bronce del artista y su piano le recuerdan ante la mirada de los visitantes que encuentran aquí su rincón favorito que fotografiar.

Escuela de cine y teatro

Después de la II Guerra Mundial, Ul Piotrkowska quedó muy deteriorada al abarrotarse de tiendas poco vistosas coincidiendo con el rancio desarrollo urbanístico propio de los países del telón de acero, pero poco a poco ha recuperado su antiguo esplendor, perdido en una urbe ya muy decadente en 1989, gracias a la fuerza de sus jóvenes. Con un simple paseo se palpa en Lodz que sus viejas fábricas se han reconvertido en oficinas, museos o en centros comerciales y de ocio. Es el llamativo caso de Manufaktura, un área comercial de más de cien mil metros cuadrados de la que se sienten muy orgullosos sus vecinos, quizás porque empiezan a ver un punto de modernidad a esta ciudad que aspira con tenacidad a organizar una futura Exposición Universal. Hoy en Lodz existe la única escuela de cine y teatro de Polonia. Aquella en la que Polanski comenzó en 1954 a creer que podía ser un genio del celuloide dedicándose a lo que más le apasionaba. En sus seis edificios estudian en la actualidad 500 jóvenes, que casi diariamente ven la estrella dedicada al polémico director en la escuela principal del rectorado y una fotografía gigante del creador de Chinatown y Tess. "Roman se sentaba en la escalera del rectorado a tomar una cerveza entre clase y clase -dice Witold Szymczgh, uno de los profesores de la actual plantilla que le conoció personalmente- y siempre se buscaba alguna treta para ver todo tipo de películas internacionales en la sala de proyecciones. Recuerdo que antes de acabar sus estudios tenía que rodar una película en 1956 y sus ideas no coincidían con las de su profesor, así que eligió un tema estudiantil. Su decisión fue dirigir una fiesta de jóvenes alumnos y, como ya era genial en su forma de ver el cine, no se le ocurrió otra cosa que invitar a varios gangsters de la ciudad para que la reventaran en una larga pelea auténtica. Polanski les pagó y él casi fue expulsado de la escuela". El director, que cumple 81 años el 18 de agosto, acabó firmando solo un título oficial en su país de nacimiento, pero triunfó después con grandes producciones como El pianista y Oliver Twist, entre otros muchos filmes... Y hoy es visto por los estudiantes del centro como un ejemplo a seguir, olvidando sus escándalos y tomando cerveza, al estilo del maestro, en las calles de este Lodz reconvertido en ciudad de moda y capital del street art en Polonia.

Polanski situó en Varsovia la historia personal que vivió de niño en el gueto de Cracovia para su célebre película El pianista, ganadora de tres Oscar en 2002, en la que siempre se recuerda que su protagonista, Adrien Brody, perdió 14 kilos para encarnar a Wladyslaw Szpilman, después de seguir una estricta dieta de seis semanas. El filme se rodó casi en su totalidad fuera de Polonia, en unos decorados prefabricados, salvo algunos planos reales en el barrio de Praga, al otro lado del Vístula, hoy zona de artistas bohemios y galeristas, pero en su argumento se remarcaba especialmente la evolución de este París de la Europa central en los años 20 y 30 que acababa convirtiéndose en una ciudad en ruinas, sembrada de escombros y borrada del mapa tras la barbarie nazi.

Varsovia, 70 años del Levantamiento

Los varsovianos levantaron su ciudad de las cenizas y reconstruyeron su bello casco histórico. Recogieron piedra a piedra los restos de su hermosa ciudad y, valiéndose de postales, fotografías y, sobre todo, de los cuadros de Canaletto, hoy expuestos en su Castillo Real, devolvieron la vida a una urbe que, tras el desastre, hoy transmite historia, arte y buena gastronomía. Este año Varsovia celebra el 70 aniversario de su levantamiento ante las tropas nazis. Y una nueva película, Ciudad 44, rodada en escenarios reales por otro joven talento del cine polaco, Ene Komasa, recuerda esos dramáticos 63 días de resistencia de la capital polaca, entre el 1 de agosto y el 2 de octubre de 1944. El filme se espera con mucho interés y su première está prevista para el 19 de septiembre.

Los más impacientes pueden profundizar en este triste episodio de la II Guerra Mundial en el Museo del Levantamiento, que celebra el décimo aniversario de su apertura el próximo 1 de octubre. Los varsovianos coinciden en elegirlo como su museo talismán, pues describe uno de los momentos más heroicos y trágicos del conflicto. Symon Niedziela, manager de la muestra, lo define como "el acontecimiento más sangriento de la historia de Varsovia", con 200.000 muertes "en vano". "Polonia ganó la guerra -comenta con pesar mientras muestra un corazón palpitante que se puede escuchar en la primera sala del museo, simbolizando el de los valientes rebeldes polacos-, pero perdió la paz. Nuestra ciudad fue liberada por el ejército rojo, pero quedó ocupada por sus propios libertadores... Las heridas se cicatrizaron, sí, pero quedan para siempre".

Grupos escolares y jóvenes abarrotan el museo para reflexionar sobre esta trágica historia, pero quizás lo hacen con una mentalidad más occidental pues algunos de sus amigos más recientes, que han localizado en las redes sociales, son rusos o alemanes, y mantienen excelentes relaciones personales con ellos. Mientras, los turistas continúan buscando la huella de ese gueto varsoviano, tantas veces retratado en la pantalla del cine y de la televisión, que concentró a más de 300.000 judíos. Y la descubren con dificultad poniendo la vista en un viejo edificio de ladrillo rojo en la calle Prozna, actualmente en obras debido a una ampliación del Metro de Varsovia. Su fachada, superviviente de la gran guerra y muy próxima a la sinagoga Nozyk (la única que se salvó en el conflicto bélico), está hecha añicos, pero muestra fotografías de gran tamaño con algunas de las víctimas del holocausto. Hombres, mujeres, niños, abuelos... Muy cerca de este lugar, donde ya se divisa el Palacio de Cultura y Ciencia, el rascacielos varsoviano de la época comunista, los curiosos pueden tocar el muro original del gueto, que superaba los tres metros de altura, en el patio de un bloque de apartamentos, en el número 55 de la calle Sienna. Algunos de esos ladrillos históricos han sido trasladados a museos y sinagogas de Washington, Melbourne y Jerusalén, entre otras ciudades, con el fin de que no se olvide este dramático episodio de la historia.

Cracovia y su barrio judío

Otro polaco, el director de Fotografía Janus Kaminski, ganador de dos Oscar por La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan, plasmó en el primero de estos títulos la belleza y la clase de Cracovia, la ciudad regada por el río Vístula que se engrandece en su centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1978. Se asegura que esta vieja almendra, presidida por la imponente Plaza del Mercado, es uno de los doce cascos antiguos más hermosos del mundo, aunque en realidad podemos admirarla ahora al salvarse casi de milagro de los bombardeos de la II Guerra Mundial. Al parecer los nazis ya tenían fecha y hora para destruirla -en 1944 ya habían minado casi todos sus barrios y los monumentos más importantes-, pero una afortunada maniobra de un general ruso evitó la masacre. No tuvo la misma suerte su población judía, localizada en elbarrio de Kazimierz, que también fotografió Steven Spielberg en La lista de Schindler, ya que miles de personas fueron trasladadas desde esta zona a los campos de Auschwitz y Birkenau, a solo unos cincuenta kilómetros de la actual capital de Malopolska, la pequeña Polonia, para enfrentarse con su fatídico destino.

La nueva Cracovia sigue rezumando magia intelectual, más el indiscutible encanto de su casco antiguo. No hay más que admirar sus hermosas iglesias, diecisiete en la vieja ciudad, que atraen al visitante tanto por su exterior como por sus recargados interiores. Templos con historia viva, pues fue aquí en Cracovia donde Karol Wojtyla se ordenó sacerdote casi clandestinamente en la capilla privada del Arzobispado y dio sus primeros sermones en la Basílica de Santa María, famosa por su altar de Wit Stoss, en la Plaza del Mercado. Años después, en sus habituales viajes pastorales a esta ciudad, el Papa Juan Pablo II visitaba su casa en el número 19 de la calle Kanonicza recordando sus años de obispo de Cracovia. La vivienda se encuentra en una vía muy bella y sin apenas comercios, muy próxima a la colina de Wawel, el gran símbolo del poder real. En esta colina, presidida por la catedral, el lugar de las coronaciones y las tumbas donde yacen los reyes de Polonia, Karol Wojtyla celebró su primera misa en 1946, justo cuando una nueva era cinematográfica despegaba en este país encajonado entre los antiguos imperios alemán y soviético.

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